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Viaje a Inglaterra (Durham)

“…en lo alto de la colina, donde ahora están el Castillo Normando y la                                       Catedral…” (Image by: thisisdurham.com)

“…en lo alto de la colina, donde ahora están el Castillo Normando y la Catedral…” (Image by: thisisdurham.com)

En tiempos de pandemia lo suyo es escribir de viajes y, por tanto, rememorarlos. Huidas de la realidad, si es posible. Leyendo mi post anterior sobre Londres, parecería que no soy muy admirador de la capital del UK. Y, es así, no es santo de mi devoción. Prefiero NY, Paris, Madrid, Roma, incluso Viena. Todas estas ciudades son “iguales”, excepción hecha de los ‘monumentos’ más significativos. Y la salvedad de New York—distinta a todas—que es la capital del mundo. Todas intentan hacer mímica al espejo de La Gran Manzana. Salir de Londres en tren, camino de Durham, es un alivio. Sabes que tienes unas horas de traqueteo, para “cambiar el chip”.  Se trataba de descubrir y recordar un viejo sueño: hollar los blandos verdes y pisar, a mansalva, los adoquines de La Pérfida Albión (repito, los clichés tienen sobre mí un enorme poder balsámico). Zambullirme en el “country” inglés, con mi idioma—allí le dicen apaisanado o paleto—bien afilado en “Las Colonias”, y tratar de pasar desapercibido como heredero fiel de La Armada. El caso es que, a las veinticuatro horas de llegar a Inglaterra, empujé Londres hasta el tramo final de mi viaje y me fui a Durham, en busca de B. y de otros paisajes, otras historias.

La estación del tren, King Cross, era una antigualla, monumento al ladrillo y que olía a eso, a viejo ladrillo, mojado desde mediados del siglo XIX; rodeada de vallas de obra que tapaban calles descarnadas, con el particular aroma ácido de los subterráneos removidos. Nada maravilloso hasta salir el tren a campo abierto, después de los suburbios inacabables del norte de la City. Aire fresco y lluvia, siempre lluvia, tamborileando las ventanillas del tren. Cuando llegas a las Islas, te ponen una nube encima, que te acompaña a todas partes donde vas, día y noche. ¡Como a Mafalda, pobre!  Quizás por eso tengo una visión borrosa y gris del “country” inglés. Un cliché más. Llegar a la ciudad es como llegar a una película de Harry Potter, saltando por el empedrado y acariciando los líquenes de los muros; de hecho, una buena parte de sus películas está rodada allí. El Gran Hall del Colegio Hogwarts y su claustro son, a su vez, interiores de la catedral de Durham. Me doy cuenta de tener sensaciones extrañas, una mezcla entre Santiago de Compostela y Segovia. Una ciudad-catedral—el área también tiene acueducto y puentes romanos—con esas calles estrechas y tortuosas de las poblaciones medievales. Tengo la impresión de que, de un momento a otro, una partida de a caballo va a embocar la rúa, sacando chispas de las piedras y reflejos de las cotas de malla. Todo muy cinematográfico, o más al día: muy televisivo.

The Hadrian’s Wall.  “…hollar los blandos verdes…a caballo entre Inglaterra y Escocia…un paisaje delicioso…” (Photography: Rick Steves)

The Hadrian’s Wall. “…hollar los blandos verdes…a caballo entre Inglaterra y Escocia…un paisaje delicioso…” (Photography: Rick Steves)

La historia de los orígenes de la ciudad también ayuda a la similitud, con su grupo de monjes que se asientan en lo alto de la colina, donde ahora están el Castillo Normando y la Catedral, y dejan de “mover”, de un lado para otro, el esqueleto-reliquia de Saint Cuthbert, como si fuera un Santiago británico. Ciudad de peregrinaje medieval, su historia parece sacada de una novela de Ken Follett, ¿o será al revés?  Con sus Señores-Obispos, de poderes omnímodos, que, con una mitra como corona, ascienden a la categoría de Príncipes-Obispos. Extraño sitio, a caballo entre Inglaterra y Escocia—nunca mejor dicho—, con sus industrias principales, ya obsoletas: minerías de carbón, fábricas de mostaza y sobre todo de alfombras. Al presente, solo le queda la Universidad y el turismo. Una península delimitada por un meandro del rio Tyne, un paisaje delicioso. Residencias estudiantiles o de postgraduados que son viejos castillos apañados para el efecto; con habitaciones grandes y altas de techos, ventanas ojivales que dan a precipicios del roquedal de asiento, sobre unos fosos que devuelven el eco de mis interjecciones en lengua castellana. ¡Que diferentes de los secos y caliginosos castillos de mi Castilla!

Llegar por la tarde, ya vencida y casi sin luz natural, a una catedral post-románica y pre-gótica, es como entrar en una sala de cine, un poco antes de empezar la película, en medio de un silencio ensordecedor. Si se ve, o no se ve, dentro de la catedral, es patrimonio de las sombras, si estas se mueven o no, una cuestión de imaginar la historia acumulada entre esos muros que huelen a centurias remotas. Las vidrieras empiezan a dar la transparencia hacia afuera, con la luz de cuatro velas. Parece que algo esté pasando, allí dentro, aunque no haya nadie. Empujo, a la vez que entro despacio por una puerta inscrita en el portalón, el que solo se abre en las grandes ocasiones. Busco un asiento detrás de una de las enormes columnas. La obscuridad se va condensando conforme te acercas al fondo de la bancada. Dos cabezadas y la siesta te gana, acompañando la eternidad de los que “reposan” bajo estas bóvedas.

“Jozef Boruwlaski, ‘El pequeño Conde’, violinista…tan solo 99 cm.” (Grabado. Wkp)

“Jozef Boruwlaski, ‘El pequeño Conde’, violinista…tan solo 99 cm.” (Grabado. Wkp)

Algunos, si no famosos, al menos son destacables. Saint Cuthbert, harto de merodear, por toda la Gran Bretaña, con su piquete de monjes negociantes, de osario a santuario, acaba en esta catedral, con su esqueleto entero, sin despieces. En aquellas calendas, las reliquias santorales eran un buen objeto de lucro. Un sueño eterno cuajado de turistas vistos desde su privilegiada posición: pisado por todo el mundo, como Carlos V en Yuste. Al fondo y ya sin velas, el nicho del Venerable San Beda, historiador de lo anglosajón, único inglés Doctor de la Iglesia Católica. Buen comedor, la obesidad no impide la santidad. Y en la capilla de los Nueve Altares, el más inopinado enterramiento, el de un minúsculo personaje polaco: Jozef Boruwlaski, un caso singular. Llamado: “El pequeño Conde”, violinista, guitarrista, y reputado como el último “enano de Corte” en el siglo XIX. Murió a los 97 años, midiendo tan solo 99 cm. A su lado y haciendo su amistad personal eterna, un famoso actor de la época: Stephen Kemble. Un hombrón de casi dos metros.

Me despierto despacio de un sueño que evoca a estos personajes. Tres bancos delante de mí, ajenos a mi presencia, una pareja joven se besa apasionadamente, su tejemaneje parece que es algo más que eso. Imagino que saben a qué soledad venían.  Me vuelvo a dormir cansado, no sé cuánto tiempo; en realidad, yo no debería estar aquí. Cuando vuelvo en mí oigo, en el otro fondo de la nave, un canturreo quedo. Es una sombra monacal con capucha, trajinando con un atril de velas encendidas. Al fondo, un rosetón de luz azul claro-obscura, me indica que ya es noche casi cerrada. Me deslizo silenciosamente por la puerta al exterior. Ya no llueve y las luces blanquecinas me arrastran a una calle con aparente tráfico. Huele a obrador de pastelería, que no sé de donde viene, es una calle sin escaparates. Dentro de este desangelado pub, donde he quedado y espero, no hay nadie y no tengo claro si es que es muy pronto, o muy tarde.

“…una sombra en traje talar, con una cruz votiva en ristre, encabezando…es una procesión!”  (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“…una sombra en traje talar, con una cruz votiva en ristre, encabezando…es una procesión!” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

 Sentado en un rincón, mirando al exterior por las ventanas cuadriculadas, miro la calle cuesta abajo, de pavés empapado. Pequeños regueros de agua se deslizan, devolviendo brillos a las luces mortecinas. Al pronto de una bocacalle lateral sale una sombra en traje talar, con una cruz votiva en ristre, encabezando…es una procesión!  El desfile, gente de negro y mujeres con velo, rodea unos portadores con un féretro…es un entierro!  El ataúd está cubierto por una bandera blanca, familiar, en el centro un escudo redondo con las siglas -Mcf – cruzadas por una banda diagonal morada, y encima una corona real (!?). Extraña patria, extraños himnos silentes. Las notas cadenciosas de dos chirimías y un fagot acompañan el final del cortejo que se esfuma calle adelante. El camarero me informa que se trataba de un turista encontrado en la catedral esta mañana. Me doy cuenta, espantado, y perturbado tratando de divisar las sombras que se escapan a lo lejos… Había asistido a mi propio entierro!

Alguien me mira, inquisitivamente, desde la puerta medio abierta del pub. Viene hacia mí, con una sonrisa enigmática. Es B., la gallega de Durham. Pero esa es otra historia…

Luisma, Maypearl TX                    15 de Noviembre del 2020

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Viaje a Inglaterra (Aires de Londres)

“… la Noria dichosa, que más que un ojo es un lunar…”

“… la Noria dichosa, que más que un ojo es un lunar…”

Nunca había escrito nada de mi primer viaje a Inglaterra, con el que rematé mis aventuras del siglo XX y de paso contacté con el territorio original de lo anglosajón. Simplemente, quizás por culpa del idioma, nunca se me había ocurrido saltar el Canal de La Mancha. Francófilo y francófono, para mí Europa empezaba en los Pirineos y, por el oeste, acababa en Normandía. Un montón de años después, tras casi una década en los USA, mi ‘proficiencia’ ya estaba lista para intentar conducir por la izquierda, beber “ale” y desayunar carne con mermelada. Atroz. Husmear la diferencia entre los súbditos del rey y los siervos de la democracia. Vagabundear, al fin, por el histórico territorio enemigo. Ah! La Pérfida Albión…(los clichés son como flotadores de playa, rosquillas de caucho). De que flecos del Imperio Británico habían sacado la idea para el Imperio Americano, aquellos Padres de la Patria, los Fundadores de los EEUU, que a este paso van a perder hasta lo de la Unión…

Siempre había intentado saber algo más de las Islas que lo propio, lo histórico, lo consuetudinario, pero la falta del idioma, resuelta cambiando la “grandeur” por esa lengua medio bárbara de la monarquía rara de los británicos—tan rara como la nuestra—me lo impidió, o nunca me catapultó allí. Los Tercios tampoco saltaron La Mancha, el Canal. Una pena. Leyendo en inglés lo que fue escrito en esa lengua, acabe hablándolo. ¡ Y ahora, hasta me gusta! Viendo letreros pintados en los tejados, mientras vuelo sobre los suburbios de Londres… Y en esto estaba pensando cuando, al pronto, después de largas horas atlánticas, salíamos de una nube e inmediatamente rodábamos por el “Tarmac” de Heathrow. Un Londres que me recibía lloviznando, para variar y para anunciarme todos los clichés habidos y por haber. El viento, un aullido musical, pero un aullido. Heathrow, un aeropuerto en obras, con olor a pescado y patatas fritas con mal aceite; en realidad encontré que Inglaterra entera estaba en obras, o sus señalizaciones. Me dijeron que es una costumbre, en verano, instaurada después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque a mí me pareció que estaban detenidas, quizás por falta de presupuesto. Pie a tierra y sigo con la obsesión del ‘no hacerme’ una foto con un “Beefeater” y otras muchas que acechan, en lontananza.

“ La Venus del Espejo, de Velázquez, la pintura que deja boquiabiertos a los espectadores anglosajones…” The National Gallery, London.

“ La Venus del Espejo, de Velázquez, la pintura que deja boquiabiertos a los espectadores anglosajones…” The National Gallery, London.

Después de mis primeras horas en el Londres más típico—seguía lloviznando, calabobos—paseando calles mojadas y riberas del Támesis, donde empezaba a insinuarse el “puré de guisantes”, que ya no permitía el disfrute del Puente y la Torre; y mucho menos el de la Noria dichosa, que más que un ojo es un lunar horrendo en el paisaje. Opte por callejear, City adentro, en busca de un hotel barato. Algo después y como seguía lloviendo, para variar, acordé conmigo mismo suspender el chapoteo callejero y al llegar a Trafalgar Square, decidí pedir un oportuno ‘asilo político’ en la National Gallery. Al fin y al cabo, era una de las razones principales de mi viaje a Londres: la visita, por fin en persona, a una ‘vieja’ amiga. La Venus del Espejo, de Velázquez, la pintura que deja boquiabiertos a los espectadores anglosajones, y no precisamente por sus obvias calidades pictóricas, que también. Dos horas de concentrado ‘voyeurismo’ colmaron mis expectativas, con un par de incursiones para saludar a Turner, que siempre anda ‘vendiendo’ paisajes, a punto de bruma, de sala en sala. Aquella noche pensé cuanto me hubiera gustado mirar por el ojo de la cerradura, aquellos posados; y que la modelo hubiese sido, realmente, la pintora italiana Lavinia Triunfi.

En realidad, los aires londinenses son vientos, fríos y desangelados, casi siempre húmedos, como los caracteres de sus héroes: Cromwell, Nelson… Mi único héroe del enemigo histórico ha sido siempre Milord Wellesley, Duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo (con Grandeza de España), una rareza histórica, salmantino de adopción; a pesar del bombardeo de las textiles de Béjar y la Fábrica de Porcelanas, donde se le vio el rabo enroscado al inglés. “Nadie es perfecto”… como dice Joe E. Brown al final de “Con faldas y a lo loco”. Mi lista de insignes británicos es muy corta: Turner, el excéntrico, del cual, fuera de su pintura, sé poco. Bacon (era irlandés), otro raro; hispanista ganado para la causa, con los tintos de Cariñena, y los blancos de Riscal. No sé si nos legó, nacionalmente, alguno de sus cuadros. Deudas morales. Ya sé que este soporte no da para recuperar Gibraltar, ni para cogerle el gusto a dormir en las húmedas camas inglesas. Hablando del diablo… De la mujer británica, de momento ni comentario. Ninguna de la que tenga un buen recuerdo. Ni malo, tampoco. Algo es algo.

“Arturo de Wellesley. Duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo. Grande de España.”                     Retrato al óleo por Thomas Lawrence, 1815-16.

“Arturo de Wellesley. Duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo. Grande de España.” Retrato al óleo por Thomas Lawrence, 1815-16.

Y aquí entra la explicación de la ‘verdadera’ razón de este viaje a las Islas. Verme con B., una española estudiando y viviendo en Inglaterra, un amor “por Internet” en los tiempos de: “con sonido (telefónico), pero sin cámara.”  Algo impensable, hoy día. Pero, ese es otro cantar, es la otra parte de aquel primer viaje a Inglaterra. Las jornadas resumidas en dos ciudades y cuatro horas de tren, cruzando el país de sur a norte, de la desembocadura del Támesis a Durham, en la frontera con Escocia. Tentaciones de detenerme en Oxford, sobrepasadas por el apremio de reencontrarme con B., mucho más fuerte que la atracción oxoniense. No la veía desde que ‘descubrimos el pastel y nos conocimos’ pasando unos días juntos en la ciudad de USA más “fea” que conozco: St. Louis (Missouri); durante una escala de un viaje académico, de vuelta desde California a Inglaterra, organizada, precisamente para ello,‘conocernos‘ después de tres años de Internet.

Durham, ciudad todavía inglesa, aunque teñida de colores escoceses, tan cercanos ya en el ‘muro romano’ (Hadrian’s Wall) y a tiro de cañon de las gélidas playas del Mar del Norte, perdedero de la Armada Invencible… Durham, será el próximo ‘post’ de este viaje inglés.

Luisma, Maypearl TX                  3 de Noviembre del 2020.

 

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New York City

“El puente de Brooklyn y Manhattan” Vista desde el Promenade en Brooklyn Heights. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“El puente de Brooklyn y Manhattan” Vista desde el Promenade en Brooklyn Heights. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Hace cuatro o cinco años que no voy a New York, y ya voy echando de menos la ciudad, la capital del mundo, se pongan como se pongan los que se pongan. Lo digo con conocimiento de causa, después de muchos viajes y mucho patear sus calles y sus barrios, los parques y los jardines más recónditos, todos esos sitios de las mejores fotos.  Nada que ver con los circuitos turísticos, aunque también los haya usado, y algunos hasta tengan su gracia. Echo de menos Brooklyn y sobre todo Manhattan, aunque parezca una obviedad, pero es que son las partes que mejor conozco. Sus sensaciones están grabadas a perpetuidad en mi memoria y una de ellas —extraño, sí— la sensación de familiaridad, solo sentida al circular por los “cañones” profundos de la tercera o de la séptima avenida; la sensación de no poder ver el cielo, el horizonte es siempre alto, estratosférico. En New York el cielo casi no existe, a no ser que estés tumbado en la hierba de Central Park. O agarrado a la barandilla de la terraza del Promenade en Brooklyn Heights; tipismos aparte, esta vista es el retrato más poderoso que se puede hacer: el alma de la City.

New York, la ciudad donde los grises son un arte y una salvación” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

New York, la ciudad donde los grises son un arte y una salvación” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Y los puentes, siempre los puentes, todos los puentes. Cientos, hasta los más pequeños, incluso los que no están sobre corrientes de agua, sino a menudo sobre barrios enteros, puentes de andar y puentes de <Metro> sobre áticos, tejados y terrazas, estas algunas veces con restos de mobiliario, cubiertos simplemente con lonas. Palomares y hasta gallineros, rematados por los cilíndricos, y encapuchados cónicos, depósitos metálicos de agua. Y escaleras y escalerillas que no conducen a ninguna parte, aparentemente, si acaso al cielo. Y grafitis por todas partes y en los sitios más impensables y difíciles de alcanzar, peligrosos. La ciudad donde los grises son un arte y una salvación. Acostumbrado a los puentes romanos de piedra y silenciosa vida eterna; las piedras viejas y fotogénicas, como las llamaba el siempre recordado Pepe Núñez; los puentes americanos, casi siempre metálicos, tienen un ser especial: los huecos silbantes melodiosos. En New York los puentes tienen música, la música de la vida.

“New York, 1980” Photography by Ernst Haas.

“New York, 1980” Photography by Ernst Haas.

Para explicar New York a los neófitos de su culto, uso siempre y dependiendo del día, los museos y los olores de la ciudad, a más de alguna icónica foto de Ernst Hass, esto siempre es bueno para afirmar su color. De los museos neoyorkinos, está casi todo dicho y diariamente ratificado, la ciudad es una caja de variopintos museos, la abres y salen toda clase de ellos. Tiene cien museos, sin contar los no acreditados oficialmente, colecciones privadas visitables solo por “recomendación.” Algunos de estos he visto. El campeón, el número uno es el MoMA (Museum of Modern Art), impecable, magnifico, insustituible, ejemplar, señero. Diseñado y reformado sucesivamente por, entre otros, Philip Johnson, Cesar Pelli y Y. Taniguchi, solamente hay que citar: tres millones de visitantes al año, y está dicho “casi” todo. Uno de los pocos museos del mundo donde el público es parte de la exhibición. ¡Más de 8000 visitantes diarios! Los viernes, después de las 5:30, visitas gratis. ¡Modélico! Y el “gran público” se extraña de que todos los artistas queramos ser uno de los 90000 en colección, a cualquier precio, e incluso por donación, tan difícil como el regalo. Oh! Valhalla inaccesible!

MoMA (The Museum of Modern Art)__11W 53rd St, New York, NY 10019 (Photography: luisjimenezridruejo.com)

MoMA (The Museum of Modern Art)__11W 53rd St, New York, NY 10019 (Photography: luisjimenezridruejo.com)

A mí, New York me huele bien, son los múltiples aromas definitorios de la City que me hacen olvidar otros fétidos, incluidos los de la corrupción política. Para muestra, valgan un par de botones. Olores ambientales de las calles; salir o entrar, con la bufarada de aire, en una estación de <Metro> en Manhattan a cualquier hora, olor a almendras garrapiñadas, recién cocinadas. Olor familiar que se mantiene en la ropa hasta que subes en un ascensor y el soplido de su hueco lo succiona. Y luego, está el olor eterno a pizza en las calles de “La Pequeña Italia” mezclado con los olores múltiples y pegajosos de las tiendas de ultramarinos, especias y condimentos, en su mayoría “falsamente” italianos, recriados en granjas de estados del Medio Oeste o México; aceites españoles embotellados por marcas italianas y olores a humo de panaderías, que son siempre francesas, aunque regentadas por emigrantes rusos y polacos. Olores que se propagan en pomos hasta el Bronx y el más allá. En las calles “hacia arriba” de la 42, las callejas traseras disparan por sus ventiladores un único y mismo olor a cocina, sea cual sea la etnia o la especialidad del restaurante. Los olores son nostálgicos, sobre todo los de cocina. Increíble la mezcla de efluvios, el olor lígrimo a la ciudad de New York.

“El MoMA, uno de los pocos museos del mundo donde el público es parte de la exhibición” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“El MoMA, uno de los pocos museos del mundo donde el público es parte de la exhibición” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Son tantas las cosas que se echan de menos que la única idea sería: una macro síntesis diversificada—ya sé, tal cosa no existe, es una parida—pero la idea está bastante clara: unas cuantas sensaciones y detalles en el recuerdo. Contemplar los vapores humeantes de las cloacas, sobre todo si llueve o nieva; levantar la vista al paisaje acústico, estruendoso de ruidos motorizados sinfónicos; viento de cornisas, madera y metal de coches, percusión de marras y sirenas de policía, ambulancias y bomberos, sinfonía sin solución de continuidad. Agradable o no, a la larga, eso ya es harina de otro costal. Ruidosa, los ruidos vienen de abajo, de los “adentros”, del vientre apocalíptico, entrañas suburbanas; o de arriba, del retumbe de los “altos”, estilizados farallones de cemento y cristal. New York es una ciudad siempre en obras, tomándose contínuamente el pulso a sí misma. Manhattan, a fecha de hoy: 1500 fachadas de edificios en reparación. Me gusta estar allí, pero nunca más de quince días seguidos y tampoco al cambio de estaciones. Realmente, no podría vivir “de quieto” en esa ciudad monstruosa, a la que adoro y que puede llegar a asfixiarte, como una mala novia con sus exigencias. Lo mejor para no olvidarla, algo difícil, si no imposible: las representaciones cinematográficas; ecos del movimiento y riego de refresco y mantenimiento en la maceta cerebral.

New York es una ciudad para hacer miles de fotografías, o ninguna. Puedes, simplemente, quedarte con esas imágenes entradas por el ojo, que todavía es la mejor lente fotográfica que tenemos. Imágenes mentales indelebles, procesadas y fijadas entre la cabeza y el corazón, con impulsos eléctricos de ‘perpetuum mobile’… New York City, una ciudad de recuerdos exactos.

Luisma, Maypearl TX            3 de Febrero del 2020

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50 años después… y quinientos antes (Notas para la celebración de medio siglo del viaje a la Luna del Apolo 11)

Misión Apolo 11. Comandante Neil Armstrong y pilotos Buzz Aldrin y Michael Collins

Misión Apolo 11. Comandante Neil Armstrong y pilotos astronautas Buzz Aldrin y Michael Collins

Camina lentamente, el paso acompasado a las notas de las vihuelas y caramillos; inhiesto, aunque no marcial, cojea ligeramente, este es, por fin el momento de una vida, buscado sin tregua. Toda la nobleza, apresurada a estar en Sevilla, abriendo calle al ayer nombrado Almirante de Castilla y de la Mar Océana. El señor Don Cristóbal Colón, también otorgado ayer: Duque de Veragua, de ver mucha agua, ha concitado a todo el mundo, desde hoy el Viejo Mundo. Bajo los altos cruceros de la Catedral de Sevilla, es el Tedeum de la católica Reina Isabel, celebración del primer viaje a América. Han pasado quinientos años, desde los también altos cruceros de Manhattan se abre paso, lentamente, la gran comitiva de automóviles descapotables que exhibe al Almirante del Mar de la Tranquilidad y del Gran Espacio Exterior: Astronauta Neil Armstrong y a los pilotos astronautas Aldrin y Collins, modernos hermanos Pinzón. Como aquellos cosmonautas, caen volando desde las alturas miles y miles de papelillos revoloteando, es la “ticker-tape parade”, la celebración a la americana del primer viaje a la Luna. El Nuevo Mundo se hizo Viejo ese día. ¿Que otros mundos, aunque sean vacíos, faltan por celebrar?

Fueron dos viajes muy arriesgados, similares, hacia lo desconocido—lo único a lo que tenemos realmente miedo—el mundo y sus confines es para los audaces, el universo también. Durante las, más o menos, seis horas que dura la travesía hacia América en avión comercial, mirando allá abajo, las olas del Atlántico; uno se figura lo que debió ser la desolación en tantos días de navegación, de tanto ‘ver agua’. Al menos los tres astronautas del Apolo 11 sabían, casi todo, lo que les esperaba, aunque el más mínimo misterio era objeto de dudas corrosivas. Recuérdense los eternos minutos en el último escalón del Módulo Lunar, antes de decidirse a dar el primer paso en la Luna. Quizás todo era la realización de la inmensidad de la pequeñez humana, algo que siempre se nos olvida en otros momentos. Que ha cambiado desde aquella noche lunar frente a una pantalla de TV en blanco y negro, aparte del color? De repente, todo empezó a ser en color.

“ La Luna está vacía, pero es una magnífica desolación” (Buzz Aldrin)

“ La Luna está vacía, pero es una magnífica desolación” (Buzz Aldrin)

Las preocupaciones parece que vienen siendo las mismas o parecidas. Los navegantes de hace cinco siglos pendientes de la flotación en una cáscara de nuez. Los astronautas de ayer, pendientes del próximo ruido sin interpretación, entre los miles de cachivaches de la cápsula. Todos rodeados de espacios desconocidos, abismos insondables entonces, al igual que hoy, en un espacio exterior, y de medición tan ‘absurda’ como incomprensible, o diría mejor: inabarcable. El ritmo de las aguas batiendo incesantemente las bordas y el viento sacudiendo las jarcias y las velas; a poco que se suban tres pasos de una escala, se apercibe la sensación de estar en la cáscara de nuez. Y, en la noche no mirar a las olas, mirar a las estrellas. Quinientos años después, el silbido de un movimiento inapreciable a pesar de la velocidad, el crepitar de los números electrónicos de aquellas ventanillas de ordenador, simulando un motor impulsador inexistente. Ambas navegaciones sin referencias visuales. Solo las estrellas durante la noche. Solo las estrellas durante el día. Igual, pero no lo mismo. “…Y el mar dará a cada hombre una esperanza nueva, igual que el dormir trae sueños del hogar.” (Cristóbal Colón).

Son ya cincuenta años y parece mentira, como ha pasado el tiempo y no se ha vuelto a la Luna. Desde que terminó el programa Apolo, tampoco nadie ha querido ir más lejos. ¿Para qué?  Pareció mentira? Muchos hablan de conspiraciones, falsedades, puestas en escena, montaje televisivo. Hemos leído de todo, opiniones mil, fundadas o no, da igual. Fue una carrera muy dura y enconada con los soviéticos y esa pugna fue la verdadera razón de tal gasto extraordinario y posiblemente desproporcionado. Fue otro episodio de “La mía es más grande” y aquel espectáculo mundial costó, como decíamos en aquellas calendas: una millonada; incluso con cesiones de otros proyectos científicos a la carrera espacial. Se crearon, ya para los restos, auténticos equipos selectos de trabajo, nada que ver con lo deportivo y surgieron, como por ensalmo, historias de heroicidad que prendieron en los corazones de las gentes. Todo por dos horas, treinta y un minutos y cuarenta segundos de estancia en la superficie de la Luna, el tiempo de un partido de futbol, con prórroga…Aldrin dijo al echar pie a luna: “La Luna está vacía, pero es una magnífica desolación”… nada que me sorprendiese a mí, yo he estado muchas horas “en la luna”, y sin traje espacial.

“…tampoco nadie ha querido ir más lejos…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“…tampoco nadie ha querido ir más lejos…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Y si quinientos años antes era la melenita de D. Cristóbal, moda del tiempo en todos sus retratos, hace cincuenta era el “crew cut”(corte tripulación) de Mr. Neil Armstrong, comandante del Columbia, corte de pelo que, salvo en EEUU, se llama “a la americana”. El astronauta nació en Wapakoneta, Ohio. USA está lleno, por supuesto, de nombres indios en sus mapas, en este caso territorio de las tribus Otawa, Seneca y Shawnee. Una fábrica de mantequilla y una planta de neumáticos “Goodyear”, para los entonces tres mil habitantes. Tampoco me sorprende a mí que vivo en tierras de Waxahachie, Texas, indios Tonkawa y con la nación Apache muy cerca, en términos tejanos, realmente tres horas de coche o un día y medio a caballo, hasta sus límites, la nación Apache es casi tan grande como España. El principal atractivo de Mr. Neil era, qué tiempos aquellos, el ser un hombre calmado y tranquilo, a semejanza de Charles Lindbergh, el famoso piloto solitario. Eso fue lo que decidió que fuera el primer hombre en pisar la Luna. Eso y el hecho de ser un civil entre militares, una posición de imagen ante el mundo.

Fue una cuestión humana, la punta del iceberg, los que arriesgaron sus vidas fueron los tres astronautas. Una visita al museo Aire y Espacio en Washington D.C. ofrece una perspectiva muy clara y tangible de lo que fue aquella aventura; contemplar al mismo tiempo, el primer aeroplano de los hermanos Wright y el Módulo Lunar, a los que solo separan unos metros y 66 años. Armstrong, que como ellos era de Ohio, llevó hasta la Luna un pedazo de madera y tela de aquel aeroplano y los trajo de vuelta. Sin embargo, detrás de todo aquello, había 300 millones de americanos, 400.000 científicos, ingenieros, técnicos y trabajadores, y no solo eran americanos. En los puestos de decisión había mucha gente relativamente joven; en Misión Control Houston, la edad media era de 28 años, como pasa hoy día en los laboratorios y empresas de AI (Inteligencia Artificial) o en Robótica. La ciencia solía ser un señor con luengas barbas, pero ya no son blancas.

“…aunque el más mínimo misterio era objeto de dudas corrosivas…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“…aunque el más mínimo misterio era objeto de dudas corrosivas…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Armstrong apostó que las posibilidades de alunizar con éxito, eran solo “fifty/fifty” (el cincuenta por ciento), pero llegaron y estuvieron un día en la Luna, un poco más de dos horas en la superficie del satélite por excelencia, entrando y saliendo del LM. Pico y pala, cargaron un par de bolsas de roca lunar, tiraron unas cuantas fotos, merendarían, supongo. Un rato después, plantaron la bandera de EEUU, tan cerca del Módulo Lunar que el rebufo del motor de arranque, al terminar, la hizo caer, y con las prisas así quedó para los restos. Se volvieron para la Tierra, corriendo como alma que lleva el diablo. Una excursión un tanto costosa. La estimación de la cantidad de gente que vió, en directo por TV, el alunizaje en algún momento, fue de más de 600 millones de personas. Julio, calor, en 1969, en un bar de tele en blanco y negro, con una cerveza y una de patatas bravas. Todos los que teníamos uso de razón, tenemos alguna imagen de aquel día grabada para siempre en nuestra imaginación.

Luisma, Maypearl TX      2 de Septiembre del 2019

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En Democracia

Doña Democracia: "A mighty woman with a torch…”

Doña Democracia: “A mighty woman with a torch…”

En estos tiempos de palabras que nos llenan la boca cuando las pronunciamos, o cuando las expelemos, hay una—bueno, hay más de una—que nos pone los mofletes rellenos. Democracia, que le dicen. Palabra que a todo el mundo le encanta, incluso a los antidemócratas, que como su propio nombre indica y como si fueran champiñones, crecen en cualquier esquina, en todos los jardines. No hay nada más democrático que la estupidez. Está representada en todos los sectores y no discrimina a nadie. Vamos a ver…cuantos saben lo que es la democracia (incluso muchos de los que disfrutan de sus favores), hay números? ¿Cuál es la definición de democracia? De donde viene y, sobre todo, a donde va, ¿o a donde nos lleva?

De vez en cuando es bueno y saludable hacer este tipo de ejercicio simple de comprensión y “recuerdo” de lo que significa democracia. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, democracia viene del griego antiguo y literalmente quiere decir: gobierno del pueblo, o de la gente. Gobierno de la mayoría, comúnmente entendido. La palabra a través del latín y el francés ha llegado a los idiomas modernos. Claro que hay varios tipos de democracias, pero este no es el sujeto de lo que hoy estoy escribiendo. Estoy en América, hace ya la friolera de treinta años, viviendo esta democracia tan suya. Y esto me da una cierta ascendencia en el conocimiento. No es un conocimiento libresco sino de expectación y participación (votante) en las dos décadas de este siglo.

La democracia americana es un sistema de contrapesos de poder. El Congreso y el Senado se contrapesan entre sí. El Gobierno (La Casa Blanca) tiene el contrapeso a su poder por parte del Congreso y del Senado, los tres a su vez el contrapeso de los Jueces (El Tribunal Supremo). Todos ellos tienen, o deben tener, un gran respeto a la Constitución y vivir bajo la misma bandera: “The Old Glory”. Todo esto en el mejor de los mundos, el ideal. Congresistas, Senadores y presidente son elegidos personalmente y “si dicen alguna mentira son rechazados, pues si es mentiroso no puede ser buen gobernante o legislador.” Si tienen “graves problemas privados” también se le rechaza por el mismo motivo, que no es hipocresía. Suena infantil, cualquier niño puede entenderlo, pero es que es así de simple y fundamental. Y si no es de esa manera, el sistema no funciona y todo se resiente, el edificio democrático se desmorona.

“Manhattan, el sitio lleno de rascacielos en New York, con ese nombre que en realidad es el de una tribu india…”

“Manhattan, el sitio lleno de rascacielos en New York, con ese nombre que en realidad es el de una tribu india…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Hasta ahora, que ha aparecido, como por ensalmo, un pretendido “salvador de la patria.” Un tipo impresentable. La sociedad americana, con la Constitución y la Ley en la mano, los había rechazado como el cuerpo vivo rechaza los virus malignos. Hasta ahora. Hoy, y sin nada previsible, se nos ha descolgado del baúl de los recuerdos de siglos pasados, este necio (en ingles: “asinine”, obsérvese el parecido con algunas palabras en español) que, apoyado por sus turiferarios de cierto partido político, otrora respetable, parece estar poniendo faldas arriba a la democracia americana. Parece. Pero, en este país, históricamente “el que la hace, la paga” y la Democracia es una señora en apariencia miope, con largas faldas y una antorcha, que se oxida, pero solo cambia de color y que, tradicionalmente, se lame sus propias heridas. Hasta ahora.

El problema es que, al amparo de esta democracia, y en cantidades industriales, hay una innumerable cantidad de idiotas con mala leche, que cabe la estúpida posibilidad de que el tipo vuelva a ser elegido, o se apañe para lograrlo, para mantenerse en ello. El caso es que la democracia es la democracia, y un voto es un voto—nos guste, o no nos guste, ese voto. Y esto sí que hay que “mantenello y no enmendallo”, cueste lo que cueste. Es la base y el principio de todo el tinglado. “Nadie es perfecto”… y menos Doña Democracia, antiguamente llamada Miss Liberty, esa señora pintada de verde, que “nos” ilumina desde su isla, frente a Manhattan, el sitio lleno de rascacielos en New York, con ese nombre que en realidad es el de una tribu india, como tantas cosas en este país. Cosas de la vida…

Meme found on Twitter ca. July 2018

Meme found on Twitter ca. July 2018

En el castillo interior de esta dama ya entrada en años y ‘kilos’ (kilos de dinero), con una miopía cabalgante y un montón de problemas, algunos antiguos y otros modernos (pero casi siempre los mismos) todavía se vive muy bien, a pesar de los impuestos y a pesar de los pesares. ¿Donde nos lleva Doña Democracia, de la mano como a niños…a algún parque temático? …a algún mundo mejor? Desde hace cien años nos ha ido llevando o apacentando a donde ha querido, poniéndose mientras tanto gorda y lustrosa. A veces, tiene la tendencia, se sale de las vías, aunque casi nunca descarrila y como a los trenes eléctricos de juguete, de nuestra niñez, con un “empujoncito” se monta de nuevo en las vías y continua su camino. En los últimos tiempos, minutos de su vida real, ha empezado a perder peso, asediada por montones de pretendientes, que la traen a mal traer. Los ataques le vienen de todas las ‘esquinas’ de la rosa de los vientos, y aún no ha perdido un ápice de su poder de disuasión.

“...I lift my lamp beside the golden door.” (Photography by Luisjimenezridruejo.com)

“…I lift my lamp beside the golden door.” (Photography by Luisjimenezridruejo.com)

Y aquí aparece el verbo favorito de la conservadora sociedad americana: prevalecer… prevalecerá, porque así lo quieren los cien mil hijos de…la revolución industrial, para sus perezosos retoños, que, con tener para la cerveza de buche, la película (serie) embotadora, de acción (que alguien, por lo menos su imagen, se mueva) y la ocasional papelina, tienen suficiente. Habrá que ver en que acaba todo esto del último Imperio, si es que tiene que acabar. Vivir para ver… eso es lo que me hace falta. Mientras tanto, como estamos en democracia, voy a ponerme los pantalones de cuadros y ayudándome del “putter”, como bastón, voy a ‘acercarme al teléfono’ (así se decía antes) y llamar a la oficina del Senador de mi distrito electoral y “puttear” al ‘interno’ de turno, amenazándole con mi No-Voto. Es muy higiénico y saludable.

Luisma, Maypearl TX 4 de Julio del 2019 (Día Nacional de las barras y las estrellas)

                                                                                          –Emma Lazarus, 1883

Todo es posible en Granada

“…incluso que una mujer a caballo, hace más de quinientos años, junte allí todas las piezas de un reino, después de ochocientos años de lucha.” (painting by Francisco Pradilla; photo-art by luisjimenezridruejo.com)

“…incluso que una mujer a caballo, hace más de quinientos años, junte allí todas las piezas de un reino, después de ochocientos años de lucha.” (painting by Francisco Pradilla; photo-art by luisjimenezridruejo.com)

Cuando te achacan, el vivir en una película americana de serie B (lo cual nunca he negado) empiezas a pensar que al irte de “paseo” a España, sigues viviendo, en otra película clásico-folclórica española, digo, una de Manolo Escobar o de Alfredo Landa. Sería bueno llegar a lo de una de Almodóvar, pero mi condición de mal actor, sobreactuado y melodramático, me lo impide. El caso es que lo de mi vida en serie B, me hubiera gustado que fuera un “western”, una del Oeste como las que soñaba de pequeño. Esas películas donde la gente muere como Dios manda: a balazos, cayendo como un saco de patatas en el polvo, mordiéndolo, si se tercia; o salpicando barro, si la película es de Leone. Cualquier día puedo terminar aprendiendo a morir, en blanco y negro o en Tecnicolor del bueno, del que se evaporan los colores con el tiempo.

No me va a quedar más remedio que “aggiornarme” (Sergio Leone sea loado!) para la ocasión, por ejemplo: aprender a montar a caballo. Un tejano que no monta, no es muy tejano. Solo una vez lo intenté y descubrí que los caballos tienen vida propia y no tienen motor. Tendré que consultar con los más viejos del lugar, para ver si me condonan lo de montar a caballo con el conducir una “pick-up truck” (camioneta) roja y polvorienta. Por aquí, todos los caminos están asfaltados, pero ‘a falta de pan’ la meto por las tierras y el bosque para que coja patina. El desierto, uno de ellos, queda como a unos dos días de camino de aquí, hacia el suroeste. Se me sublevan las mientes, ahora que se habla tanto del dichoso muro con México. La mayor imbecilidad que he podido oír en décadas. Imaginad una cabalgada con tiroteo teniendo que detenerse ante un monstruoso muro de acero y cemento…

“Mundos verdes, incontables matices, mil batallas…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

“Mundos verdes, incontables matices, mil batallas…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

Ya me enrollé, y no era de esto de lo que hoy quería hablar. Me patina la neurona y también, bastante, la memoria. Ya ni me acuerdo de que iba lo de “Todo es posible en Granada”. ¡Ah!  Si… de llevar mucho tiempo en este país. Ahora que he vuelto a Texas, todo me parece extraordinario y las más de las veces: bello, y hasta cambiado y nuevo, aunque sea todo lo mismo. ¿Será que he debido cambiar yo?  ¡Así lo veo en las fotos de cuando llegué aquí, hace ya casi treinta años —quien lo diría!  La primera década viviendo en Houston y viajando mucho, luego unos meses en Wheeling (West Virginia) y acto seguido en Pittsburgh (Pennsylvania), años y años, hasta que me dí la vuelta y sin resquemor, ni resentimiento ninguno, trasladé cuatro cosas, pocas, y una burbuja grande de atmosfera y vivencias de la casa, con “ella” dentro.

El aire que respiraba no era Pittsburgh, era ella, S. (léase, Ese Punto). En pocos años se me han borrado un montón de vivencias y de personas, que eran o fueron el acontecer diario de mi vida. Pasmosamente preciso es el olvido de todo lo no tiene que ver con ella. Ahora, cuando diariamente contemplo y admiro la pradera, los cielos tejanos tan abiertos y mi vida tranquila y retirada de los jaleos de la urbe (Dallas), de la que solo veo los resplandores nocturnos, ese olvido me parece que siempre ha sido así, o que siempre debía haber sido así. El único resquemor, y ahora con resentimiento, es que tengo la edad que tengo—setenta y cuatro—, algo que no se puede cambiar. Ya se me han vuelto a escapar las mientes a Granada, incluido el Palacio Rojo, un sueño habitual que está en mi imaginación, gracias a lo fresca y muy usada que la tengo, y al YouTube, todo hay que decirlo.

“Evocando timbales, trompetería y gente a caballo…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

“Evocando timbales, trompetería y gente a caballo…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

El tiempo ha corrido a borbotones líquidos y para recordar lo pasado, sin apenas nostalgia, necesito despertarme con la frescura de mente necesaria para recordar cosas. Por ejemplo: hoy salí al porche del estudio, muy de mañana y ‘sentí sensaciones’ (¡el señor de Cervantes me valga!) familiares, un airecillo abulense, serrano, digno de la chaqueta de pana que no tengo. ¡Me calé una gorra de béisbol, de color amarillo-limón, haciéndome a la idea de que era una boina negra, manoseada en cien soles a mediodía y eché a andar por una vereda del bosque, pensando—pobre de mí!  —que de un momento a otro encontraría un frontón, de piedra fregadera, claro, con su bancada de asiento y una buena fila de jubilados. Lo digo como si no me diera cuenta que ya soy uno de ellos. Cuento con que algún placer oculto ha de haber en charlar, con personas que no conoces, de la próstata y los otros mil achaques que me atenazan. Por ejemplo, de como una mujer puede ser reina quinientos años antes y no puede ser presidente quinientos años después.

Naturalmente, aquí ni siquiera hay un mal muro de sillar de piedra y, por tanto, nada de grupos de jubilados de los de boina y cayada, ni de ningún otro tipo. De manera que la supuesta conversación se queda en un parco soliloquio, en la orilla del lago, tratando de aleccionar a los patos, que no muestran ningún interés en mis problemas. Nada produce una mayor sensación de vacío que esos patos nadando silenciosamente. Todo es más grande y más impresionante en Texas, cosa sabida. Descubriendo mundos verdes y de cien mil matices, en imágenes con una tremenda capacidad de evocación de otros universos que están dentro de mi. Y de igual manera todo es posible aquí, como todo es posible en Granada. ¿Y de que iba todo esto?  ¡Ah! De que Texas es grande y este mundo es enorme, siendo tan pequeño en el Universo. Hace poco, por primera vez, sentí el silencio del universo, que es lo mismo que nuestro silencio interior, mirando la luna, tan cerca, en un telescopio. Si lo podemos imaginar, todo es posible.

“ Isabella of Castille, Queen of Spades in another world…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

“ Isabella of Castille, Queen of Spades in another world…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

No es pues extraño, aunque si sorprendente, lo que me pasó en La Alhambra, hace un par de años en la cola de entrada al Palacio. Tres puestos más atrás de nosotros, apercibí una cara conocida, era una pareja y el hombre me resultaba familiar, la cola se apretó con más gente llegando y quedamos las dos parejas casi pariguales. Hablaban en inglés, inglés americano, y reconocí el acento de Pittsburgh. Al pronto, el hombre me encaró y me espetó: ¡Ya está! —Sabía que lo conocía, ¡no se me escapa una cara!  Ud. Es el señor del Mallorca Restaurant, en el South Side de Pittsburgh…Y al pronto, yo caí en la cuenta: ¡Y Ud. es un policía del Precinto 3 de mi barrio, South Side, en el cuartelillo a 200 metros de mi casa…! ¡Nunca habíamos hablado, pero nos conocíamos de vista y nos veníamos a encontrar y reconocer en…las puertas de La Alhambra, a miles y miles de kilómetros de nuestras casas!

Lo dicho: “Todo es posible en Granada”, no es solo una expresión clásica popular y el título de una película de serie B de los Años Treinta, también parece ser un hecho consumado en ‘mi película personal’. Por lo demás, algún día me decidiré y jugaré a la Lotería, ya vienen siendo muchas coincidencias. Veremos. De momento, sigo fotografiando estos y otros mundos, haciéndolos posibles. ¿A saber porqué…?

Luisma, Maypearl TX    24 de Junio del 2019

 

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Otro museo americano

S. (Ese punto) de incógnito, junto a la “cabeza” de Jaume Plensa, en Dallas Meadows Museum of Art. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

S. (Ese punto) de incógnito, junto a la “cabeza” de Jaume Plensa, en Dallas Meadows Museum of Art. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

La galería de arte es la hostelería de la pintura, la escultura y las artes gráficas. Ahí viven los cuadros, provisionalmente, desde que salen del estudio del artista hasta que encuentran acomodo en las casas de los coleccionistas, inversores o compradores privados. Hoy, el “negocio” del arte ha cambiado y ya corre la venta de arte por Internet, lo que ha puesto en delicada situación a muchos galeristas que hasta final del siglo pasado se mantenían bastante bien con sus ventas. El pintor de cuadros ya no es pintor de “cuadra”, los “equipos” de artistas “exclusivos” de galerías, incluso las especializadas, ya no encuentran el dinero galerista suficiente (hay galerías que retienen ya más de un 70% del precio marcado al público) para cubrir los gastos, o para mantener una carrera, o la vida pública que se le supone a un artista de éxito entre el “gran público”.

“El Prado en la pradera” Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

“El Prado en la pradera” Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

El otro destino final de la pintura es el panteón de los cuadros ilustres, el más o menos “pequeño museo” ciudadano y, eventualmente, el Olimpo de los grandes, el gran museo nacional con sus grandes colecciones, en las (grandes) capitales. Allí es donde duermen “el sueño de los justos” y están expuestos eternamente a los dimes y diretes de ese dudoso “gran público”, la Armada turística. Tambien expuestos, ocasionalmente, a los embates de los mastuerzos de la crítica, astifinos y berrendos en negro, monstruos como salidos de un particular “Game of Thrones”, que con el teclado en el puño se producen al respecto, y a su aire, con mezcla de envidia e impotencia. No se puede llegar—si es que hay que llegar a algún sitio—con la pintura y el arte, ni más cerca, ni más lejos. Se advierte, claramente, y no es cosa nueva en mí, que no doy un bledo por la opinión, salvo honrosas excepciones, de los clásicamente llamados: críticos de arte, y sus elegancias. ¿Como no tienen otra que decir han acusado, desde siempre, a mi pintura de “elegante”… a saber cómo?  De fotografía, ni siquiera pretenden entender, se retorcerían como diablo con escapulario.

“Siempre me ha gustado ‘pasarlo bien’ en los museos.” Meadows Museum, Dallas (Texas). (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“Siempre me ha gustado ‘pasarlo bien’ en los museos.” Meadows Museum, Dallas (Texas). (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Sin embargo, no todo son los grandes museos. Tambien están, y son legión, esos otros “pequeños” museos, en las capitales de los estados, cincuenta son la Unión, lo que realmente da para mucho museo. Más las grandes ciudades que no son capitales de estado, pero mantienen famosos museos y extraordinarias colecciones. Chicago, Houston, Los Angeles, S. Francisco… Y otras ciudades no tan grandes, sostienen colecciones que usan como atractivo ciudadano, buscando cubrir nuevos desarrollos. Fundamentados gracias a las pinturas “heredadas” de magnates de la economía y los negocios, prontos a negociar con las Administraciones, municipales o federales, unas fundaciones que cubren los increíbles impuestos que si no tendrían que pagar. Estos “otros” museos, algunos deliciosos, son generalmente pequeñas colecciones de arte, con un denominador común: una o dos pinturas por artista célebre, de relativa calidad (escasean, y cuesta mucho adquirir obras maestras de determinados artistas punteros.)

“Playa de Portici” Oleo de Mariano Fortuny. Colección Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

“Playa de Portici” Oleo de Mariano Fortuny. Colección Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

El “relleno” de estos museos se produce con pinturas y obras de artistas de “segunda”, algunas magníficas y elevadas a la categoría de museables. Son objeto de regalos tasables por parte de grupos de ricos-hombres, también de segunda, listos a “frotar codos” con los de escala superior. El resultado son estos otros museos, más o menos bien dirigidos y dotados, que se visitan con agradabilidad y están sujetos a la posibilidad de encontrar, por casualidad, alguna obra realmente interesante. Este es el caso del Meadows Museum of Art en Dallas (Texas), un museo “grande pero pequeño” y que muy al uso de la grandilocuencia tejana aquí se le llama: “El Prado en la pradera”, quizás por su colección de arte español, la más grande de USA y que no seré yo quien critique. Y sería fácil hacerlo, por ejemplo: hay un retablo gótico, dicen que de un monasterio aragonés, limpito, reluciente y con sus dorados rechamantes, y que más parece “nuevo” que restaurado, en fin…Relativamente “moderno”, el museo ocupa un enorme “caserón” clásico, neo-paladial, de cincuenta años de edad, completado en 2003 y cedido a SMU (Southern Methodist University) por el multimillonario Algur Meadows, con el dinero de su compañía petrolífera American Oil Company of Texas. Abrió sus puertas en 1965.

La familia de Mariano Fortuny. (Fotografia) España. Exposicion “Fortuny, Friends and followers” Meadows Museum, Dallas (Texas).

La familia de Mariano Fortuny. (Fotografia) España. Exposicion “Fortuny, Friends and followers” Meadows Museum, Dallas (Texas).

Actualmente, el Meadows está abierto al público, con su colección general y una exposición actual, dedicada al pre-impresionista español Mariano Fortuny. La exposición está basada en un solo cuadro, el único que tiene del pintor la colección general del museo, más algunos dibujos de Fortuny en cartas dirigidas a su mecenas americano, que fue el que legó la pintura al museo. También se exponen dibujos en cartas, de amigos del pintor, que buscaban el mismo mecenazgo. Obtener algún dinero para “tirar” (tirar del carro de la vida), buscando pagarlo luego con obras pictóricas. No sé cuán pingües serían los beneficios de un triunfante Fortuny, el lienzo de este cuadro tiene dos piezas recosidas. ¿Quien sabe las realidades de la vida? Se exhibe, también, una gran fotografía mural del pintor y su familia, una estampa social de la época; dieciocho personas, un montón de caracteres y un detalle sorprendente: en el ángulo inferior izquierdo hay un bebé, sostenido en brazos por una seguramente mucama, sentada en una silla y que alguien presenta dando la espalda al fotógrafo. Varios americanos han notado este hecho y me han cuestionado la razón, que a mí se me hace evidente.

Despertando de ‘otra’ siesta en un museo americano. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Despertando de ‘otra’ siesta en un museo americano. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

La pintura de Fortuny es también un grupo familiar, en la playa de Portici, cerca de Nápoles (Italia). En el color, la luz, el buen dibujo, el niño desnudo agachado en el borde del agua, ya se puede advertir al mejor Sorolla en ciernes y un montón de Impresionismo asomando y hasta de Abstracción, si se quiere. En suma, un buen cuadro de un pintor extraordinario. El Meadows Museum tiene buena pintura y justifica la visita. Como la justifica, también, una cabeza de redes metálicas del escultor catalán Jaume Plensa, que tiene el honor de presidir la entrada principal en el exterior del museo. Para saber más de la colección en sí, no me necesitáis, basta “hacerle un Google.” Así es uno más de estos “otros” museos que proliferan en el mapa americano. Entretenido como casi todos ellos, susceptibles de usarlos para “dormir” siestas inspiradoras (ver el post “Siestas en el museo”).  Museos que justifican las visitas repetidas, si no tienes una actitud crítica negativa, ante todo y cada cosa, (“Sindrome de Troll”) algo muy en boga en estos tiempos de Internet. Lejos de mí, dicha actitud!

Luisma, Maypearl, TX    20 de Mayo del 2019

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Hitos Americanos

New York City, 2005. Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

New York City, 2005. Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

(Reúno en un par de “entradas” contenidos diversos que en su día formaron parte de cartas que nunca llegaron al buzón. En general, eran respuestas a preguntas como: has estado aquí?  Has estado allá?)

…No, nunca he estado en el interior de la Estatua de la Libertad; Miss Liberty como le llaman los americanos. Ni siquiera he estado cerca; solo la he visto desde las Torres Gemelas, antes de que las tiraran y también desde uno de los puntos pintorescos más atractivos, por la vista de Manhattan, de la ciudad de Nueva York: la terraza del paseo de Brooklyn. Es una señora a la que he visto siempre desde lejos, pues vive en una isla y hay que poner empeño en visitarla. Quizás, un año de estos.

Tampoco he estado nunca en el Monte Rushmore, en las caras de los presidentes americanos en piedra, un sitio del que, sin haber estado allí, ya sé que impresión me va a producir: la misma impresión que el Valle de los Caídos, en las afueras de Madrid, en España. No debe haber misterio, no debe haber buenas sensaciones…un monumento artificial y vacío de contenido, un poco como traído por los pelos, como metido con calzador. Grandilocuencia en estado puro y sin condimentos. Y frialdad, mucha frialdad. Tendrán, seguramente, que pasar algunos siglos por estos dos lugares y ese cocinado, vientos y aguas, le añadirán algo de sabor, y cicatrices, a esas piedras.

Si que he estado dentro, y en lo alto, del Arco de St. Louis, en Missouri, es decir en el mas extraño ascensor y con el mas extraño recorrido de todos los que he montado en mi vida. Un ascensor que mas parece una cápsula espacial o una escalera, con un recorrido que semeja el de una montaña rusa. Y todo para llegar a una habitación tubular en el punto mas alto del cimbreante arco y ver durante un par de minutos, allí abajo, el feote centro de negocios y el paisaje plano y falto de atractivos  de los alrededores de dicha ciudad. Esto a cuenta de estar en sitios extraños o donde puedas tener sensaciones extrañas, aparte de las típicas sensaciones de vértigo.

También he estado en Graceland, la casa donde vivía Elvis Presley, en Memphis, Tennessee, y donde vive su recuerdo faraónico. Y le llamo faraón porque de alguna forma siempre me ha recordado cierto paralelismo con Lola Flores. Además la imagen de Memphis, en evidente referencia al de Egipto, es un enorme edificio de cristal en forma de pirámide; en cuyo interior lo deberían haber enterrado, para así consumar la semejanza. La casa, Graceland, es un sorprendente despropósito estético y un reflejo absoluto de lo que Mr. Presley quiso ser y vino a ser. Uno podría pensar, al entrar en cada habitación visitable, que en cualquier momento te va a venir un tufo a naftalina; pero, no es así y la única naftalina que hay en esta mansión es mental. Hace unos días se han cumplido treinta años de la muerte del cantante y todavía se reunieron más de setenta mil personas venidas de todas partes del mundo. Un fenómeno, Elvis, vendiendo su moto.

Hay muchas cosas que ver en este país, aunque no siempre son las que las guías turísticas y los tipismos indican. Algún día te hablaré de puentes, algunos de mis más interesantes hitos americanos.

Si por casas extrañas, o monumentos, para visitar se tratare, debería hablar aquí de mi visita a la casa icono del imperio: la tan cacareada Casa Blanca en Washington, D.C. Aún siendo una de mis ciudades favoritas en el mundo que conozco y habiendo estado en ella muchas veces, solo en una ocasión he visitado la casa presidencial. Hace muchos años, en mis tiempos de turista en este país, entonces el tour de la Casa Blanca costaba veinticinco centavos. Nada especial en ella, excepto la colección de retratos de los presidentes, de no mucha calidad pictórica, pero de interés humano; y la tremenda sospecha de estar continuamente vigilado, un silencio sorprendente y la sensación ominosa de que las paredes oyen. Y no es que uno tenga mucho que decir en esa situación.

Mi casa americana favorita, de largo y sin discusión, es la Casa de la Cascada (Fallingwater) en el interior de los famosos bosques de Pennsylvania. Una de mis visitas obligadas, al menos una vez al año. Sensacional, en el más estricto y amplio sentido de la palabra. Pero esta visita será objeto de una mayor y mejor atención escrita en otra ocasión.

A pocos kilómetros de Fallingwater se encuentra otro de los lugares sorprendentes de la casa americana. En este caso es un hotel, el Nemacolin en Farmington, también dentro de los increíbles bosques de la parte oeste del estado. Es una copia fiel del Hotel Ritz de la Plaza Vendôme en Paris, en este caso en el medio de la floresta y a bastante distancia de lugares habitados, totalmente en solitario y a una hora y media de la ciudad de Pittsburgh.

Lo que más me sorprendió de este hotel, aparte de su emplazamiento geográfico, no fueron sus salones, ni sus habitaciones de imitación francesa, ni su colección de pinturas también de imitación, incluidos originales de dudoso gusto. Lo más sorprendente fue salir a la terraza de balaustrada en la parte trasera del hotel; salir a lo que yo pensé que iba a ser un jardín francés también, o el acceso al bosque cerrado, solo para darme cuenta que estaba sobre la pista de un aeropuerto, pequeño y muy bien cuidado y no más ancho que el típico cortafuegos. Más o menos, la misma sensación que cuando atraviesas unas vías de tren y te quedas mirando a la lejanía, esperando ver aparecer una locomotora. En este caso hubiera sido un avión dispuesto a aterrizar. Lo único que vi sobre la pista, en el rato que estuve alucinando, fue en par de ardillas que seguramente estaban familiarizadas con la presencia de aviones rodando entre el olor a pinos y el silencio vegetal.

Todo es menos salvaje y menos épico…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Todo es menos salvaje y menos épico…” Photography: luisjimenezridruejo.com/photos

Edificios singulares, por llamarlos de alguna manera; algo de lo que se pueden encontrar muchos ejemplos en este país, y eso en las más variadas categorías. Lo asombroso que puede resultar visitar un fuerte de los de la época del Wild West (Salvaje Oeste). No se parece en nada a la imagen que teníamos, que veíamos en las películas de nuestra infancia. Todo es menos salvaje y menos épico, e increíblemente, mucho más “moderno” en aspecto de lo que podríamos imaginar; al fin y al cabo de todo eso no hace tanto tiempo. He visto varios, pero el primero fue el que me produjo la mayor impresión. Fort Davis, en Texas, que se conserva en bastante buena condición y donde, a finales de los años ochenta, pude apreciar adelantos casi cinematográficos en museologia; magnifica la forma en que exhibían lo que pudo ser la vida en aquellos momentos que conformaron el nacimiento de este país.

 Los conceptos de la vida aquí no han cambiado tanto, seguimos viviendo en la cuasi idea del fuerte, la vieja “frontera”. El sentido de la propiedad, la libertad individual y por ello la autodefensa, incluyendo las armas de fuego, se ven reflejadas en la misma condición que las ropas, las botas, los escasos libros y todas las zarandajas que se exhiben en esta reliquia.

Fallingwater, 1936 (Frank Lloyd Wright). Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Fallingwater, 1936 (Frank Lloyd Wright). Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Sorprende la afición generalizada del americano y su casa en mantener parcelitas de jardín, “the yard”, frente a la abundancia de terrenos y vistas maravillosas; jardincitos individuales, en cualquier ámbito de la sociedad. Podría ser el recuerdo de la falta de terreno en los países de origen de esta sociedad de colonos, pobres antes y ricos después. El sueño americano funciona de muchas maneras diferentes, pero, la casa y el jardín individualizado dominan todavía la imagen de este sueño. “The shining city upon a hill” de Ronald Reagan.(El brillo de la ciudad allá en la colina).

 Hitos de un país nuevo, en un nuevo mundo que ya empieza a estar un poco viejo. Los imperios modernos parece que van a tener una menor duración que los clásicos.

Luisma, 22 de Septiembre de 2018

[Originally posted in two parts in 2008: Parte I; Parte II]

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Los Otros Museos

Entrada al Museo Nacional Dental en Baltimore (Maryland)

Entrada al Museo Nacional Dental en Baltimore (Maryland)

Este país, Estados Unidos de Norteamérica, es una caja contínua de sorpresas, siempre aparece un resorte nuevo con algo diferente. Nunca termina de sorprenderme y ya son más de veinte años, aquí. Supongo que al ser un territorio tan grande y con más de trescientos millones de habitantes, cabe todo, hasta lo impensable; si es que hay algo que las grandes manos de la imaginación no abarquen. Y ello en un poco más de doscientos años de vida como nación. Conocerlo todo, esa es la gran aventura americana.

Viene todo esto a cuento de mi último fin de semana en Baltimore, estado de Maryland; una “vieja” ciudad, uno de los primeros asentamientos en la costa este. Ciudad grande y feota, con los resabios de los orígenes del país todavía marcados en las grietas de su piel urbana. Cicatrices de una encarnadura de guerra civil y un pasado marinero disimulado en la modernidad y en los recovecos de marinas y bahías artificiales. Aún así, una ciudad interesante, con visitas “turísticas” de muy diferente cariz. Sobre turismo habría mucho que hablar. Despues de un día completo de Matisse, la tumba de Edgar Allan Poe o el Museo Nacional Dental pueden ser lugares a escoger.

Naturalmente, me decidí por el museo de lo dental. Allan Poe no es santo de mi devoción y las visitas a tumbas y mausoleos tampoco. Espero no tener que “visitar” la mía en un futuro próximo. Largo, lo más posible, me gustaría fiarlo; siempre y cuando las cuadernas del navío no me crujan demasiado. Hasta el momento, lo único que viene faltando del Luisma original es la parte superior de la dentadura; lo que me arrastra al interés, tardío, por lo dental y sus cuidados. Eso, y haber leído que el primer presidente, Washington, tenia el mismo problema y una verdadera colección de dentaduras postizas, de quita y pon. Algunas de las cuales se exhiben en el museo de marras. Una de ellas de madera!

Dentadura de George Washington

Dentadura de George Washington

Había sabido del Museo Nacional Dental por intermedio, interesado, del dentista de S. que juraba y perjuraba que el asunto bien merecía una visita. Apañé la cosa con el margen necesario y conveniente para volver al hotel, a tiempo de ver el Francia-España del Eurofútbol. Son amores distintos. La sorpresa, y grande, fue encontrar un magnífico museo de concepción clásica y moderna museología; totalmente al día y a la página educativa, incluidos tintes humorísticos y detalles de gran diseño. Algunos memorables, como la historia de la silla clínica dental en el hueco de las escaleras de transición entre los dos pisos del edificio. Una performance de sillas, cuasi escultórica, digna de verse en un museo de Bellas Artes.

“Siempre me ha gustado “pasarlo bien” en los museos…”

“Siempre me ha gustado “pasarlo bien” en los museos…”

No voy a detallar ahora toda su parafernalia exhibida y si alabar el sentido educacional de lo expuesto. Dentro de lo admisible, contiene muchas piezas de interacción entre la muestra y el visitante; más que nada para niños entre los cuales me incluía, para sorpresa y ludibrio de los circunstantes. Siempre me ha gustado “pasarlo bien” en los museos. Actividades, entre otras, como: avisar a calaveras de futuros problemas por tener los dientes hechos polvo; colgar la sonrisa de la buena dentadura de S. en un panel fotográfico electrónico, la mía está ya bastante impresentable; aleccionar colegiales americanos sobre la identidad de un tal Cervantes, y sus personajes Sancho y Quijote, cuyas palabras estan colgadas en el museo, en un estandarte con letras doradas del tamaño de la pared y que no me resisto a repetir aquí:

<< Quiero que sepas, Sancho, que una boca sin muelas es como un molino sin rueda y que un diente es más precioso que un diamante.>>

Los “otros” museos han ganado, con esta visita, muchos puntos en mi apreciación y, quien sabe si en una próxima ocasión no dude en visitar el museo del ferrrrocarril, el de la cerveza, o algún otro de más dificil atractivo. En este país nunca se sabe donde te va a saltar la liebre.

Luisma, 29 de Junio del 2018

[Originally posted July 2012]