Siempre fue mi gran desconocido de entre los grandes. Un pintor diferente a los demás, aunque estaba ahí con todos. No es que yo no parara mientes en su pintura, algunos de sus cuadros me influenciaron siempre muchísimo, más de lo que yo nunca me dí cuenta hasta ahora, un siglo después. Era algo personal con el hombre, con su falta de atractivo, para mí. No fue así para las mujeres de su época, aunque nunca llegase a los niveles del músico Ravel, del cual no he conocido ninguna mujer, ni de entonces ni de ahora, que no se sintiera atraida por él. Matisse, el hombre, nunca me llego a interesar como Picasso, el hombre. Aunque compartieran tantas cosas.
Matisse, uno de los dos más grandes “fauves” tardó en entrarme, a pesar de su gloria y celebridad. Andre Derain me afectó mucho más, aún siendo su colorismo mucho menos atractivo. Hoy, Derain apenas me interesa y Matisse lo hace cada vez más; como ellos no han cambiado es de suponer que yo lo haya hecho.
Todo lo que sé de Matisse, el hombre y el artista, lo aprendí en una noche y fue mucho más de lo que nunca aprendería en los libros, y todo por una de esas casualidades de la vida. Vivía entonces en Houston (Texas), de esto hace quince años. Una tarde de poco quehacer, leyendo el periódico, supe que Francoise Gilot; en otro tiempo compañera de Picasso y luego casada con Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio; la madre de dos de los hijos de Picasso, Claude y Paloma, daba una conferencia-coloquio sobre arte. En su calidad de pintora, crítica, musa de artistas, compañera de pintor y “enamorada” de otros pintores, la cosa presentaba interés. Hacia allí me encaminé, solo para pacientemente “soportar” más de dos horas de interesante panegírico de Matisse, su persona y su obra. Por alguna razón yo esperaba que fuera sobre Picasso.
No fue así, y aquella mujer – que mujer más interesante – desgranó un montón de información sobre Henry Matisse, el pintor y el hombre, esa vibración que no puede estar en los libros. Sus ideas, sus intereses, sus sueños, sus glorias, su personalidad. Inmundicias solo habló de las de Picasso. Demostró gran enamoramiento corroborado por la exhibición de pintura suya, personal, enormemente influenciada por Matisse. En el coloquio le pregunté porque pintaba como Matisse y criticaba tan duramente a Picasso, si había tenido los hijos con él. Su respuesta fue: tu debes ser español, solo un español hace una pregunta semejante.
Aquella noche cené con ella y me uní a su grupo de acompañamiento, en el restaurante de Ninfa, la mexicana. Me habló largo y tendido de Matisse y muy poco de Picasso. Supe que la envidia y la competencia entre los dos era grande, a pesar de la diferencia de edad, una auténtica rivalidad, a veces cómica. Pablo era 12 años menor que Henry. Ella, a su vez, era 40 años más joven que Picasso. Me pintó a un Matisse interesante, dolido por la edad y las condiciones físicas, acarreado en su silla de ruedas por una antigua modelo. Devoto de sus amigos y hasta de sus rivales, el fue el iniciador del salón de Gertrude Stein, fragua de la pintura moderna. Sintetizó, simplificando, las diferencias con Picasso; este pintor de la imaginación y Matisse, pintor del natural. Los dos pintores de mujeres. Ambos muy diferentes en su relación con ellas. Pude entender su pasión por Matisse.
Su retrato de Matisse es el que hago mío ahora. Un artista que no pintaba las cosas sino la diferencia entre ellas. Alguien rendido más a la veracidad de la representación que a la exactitud. Lo natural de la imaginación primando sobre la realidad, y aunque nunca llegó a ser un abstracto estuvo a un solo paso de serlo con su Vista de Notre Dame, de 1914. Probablemente ninguna pintura me ha influenciado tanto ( excepción hecha, claro, de las Meninas). Además tocaba el violín, cada mañana, y toda su vida le fastidió no pintar como todos los demás, ser tan diferente. En resumen, a mi tampoco me importaría convertirme en un pez rojo, si fuera en la misma pecera que Matisse.
Luisma, 18 de Septiembre del 2012
[originally posted at Dust, Sweat and Iron]