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Las cartas italianas, parte II

Leonardo da Vinci, drawing of young boy and old man

— Luigi! Ese niño! No me gusta ese silencio, vigila a tu hijo!
— Estoy en ello, estoy en ello!

…La he visto, la he visto! Y valía la pena verla, a fe mía! Hoy, con la excusa de entregarle un correo que llegó muy en la tarde, he subido hasta la casa y el criado me ha invitado a esperar a su señor en el salón contiguo a la entrada. Siempre he sentido curiosidad por las cosas de este hombre raro y, sin embargo, atractivo. Encima de la mesa había un montón de rollos y papeles con dibujos, a más de un reloj de arena, de cristal y sin máculas, con un interior increíblemente nítido de arena azul, que solo Dios sabe de donde vendrá! Todo ello, rollos, papeles, reloj, me atraía enormemente pero no osé tocarlo.

De repente, en la alcoba contigua alcancé a ver un pequeño caballete, de los que se utilizan para viaje o para pintar al aire libre de los jardines. Estaba arrinconado y cubierto por un lienzo, aunque se notaba que debajo había un cuadro, no muy grande. Me acerqué con cuidado y allí estaba ponderando si atreverme a tocar el lienzo cuando, al pronto, mi señor Leonardo entró en la estancia y, con sus agradables maneras de siempre, me saludó afectuosamente. Turbado, le alcancé el correo que ya casi había olvidado; me lo agradeció y ni siquiera se paró a romper el sellado, abandonándolo encima de la pila de papeles que cubrían la mesa.

—Gracias, querido Luigi, lo veré después…Que grande estás! Tienes que saludarme a tu madre, fue una de mis mejores modelos, siempre me han gustado las modelos como ella era entonces: núbil, joven, preciosa! Que puedo hacer por ti, mi Luigi? Dijo, observando mi rostro interesado. Sabes que te considero como a un hijo.

—Señor…Maestro! Me gustaría ver, admirar, ese retrato del que me han hablado los chicos, el que tenéis casi terminado, el de la mujer pensativa. Por favor, maestro!

—Esta bien, Luigi…Aunque no me convence demasiado, estoy pensando seriamente en destruirlo, como tantos otros, no consigo darle la vida que quiero, la realidad…Despacio, con su media sonrisa irónica, le quitó el lienzo y…Allí estaba, la vi, aquella mujer, aquel ángel!

—Maestro, no podéis, no debéis destruir esta pintura, es celeste, es terrenal, nunca había visto nada parecido! No puedo dejar de mirarla…Quien es, señor?

Luisma, 14 de Diciembre del 2015

[Originally posted in June 2009 at Dust, Sweat and Iron]

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Las cartas italianas, parte I

cartas_italianas foto de un jardin. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

— Luigi! Luigi! Que haces?
— Ya voy, un poco de paz, estoy escribiendo una carta.

…En el pueblo la humedad de este verano está siendo mayor, mucho más que otros agostos. El tiempo esta loco. Y hace ya años que esto dejó de ser un misterio. Ya nadie habla del cambio de clima. Estos días solo se habla del arte o del oficio de pintar, ese complicado asunto en el que un hijo del lugar destaca, lo suficiente para hacerse un nombre en la corte y que la gente hable de sus obras.

Ayer llegó de nuevo, hacía tiempo que no venía y menos para pasar una larga temporada entre nosotros. Dicen en la ciudad que ha estado enfermo de cuidado y que las fiebres le acompañan. Aunque no está muy claro que puede haber sido, la palidez de su cara es acusada y ya no se mueve con la misma agilidad con que solía. Parece ensimismado y pasa el tiempo observando a los muchachos jóvenes que juegan al calcio en la plaza. Con la espalda encorvada y el mentón hundido entre sus manos, su silencio es acongojante. También, acaricia a los animales, algo que antes no hacía tan ostensiblemente. Aunque siempre lleva consigo las tablillas y los crayones, no pasa tanto tiempo dibujándolo todo, como siempre hizo.

Los dos chicos que le ayudaron a bajar sus cosas de las dos carretas, hablan de un cuadro a medio componer, casi terminado y que él, después de desembalarlo y contemplarlo durante más de una hora, como si no lo conociese o hiciera tiempo que no lo viera, dio en cubrirlo con una sábana de hilo y arrinconarlo lejos de los efectos de la chimenea. A estas alturas, verano entrado, las noches todavía son frías y la casa ha estado vacía más de dos años y tiene humedades retrasadas, por falta de ventilación.

Tengo ansiedad y ganas de ver ese retrato del que me hablan Piero y Nicola. Dicen que es una extraña joven, con un peinado lacio y cuidado como el de otros retratos que he visto de jóvenes de la corte ducal. Probablemente será una señorita de la ciudad, hija de algún prohombre, o una dama joven de posibles. No todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar al maestro. Me come la curiosidad porque según ellos, que lo vieron, la mirada era de ternura e incluso creyeron ver alguna lágrima que brotaba de sus ojos. Quien será?

Luisma, 6 de Diciembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron 21 May 2009]

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Las dunas de Chesterton

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Puede que sea difícil de imaginar, o puede que yo no sea capaz de transmitir las imágenes. Hace años, Julián Marías me dijo: escribe lo que no puedas pintar y pinta, fotografía en otros casos, lo que no puedas escribir. Lo intentaré, porque las impensables escenas que presencio, muchas de ellas conmigo dentro, son el pan de cada día de mis aventuras en este país.

Estoy en Chicago, una de mis ciudades favoritas en el mundo. Llegamos hoy, y ya estoy frente a mi ventana en la habitación del hotel Congress Plaza, con vistas al lago Michigan que, como siempre, más parece un mar, un mar de acero gris azulado. La sangre luminosa de los coches fluye abajo, once pisos más abajo; chorros de glóbulos rojos y blancos entremezclados, desde la avenida Michigan hasta la Lake Shore y las calles cruzadas del Parque del Milenio. Las primeras luces de la noche, desde esta ventana, un espectáculo que siempre tiene la virtud de hipnotizarme; puedo estar mirándolo durante largo tiempo, embobado en cualquier pensamiento o remembranza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Venir hasta aquí, en coche, es ya una manía. Estados Unidos hay que viajarlo en coche, a pesar de las monstruosas distancias. Y cada viaje a Chicago ( unas siete horas, desde Pittsburgh, rodando rápido) es una fuente de nuevas aventuras. Por más que se miren las predicciones de los hombres del tiempo, siempre hay una sorpresa, sobre todo en recorridos largos. Esta vez, con la primavera ya oficialmente entrada, después de dos horas de camino, nos empezó a caer nieve; que siendo de noche era cegadora, mareante, y dificultaba la conducción. Total, que paramos a dormir, y continuar al día siguiente, ya sin prisas, lo que produjo el avatar de turno y la aventura significativa del viaje.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

A la mañana siguiente, sol y viento, enfilamos hacia Chicago. Tras un tiempo de rodaje tranquilo, se estropeó un sensor de temperatura y para cambiarlo tuve que salirme de la autopista, y eso fue en un pueblo con un nombre muy literario: Chesterton, en el estado de Indiana. Después de varios intentos, el asunto nos lo arregló un “currito” con taller personal y aspecto de orondo bien comido, y bien bebido. Mientras esperábamos la reparación, en su sala de espera—oficina—salón de té, reparamos en unas fotos colgadas en la pared de algo que se anunciaba como Parque Nacional de las Dunas de Indiana. El tipo insistió que fuéramos a conocerlas—oiga, solo cuatro millas y son una delicia! Echada ya la tarde a perros y con el sol cayendo, y muy fotográfico, nos fuimos a ellas armados de cámaras y protegidos del frío viento, y—Oh, maravilla! La cosa valía la pena, y mucho!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Pasamos unas buenas dos horas recorriendo el sitio y pisando, fotográficamente, la arena suave de las dunas. Quien iba a pensarlo! A cuatro millas de la dura y pura carretera, unas dunas increíbles, a orillas del lago y tan solo un “tiro de piedra” de Chicago, que se apercibía en lontananza, al otro lado de las aguas. Será un lago, que lo es, pero a mi siempre me ha parecido un mar. Son famosas las historias de tormentas brutales en este lago-mar, hundiendo barcos. Una de estas historias se me quedo grabada, la zozobra y naufragio de un velero, a finales del siglo XIX, que transportaba el abastecimiento de árboles de navidad para Chicago. Nunca ha sido encontrado.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Volviendo a las dunas. Al punto me informé del paraje y su historia. Otra vez la glaciación Wisconsin, la misma que produjo las cataratas del Niágara y la recesión de los glaciares de los grandes lagos; al retirarse produjeron estas dunas que, además, son unas de las pocas, treinta y cinco en todo el mundo, “dunas cantantes” o “silbantes”. Buscando información sobre dunas, aprendí que también existen dunas que “ladran”, tal que si fueran perros. Que cosas!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Las dunas, pequeñas pero magnificas, eran un coto fotográfico de primerísimo orden. Las arenas de un color caramelo-rojizo, de increíble suavidad a la pisada, al tacto y al ojo, nos rodeaban por todas partes. Contenían, incluso, pequeños estanques de aguas trasparentes y matas de juncos.Una vida reflejada en otra. Los espejos de la naturaleza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Un verdadero coto de caza. Un ciento de “cartuchos” se nos fueron entre los dos “tiradores” y el símil cazador me trajo el recuerdo de mi nunca olvidado Pepe Núñez Larraz que, aquí, hubiera gozado como un “marrano con paperas”. Así sucedió con Sarah, que sacó y cobró las mejores piezas. Algunas de las fotos de aquella tarde inolvidable son las que ilustran este “posting”. Aunque bien mirado, cualquier tarde con S. es siempre inolvidable.

 

Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Dunas, agua, viento frío, olor a agua dulce de lago, vallas de madera sosteniendo la integridad del fenómeno…Ni las palabras, ni las imágenes, ni la feérica música de Vaughn Williams, allí en Chesterton (Indiana), quedan esas dunas esperando que alguien visite su delicada existencia. Antes, quizás, de que un mal viento se las lleve.

 

Luisma, 30 de Diciembre del 2015

[Originally Posted in December 2014]

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La reunión

‘El cuarto del Principe’, diez minutos antes de la reunión. (“Palacio Real” de Jose Manuel Ballester, 2009 )

‘El cuarto del Principe’, diez minutos antes de la reunión. (“Palacio Real” de Jose Manuel Ballester, 2009)

Año 1656. Huele a chimenea, a leña de encina quemada. Son los últimos días de invierno que en Madrid demasiadas veces se confunden con la primavera. Del patio suben las voces de atención de la Guardia Real. El Alcázar, por la mañana, es un lugar silencioso. Las estancias que no tienen fuego de hogar se abren muy de amanecida para airear y no se cierran hasta el mediodía, para que el aire de la sierra seque y oree los ambientes — lo mismo que se hace con los embutidos serranos. El Palacio Real es vivible, si se mantienen las condiciones y se cuidan las temperaturas. Hoy, este ala está muy concurrida, personajes van y vienen ajetreados, señal de que los Reyes andan cerca. Los personajes en cuestión se reúnen, confluyen en el llamado cuarto del Príncipe que es el obrador, el estudio donde está pintando Velázquez en estos días. El maestro Diego, él fue quien me dijo que la habitación donde pinta el gran cuadro debería estar caldeada, sin exagerar, a tono con la situación: Que la princesa y las niñas no pasen frio. A él no le importa ese frio demasiado; aún siendo sevillano, lleva tiempo acostumbrado a estos días, a veces gélidos, de Castilla y dice que no sería la primera vez que pinta con guantes. Me gustaría hacerme amigo del maestro, ofrecerle mis servicios, aunque un viejo guardia adaptado a guardadamas no puede aspirar a mucho en esta Corte.

Nicolasillo Pertusato no es realmente un enano, es una miniatura de galán, un hombre diminuto que parece un niño pequeño y que se comporta como tal, estrambótico, ya tiene dos decenas de años pero aparenta como la mitad. Es saltarín y no tiene el físico ni los rasgos de la enanez. Es alegre aunque con mala leche, a veces, producto de ser consciente de su pequeñez. Anda por las estancias rebuscando algún dulce extraviado que llevarse a la boca, es un goloso y le pierden los “caramelle” italianos, como él, que hace poco han debutado en la corte. Esas piezas de confitura dulce que se han puesto de moda y que están empezando a costar problemas dentales a más de uno. Por no hablar del Tiramisú, ese postre cuya receta trajo el maestro de su último viaje a Roma; cuando pintó ese retrato del Papa, del que todo el mundo habla. Ni con tanto dulce engorda, ni crece. En los pasillos todo el mundo se para con él y coinciden en las cuestiones:

— “Donde vais de esa guisa, tan peripuesto y de tiros largos?”

— “Me va a pintar Velázquez… Don Diego quiere que esté en su nuevo cuadro, junto a la Infanta Margarita y sus meninas.” No todo el mundo tiene el honor de que lo pinte ‘el Sevillano’, solo los privilegiados.

— “Callad ya, no sois más que un enano!”

— “No soy un enano, soy un galán pequeño!” Berrea a su interlocutor. Pertusato calla, sabe perfectamente que su pequeñez es lo que le permite vivir en Palacio, y además, tampoco quiere enemistarse por un ‘quítame allá esas pajas’ con ningún personaje de la Corte.

El ‘niño grande y pequeño’ se apresura para llegar a tiempo al estudio del pintor. En el camino se tropieza con ‘León’ el bonachón perro de la Infanta que casi es más alto que él y al que le gusta zaherir:

—“Vamos, ‘León’ que a ti también te van a pintar.”

El perro le tira un gañafón que casi le hace perder el equilibrio. El diminuto personaje lo arrea con una patada en los cuartos traseros, como de costumbre. Ambos bajan la escalera que da al estudio y se paran sorprendidos de ver a los Reyes, que hablan en voz baja con el pintor. Nicolasillo afina el oído, curioso, mientras juega con el perro; no sabía que los monarcas iban a estar en la sesión de poses. No sería extraño, pues Velázquez es muy capaz de pintar varios cuadros al mismo tiempo. El perro rabea alrededor de la Reina que lo aparta ostentosa con el pie. El animal se sienta en el suelo y aparenta quedarse dormido. Nadie, ni siquiera un perro, sexto sentido animal, osaría quedarse dormido sin el pláceme en la presencia Real. Varias personas van entrando en la estancia, por un momento hay un gran ‘frufrú’ de vestidos, sedas y brocados. Las conversaciones y los ademanes se aquietan ante la figura de los Reyes. El olor de madera quemada en las chimeneas se adueña del lugar, un sol blancuzco entra por los balcones y a contraluz el aire del estudio se tiñe de colores y sobrevuelan miasmas, polvo y motas de luz. La habitación se hace agradable a todos los sentidos.

Margarita, Infanta de España, se moja los dedos y se atusa los pelillos rubios no sujetos por el prendedor de carey, que alguien le regaló después de un viaje a América. Está en la fuente del patio y no tiene prisa, nunca la ha tenido, se sabe el centro de atención y la preferida de su padre, a pesar de no ser un varón. Le hubiera gustado ser hombre, ser príncipe y heredero de la corona. Entonces sí hubiese tenido los mil retratos de Velázquez y no tanto medallón para ilustrar a futuros pretendientes. No sabe aún que puede llegar el día en que sea Reina de España o Emperatriz en Austria. Se sujeta los vuelos del vestido y camina bamboleándose, casi levitando, hacia el estudio del pintor.

— “Si yo no estoy, no hay cuadro,” protesta para su coleto.

— “Habrán de esperar, yo soy Margarita!” Casi se le escapa un grito.

— “Donde están mis meninas?”

Del fondo de un pasillo lateral ha surgido una masa obscura, de andar acompasado y dubitativo. Tiene los pies planos y el resoplido del poco fuelle físico.

— “Alteza, Alteza! Esperadme, por favor!” Margarita la reconoce antes de que salga de las sombras. Es Mari Bárbola, la enana germanota, descomunal, una enana gigante, apaisada y rolliza, que le llega diciendo:

— “Ay, ay, me duelen mucho mis rodillas y mis estómagos y me siento mal.” Margarita, consentida y a veces cruel, le contesta con bromas:

— “Bárbola, no tienes más que un estómago, por Dios!” La princesa trata de empujarla, sin éxito.

— “Yo, cuando me siento mal, me quedo en pie o cambio de silla, ja,ja….” La enana se detiene antes de bajar la escalera para recuperar el resuello.

— “Bárbola, vamos, más deprisa, apresuraos, que nos van a poner falta.”

Al entrar en la habitación, que huele a trementina y fuego de hogar, Isabel y María Agustina salen de las sombras por una puerta excusada que comunica con el pasillo hacia las cocinas. Las dos niñas se paran, descubren la reunión en ciernes y se acercan solícitas a la Infanta, ofreciéndole agua y anises en un búcaro rojo. Apenas se dan cuenta de donde y con quien están, no tienen ojos más que para ella, su ‘reina chiquita’. María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco, las meninas, son todavía unas niñas, unas señoritas de compañía, a pesar de ser solo un poco mayores que la Infanta. No les hace mucha gracia posar con los enanos.

— “No se porque tienen que estar en todas las sopas”, dice la una.

— “Es verdad, solo son unos monstruos”, retrueca la otra.

— “Que afición tiene el señor de Velázquez a pintar estos engendros.”

Las dos han llegado a Palacio, la noche anterior, desde la Casa de Campo, donde se hallaban preparando las habitaciones de verano, todos sus ropajes y decoración, para la próxima vacación de la Infanta. No tenían noticia de tener que posar para un cuadro y les entra la curiosidad de saber quien ha posado por ellas hasta lo de hoy. Se relamen de gusto de figurar para el pintor de cámara del Rey.

Diego de Silva y Velázquez entorna los ojos y medita lo que tiene en la imaginación. Le atrae pintar esta reunión que se le ha ocurrido: Reyes, personajes y personajillos. El mundo al revés, los Reyes minimizados solo serán un reflejo; los personajes adultos en las sombras, puro relleno para la composición; menos él mismo, convenientemente iluminado, a casi la misma importancia que la princesa. Los personajillos encuadrando la figura central de la niña. Sobre todo le da una gran excusa para aparecer con Su Majestad en un mismo lienzo. A ver como le presenta la idea del cuadro al Rey. Tendrá que ser una obra razonada y harto sutíl. Intuye que deberá terminarla antes de que el Rey la vea en instancias avanzadas, no sea que se la prohíban, como ya ha ocurrido con alguna otra pintura.

Velázquez medita, mientras observa a los circunstantes. Habrá de ir con cuidado. Su ambición de llegar a la nobleza no le permite dar ningún paso en falso. Esa misma ambición es la que también le ‘permite’ saberse un gran pintor, lo cual ha podido comprobar en sus viajes y visitas a colecciones reales en otros países. Desecha estos pensamientos, lo que ahora le preocupa es plasmar con sus pinceles y sus colores el aire en esta habitación, en la que ha reunido a todos estos personajes. Ni siquiera puede imaginar que todos ellos van a ser famosos en los siglos venideros, incluyéndose a si mismo, por causa de su habilidad, de su arte, en esta obra pictórica.

“Las Meninas”, varios siglos después.  (Diego de Silva y Velázquez, 1656) “No hay cuadro alguno que nos haga olvidar este” (Carl Justi)

“Las Meninas”, varios siglos después. (Diego de Silva y Velázquez, 1656) “No hay cuadro alguno que nos haga olvidar este” (Carl Justi)

Debo apresurarme, no puede ser que un simple mentor palaciego llegue tarde a una sesión de pose con la Infanta, podría caer en desgracia, es tan fácil…. Un guardadamas, eso es lo que soy y lo máximo que llegaré a ser. Esta es una ocasión magnífica para hacerse de notar, sabe que su ayudante, Doña Marcela, ha convencido al pintor para que lo incluya en ese cuadro, a pesar de ser un ‘don nadie’. Un cuadro que aún no está pintado y ya todo el palacio habla excelencias de él, por sus dibujos preparatorios. Tendría gracia que mi nombre se perpetuara por los tiempos venideros en la Colección Real. Cuando entra en la estancia, ya todo el mundo está allí, hasta los Reyes. Oye un ruido a su espalda, al fondo enmarcado en la puerta, ve a Nieto el primo del pintor. Todo ‘quisque’ quiere algo, o mostrarse y figurar. Tal es el ‘entrar’ en un cuadro del sevillano Velázquez, Más me valdrá quedarme aquí en la obscuridad, junto a la dueña. Que honor! Que honor!

(El guardadamas en la sombra es el único personaje de “Las Meninas” del cual se ignora la identidad. Un eterno desconocido al que todos conocemos y nos hubiera gustado suplantar)

Luisma, Maypearl (TX)   11 de Mayo del 2015

 

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Arte es arte

Mis chicas en mi Prado. Las echo de menos

Mis chicas en mi Prado. Las echo de menos.

No hace mucho tiempo estuve en la Phillips Collection, en Washington D.C. Un pequeño museo de arte que contiene algunos de mis cuadros admirados de siempre. De esta ciudad, una de mis favoritas de todo el mundo que conozco, tengo que escribir mas largo y sobre todo mas tendido.

No es de ahora, es de siempre. Es algo habitual en mi. Cuando veo buena pintura me dan ganas de pintar, generalmente después de visitas a los grandes museos y nunca viendo reproducciones, por exactas que estas sean. Así mismo, cuando leo cosas buenas me dan ganas de escribir, supongo que en ambos casos es la emoción de la obra bien hecha o la captura de ese intangible llamado: arte. Me gusta pillar arte donde quiera que lo encuentro, a salto de mata, para ello voy siempre escopeta en mano y ojo avizor. Últimamente me cuesta bastante trabajo encontrarlo a buen precio, quien sabe porqué? Seguramente la culpa es mía por relajarme en la búsqueda.

Que cosas pasan! Encontré arte para apreciar, hace unos días, revisando algunos partidos de fútbol de mi Real Madrid; de la pasada temporada, de la 31 victoriosa. Los tengo grabados de un canal futbolístico de la “tele” americana llamado Gol TV, en el cual los disfruto pese a los descocados y a veces estúpidos comentarios de sus locutores. Los pobres basan sus comentarios en extracciones, mal que bien entendidas, de la lectura del AS y el MARCA. El cielo nos valga! Ninguno de estos dos periódicos deportivos tienen cabida en cualquier acepción de arte. Una vez de ciento al viento hay algo semejante a lo artístico en sus contenidos. El arte al que me refería era la calidad del juego del capullo de Guti. Que artista!

Arte en una televisión, en un partido de fútbol? El arte se encuentra y se degusta en cualquier circunstancia propicia. Digo esto, a propósito de que acabo de salir del baño, de la bañera, uno de los muchos sitios en los que leo. Estaba con un libro de Javier Marías, leerle y releerle es casi un placer diario. Sus relatos cortos o sus artículos de periódico, por viejos que sean. Sus novelas son ya otra cosa, la mayoría las he leído una vez y basta, de momento. Comparto con él un madridismo beligerante, aunque no furioso ni cerril, como el de otros. Eso si, leyéndole, siempre tengo la impresión de leer arte y siento lo mismo que ante una buena música o un buen cuadro. También siento envidia cochina, aunque sana.

Siempre estoy tratando de escribir mejor y usando el mejor cebo para pescar, la lectura. Leer mas. Leer mucho y de todo. Si es bueno, dos veces mayor placer.

Luisma, Maypearl (TX)   27 de Abril del 2015

[Originally posted in August 2008 on Dust, Sweat and Iron]

 

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Retrato de pintor (III)

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Pasa el día escuchando Mozart. Ese montón de cintas grabadas que se trajo del viaje a Europa. Los dineros se han vuelto cortos y está casi en bancarrota. Pintar ya no es solo un oficio, es una cruda necesidad. Algunas veces siente que ya son muchos tumbos, los que ha dado en la vida, de un lado para otro persiguiendo una carrera de pintor que se muestra esquiva.

A la vuelta de Nueva York, no encuentra acomodo posible y echa de menos sus sueldos seguros de cuando estaba en la milicia. En los Marines. La fotografía aérea, que le permitió tener una visión del terreno, del campo y sus parcelaciones, sus colores y sus contrastes. Inspiración de tantos cuadros soñados y también de una visión abstracta que cada día se le mete más en su pintura. La figuración y la abstracción pelean en su cabeza.

Mientras unas cosas y otras vienen y pasan; de algo hay que comer y de alguna manera hay que pagar los materiales y el alquiler del estudio. Le ha dado muchas vueltas, y una idea de su mujer se le viene encima: un taxi. Trabajar como taxista solucionaría sus problemas; mientras llega una buena, o aceptable, proposición académica entre las varias a las que ha optado. Lo malo de los trabajos eventuales es que, a veces, se convierten en definitivos. Si el montante cubre las necesidades provoca el olvidar algo tan volátil como son los dineros del arte.

Richard Diebenkorn, taxista y pintor. Será posible? La pintura es lo que importa. Ese cuadro de Matisse, “Vista de Notre Dame”, le tiene obsesionado, una y otra vez se enfrenta a él, como lo hizo cuando lo vió en su inicial visita al MoMA en Nueva York. Le gustaría encontrar una solución pictórica para visualizar esos campos y esas parcelas de tonos tan suaves y tan diferentes. De la manera que los vió desde los aviones, en los vuelos de cartografía militar.

En Matisse cree ver una buena solución estética, la apertura de un camino. Ya tiene nombre para una serie completa y soñada: “Ocean Park”. Los títulos vendrán después; o simplemente los numerará, como hizo con otras series anteriores: “Alburquerque”“Urbana”…series de pinturas tituladas y enumeradas, como los lugares donde se crearon y se trabajaron. Ahora California, después, quién sabe?

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

De algo si está seguro: nada de lo que ha hecho, hasta ahora, le satisface totalmente. Tantas visitas a los museos, aquí y en Europa, lo único que le producen es frustración de no alcanzar las metas que aprecia en los grandes pintores. Todo lo que quiere es pintar. En realidad, ve la enseñanza como una manera de sustentar esa vida pictórica; de la que siempre ha discutido con sus alumnos y sus compañeros. Esto le ha costado perder amistades y posibilidades en un mundo que no le agrada, la academia.

Mientras tanto, las dudas le corroen, está en la abstracción y hace figuración, que no muestra en publico. Los críticos se dan cuenta, le cuelgan el sambenito de “indeciso” y le acusan de dudar demasiado. Richard no se defiende, sigue en sus trece, hace lo que quiere y busca, investiga, trata, ensaya bajo la sombra continua de la credibilidad del propio trabajo.

Escribe: “Yo no entro en el estudio con la idea de “decir” algo, lo que hago es ponerme frente al lienzo en blanco y poner unas cuantas marcas arbitrarias en él y eso me hace iniciar una especie de diálogo.” Su pasión por la expresividad de la abstracción le viene de las visitas a los museos. A veces, imagina sus cuadros colgados junto a las obras de los grandes maestros. El diálogo es con ellos y consigo mismo.

Aquel viaje a Rusia fue determinante. Moscú, Leningrado. El Hermitage, su pobre iluminación sobre las pinturas, apenas un punto de luz sobre los cuadros que acusa el brillo de los barnices. Todo escaso de ideas museográficas. Grandes errores de exhibición. Cuadros escondidos, un Felipe IV de Velázquez, algún Rembrandt…el Tríptico Marroquí de Matisse dividido entre las dos ciudades. Quién toma esas decisiones? Quién maneja sus recuerdos? Y, después de todo, que importa: su porvenir, su vida, están en juego…Un acomodo, ni grande, ni suntuoso; unos pocos dólares para manutención y poder seguir. Pintar, pintar, pintar…

Luisma, 15 de marzo de 2011

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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Interior — Día — Bilbao Guggenheim (2)

 

“The Matter of Time” Richard Serra. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Richard Serra, The Matter of Time. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Entrar en el museo es como entrar en el set de una película en rodaje, un festejo visual de muchísimos grados y ángulos—tantos como rincones tienen sus espacios—e incontables planos más. La luz que penetra desde fuera, avanza lenta y parece tan atónita como mis propios ojos. Me quedo parado mirando un rebote de luz y ella, la luz, se detiene sorprendida también. Hace solo un momento, afuera del Bilbao Guggenheim el celaje era gris y ominoso, nada más ingresar por las puertas, un sol triunfal se ha sumado a la visita. En mi cabeza resuena un órgano barroco, catedralicio, cada nota es un cuchillo de luz, cada rayo solar multiplica su reverberación en la más simple pared y las luces cenitales borbotean, al tropezar en las pocas nubes, dando una magnífica sensación de movimiento a cada objeto, a cada línea, a cada color.

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Me doy cuenta de que he olvidado, o mejor dicho, no tengo presente todo lo que había leído sobre este sitio. Solo me atrevo a dejar que me entre por los ojos, los mantengo abiertos con fuerza, casi sin permitirme el parpadeo. En apenas dos minutos, ahora, ya sé que el lugar se me va a quedar dentro para siempre. Parezco una aguja de marear en un mar de tormenta, miro a cada punto cardinal, sin saber hacia donde avanzar, por donde navegar este museo. Me acerco a mirar algo y después vuelvo al punto donde empecé, como si tuviera miedo de perderlo. Una ‘foto’, cien, mentalmente doy las gracias a no sé quien por haber inventado la fotografía digital. En unos pocos minutos he ‘gastado’ ya lo que hubieran sido tres carretes de celuloide. Bendito siglo! Y benditas tarjetitas en las que caben tantos miles de fotos. Ya no duele ‘tirarlas’ pero me contengo, he sido ‘entrenado’ a solventar mis problemas con pocas ‘poses’. La fotografía ya no es lo cara que llegó a ser, y también es muy agradecida con quien dispara mucho. Intentar hacer arte fotográfico ya es otra cuestión.

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Si Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz, el fotógrafo tiene que servirse de ello para ‘eternizar’ esos momentos que se producen contínuamente en su interior. El campo de juego es magnífico y las apuestas inconmensurables. El énfasis de la colección del museo es en la gran escultura, y es claro, quizás por ello las mayores críticas han sido a los grandes espacios interiores. Algunas pinturas de formatos no tan grandes parecen ‘perderse’ en vanos formidables, descomunales. Para mí, todo es cuestión de quien sea el pintor y cual sea la obra que centre nuestra atención. Un Picasso nunca puede perderse en una pared, por desmedida que parezca, y propongo una prueba de fuego, a ver que ocurre: colgar la “Gioconda” en cualquier parte de una de estas paredes, altas como naves góticas, en el grandilocuente atrio de este Guggenheim. Estoy seguro que seguirá calentándome el corazón como si estuviese en el salón de mi casa. Donde por cierto está—en reproducción, claro—solo un poco mayor que el original, para cumplir las normas del Louvre.

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

En la colección encontramos a los ‘sospechosos habituales’, americanos y europeos, y otros no tan habituales, cuyos nombres ‘cantan’ a artistas vascos. Además de otros españoles variados: ‘el mallorquín’, dos o tres de los madrileños, el de Huesca (por goleada), el valenciano neoyorkino ‘crónico’, el otro de Santander, neoyorkino también y el mitad monje y mitad soldado de la fotografía; de este (Ballester) siempre me ha encantado su “palacio real” que es unas meninas sin meninas y sin nadie. Un cuadro fantástico, retrato del aire, el mejor homenaje a Velázquez. Lo dicho, de los sospechosos habituales, a toque de corneta de la central Guggenheim, me voy a quedar con un Richard Serra que acertó al ‘subirse al Museoa’, un buen salto de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao. Se merece el espacio que le han dado. “The Matter of Time”, lo ví primero a vista de pájaro, una buena manera, lo entendí al pronto y además me trajo el recuerdo infantil del laberinto de las bolitas de acero. No me quedó más que ‘bajar’ a sus espacios interiores. Entre aquellas ‘paredes’ de acero-cortén, tremendamente fotogénicas, dejé colgada parte de mi imaginación, y adquirí, a cambio, ese color ‘marrón-Serra’ que tanto he usado después.

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Y también me quedaré con Jenny Holzer, ‘amiga personal’ e ‘instaladora’ favorita, acerba feminista, áspera pero agradable—que remedio—la ‘reina’ de las luces LED, cuya obra se me aparece en sueños frecuentemente. Por algo será. Nunca olvido su razón para no pintar abstracción: “quería ser una pintora abstracta, pero era un desastre”. ‘Verticales azul’, gracias a ella soy ‘capaz’ de usar ese color azul y así llamo a sus fantásticas luces que parecen instaladas en las fronteras de la abstracción y que a mí me delimitan el paso de la vigilia al sueño, entrando donde adquieren más sentido, en mis sueños.

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Con pena y resistiéndome salgo del museo, solo me consuela—pasaría mucho más tiempo en él—que el museo no sale de mí. Se viene conmigo, me he llenado los bolsillos y la cámara de unas imágenes y un recuerdo que lo harán imposible de olvidar. Y espero que siga, hasta mi vuelta, en su emplazamiento, sin moverse y ni siquiera balancearse, creyéndose un navío listo para salir a las aguas de la cornisa cantábrica e irse a recorrer esos mundos que seguro lo adoptarían. A quien le amarga un dulce, aunque sea un museo? Estoy seguro de que a cualquier país le gustaría tenerlo.

Luisma, Maypearl (TX)   30 de Marzo del 2015

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Guggenheim en la cornisa cantábrica (1)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Es como una fijación, siempre acabo haciendo lo mismo, con el intervalo de unos cuantos años, me gusta ir de viaje al norte de España. Y una vez en el norte, viajarlo en coche, de cabo a rabo, desde Galicia al País Vasco. Para quedarme unos días de quieto, en el medio está el gusto: Santander o Asturias y de ellas el pueblo pequeño, a ser posible con playa, aunque lo de menos sea el baño, y me da igual verano que invierno. Conducir y caminar la ‘cornisa cantábrica’ es de lo que se trata. Esta definición de la zona que agradezco a los locutores de radio y televisión, al dichoso ‘hombre del tiempo’, que lo repiten todos ellos históricamente, hasta la saciedad, y con familiaridad absoluta como si la cornisa se tratase de la escayola del salón de su casa. Si tuviera que escoger uno de estos lugares, sería en la provincia de Santander que, como rezaban las geografías de mi niñez, es la salida natural de Castilla al mar y quizás por ello también al mundo, en los tiempos en los que al mundo se iba por mar.

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Rodar por la cornisa inevitablemente te lleva a Bilbao. Y así ha sido mi costumbre, aunque por alguna razón era contínuamente sitio de paso. Ahora ya no es tal, ni lo fue hace cuatro años, es otra meta y otra fijación. Bilbao es ya el Guggenheim (y por supuesto: San Mamés, aunque sean amores distintos). Esta jornada, S. (‘Ese Punto’) está conmigo con lo que el placer es doble, como mínimo. Ella viene al museo por primera vez y la dejo que lo descubra en lontananza, al término de la calle repleta de coches, una vista final que se acerca despacio y se adueña de la impresión y la emoción. Una explosión de brillos, apoteosis centelleante del metal al tornasol y que ofrece su esplendor al desembocar la calle al rio Nervión que oficia de foso protector detrás, donde parece un gran navío anclado en puerto. Son los alzados del teatro de la arquitectura actual en un contorno clásico, un contraste arquitectónico que se amplia y se explica cuando llegas a la visión total del edificio. Después de un momento de contener el pálpito, un largo y profundo respiro te permite, por fin, hacerlo libremente y volver al uso de la palabra.

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Bilbao Guggenheim es impresionante. Mal que le pese a quien quiera. Nunca entenderé que una obra semejante pueda tener tantos críticos, tantos detractores con tantas motivaciones espurias. Mi visión ha sido crítica pero solo en elementos y detalles que no empañan, en lo absoluto, la grandeza y la brillantez de esta maravilla arquitectónica. Para mí, uno de los hitos del milenio, quizás el más atractivo de todos ellos. Me puedo pasar horas, y lo he hecho, dando vueltas al exterior del museo, levitando, y caer en la cuenta de que cada vuelta, cada retorno a un detalle, a un rincón o una fachada ya vista, es una invitación persistente a disparar la cámara, a generar una nueva mirada, una nueva visión y una serie de emociones encadenadas. Un ‘txirimiri’ de luces y reflejos que llenan los ojos de recuerdos. Andar cerca y hasta tocar, acariciar, los revestimientos de las fachadas del Guggenheim: vidrio, titanio y piedra con ecos de esqueletos de animales marinos, quien sabe de que proveniencia. Y la ensoñación de las mil flores estalladas del ‘guardián’, el ‘Puppy’ de Jeff Koons, acero inoxidable y flores, ejemplo de valentía artística.

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…”  (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Guggenheim es un placer por el que vale la pena, una y otra vez, el viaje a Bilbao. Además, las dos veces que lo he visitado, siempre me ha producido como una especie de reacción sorprendente; conforme pasa el tiempo estando cerca del lugar, empiezo a sentir una sensación de alacridad, alegría, entusiasmo y presteza de animo. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia. Es la misma sensación que me produce estar frente a algunas de mis pinturas favoritas, las que están en la cúpula de mi particular historia del arte, del Parnaso de mi gusto personal. Algo que me obliga a encender mi ánimo y acometer con fuerza renovada lo que en ese momento esté haciendo en pintura y fotografía. Diferente a lo de escribir, en esto el paso del tiempo y el recuerdo sedimentado del sitio me es más objeto de inspiración. Para escribir me ayuda más el recuerdo que la presencia y la visión. Puedo soñar, dormido, con arquitecturas, espacios, texturas de fachadas, brillos y colores propios o reflejados; sensaciones físicas de andar, ver y tocar. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta, no recuerdo haber soñado de tal manera nunca con pinturas o fotografías, solo con sus referencias.

Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. con Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Este post—este escrito—no trata de ser algo académico, algo original, ni siquiera rimbombante o artístico. Lo único que intento hacer aquí es, una vez más, reflejar mi gusto y admiración por una arquitectura que me llena. Es una manera de aplaudir a un Frank Gehry que lo ha hecho de fantasía en cada uno de los edificios que le conozco, y aun me falta París; el recién acabado: Fundación Louis Vuitton, del cual solamente he podido admirar lo que muestra su ‘website’. Cada nueva obra que le visito es un tremendo desafío fotográfico para mí. Y para ir a Paris, solo necesito una mínima excusa: respirar allí, por ejemplo. Frank Gehry y París es más que una mera excusa. Es una atracción magnética tremebunda, como en su día lo fue y lo es: Bilbao.

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Ir de vez en cuando al Nervión y disfrutar el Guggenheim, no sea que llegue una vez y el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo, cornisa cantábrica, salida al mar y al mundo… De esta obra—francamente a veces se me olvida que es un museo—, quedan las fotos del exterior que en parte ilustran este post. De su interior ‘hablaré’ otro día, en otro post, con otra excusa y con otras gráficas. Un inverosímil Richard Serra ya ‘me pide’ cuartelillo y un prodigio de arquitectura interior me ofrece sus luces y sus espacios sorprendentes. Además de aprovechar las posibilidades de mi propia lectura estética, mi fotografía siempre ha intentado ser un homenaje cuando se trata de arquitectura señalada, la de los grandes, la que a mí me hubiera gustado hacer y nunca tuve la valentía de intentar.

Luisma, Maypearl (TX)   14 de Marzo del 2015

 

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Neferyuyu y la reina egipcia

 

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Donde hicimos esta foto? Si, fue en el museo del Louvre, ese sitio mágico donde todo es posible. Paris siempre vale su famosa misa. Para ti por primera vez, para mi cuarenta años después. No tanto tiempo si pensamos en la edad de la reina egipcia. Aquella fotografía fue, una vez más, un momento suspendido en el tiempo. Algo para recordar.

Se pueden tener recuerdos. Se deben tener. Cuantos mas recuerdos, mejor, señal de una vida mas plena. Y para recordarlos es mejor tener una ayuda. La imagen, esa que dicen vale mas que mil palabras: la fotografía. Aunque solo fuera por eso, por la capacidad de hacer recordar, ya merecería la categoría de arte. Nos hemos pasado, años ha, malgastando tanto tiempo en la fútil discusión de si la fotografía era un arte, o no. El vano intento de los reaccionarios de turno, de los que mantendrían el mundo estático, sin mover el más mínimo dedo y sus atrofiadas neuronas, no ha podido con la fuerza de la fotografía.

La fotografía, el arte de siglo XX, y sus hijos putativos: el cine y la televisión, hermanos bien avenidos que nos darán en este siglo descendientes de la misma imagen genética, nietos digitales y los que vendrán, que todavía no conocemos, por supuesto. Quien pudiera llegar a conocerlos antes de difundirse uno mismo en el éter!

Supongo que de esta misma manera sería como se sentirían algunos artistas-grabadores egipcios cuando veían y comprobaban la acción de ciertos ácidos y químicas sobre las tablillas y los metales. El ver aparecer imágenes previamente imaginadas y la realización de pensar hasta donde aquellas técnicas podían llegar en el futuro. Ellos tendrían sus ambiciones estéticas y adorarían a sus reinas y las bellezas cercanas a su tiempo y proximidad geográfica. Tendrían su Paris y sus colecciones de arte igual que las tenemos ahora y tuvieron su manera de representar y perpetuar su cariño y admiración por ellas.

Igual que nosotros nos maravillamos de aquel arte y aquellas bellezas, comprendiendo aquel mundo de entonces, más o menos. Ya me gustaría tener la facultad de anticipar como verán nuestras cosas, nuestro arte y nuestras admiradas reinas egipcias, la gente que nos siga en mil o dos mil años!

A la vista de la foto que encabeza este escrito no me cuesta prever que, en dos mil años, alguien pudiera pensar que no había gran diferencia entre ellas, igual que yo lo pienso ahora. Para aquellos de cuatro mil años después de nosotros solo tengo un pensamiento y un deseo: que todo cambie tanto como deba cambiar y que siempre haya artistas, cualquiera que sea el medio o la técnica, capaces de representar la belleza y la admiración por ella.

Luisma, 13 de Marzo del 2009

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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