Retrato de pintor (XV)

Javier Pereda Piquer (photog: luisjimenezridruejo.com)

Javier Pereda Piquer (photog: luisjimenezridruejo.com)

Javier Pereda Piquer. Una masa imponente. Solo tengo que cerrar los ojos y ponerme en modo: “recuerdos” y veo a Javier avanzando hacia mí; en una mano aferrando algún “folder” y blandiéndolo, como si fuera una espada, o un pincel. Pensándolo bien, si fuera daga, incluso una cimitarra, hubiera hecho un gran rey de espadas, de la baraja. Y, el pincel…Pereda no necesitaba de tal adminículo, realmente, yo lo he visto resolver un cuadro, con un cepillo dental!  Iba a paso de ballet, por cualquiera de los pasillos de aquel claustro de arcos encristalados; siempre a paso quedo, dragando el suelo—casi como un esquiador de fondo— pero airoso como un barco de vela o como su tía-abuela, la cantante Dña. Concha Piquer. “Mi tía Concha no era una cantante, era una tonadillera, y fue la mejor. Punto.” Estábamos en la Facultad de Bellas Artes, en la Universidad de Salamanca (España) hace ya un increible montón de años. Javier era una masa imponente, en el mejor sentido de conjunto de las dos palabras. Las dos le cuadraban, juntas y separadas. Masa, enorme caudal de cultura y conocimientos e imponente por su volumen de atracción, algo así como un centro grandioso de gravedad. Sin ni siquiera decir una palabra, solo moviéndo levemente aquella cabeza grande, “cezanniana”, perfecto retrato de los dos, Paul Cezanne y Javier Pereda. Y, sin embargo, sus pinturas poco tenían que ver. Hubiese sido demasiado, demasiado bonito para ser auténtico.  

Ahora que yo también estoy cojo, con bastón, por las malicias del Parkinson afectándome al ciático, y obligado al paso quedo y la navegación lenta de un andador—al que, sarcásticamente, apodo “mi Ferrari” —me doy cuenta de lo que debía ser moverse, masticando dolores, o pintar formatos grandes sin estar sentado, o hacer tantas otras cosas, de ‘mala manera.’ Pero, sobre todo en su caso, dominar una audiencia. Las audiencias se dominan con la palabra y el cuerpo en pie. Y, hablar de arte— esa importante parte de hacerlo—es algo para lo cual él estaba excepcionalmente dotado. Solo mirándole y escuchándole, en su inevitable transmisión, se aprendía muchísimo. En su caso, veíamos el trasunto de la verdadera academia, la griega clásica. Y una imagen, saliendo de la ducha, con su enorme toalla blanca terciada al hombro, que siempre me recordaba algún legendario senador o filósofo griego, o el dueño y señor de alguna de las seis mil islas.

Javier Pereda Piquer. (Painting)

Javier Pereda Piquer. (Painting)

Pero, además y como parte de aquella gran personalidad, Javier pintaba y también su pintura, como él, era atractiva y lo sigue siendo aún; si bien, debo reconocer que no he visto una sola pintura de él desde hace más de veinte años; digo ver, al natural, palpar si se quiere, aunque sí en fotografía, en la que igualmente transmiten. Una excepción: tengo, o tenía, un pequeño cuadro, 40×50 cm. acrílico sobre papel, de su serie de las playas. Un regalo magnífico, una de las que él llamaba sus “acuarelitas”. Me lo había dedicado, una lástima, lo perdí, extraviado o sustraído, en uno de mis últimos “movimientos” americanos. Lo que perdimos con Javier, que murió demasiado pronto, (no sé quién dijo que todos morimos demasiado pronto), fue un total y extraordinario amigo, y un admirable maestro de pintura y artes plásticas. Por alguna razón, me viene a la cabeza la palabra: descomunal.

“La sombra de Pereda.”  (photog: luisjimenezridruejo.com)

“La sombra de Pereda.” (photog: luisjimenezridruejo.com)

Ya por entonces, me anunció que yo podía llegar a ser un buen pintor porque, a pesar de mi tendencia a la pereza pictórica (¡?), eso me decía, “un buen fotógrafo ya lo eres” (sic). Y, rápidamente, me colocaba como zanahoria delante del burro, la famosa frase de Picasso: “…que cuando bajen las musas, te encuentren trabajando”. Trataba siempre, machaconamente, de hacerme aplicar las lecciones de mi sistemática fotográfica (intuición sin mucho estudio previo y rapidez en las decisiones) y llegar a componer el color con el pincel y los dedos untados, evitando el uso de la “paleta” y las pruebas de color, “uno no puede estar equivocado siempre”. No era un maestro de técnicas, era más un gran maestro de ideas y motivación. Como pintor, dominaba el color y por tanto era un pintor rápido; eso le permitía atacar lienzos de grandes tamaños. Su más célebre frase era una respuesta sobre sus dudosas horas de pintura. Debido a sus múltiples tareas de académico (fue catedrático y decano de Bellas Artes), político, hombre de negocios, padre de familia y cien otras cosas que él llamaba “sus labores”.  “¿Y tú Javier, cuando pintas?” — “Por las mañanas”— (tomado de Carlos Pascual).  

Pereda es de los pocos artistas a los que he oído proclamar, en un repleto salón, con voz altisonante: “…la pintura es mentira!!  Y quedarse tan tranquilo, como si hubiera soltado una receta de cocina, que también lo hacía. ¡Y, pobre de aquél que osase discutirlo! Le caía encima con todo su peso de sabiduría y facilidad para la diatriba y el convencimiento propio y ajeno. Una delicia. En el retrato de un pintor como Javier Pereda, lo de menos es su propia pintura, su cocina técnica, su forma de componer y justificar su mundo. Que también. En su retrato, lo que más interesa es la impresión personal y su ser humano, del pintor; lo que probablemente explica y justifica todo. Revisando sus pinturas, cosa que no hacía desde una pila de años atrás (me apenaba mirarlas), me he dado cuenta de lo mucho que me ha influido y como la mayoría de mis problemas pictóricos, aun con el paso de los años, se solucionan poniendo los ojos en sus pinturas. Los americanos usan una palabra que suena muy bien en una circunstancia como esta: “Amazing”—‘Estupendo’, una de mis palabras favoritas en inglés.

Javier Pereda Piquer. (Painting)

Javier Pereda Piquer. (Painting)

Retratar es también ponderar y alabar. Lo que mayormente tengo que agradecer a Javier son, a lo largo de los años, sus descargas de fusilería, a veces perpetradas por compañeros, o compañeras, mejor dotados. “Anda guapa, enséñale a este señor como se pinta”. O por él mismo, personalmente en su momento y siempre con su pintura y sus textos, contra mis miedos inveterados en la práctica de las artes. “Miedo en esto no se puede tener. O te sale o no te sale”. Es lo mismo que podría decir un torero, quizás con menos peligro físico ¿Quién sabe? Javier Pereda Piquer, nació y murió en Madrid (1947-2003). Durante tres cursos de la primera promoción de la Facultad de Bellas Artes de Salamanca (España) Javier, Carlos Pascual (otro gran pintor) y yo, vivimos juntos en mi casa de Azafranal, a dos pasos de la Plaza Mayor. Los vecinos que no me conocían, señalaban: — Ahí, en el tercero, viven dos profesores y un alumno de Bellas Artes, el más mayor, Ridruejo, es el alumno…Lo que no haya en Bellas Artes! —Años y recuerdos felices que se fueron con ellos, pero que nunca se han borrado de mí —Por tí, Javier…”Vaya por Ud. Maestro!”—

Luisma, Maypearl, TX       29 de Abril del 2019      Re-edición… 2 de Marzo del 2023

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