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Hitos Americanos

New York City, 2005. Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

New York City, 2005. Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

(Reúno en un par de “entradas” contenidos diversos que en su día formaron parte de cartas que nunca llegaron al buzón. En general, eran respuestas a preguntas como: has estado aquí?  Has estado allá?)

…No, nunca he estado en el interior de la Estatua de la Libertad; Miss Liberty como le llaman los americanos. Ni siquiera he estado cerca; solo la he visto desde las Torres Gemelas, antes de que las tiraran y también desde uno de los puntos pintorescos más atractivos, por la vista de Manhattan, de la ciudad de Nueva York: la terraza del paseo de Brooklyn. Es una señora a la que he visto siempre desde lejos, pues vive en una isla y hay que poner empeño en visitarla. Quizás, un año de estos.

Tampoco he estado nunca en el Monte Rushmore, en las caras de los presidentes americanos en piedra, un sitio del que, sin haber estado allí, ya sé que impresión me va a producir: la misma impresión que el Valle de los Caídos, en las afueras de Madrid, en España. No debe haber misterio, no debe haber buenas sensaciones…un monumento artificial y vacío de contenido, un poco como traído por los pelos, como metido con calzador. Grandilocuencia en estado puro y sin condimentos. Y frialdad, mucha frialdad. Tendrán, seguramente, que pasar algunos siglos por estos dos lugares y ese cocinado, vientos y aguas, le añadirán algo de sabor, y cicatrices, a esas piedras.

Si que he estado dentro, y en lo alto, del Arco de St. Louis, en Missouri, es decir en el mas extraño ascensor y con el mas extraño recorrido de todos los que he montado en mi vida. Un ascensor que mas parece una cápsula espacial o una escalera, con un recorrido que semeja el de una montaña rusa. Y todo para llegar a una habitación tubular en el punto mas alto del cimbreante arco y ver durante un par de minutos, allí abajo, el feote centro de negocios y el paisaje plano y falto de atractivos  de los alrededores de dicha ciudad. Esto a cuenta de estar en sitios extraños o donde puedas tener sensaciones extrañas, aparte de las típicas sensaciones de vértigo.

También he estado en Graceland, la casa donde vivía Elvis Presley, en Memphis, Tennessee, y donde vive su recuerdo faraónico. Y le llamo faraón porque de alguna forma siempre me ha recordado cierto paralelismo con Lola Flores. Además la imagen de Memphis, en evidente referencia al de Egipto, es un enorme edificio de cristal en forma de pirámide; en cuyo interior lo deberían haber enterrado, para así consumar la semejanza. La casa, Graceland, es un sorprendente despropósito estético y un reflejo absoluto de lo que Mr. Presley quiso ser y vino a ser. Uno podría pensar, al entrar en cada habitación visitable, que en cualquier momento te va a venir un tufo a naftalina; pero, no es así y la única naftalina que hay en esta mansión es mental. Hace unos días se han cumplido treinta años de la muerte del cantante y todavía se reunieron más de setenta mil personas venidas de todas partes del mundo. Un fenómeno, Elvis, vendiendo su moto.

Hay muchas cosas que ver en este país, aunque no siempre son las que las guías turísticas y los tipismos indican. Algún día te hablaré de puentes, algunos de mis más interesantes hitos americanos.

Si por casas extrañas, o monumentos, para visitar se tratare, debería hablar aquí de mi visita a la casa icono del imperio: la tan cacareada Casa Blanca en Washington, D.C. Aún siendo una de mis ciudades favoritas en el mundo que conozco y habiendo estado en ella muchas veces, solo en una ocasión he visitado la casa presidencial. Hace muchos años, en mis tiempos de turista en este país, entonces el tour de la Casa Blanca costaba veinticinco centavos. Nada especial en ella, excepto la colección de retratos de los presidentes, de no mucha calidad pictórica, pero de interés humano; y la tremenda sospecha de estar continuamente vigilado, un silencio sorprendente y la sensación ominosa de que las paredes oyen. Y no es que uno tenga mucho que decir en esa situación.

Mi casa americana favorita, de largo y sin discusión, es la Casa de la Cascada (Fallingwater) en el interior de los famosos bosques de Pennsylvania. Una de mis visitas obligadas, al menos una vez al año. Sensacional, en el más estricto y amplio sentido de la palabra. Pero esta visita será objeto de una mayor y mejor atención escrita en otra ocasión.

A pocos kilómetros de Fallingwater se encuentra otro de los lugares sorprendentes de la casa americana. En este caso es un hotel, el Nemacolin en Farmington, también dentro de los increíbles bosques de la parte oeste del estado. Es una copia fiel del Hotel Ritz de la Plaza Vendôme en Paris, en este caso en el medio de la floresta y a bastante distancia de lugares habitados, totalmente en solitario y a una hora y media de la ciudad de Pittsburgh.

Lo que más me sorprendió de este hotel, aparte de su emplazamiento geográfico, no fueron sus salones, ni sus habitaciones de imitación francesa, ni su colección de pinturas también de imitación, incluidos originales de dudoso gusto. Lo más sorprendente fue salir a la terraza de balaustrada en la parte trasera del hotel; salir a lo que yo pensé que iba a ser un jardín francés también, o el acceso al bosque cerrado, solo para darme cuenta que estaba sobre la pista de un aeropuerto, pequeño y muy bien cuidado y no más ancho que el típico cortafuegos. Más o menos, la misma sensación que cuando atraviesas unas vías de tren y te quedas mirando a la lejanía, esperando ver aparecer una locomotora. En este caso hubiera sido un avión dispuesto a aterrizar. Lo único que vi sobre la pista, en el rato que estuve alucinando, fue en par de ardillas que seguramente estaban familiarizadas con la presencia de aviones rodando entre el olor a pinos y el silencio vegetal.

Todo es menos salvaje y menos épico…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Todo es menos salvaje y menos épico…” Photography: luisjimenezridruejo.com/photos

Edificios singulares, por llamarlos de alguna manera; algo de lo que se pueden encontrar muchos ejemplos en este país, y eso en las más variadas categorías. Lo asombroso que puede resultar visitar un fuerte de los de la época del Wild West (Salvaje Oeste). No se parece en nada a la imagen que teníamos, que veíamos en las películas de nuestra infancia. Todo es menos salvaje y menos épico, e increíblemente, mucho más “moderno” en aspecto de lo que podríamos imaginar; al fin y al cabo de todo eso no hace tanto tiempo. He visto varios, pero el primero fue el que me produjo la mayor impresión. Fort Davis, en Texas, que se conserva en bastante buena condición y donde, a finales de los años ochenta, pude apreciar adelantos casi cinematográficos en museologia; magnifica la forma en que exhibían lo que pudo ser la vida en aquellos momentos que conformaron el nacimiento de este país.

 Los conceptos de la vida aquí no han cambiado tanto, seguimos viviendo en la cuasi idea del fuerte, la vieja “frontera”. El sentido de la propiedad, la libertad individual y por ello la autodefensa, incluyendo las armas de fuego, se ven reflejadas en la misma condición que las ropas, las botas, los escasos libros y todas las zarandajas que se exhiben en esta reliquia.

Fallingwater, 1936 (Frank Lloyd Wright). Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Fallingwater, 1936 (Frank Lloyd Wright). Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Sorprende la afición generalizada del americano y su casa en mantener parcelitas de jardín, “the yard”, frente a la abundancia de terrenos y vistas maravillosas; jardincitos individuales, en cualquier ámbito de la sociedad. Podría ser el recuerdo de la falta de terreno en los países de origen de esta sociedad de colonos, pobres antes y ricos después. El sueño americano funciona de muchas maneras diferentes, pero, la casa y el jardín individualizado dominan todavía la imagen de este sueño. “The shining city upon a hill” de Ronald Reagan.(El brillo de la ciudad allá en la colina).

 Hitos de un país nuevo, en un nuevo mundo que ya empieza a estar un poco viejo. Los imperios modernos parece que van a tener una menor duración que los clásicos.

Luisma, 22 de Septiembre de 2018

[Originally posted in two parts in 2008: Parte I; Parte II]

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Los Otros Museos

Entrada al Museo Nacional Dental en Baltimore (Maryland)

Entrada al Museo Nacional Dental en Baltimore (Maryland)

Este país, Estados Unidos de Norteamérica, es una caja contínua de sorpresas, siempre aparece un resorte nuevo con algo diferente. Nunca termina de sorprenderme y ya son más de veinte años, aquí. Supongo que al ser un territorio tan grande y con más de trescientos millones de habitantes, cabe todo, hasta lo impensable; si es que hay algo que las grandes manos de la imaginación no abarquen. Y ello en un poco más de doscientos años de vida como nación. Conocerlo todo, esa es la gran aventura americana.

Viene todo esto a cuento de mi último fin de semana en Baltimore, estado de Maryland; una “vieja” ciudad, uno de los primeros asentamientos en la costa este. Ciudad grande y feota, con los resabios de los orígenes del país todavía marcados en las grietas de su piel urbana. Cicatrices de una encarnadura de guerra civil y un pasado marinero disimulado en la modernidad y en los recovecos de marinas y bahías artificiales. Aún así, una ciudad interesante, con visitas “turísticas” de muy diferente cariz. Sobre turismo habría mucho que hablar. Despues de un día completo de Matisse, la tumba de Edgar Allan Poe o el Museo Nacional Dental pueden ser lugares a escoger.

Naturalmente, me decidí por el museo de lo dental. Allan Poe no es santo de mi devoción y las visitas a tumbas y mausoleos tampoco. Espero no tener que “visitar” la mía en un futuro próximo. Largo, lo más posible, me gustaría fiarlo; siempre y cuando las cuadernas del navío no me crujan demasiado. Hasta el momento, lo único que viene faltando del Luisma original es la parte superior de la dentadura; lo que me arrastra al interés, tardío, por lo dental y sus cuidados. Eso, y haber leído que el primer presidente, Washington, tenia el mismo problema y una verdadera colección de dentaduras postizas, de quita y pon. Algunas de las cuales se exhiben en el museo de marras. Una de ellas de madera!

Dentadura de George Washington

Dentadura de George Washington

Había sabido del Museo Nacional Dental por intermedio, interesado, del dentista de S. que juraba y perjuraba que el asunto bien merecía una visita. Apañé la cosa con el margen necesario y conveniente para volver al hotel, a tiempo de ver el Francia-España del Eurofútbol. Son amores distintos. La sorpresa, y grande, fue encontrar un magnífico museo de concepción clásica y moderna museología; totalmente al día y a la página educativa, incluidos tintes humorísticos y detalles de gran diseño. Algunos memorables, como la historia de la silla clínica dental en el hueco de las escaleras de transición entre los dos pisos del edificio. Una performance de sillas, cuasi escultórica, digna de verse en un museo de Bellas Artes.

“Siempre me ha gustado “pasarlo bien” en los museos…”

“Siempre me ha gustado “pasarlo bien” en los museos…”

No voy a detallar ahora toda su parafernalia exhibida y si alabar el sentido educacional de lo expuesto. Dentro de lo admisible, contiene muchas piezas de interacción entre la muestra y el visitante; más que nada para niños entre los cuales me incluía, para sorpresa y ludibrio de los circunstantes. Siempre me ha gustado “pasarlo bien” en los museos. Actividades, entre otras, como: avisar a calaveras de futuros problemas por tener los dientes hechos polvo; colgar la sonrisa de la buena dentadura de S. en un panel fotográfico electrónico, la mía está ya bastante impresentable; aleccionar colegiales americanos sobre la identidad de un tal Cervantes, y sus personajes Sancho y Quijote, cuyas palabras estan colgadas en el museo, en un estandarte con letras doradas del tamaño de la pared y que no me resisto a repetir aquí:

<< Quiero que sepas, Sancho, que una boca sin muelas es como un molino sin rueda y que un diente es más precioso que un diamante.>>

Los “otros” museos han ganado, con esta visita, muchos puntos en mi apreciación y, quien sabe si en una próxima ocasión no dude en visitar el museo del ferrrrocarril, el de la cerveza, o algún otro de más dificil atractivo. En este país nunca se sabe donde te va a saltar la liebre.

Luisma, 29 de Junio del 2018

[Originally posted July 2012]