Tag Archives: Writing

El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

Preguntas/Questions?  Contact

El Caballero…

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Javier Pérez-Mínguez)

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Luis Pérez-Mínguez)

Las jornadas se hacen ya muy duras, cuesta llegar a Toledo en medio de este calor del infierno, tanto que me parece ver esquilmada y seca como nunca esta Castilla, otrora verde y frondosa de pinares inacabables y hoy ganada por la encina de secarral y este sol de justicia, que le dicen. Cae de plano y el sudor malamente me deja abrir los ojos. El caballo me llevará donde le dé la gana, espero que siga el camino, los trigales ya están altos y se podría perder, y yo con él. Que bien me vendría tropezar con un rio, o un simple arroyo cangrejero, me metería en el agua así como estoy vestido, sin parar mientes. Se me quitaría este olor a montuno que llevo ya desde hace días, sin lavarme, sin asearme y sin cambiar la poca ropa que tengo conmigo para mudar.

Todas estas jornadas, desde que salí por la puente romana de Salamanca y enfilé el camino de Alba de Tormes, se me están haciendo largas como días sin pan, y que tampoco me sobra lo de la vitualla. En realidad me corroe la sed y, a veces, me hace hasta alucinar. He terminado todas las provisiones con las que empecé el viaje, mal cálculo, y ahora estoy expuesto a comer y beber lo que encuentro y donde lo encuentro. Castilla es ancha, los pueblos y las ventas se eternizan en llegar. Anoche, cerca de unas casas de labor, se me revolvían las tripas del olor que traía el viento, a farinato puesto a freír, estaba tan cansado que ni siquiera tenia fuerzas para investigar la procedencia. Ahora, el viento me trae olor a tormenta, buena y bienvenida será aunque tenga que buscar refugio por un tiempo. Tampoco es que esté haciendo este viaje a uña de caballo, no podría con este maldito penco que me soltaron en la última posta.

Tengo ganas ya de arribar a Toledo. Espero que mi carta haya llegado hasta mi tío, ferretero y vendedor de carretas, ese que bien sabe de mis penurias como artista incipiente y que me retrata siempre con el mismo soniquete: “Luigi, será ochavo o será botón, lo qué? Haciendo mímica de mi acento salmantino. Estaré con mis primos mientras acuda al taller del maestre Doménico, el griego, un artista pintor al que mi tío ha ayudado muchas veces y que acepta tenerme como aprendiz, por un tiempo, hasta ver si se puede hacer algo de mi. Parece que este Greco, de Toledo, es pintor conocido e influyente en la corte y muchos de sus discípulos han hecho carrera con sus enseñanzas. Soy ya un poco mayor para ser aprendiz, pero bien dicen que de aprender no se termina nunca.

Sigo en la brecha, a lomos de este penco resoplante, solo una jornada me separa de la villa del Tajo, aunque ya la brida y las correas se desbarajustan en mis manos húmedas de sudor caliente. Escupo sin saliva un polvo que hasta se mastica, sudor continuo, y hierro fundido, que es lo que cae de este cielo inclemente. Al fondo de la terrible llanura, acierto a ver unas temblorosas torres de catedrales e iglesias, vacilantes entre los vapores de la calima. Será ya la ciudad? Me dijeron que oiría el tañido de la campana gorda, aún sin ver las casas de la villa. Cuanto daría—hasta lo que no tengo—por ya haber llegado!

No es ilusión, tengo el sabor acre en la boca y ya han pasado dos años de aquello, crueles jornadas que más parecieron camino al infierno, hasta llegar aquí donde ahora tan gustosamente me encuentro. Toledo se me ha metido muy dentro, aunque no todo haya sido de rositas y parabienes. Lo peor se olvida pronto. Lo mejor es el maestro Doménico, que gran pintor y que gran enseñante! Nunca tiene el más mínimo inconveniente en esparcir su arte con todos los discípulos que revoloteamos a su alrededor. Con todas sus rarezas, buen hombre, nadie le intimida. Y es un grande de la pintura, mal que le pese al Rey! Un bledo le importó que su majestad no gustase de una de sus obras. Aquí en Toledo encontró su acomodo y sus valedores, y la fama de su arte se ha extendido por todo el reino, que hasta de otras cortes le llegan los encargos.

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

Pero yo de lo que os quería hablar era del Caballero de la Mano en el Pecho, una pintura por finiquitar que Doménico tenía desde hacía tiempo al retortero. Una señoría con el alma futura garantizada en el lienzo por la destreza del pintor, pero con los rasgos fisonómicos sin plasmar en la tela. El retrato terminado, a salvo solo de acabar los trazos de la efigie, el soplo del color de la piel y la vida de sus ojos. El maestro se empeñó, fue más una orden que un deseo, en que yo posara para dar celeridad al retrato de aquel caballero que vivía en Madrid y que venía, poco, corto y nunca por Toledo. Ya eran más de dos años que yo le servía de discípulo y no era la primera vez que le hacía de modelo.

Este desconocido es un cristiano

de serio porte y negra vestidura,

donde brilla no más la empuñadura,

de su admirable estoque toledano…

(Manuel Machado)

Aquel hombre callado del cuadro, algo que yo no era, tenía una cierta similitud conmigo. No soy capaz de acordarme de su nombre. Era alguien de la nobleza. Cuando al fin lo terminó, su mirada triste y puesta en el futuro, el maestro lo tildó de introvertido y melancólico, me intimidaba constantemente. Muchas veces me había visto a mi mismo frente al retrato de aquel caballero, momentos hechos horas, con la excusa de aprender pinceladas y delicuescencias pictóricas, soñando despierto en ser aquel alto personaje e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.

Y aún lo sigo haciendo, ahora que ya sé que nunca fue posible.

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Agosto del 2014

Preguntas/questions? Contact

“Wake me when it’s over” (Despiértame cuando se acabe)

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. Richard Diebenkorn, Ocean Park #115

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. R. Diebenkorn, Ocean Park #115

Nueva York si que vale una misa. Sigue siendo la capital del mundo, mal que le pese a muchos, y por supuesto es la capital del imperio actual. Me gusta venir y estar un tiempo, no mucho. Ver lo que hay que ver (casi todo) y oír lo que hay que oír (principalmente jazz) y salir corriendo antes de que se ponga espeso, es decir, antes de que el cansancio de su ritmo te gane.

Y a ver es a lo que hay que venir a Nueva York. Hay que abrir bien los ojos porque aquí está todo lo que está pasando y el germen de todo lo que va a pasar. Por eso los diecinueve tiraron las Torres Gemelas, por poner de rodillas a esta ciudad. Cosa harto difícil. El imperio cae y caerá del todo, eso seguro. Será más difícil y más lentamente de lo que creí. No lo verán mis ojos y es una pena porque siempre pensé que iba a ser inmortal y que viviría cien años. No creo que sean suficientes, aunque no hay mal que cien años dure.

Hoy me esta pegando el aire que circula como loco por los valles de Manhattan, mientras camino y voy echando de menos una buena capa española con que cubrir los embates del aire que baja del Bronx. Aunque este airón bien podría arrebatarte la capa como el de cualquier cerro de la sierra de Ávila, en febrero.

Vamos al MoMA. Ir al MoMA es como ir a una buena corrida de toros; no importa quien “toree” en las exposiciones individuales, el éxito de la “corrida” esta garantizado con la visita a la colección general. Mis cuadros de siempre esperan la visita, si no los veo se enfadan y a la siguiente vez ya no me dirían lo mismo. En todo los museos del mundo tengo una serie de amigos que me llaman y me esperan. Hoy, por ejemplo, tengo una cita con las “Señoritas de Aviñon”; estas atractivas señoras están de cumpleaños, ya son centenarias y siguen tan guapas como en 1907. Mientras, D. Pablo duerme el sueño eterno, en vera efigie, en una esquina de mi pizarra de corcho, la de las fotos de la familia, mi especial muro de las lamentaciones.

También me he pasado a ver a D. Richard Diebenkorn, sentado frente a su verde Ocean Park #115 y hasta me he hecho una foto durmiendo a su lado. Le volví a reiterar mi gusto por su pintura y las gracias por su inspiración. Quedé en verlo en cualquier terraza de bar de la eternidad, si nos dejan y si podemos, que no está claro. De refilón crucé unas cuantas miradas con D. André Derain y D. Paul Cézanne, más que nada por no peder la costumbre y porque no dejen de reconocerme en el futuro. En una de las salas me encontré con D. Claude Monet, no quise pararme con él pero le dí recuerdos de Carlitos Pascual, al cual echo también de menos; debería estar por aquí, él o su pintura. Gente con menos méritos están aquí representados.

Con todo esto me dieron las cinco y estaba un poco cansado de la andadura y las visitas. No era yo el único en tal situación. A mi lado se sentó, o mejor dicho se tumbó, un niño de seis o siete años—”Wake me when it’s over”—(Despiértame cuando se acabe) dijo a su madre, con voz dramática de actor sobreactuando y que me recordaba a mi mismo. Lo que no sabia el niño es que un museo no se acaba nunca, nos sobrevive a todos, pintores y curiosos, grandes y chicos, buenos y malos. Al igual que Nueva York no se acaba nunca y esperemos que no, por el bien de los que nos siguen.

Así que me senté otra vez, al estilo mexicano, en el suelo, al lado del Ocean Park #115. Me calé la gorra de béisbol, eso si con el escudo de mi Real Madrid. Tapándome los ojos y con voz dramática, y sobreactuando, le dije a S…—“Despiértame cuando se acabe”—

Luisma, Nueva York, Diciembre del 2,007.-

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

The Collector

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

The Collector in the collection. Guggenheim Museum, New York 2006

I told you I’m a collector, which generally means that one collects paintings, but in my case it’s totally different. I am a starter of collections, though some don’t stay with me as long as others; some I even abandon and resume on a whim. For years I have intermittently collected “Americana”, which the Spanish would call americanadas. A fairly inexpensive collection, because americanadas almost always are not costly things. A collection that includes everything from heart-shaped boxes of chocolates with pictures of Elvis on top, to “slinkies” (colorful springs that walk downstairs ) to the pen vase shaped like the head of Joe Camel. Joe being the Camel of the cigarettes, and many other things that are generally cheap pieces of plastic and are colored accordingly.

My newest collection is cheaper still, so cheap it’s free: A collection entitled “Sunsets from the trapezoidal window.” This collection has lasted a few years, the years I’ve been in my house on Pittsburgh’s Mission Street. In this house I enjoy a strange trapezoidal window, which may already belong to my collection of americanadas, and whose rare form and style contrasts with the rest of the house’s windows. The window in question is oriented on the bias, facing west, and it frames the most amazing and impressive collection of sunsets I’ve enjoyed in my life.

I’ll make an exception here for the sunsets on the far banks of the Tormes river across from the Cathedral of Salamanca. Ah! Old stones, often maligned but always remembered, from a time when everything was so big and myself much smaller. Perhaps another exception: Two jeweled sunsets just outside Florence after summer storms. It is true that in those days my vision was influenced by the quantity of beauty stored or stacked before my eyes on my first visit to that city. It will be difficult to return to it without breaking the aesthetic spell of those days, an enchantment that has never vanished from my imagination.

Here is what you see from the famous trapezoidal window: The neighborhood rooftops, like a Parisian postcard. To the left and framing the sunset on the horizon is the church of San Nosequé (Saint Somebody). Greek Orthodox Catholic, a parish without parishioners but with belfry and bell, which periodically plays unbidden. In the background, like a theatrical backdrop or scenery from an American detective film glints the skyline of downtown Pittsburgh, with its skyscrapers and myriad lights, its illuminated windows that produce a sense of inhabitation. The reality is that all such lit buildings are now, at this hour of sunset, nearly empty offices save for the cleaning people. No matter: These buildings have an intrinsic beauty, empty but full of light.

Above the buildings is a mountain of sky, a space of natural colors changing with the varied cloudscapes, all heaven that’s worthy of the name. The mist of three rivers, the massive influence of vegetation in the area, the mountains which are not seen but are there; indeed, the mountains are unseen because I live in the lap of one, a succession of mountain-valley-mountain, etc … that fantastic view when the plane flies over Pennsylvania, that wrinkled skin! In addition, heat from the city-center asphalt produces all kinds of conditions for varied and unique celestial colors each evening.

And these are sunsets that took some time collecting. Not by photograph or video (though some I have recorded in such ways) but in my own eyes, for the time when my view may perhaps no longer reach them. I will recall this, all of this life. My life in America.

Luisma December 27, 2007

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

Questions/Preguntas?   Contact

El Coleccionista

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Te he dicho que soy coleccionista, lo que en general significaría que colecciono pintura, pero en mi caso es totalmente diferente. Soy un iniciador de colecciones y algunas me duran más que otras, incluso algunas las dejo y las tomo después de periodos aleatorios. Desde hace años, y con tiempos en los que no me dedico a ello, colecciono “americana”, lo que en español diríamos: americanadas. Una colección bastante barata pues las americanadas, casi siempre, son cosas de no mucho precio. Una colección que incluye desde cajas de bombones, con forma de corazón y el retrato de Elvis Presley, hasta “slinkies” el muelle de colores que baja escaleras…pasando por el portalápices con la forma de la cabeza de Joe Camel, el camello de los cigarrillos y muchas otras cosas que generalmente son de plastiquillo y colores dudosos, como corresponde.

Mi más reciente colección es todavía más barata, es gratuita, es una colección que titulo: Atardeceres desde la ventana trapezoidal. Una colección que dura ya unos pocos años, los que llevo en esta casa de Pittsburgh, la de la calle Mission. En la que disfruto, literalmente, de una extraña ventana trapezoidal, que ya podría pertenecer a mi colección de americanadas por si sola y cuya rara forma y estilo contrasta con el resto de las ventanas de la casa. Esta ventana en cuestión esta orientada, al sesgo, a poniente y por ella me llega la más increíble e impresionante colección de atardeceres que haya podido disfrutar en mi vida.

Aquí debería hacer una excepción para recordar los atardeceres de la vega del Tormes frente a la catedral de Salamanca. Ah! las viejas piedras, tantas veces denigradas y tantas veces recordadas, cuando todo era tan grande y yo mucho más pequeño.
Quizá otra excepción: dos atardeceres-joya a las afueras de Florencia después de sendas tormentas de verano. Bien es verdad que mi mirada estaría aquellos días influida por la cantidad de belleza almacenada o apilada ante mis ojos en mi primera visita a aquella ciudad. Me será difícil volver a ella, más que nada para no romper el encantamiento estético de aquellas jornadas, encantamiento que nunca se ha volatilizado de mi imaginación.

Tendría que decir lo que se ve desde la famosa ventana. Los tejados de la vecindad, como si de una vista parisina, del Paris de la France, se tratara. A la izquierda y tapando la caída final del sol a horizonte, la iglesia de San Nosequé, católica ortodoxa griega, una parroquia sin parroquianos, pero con campanario y hasta campana, que a veces toca por si misma. Al fondo, a modo de telón teatral o paisaje de película policíaca americana, la “línea del cielo” (the skyline) de “downtown” Pittsburgh con sus rascacielos y sobre todo sus miríadas de luces, ventanas iluminadas que producen las sensación de sitio habitado. La realidad es que todos esos edificios iluminados, ahora están vacíos porque son oficinas y lo más que puede quedar, a estas horas de la caída del sol, es la gente de la limpieza. No importa, tienen una belleza intrínseca, casas vacías pero llenas de luz.

Y encima de los edificios un montón de cielo, un espacio para los colores naturales que cambia cada día con los más variados celajes, como todo cielo que se precie de serlo. La humedad de los tres ríos, la influencia de la vegetación masiva de la zona, los montes que no se ven pero están ahí; efectivamente, los montes no se ven porque vivo en la falda de uno, una sucesión- monte-valle-monte, etc…fantástica vista de ellos cuando en el avión vuelas sobre Pennsylvania, que arrugada piel! Además, el calor del asfalto del centro de la ciudad produce toda clase de condiciones para hacer variado e irrepetible cada atardecer.

Y esos atardeceres son los que llevo algún tiempo coleccionando. No en fotografía o video (algunos tengo grabados de esas maneras) sino en mis propios ojos, para cuando, quizás mi vista ya no alcance a verlos. Me quedaría el recuerdo de todo esto, toda esta vida. Mi vida en América.

Luisma 27 de Diciembre del 2007

[originally posted at Dust, Sweat and Iron]

Preguntas/Questions?   Contact

Siestas en el museo

 Warhol Museum, Pittsburgh PA. Photo by Luis Jimenez-Ridruejo.

“You don’t need a band to be a rock star.” Warhol Museum, Pittsburgh PA. Photo by Luis Jimenez-Ridruejo.

Nunca he hecho secreto de mi afición a los museos. Toda clase de museos y principalmente los de arte. La pintura es el santo de mi devoción; la escultura siempre me ha interesado menos y, la verdad, nunca he sabido porqué, quizá sea frustración personal con el tema.

Este museo del que te hablo hoy es algo más que de pintura; lo que hizo Andy Warhol fue más que pintar, o grabar, o fotografiar, o las ciento y una actividades artísticas que acometió. Warhol fue un monstruo, uno de esos que nacen una vez cada muchos años, como Miguel Ángel, como Picasso; y digo esto a sabiendas de que alguno va a estar en desacuerdo conmigo. Tanto peor, que diría un francés. Son artistas de los que hacen época, de los que marcan la diferencia y el arte por si mismos. El concepto por encima de la técnica y del oficio, y si todo viene conjunto, mejor que mejor. El paquete completo, que diría un americano. Llevo más de una década en buena relación con este museo, lo visito cada vez que hay una exposición temporal interesante y, fundamentalmente, lo que hago es ir a dormir siestas en alguna de sus salas.

Todo empezó, años ha, con una gran siesta en la sala en que se exhibía una instalación, o perfomance, del propio Warhol. En ella se presentaban unas cuantas docenas de globos plateados, de un material usado en los vuelos espaciales, en los forrados de los módulos de alunizaje. Globos que en forma de nubes, y rellenos de helio, flotaban en el aire y se movían por toda la sala a impulso de las caricias de los visitantes. Una siesta memorable y el descubrimiento de que nadie te molestaba por dormir allí. Museo libre y así lo ha sido durante años. Hace poco volví a darme otra gran siesta, en un banco lateral de una sala en la que se exponían cien cascos-cabezas de Darth Vader, cada una realizada por un artista diferente. Estos tipos de perfomances llevan algunos años en boga y aunque discutibles en su mayoría, algunas dan origen a propuestas muy interesantes.

Este museo de Pittsburgh, siete pisos dedicados enteramente a Warhol, es el más grande del mundo para un solo artista. Guarda y exhibe una gran colección del autor y unos cuantos cientos de cajas datadas, numeradas y perfectamente clasificadas. Contienen papeles, recuerdos, propuestas, dibujos previos comentados, bibelots, fotos personales, proyectos escritos, ideas y todo lo que tenia en sus bolsillos cada día. Y así, caja por caja, durante años, toda clase de detalles personales de su vida, incluido correspondencia con otros artistas y gente famosa. Hoy día, un verdadero tesoro para sus estudiosos y un auténtico catálogo y compendio de sus actividades, del devenir de su tiempo y circunstancias, y sus relaciones con personajes de todo tipo y de todo calado.

En una de las cajas, en cierta ocasión, vi un boceto de uno de sus mas famosos diseños dibujado en un ticket de aparcamiento. Tesoros así hay pocos en el mundo del arte. El museo exhibe el contenido de estas cajas, regularmente y una por una, ofreciendo un fantástico panorama de la vida pasada, según Warhol. El las llamaba Cajas del Tiempo (exactamente, Time Capsules) y tal concepto ha sido siempre enormemente atractivo. A.W. vivió una vida trepidante, incluido un final violento. Tiroteado por una de sus asistentes, nunca se recupero del todo y murió de las complicaciones de una cirugía menor.

Las vibraciones de este museo son, a pesar de todo, buenas, inmejorables, por eso me gusta visitarlo a menudo. Perfectos asientos y perfecto aire acondicionado. Sueños artísticos y unas tardes deliciosas en un edificio singular. Ojalá vivieran todavía los hermanos Marx! De ellos aprendí lo de dormir en los museos.

Luisma, 22 de Septiembre del 2009

[Related: Retrato de Pintor V]

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

“The Greenroom”

“The greenroom”. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

“The greenroom”. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

No, no es un error, me refiero al término “greenhouse”, lo que llamamos en español: invernadero (en inglés se le llama también: “glasshouse”—casa de cristal—). Fue un despiste mío, lingüístico, me levanté de la mesa del comedor y anuncié: me voy al “greenroom”—habitación verde—a hacer fotos. La carcajada fue general cuando S. (Ese Punto) aclaró a los circunstantes que me refería al invernadero. A partir de aquel momento, todo el mundo lo llama: “The Greenroom”, eso si, con media sonrisa irónica y mirando hacia mi.

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Después del estudio donde pinto, un porche acristalado, el “greenroom” es mi lugar favorito en estos andurriales tejanos en los que ahora vivo. Y además es el legado íntimo, el más ostensible, de Michael (el extinto padre de S.); este invernadero y su mundo vegetal y floral que contiene es, seguramente, el lugar donde el debería pasar sus horas vivas y donde ahora pervive su recuerdo. Tantos momentos pasados aquí en su reino de las orquídeas.

Dendrobium (Australia). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Dendrobium densiflorum x farmeri (Australia). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Un paraíso de plantas y flores maravillosas en cuyo espacio se suspende el pensamiento de nada que no sea la pura delectación estética. Color y forma, bagaje y estímulo más que suficiente para cualquiera que adore la fotografía. Atravesar la puerta de la “oficina” del invernadero supone un reto contínuo a mi sentido de la composición, mi manera de “ver” este otro mundo, el vegetal, en el cual no había reparado nunca con la intensidad con la que lo estoy haciendo ahora.

Begonia fibrosa tropical. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Begonia fibrosa tropical. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Se me van las horas muertas mirando, escrutando a través de los objetivos, contemplando y calculando esta apoteósis floral; observando con sus diferentes luces, vigilando los movimientos del transcurso solar y al acecho de interpretar las señales que él manda a mi imaginación y que me permiten transfundir a la imagen fotográfica, y hasta a la pintura, una vibración que toda obra artística necesita, para serlo: energía, paso previo a la belleza.

Vanda (raíces). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Vanda (raíces). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

El invernadero es un mundo real, y fantástico al mismo tiempo, que pasa a ser surreal y cien veces más fantástico con la sola interposición de una cámara entre el ojo y ese universo; que una vez captado ya no puedes tocar nunca más, no al menos en esa realidad, y cuyo momento queda para siempre allí en la fotografía, sentada en el medio de un camino en el que se cruzan lo pintado y lo escrito. De las tres formas de creatividad, cual prevalecerá sobre las otras?

Helechos. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Helechos. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Los nombres de esas flores y vegetales no salen de mi fantasía, salen de la Botánica, de la ciencia de las hierbas, esa casi desconocida para mi, y que ahora—nunca es tarde si la ciencia es buena—empieza a interesarme. Confieso que me sugestiona más la botánica pura que la aplicada y de ella la morfología, la fitografía. No me resisto al chiste malo sobre la fotografía de plantas.

Paphiopedilum (“lady slipper”). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Paphiopedilum (“lady slipper”). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Esta vez he escogido unas cuantas “poses” como muestra de lo que se puede hacer en el greenroom. Desde la Phalaenopsis, cuatro o cinco de las mil diferentes “polillas de Linneo”, la pink, la cultivar, la mambo…Las Dendrobium, también miles de especies, renuncio a encontrar cuales son, creo que australianas…Vandas, sin suelo y con raíces aéreas…Paphiopedilum, zapatillas de dama o de Afrodita; imposibles de clonar, lo que supone que cada planta es única, billones de plantas y todas diferentes, algo sorprendente y pasmoso. Begonias y muchas otras, a más de cientos de helechos, las “malas” hierbas del invernadero. Que sitio!

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Es mi greenroom, lugar increíble e impresionante a la amanecida, con sol, sin sol, lloviendo, al atardecer, a oscuras, en sueños, “recogiendo algodón”(woolgathering), en la fantasía y en la realidad. Cualquier excusa es buena para apretar el gatillo de cámara. La habitación verde, un viaje altamente aconsejable.

Luisma, Maypearl (TX)  30 de Abril del 2014

Retrato de Fotógrafo (I)

"Niebla", Pepe Núñez Larraz

“Niebla”, Pepe Núñez Larraz (colección privada de Luis Jimenez-Ridruejo)

Para que Pepe fuera Pepe se tenían que haber juntado, o conjuntado, los astros en un momento crucial; como seguramente debió pasar con el poeta Ángel González y algún artista más. A la conjunción astral siempre le he achacado las cosas buenas y no los infortunios. Esta categoría de personas nacen todos los días pero uno raramente se los encuentra. Maestros, en todos los sentidos de la palabra. No sé porqué, cuando pienso en José Núñez Larraz, el inefable Pepe, siempre acabo recordando a Matisse y nunca me he parado a dilucidar la razón de esta asociación. Pepe era aquel tipo mayor (así lo recuerdo yo eternamente, quizá por ser de la edad de mi padre) que todos nosotros, aquella tropa de aprendices de fotógrafo, el Grupo Libre, queríamos como amigo, admirábamos vitalmente y cuya artesanía fotográfica tratábamos de osmotizar.

Su ciencia no admitía tratados ni compendios, era la pura expresión de la experiencia; los miles y miles de fotos “tiradas” en su vida; el ojo adiestrado y listo para “ver” la foto, instantáneamente. Estuviera donde estuviera, él o la fotografía. Yo siempre tuve la sospecha de que Pepe no buscaba las fotos, sino que las fotos le encontraban a él. Nunca ahorró señales con el dedo, ni consejos de hacia donde mirar o apuntar el objetivo. Era un cazador contumaz, empecinado, primero disparaba y luego hablaba—las fotos no esperan—, decía. Todos hacíamos las fotos en los mismos sitios, raramente coincidíamos en una imagen similar. Eso si, todos empezamos haciendo fotografías como las suyas. Simplemente, porque eran buenas.

La cosa empezó a mis veintiún años, cuando llegué de Paris, donde mis conocimientos estéticos se habían desarrollado enormemente, casi desde la nada. Había descubierto la fotografía y a Cartier-Bresson y los otros; de los americanos no tenía ni noticia. A Núñez Larraz ya le conocía desde siempre, era el padre de Aníbal, el “Ani”, amigo de la niñez, compañero del colegio y malogrado poeta y artista plástico. Encontré a Pepe de nuevo, en una exposición de sus fotografías y fui a verlo a su imprenta para pedirle consejo en la compra de un equipo fotográfico, con el cual pretendía iniciarme en tal arte. Allí me instiló el veneno de la fotografía para los restos, haciéndome un retrato a la luz que se filtraba por una vidriera. En aquel simple disparo estaba plasmado todo lo que yo era, había sido y soy ahora. Cuanto lamento haber perdido aquél retrato en alguno de mis avatares vitales. Solo S., mi compañera, ha logrado algo similar con mi retrato actual, también en blanco y negro.

Núñez Larraz me invitó a salir “de fotos” con él y su grupo de amigos artistas, sorprendentemente casi todos de mi edad; supongo que el ser fotógrafo estaba de moda en aquel momento, eran los últimos años sesenta y en España todo eran pasiones nuevas. Salíamos casi todos los domingos y, a veces, otros días antes del trabajo o después, cuando las luces se terciaban interesantes o había algún evento o situación especial, por ejemplo: una buena nevada. Acabamos formando un grupo expositor, sin manifiesto estético, que se llamó: Grupo Libre de Fotografía de Salamanca. Llegamos a tener cierta relevancia nacional, se hicieron muchas y buenas exposiciones. Entre nosotros calaron amistades de por vida, al amparo de aquellas salidas de las que el chorizo y el buen vino también fueron parte. Pepe era el aglutinador del grupo y nuestro valedor en innumerables ocasiones. Como vulgarmente se dice: hizo escuela.

Tratar de definir la fotografía de Núñez Larraz es empresa ardua y complicada, incluso para alguien como yo que conozco toda su obra y he bebido en sus fuentes personalmente. Como casi todos los fotógrafos anteriores a la guerra civil, era un autodidacta pero con un gran bagaje cultural y una gran información de primera mano, en unos tiempos en los que todavía no existía la gran herramienta internética. Tenia una librería e imprenta y por tanto un rápido acceso al conocimiento gráfico.

Definía las fotos en gran manera por su semejanza o influencia pictoricista. Decía: esa foto es un Matisse, o un Tápies, o cualquier pintor que le recordase la composición, coloridos o texturas. Raramente se equivocaba, y aún siendo un fotógrafo inicialmente en blanco y negro, discernía muy bien cuando una foto era para ello y cuando para color.

Tocó todos los palos de la baraja fotográfica; desde su primera instantánea: una carga de caballería en las calles de Barcelona, el día de la proclamación de la República, hasta su última foto que bien pudo ser una de sus muchas visiones de la catedral de Salamanca, y que nadie como él ha sabido retratar mejor. Testimonio, retrato, documental, deportiva, naturaleza, desnudo, abstracción…en todas ellas consiguió magníficos resultados. Recibió innumerables premios, incluyendo el Castilla-León de las Artes. Siempre definió su actividad artística como: fotografía personal, y sus influencias, igualmente, como personales. Al cabo de un tiempo de “estudiar” con él, me di cuenta que Pepe era una especie de hijo natural de Weston y Adams; sobrino de Cartier-Bresson y creo que tenía un hermano gemelo en América: Ernst Haas, del que yo también soy hijo fotográfico.

El  fotógrafo Pepe Núñez Larraz

El fotógrafo Pepe Núñez Larraz

Núñez Larraz podía haber sido, perfectamente, un fotógrafo americano; si no fuera porque en América no había romerías, tascas, ni procesiones de Semana Santa. Ah! y los Toros…Pepe, desgraciadamente, murió hace casi dos décadas y yo perdí entonces el mejor maestro y el mejor amigo.

Luisma, Maypearl (TX)  20 de Abril del 2014

 

Retrato de Pintor (VIII)

Retrato de Fernand Léger (1881-1955)

Retrato de Fernand Léger (1881-1955)

“No existe lo abstracto o lo concreto. Existe un buen cuadro y un mal cuadro. Una pintura que te conmueve y otra que te deja frio. La pintura tiene valor por si misma, como una partitura musical, como un poema.” (F. Leger)

Nunca supe, hasta hace muy pocos años, que Madonna y yo compartíamos gustos pictóricos y una sesgada relación personal; todo ello sin llegar al conocimiento mútuo—cosa que no me hubiera importado lo más mínimo. La “monstruosa” cantante y artista es fan acendrada del pintor Fernand Léger, llegando incluso a poseer—ella se puede, o se podía, permitir el lujo—obra del pintor francés. Hace diez años, vendió—siete millones de dólares para su fundación Ray of Light—el cuadro: “Tres mujeres en la mesa roja” en Sotheby’s. Lo de la relación personal fue el hecho de haber sido, mi segunda mujer—la americana—, profesora de Madonna, en bachillerato, cuando todavía se la conocía como señorita Ciccone (Madonna Louise Ciccone), en el Michigan de hace ya demasiados años.

La verdad es que me hubiera gustado conocer a Fernand Léger. Desgraciadamente, murió cuando yo tenía diez años. Hacerme una idea, un retrato del artista y del hombre, exige dos formas de intentarlo: una puede ser buscar fotografías del pintor que también era cineasta; solo para encontrar que, en lo físico, se daba un aire a Walt Disney. Nada que ver, Disney era un halcón de la derecha americana y Léger un comunista francés, algo casi tan pintoresco como un comunista español. Los dos compartían el aire bonachón y el bigotillo propio de la época entre guerras mundiales. La otra manera de retratarlo sería escrutar y rastrear la imagen de su espíritu en toda su obra y, sobre todo, leer y estudiar sus magníficos escritos sobre arte; fundamentalmente: “Funciones de la pintura”, una obra maestra.

Uno no sabe a que carta quedarse con un personaje como Fernand Léger; si el pintor adelantado a su época, moderno hasta llegar a ser el epítome de lo moderno o quedarse en el Léger escritor; posiblemente uno, si no el mejor, de los grandes escritores sobre arte de todos los tiempos. Su “Funciones de la pintura” es, para mí, el más importante texto que jamás haya leído ( y releído a menudo) escrito por un artista. No me canso de aconsejarlo.

Difícil de conjugar el hacer arte y escribir sobre ello. Descubrir las posibles razones de esta conjugación es problema harto difícil, habría que adentrarse en su biografía y en su tiempo y llegar a conocer porque alguien nace con el don de la escritura. Lejos de mi el proclamar que el artista para una cosa es artista para todo; ojalá fuera así—otro gallo nos cantaría—y no habría tanto “cantamañanas”, críticos de arte, resbalando y patinando por las laderas de la historia. Fernand entendió y plasmó perfectamente el hecho artístico y las influencias de lo individual y personal en el arte, propio o ajeno.

F. Leger, “Los Fumadores”, 1912.

(F. Leger, “Los Fumadores”, 1912. Colección Guggenheim. Nueva York.) Muchas de sus pinturas me conmueven cada vez que las miro…

Léger se fue a París, desde su Normandía natal, justo al principio del siglo XX. Quería estudiar Bellas Artes pero no le aceptaron, supongo que había que ser un consumado dibujante clásico (como en la Escuela de S. Fernando, en Madrid) y se convirtió en “oyente”, permitiéndole ello un mayor y más libre uso de su imaginación, encorsetada y constreñida por las rígidas directrices escolares. Tres años vacíos e infructuosos, según sus propias palabras. Se hizo un pintor “serio” y dedicado hacia sus veinticinco años. Todo lo que pintó en aquella época lo destruyó más tarde.

Se adhirió luego a la vanguardia de los Archipenko, Chagall…empezó a hacer Cubismo, lo que luego alguien le tituló: “Tubismo”, por sus figuras cilíndricas. Hizo abstracción, antes de alistarse, dos años, para la guerra mundial del “Catorce”. Casi murió en la batalla de Verdún, en un ataque con gas mostaza. Así que, para la Segunda Guerra Mundial se vino a los Estados Unidos. Enseñante en Yale University, trabajó mucho y hasta le decoró el apartamento a Nelson Rockefeller. A resultas de aquel viaje, al volver a Francia en 1945, se afilió al Partido Comunista. Le debieron sentar mal los USA. Aunque él, más que marxista fue un apasionado humanista. Tuvo una vida artística muy productiva en Europa y Sudamérica. Murió en 1955, a los 74 años.

Léger alguna vez dijo: “Mis ojos fueron hechos para borrar todo lo que es feo”. Me adscribo a ello. Hombre y pintor con tantos detractores como seguidores; no hace falta decir de que lado estoy. Muchas de sus pinturas me conmueven cada vez que las miro. Aparte de lo que he aprendido de él. Esta es mi visión de Fernand Léger y, después, que cada cual haga sus propias interpretaciones. Para gustos están los colores, no?

Luisma, Pittsburgh, 15 de Septiembre del 2013

(originally posted at Dust, Sweat and Iron)

Hablan quienes la conocieron

refectory where the last supper is painted after a bomb strike

(Santa Maria delle Grazie en 1.943) Una bomba más sobre el refectorio y
de “La Ultima Cena” solo hubiera quedado la imaginación.

Además de admirar la pintura, se trata de conocer al pintor; lo que siempre ha contribuido a entender mejor su obra y aumentar el deleite de su contemplación. Cualquier pequeño detalle suma y se añade a la belleza intrínseca de la obra. Siempre ha sido bueno leer a aquellos que escribieron sobre los pintores, principalmente a los coetáneos, si se trata de artistas de otros tiempos. Y más si, ficticiamente o no—tanto da, ya—claman haberlos conocido personalmente. Por como ha llegado hasta nosotros, confrontar una obra como “La Ultima Cena” de Leonardo Da Vinci es una experiencia de mucho mayor orden si la aderezamos con la lectura de los que lo conocieron, u otros que dotados de una visión literaria acendrada nos han dejado su palabra para excitar nuestra imaginación. Poco importa leerlos antes o después de ver la obra, es cuestión de gusto o regusto, de gozo o recuerdo.

Matteo Bandello era un monje italiano, fue un popular escritor y ya de mayor llegó a ser obispo en Francia. Además de conocer a Leonardo Da Vinci y escribir sesgadamente sobre él, publicó unos cuentos o “novellas” cuyas traducciones al francés y al inglés harían conocer a Shakespeare las historias de algunos de sus mejores temas: “Romeo y Julieta”, “Mucho ruido y pocas nueces”, “Noche de Reyes”… Bandello habría vivido en el convento dominico de Santa María delle Grazie durante el tiempo en que Leonardo pintaba su obra magistral. Posiblemente era un fraile muy joven, debía tener entonces unos quince años, y hubiera tenido por ello más tiempo para andar zascandileando alrededor del pintor y sus trabajos. Bandello nos describe lo que debió observar muchas veces:

“…a la mañana temprano subía al andamio, porque ‘La Ultima Cena’ estaba un poco en alto; desde que salía el Sol hasta la última hora de la tarde estaba allí, sin quitarse nunca el pincel de la mano, olvidándose de comer y de beber, pintando continuamente. Después sabía estarse dos, tres o cuatro días, que no pintaba, y aun así se quedaba allí una o dos horas cada día y solamente contemplaba, consideraba y examinaba para si, las figuras que había pintado. También lo vi, lo que parecía caso de simpleza o excentricidad, cuando el Sol está en lo alto, salir de su taller en la corte vieja—sobre el lugar del actual Palazzo Reale—donde estaba aquel asombroso Caballo compuesto de tierra y venirse derecho al convento de las Gracias y subiéndose al andamio tomar el pincel, y dar una o dos pinceladas a alguna de aquellas figuras, y marcharse sin entretenerse…”

Un oscuro monje italiano que conoce a Leonardo y hasta pretende darle consejos de cuando abandonar una pintura y cuando retomarla…e inspira a Shakespeare! Al igual que Giambattista Giraldi, otro poeta y novelista contemporáneo de Bandello que, basado en los recuerdos de su padre, escribía así sobre la forma de trabajar de Leonardo: “Antes de pintar una figura, estudiaba primero su naturaleza y su aspecto[…] Cuando se había formado una idea clara, se dirigía a los lugares en los que sabía que hallaría personas del tipo que buscaba, y observaba con atención sus rostros, sus comportamientos, sus costumbres y sus movimientos. Apenas veía algo que podía servirle para sus fines, lo dibujaba a lápiz en el cuadernillo de apuntes que siempre llevaba en la cintura. Este proceder lo repetía tantas veces como juzgase necesario para dar forma a la obra que tenía en mente. A continuación plasmaba todo esto en una figura que, una vez creada, movía al asombro”.

El gran escritor Goethe, también prolífico dibujante y autor de una Teoría del Color, explicaba su visión de “La Ultima Cena” y del refectorio donde se encontraba: “Frente a la entrada, en la zona mas estrecha y al fondo de la sala, estaba la mesa del prior, y a ambos lados las de los restantes monjes, colocadas sobre una especie de grada a cierta altura del suelo. De repente, cuando al entrar uno se daba la vuelta, veía pintada en la cuarta pared y encima de las puertas la cuarta mesa, con Jesús y los Apóstoles sentados a ella como si fueran un grupo más de la reunión. La hora de comer, cuando las mesas del prior y de Cristo se encontraban frente a frente, encerrando en medio a los demás monjes, tuvo que ser, por fuerza, una escena digna de verse”. Goethe nos dejó, también, una magnífica explicación pormenorizada de la pintura, tal cual él la vio en 1788.

blue and white line drawing of the outlines of The Last Supper

Líneas maestras previas a una observación imaginativa…

Sea Goethe, o sean unos poco conocidos escritores italianos, el caso es que estos personajes nos edifican el conocimiento; de alguna manera se asemejan a lo que hubieran sido los periodistas de su tiempo. Contribuyen a la fama y la grandeza de otros sin quizá proponérselo y, sobre todo nos permiten sacar a pasear nuestra imaginación, que es otra manera de conocer. La mejor manera? En el caso de “La Ultima Cena” y con su estado de conservación, no queda más remedio que afirmarlo.

Luisma, Maypearl (TX) 10 de Febrero del 2014

El “Guernica” y “La Ultima Cena”

A mi me gustó siempre el “Guernica”, independientemente de su significado político. No comulgo con la pintura política ni tampoco con la religiosa. Ambas son tildes. Creo que la obra bien hecha está, o debe estar, por encima de lo religioso y lo político. El “Guernica” tiene para mi el mismo valor que “La Ultima Cena” de Leonardo, pinturas bien hechas las dos, separadamente de sus “otros” significados. Por eso me gusta la abstracción, a la que es difícil darle otro sentido que el puramente estético o emotivo. No voy a negar que admiro mucho el arte realista, el gran oficio; mi imaginación se llena con algunos retratos, dejando a salvo los famosos “parecidos” que en la gente anterior a la fotografía nunca llegaremos a saber si lo eran o no.

Pablo Picasso, Guernica

“…sus azules, verdes, sienas y bermellones eran cada uno el trasunto…”

El “Guernica” lo vi por primera vez en Madrid, en su emplazamiento anterior, cuando estaba en una urna de cristales anti-bala y parecía un Cristo yacente, de aquellos que salían en procesión en la Semana Santa. Picasso se hubiera hecho cruces ante semejante similitud. Los 111 japoneses que inundaban el Casón no me molestaron lo más mínimo. Confieso que se me hizo mucho más grande que en las fotos (!?), seguramente por el aura de obra única y singular y la transcendencia lograda por sus avatares vitales. Los otros significados. América contribuyó mucho a la glorificación del cuadro y fueron sus minorías, como siempre, pues las mayorías eran y son otra historia. En una conferencia, en un colegio universitario de Houston, ya hace años, me preguntaron que opinaba sobre el sentido político del “Guernica” y, ni corto ni perezoso, contesté que sus azules, verdes, sienas y bermellones eran cada uno el trasunto de los partidos políticos de la España anterior a la guerra civil. Nadie pareció captar la broma. Creo que la mayoría no sabía como era el cuadro.

Y, precisamente, el no saber como es realmente un cuadro o una obra pictórica es lo que produce mayor emoción cuando lo ves por primera vez. Así me ocurrió con el Picasso y también con el Da Vinci. En el momento en que confrontas el cuadro y el supuesto fresco, los dos obras enormes en su realidad, es cuando te das cuenta de lo poco que te habías fijado en las fotos. Los tamaños se confunden con las expectativas y los colores—o la ausencia de ellos—cambian en tu retina, tomando todo el episodio un sentido diferente. El entorno, la geografía, los olores y los sonidos, todo influye. Es el momento en el que nacen las adhesiones inquebrantables a una pintura o a un artista.

Era un verano caluroso y tormentoso, hace treinta años aunque me parece que fue solo ayer. Corríamos por la Lombardía, camino de la ciudad, rodando por la carretera al compás de una tormenta tras otra. La promesa era grande: ya se podía visitar “La Ultima Cena” de Leonardo, después de dos interminables décadas en restauración. Milán, hasta Sta. María delle Grazie, era una ciudad abierta, apenas nadie en las calles, solo el olor a ozono como en Castilla. La suerte ayuda a los audaces, alguien de la lista de visitantes no había llegado y nos dejaron entrar. No recuerdo nada del convento, la excitación del momento por suceder, todo era oscuridad hasta entrar en el refectorio y allí, al fondo, Leonardo y el silencio y los suspiros. De algún lugar en lo alto, muy quedos, descendieron los acordes de un Magníficat.

Leonardo Da Vinci, The Last Supper

“…Aquellos colores eran suaves, tenues y al mismo tiempo luminosos…”

“La Ultima Cena” fue una sorpresa por sus luces, por su perspectiva y por la manera como te entraba por los ojos. Aquellos colores eran suaves, tenues y al mismo tiempo luminosos. El cuadro entero acusaba el maltrato sufrido durante siglos. Como había podido salvarse después de tanta vicisitud? Repasé mentalmente su historia…la pintura empezó su vida mal: tres años después de terminada ya se caía a trozos, deteriorándose extremadamente. En sesenta años casi había desaparecido. Sufrió varias tentativas poco acertadas de restauración y protección por pintores que no estaban a la altura de las circunstancias. Soldados franceses, en 1796, tiraban piedras contra la pintura y subían a borrar los ojos de los apóstoles. Continuaron los intentos de limpieza y restauración fallidos. En la segunda guerra mundial le cayó una bomba y tuvo que ser cubierta por sacos terreros. Ahora terminaban veintiún años de criticadas reparaciones.

Lo que teníamos a la vista era más la emoción de imaginar a Leonardo Da Vinci subiendo y bajando del andamio (tres años de trabajos ímprobos, pinceles en ristre y discutiendo soluciones estéticas con sus ayudantes), que la pintura en si; maltrecha por los siglos y la estupidez humana. Las grandes y famosas obras de arte tienen siempre el plus emotivo de excitar el recuerdo y los sueños del espectador avisado. Son contadas las que producen esta sensación imborrable. No así, o casi nunca, llegan a tales emociones las obras demasiado inspiradas, o literales, de estas pinturas. Dalí y Andy Warhol lo intentaron con Da Vinci. Más suerte ha tenido Picasso con su “Guernica”, nadie significativo se ha atrevido con él. Bien! Preferible.

“La Ultima Cena” es para verla una vez en la vida, o dos (si han pasado muchos años). El “Guernica” quiero verlo de ciento al viento. Mis “Meninas” necesito verlas al menos una vez, cada viaje a Madrid. Emoción si, pero unos más que otros. O como diría mi padre: distancia y categoría.

Luisma, Maypearl (TX)  28 de Enero del 2014