Los ojos cerrados, buscando el descanso, y la sedación, de las tumefacciones de su rostro—los golpes de otra pelea más, el signo de su vida—y ese sabor amargo de la boca, presente desde hace ya más de un año, y al que no encuentra explicación, ni él, ni el galeno del Cardenal Francisco Del Monte, su benefactor, al que ha consultado y que sospecha de algún color venenoso entre sus pinturas. Michelangelo siente la firme suavidad de la ropa de cama, en su rincón de la buharda del palazzo. El olor es fuerte y penetrante, es su cuarto y es donde habitualmente prepara sus pigmentos y sus óleos, y las imprimaturas de sus lienzos. Al pronto descansa, pero su vida ha sido, y es, una contínua carrera, huyendo siempre hacia adelante, siempre buscando el escondite posible, una escapatoria a su ajetreo vital.
Ahora, todo parecen cruces y no espadas. Tiempo para la pintura. Todavía le quedan muchos enemigos, gente del hampa romana, de los que no perdonan nunca. Estos cuartos que le concede el Cardenal, el estudio, el tiempo para pintar, tiempo para practicar esa otra esgrima, la de los pinceles; la que está dándole la celebridad en la ciudad—“el pintor más importante de la Villa y Corte”— y algo de tranquilidad a su espinoso y pendenciero carácter. Es Roma, la grande, y todo el mundo está aquí… Su vida es así: de día: pintar, contínuamente; de noche: sus algaradas, sus aventuras, los amigos y los enemigos. Un año ya viviendo y trabajando, bajo la protección del prelado romano, un refugio condicionado. Don Francisco quiere siempre lo mejor y más selecto de su producción y exhibir al ‘Caravaggio’ como un héroe, o un portento de feria, en los salones distinguidos de la ciudad. Demasiada pintura religiosa, pero era un precio justo para un cambio de vida, necesario. Y los beneficios son pingües…
Al fin y al cabo—da en pensar—en un corto espacio de tiempo, ha creado un estilo propio y gustoso para Tirios y Troyanos; le han salido imitadores y decenas de copistas, incluso en el frio norte de Europa, y en el cálido sur. Le gusta el valenciano Ribera, ese “Spagnoletto” que vió en Nápoles, su tenebrismo es incluso más poderoso que el suyo. Las técnicas de Caravaggio vuelan de una corte a otra, pintor de pintores, su enemigo no es su calidad, es su carácter. Alucinan con la ausencia de dibujos previos y bocetos; y la realidad tal como es, sin idealizaciones. Su personalidad transciende en su estilo. Sus bodegones son su excelencia, la naturaleza en todo su detalle. Casi fotográfico, estoy seguro que le hubiese encantado tener mi cámara de fotos. De hecho, el pintor David Hockney le acusa del uso de espejos y algún tipo de ‘cámara oscura’ para pintar; nada se sabe de cierto, y aun si fuera así, no le restaría ni un ápice a su maestria.
Lo más interesante de su aportación a la Pintura es el uso de la iluminación focalizada, casi teatral o cinematográfica, blancos duros y puros sobre una imprimación obscura total, el famoso “chiaroscuro”, dramatismo y tenebrismo, obliga al espectador a fijar la vista de un rostro a otro, creando la historia del cuadro con su diseño compositivo. En cuanto a la ejecución, no hay dudas sobre sus técnicas, su rapidez es legendaria: un blanco níveo y brillante, su bermellón y unas cuantas tierras obscuras. El dramaturgo Lope de Vega hubiera dicho lo de: “…en horas veinticuatro, pasaron de las musas al teatro.” Alguien calculó que un cuadro no le duraba más allá de cuatro o cinco días. Su influencia (esto si sería un “influencer”) fue, también, rápida y duradera hasta hoy. Pintores y toda clase de artistas han bebido de él: Barrocos, Realistas, Impresionistas, Hiperrealistas, Abstractos, pictóricos y fotográficos…
Está rememorando, tumbado en el lecho revuelto y observando el cielo raso, absorto en los vestigios de frescos y escayolas mal doradas y desportilladas por el acoso del tiempo; recuerdo de algún otro pintor ocupando, antes que él, estos cuartos palaciegos. La maldita rodilla derecha no deja de dolerle… Conciliaba los recuerdos de lo que había sido su existencia—un huracán, años atrás—en estas mismas calles, corriendo siempre y salvando su vida y su bolsa de pinceles. No podía permitirse el lujo de perder aquellos pelos de marta—tan suaves y tan caros—guardados, como joyas, en lo más recóndito de sus estudios y sus viviendas. Sus correrías acababan siempre en los escondites de las buhardillas de aquel barrio, detrás de San Luis de los Franceses. El éxito de la pintura le está redimiendo de muchos problemas, pero ‘la cabra tira al monte’ y lo bizarro y pendenciero lo lleva dentro.
Ahora vive en primera línea, comida caliente todos los días, ropas que ya no son jirones, todo a las prisas, como si quisiera vivir mucho en poco tiempo. Aunque con precisión y detalle, sigue pintando ‘a las carreras’—prolífico, le llaman—una palabra que ha aprendido ayer. Caravaggio es hombre de pocas letras y menos escrituras, su virtud está en su mano y sus pinceles. Entorna, un rato largo, los ojos acostumbrados a ver arte. Son ensoñaciones lentas de una vida larga y prolífica, que nunca tendrá. Michelangelo Merisi da Caravaggio murió a los 36 años, en Porto Ercole, a la vuelta de un viaje a Malta, no se sabe si asesinado o envenenado por el plomo de sus propias pinturas, como el español Francisco de Goya. Las mismas que les dieron renombre universal. Quizás sea su leyenda, pero todo en el pintor italiano fue legendario. Un grande.
Luisma, Maypearl TX 1 de Mayo del 2021
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