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“Esto es arte o fotografía?”

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

“Esto es arte o fotografía?”

(titular de un articulo de El País, sección fotografía, del 5 de Junio del 2015, firmado por C.G.)

Hace tiempo que vengo notando y creo que no soy el único, van siendo años ya, aquí y al otro lado del ‘estanque’, que el periodismo va en caída libre por la pendiente. Me refiero, claro está, al periodismo de ‘redacción’, al que solo escribe, normalmente, en los todavía llamados diarios o periódicos, sean de papel o sean on-line. Tendría que ponerme a pensar en una fecha, o un momento crucial, en el que empezamos a notar que los periodistas se empeñaban en resbalar por la dicha pendiente, untada por los deslizantes aceites de la poca lectura y la imitativa de pobres ejemplos, vinieran de donde vinieran.

La imagen que me viene a cuento es la de un tropel de ellos, correctamente vestidos ‘de corbata’ precipitándose a empujones en una piscina atiborrada de otros como ellos, (la imagen me recuerda a las del gran Wolinski de Charlie Hebdo, R.I.P.), piscina de la que no pueden salir no por carecer de ayuda, sino por ni siquiera pedirla. Y todos mojados por las mismas aguas, las de los hisopos de la incultura más galopante. Quedan salvados los periodistas-escritores, es decir, los que solo se mojan semanalmente, o de ciento al viento, con sus colaboraciones, columnas especializadas, a menudo críticas de todo tipo y que transmiten en una manera más literaria que reporteril o de noticias del día. Por el propio hecho de su actividad literaria, generalmente novelística, se les supone una calidad de escritura, que en algunos casos, pocos, deja que desear.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

El caso es que el otro día, siempre hay un día llamado ‘otro’ para estos casos, estaba “ojeando” de ojo, u ‘hojeando’ de hoja—no lo tengo muy claro—aunque debía ser lo primero porque era con el Ipad (entonces sería ‘pantalleando’, hombre…) instrumento que no alcanzo a dominar, todavía, pero al que le saco todas las cosquillas posibles porque me sirve para muchas cosas…delgado de tamaño y peso, muy ‘iluminado’, rápido como una centella, una cámara de fotos increíble y contiene un mundo entero o más, mucho más. Es una herramienta fantástica que apoya mi sentido de lo artístico. Ahorro tiempo y dinero, es como una hucha y a la que no hay que romper para sacarle la sustancia. Ya me he ido por las ramas…

Decía que el otro día estaba ‘pantalleando’ un periódico, El País, online—una verdadera lástima—es uno de los que van rodando por la pendiente, cada vez peor: redacción aparentemente dirigida por sus enemigos, errores sin cuento, fotografía poco cuidada (aún recuerdo los primeros tiempos de El País, cuando sus fotos y fotógrafos eran un referente hasta para la fotografía artística), la sintaxis y ortografía desquiciadas. El Pais! uno pensaría que después de tantos años, habría en plantilla algún especialista en la interpretación de lo anglosajón y lo ‘americano’, después de la retro-colonización a la que nos hemos visto abocados, pero quiá, ni por esas! Sigue el vicio sempiterno de no entender lo americano, (o lo estadounidense—fea palabra, malsonante) casi al mismo nivel que ellos no entienden lo español. Con una diferencia notable: en USA rara vez hay alguna noticia de España, que no sean catástrofes y poco más. Sin embargo, en España lo raro e inhabitual es que se vaya un día sin noticias venidas o generadas en USA, noticias de todo tipo y con frecuencia mal interpretadas, o con errores incluso de bulto. Así ha sido desde hace ya más de un siglo. Tremendo.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Todo este comentario desatado a cuenta de un articulo en El País, titulado: “Esto es Arte o Fotografía?” de una tal C.G. y bajo el epígrafe de Fotografía. Lo de menos es a que se refería el escrito, creo que era una exposición de fotografía china, da igual, el problema me surgió al leer el título, presentando un supuesto dilema de unas fotos en ser arte o fotografía, como si una semejante disquisición fuera posible. Lamentable y supongo que confuso para mucha gente. No quiero ni pensar que la citada periodista C.G. estuviera tratando de ‘volver’ hacia atrás, unos setenta años, cuando la fotografía todavía era discutida como arte. Le concedo el beneficio de la duda, quiero creer que fue un simple desliz del lenguaje, un despiste.

Me consta que en ciertos niveles del llamado ‘gran público’ existe aún esta visión negativa de la Fotografía. Que se le va a hacer? Pero, ese público es muy duro de pelar, con el se necesitan años e incluso siglos. No es, sin embargo, de recibo semejantes errores en un periodismo que debería ser el educador de este ‘gran publico’. Y tenemos, por desgracia, unos periódicos actuales en los que las equivocaciones de todo tipo son legión y diarias. Tampoco veo quién, o quienes, pueden actuar de salvavidas en la repleta piscina, donde chapotean y chapotean pero no se les ve intención de salir. Echo de menos al corrector de pruebas y al redactor-jefe, estos deben estar abanicándose en el limbo, espero que el de los Justos. Aunque no sé muy bien donde queda eso, quizás debajo del trampolín.

Luisma, Maypearl (TX)   29 de Marzo del 2016

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Manos arriba

“…la colección de una vida entera… del cirujano Dr. Adrian E. Flatt…”

“…la colección de una vida entera… del cirujano Dr. Adrian E. Flatt…” Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.

Siempre he dicho que este país, los USA, nunca dejará de sorprenderme. Así lo ha sido los veintitantos años que llevo aquí—parece que lo sigue haciendo—y convengo que así puede que sea en adelante, tanto como me duren las pilas, claro. Lo cual está por ver. No digo que cada día, pero sí que muy a menudo, descubro cosas impensables, asisto a situaciones inesperadas, encuentro ideas o inspiraciones que se van de lo arquetípico y se convierten en una más de las sorpresas que ya hasta empiezan a parecerme normales.

De que otra forma se puede aceptar lo de la semana pasada en un hospital del centro de Dallas (Baylor). Uno que ya lleva vistos cien hospitales y cien museos y que no suele confundir unos con los otros, vagaba por los pasillos de la planta pública y de oficinas, común a todas las torres de especialidades. Un vagar distendido y relajado, matando el tiempo, que es algo en lo que tengo estudios y si se me apura hasta doctorado. Mientras S. “veía” a uno de sus médicos especialistas, yo me dedicaba a “mirar” el arte de serie B que colgaba profusamente en sus paredes. Montañas de cuadros pictóricos del más variado pelaje; eso sí, con cierta tendencia, observada en toda clase de hospitales, al Impresionismo, sin llegar a los cuadros de ciervitos, y a la Abstracción, esta cogida con pinzas y asesinada con el bisturí de la más burda imitación, “arte moderno” que le dicen.

Cuadros sin alma y lo que es peor, sin oficio. Pinturas compradas al peso, bueno, mejor dicho, por docenas. Seleccionadas por la enjoyada señora de algún preboste, cuyos millones sirven para edificar, amueblar, suministrar y de paso eludir impuestos personales y darse pisto eterno con su “fundación”. O quizás, compradas en algún almacén al por mayor por alguien de la oficina de los arquitectos. Solo el cielo sabe, de su aprecio y con que criterios y que titulación, posiblemente la de “correveidile” de turno, o la mas moderna titulación exportada con la americanización: becario, interno, es decir persona de cortos estudios que suplanta al verdadero técnico o profesional acreditado, cobrando mucho menos dinero por ello. Manos arriba!

“…cientos de manos de gente famosa, célebre, singular…”

“…cientos de manos de gente famosa, célebre, singular…” Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.

Así me veo de pronto, en mi deambular, aceptando la idea cuasi-faraónica de encontrar “al fondo a la derecha” de uno de estos pasillos con sabor a pirámide, Oh sorpresa! un gran hall, una especie de cámara del tesoro con acceso desde una escalera amplia y en rotación, y allí los miles de lúmenes y las vitrinas empotradas de un “Museo”, una gran exposición de manos y fotografías. Sí, sí, solo manos de bronce y la correspondiente fotografía del propietario de esas manos. Un museo totalmente personal, la colección de una vida entera, de un cirujano especializado en operar dolencias de las manos. El autor, el doctor Adrian E. Flatt, nacido inglés y largamente nacionalizado americano, un artista y un personaje de vida fantástica y sorprendente. Lo dicho, la sorpresa y la capacidad de ser sorprendido.

Unos cuantos cientos de manos de gente famosa, célebre, singular, incluidas manos de muchos de sus pares, cirujanos como él. Dicho así, multitud de manos y dedos que te dejan en suspenso; delirando por todas, o casi todas, las posibilidades de tal oferta alucinante. Manos expresivas de muchas maneras, grandes, pequeñas, dedos largos, cortos, tiesos, agarrotados, relajados, crispados, tranquilos, sufrientes y al pie de las cuales, una corta nota informativa sobre los dueños de esas manos y una fotografía de ellos. La mayoría personajes de vida pública, reconocibles, artistas, intelectuales, políticos, deportistas, músicos, médicos, astronautas…no hay un orden establecido, solo algunos grupos coherentemente unidos, o separados.

“…Armstrong, Aldrin, Collins…Cual sería su problema con las manos?...”

“…Armstrong, Aldrin, Collins…Cual sería su problema con las manos?…” Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.

Astronautas?—quien lo diría—uno abraza la idea o la creencia de que estos señores son casi perfectos, a tantas pruebas como se deben someter para salir con el empleo. Siete de ellos están con sus manos en bronce allí, incluidos los primeros alunizados: Armstrong, Aldrin y Collins. Cual sería su problema con las manos? Cualquiera sabe. Deportistas, como la tenista Cris Evert, de manos pequeñísimas; jugadores de beisbol y de football NFL, mas plausibles de tener problemas profesionales. El mago David Copperfield, a saber porqué. Varios presidentes de los USA y algún dictador latinoamericano; Van Cliburn, un pianista, lógico; Louis Armstrong, menos lógico así a primera vista. Paul Newman y otros actores y actrices; Larry Hangman, el JR de la serie “Dallas”. Walt Disney; Christian Barnard, el primer trasplantador de corazón y hasta una cohorte de montañeros y alpinistas. Algún español? Sí—el gran guitarrista Andrés Segovia—. Lo dicho: un ciento de personajes y sus manos, supongo que curadas o por lo menos consultadas.

“… Segovia, Cliburn, Stern…mas plausibles de tener problemas profesionales”.

“… Segovia, Cliburn, Stern…mas plausibles de tener problemas profesionales”. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.

Ni que decir tiene que telefoneé y me cité con S. al acabar sus consultas, en el sitio pero sin decirle lo que allí había. Trataba también de sorprenderla. Largo rato después, yo seguía mirando obsesivamente aquel montón de manos y al pronto una voz, a mis espaldas, me decía, en español: —Es la leche! Esto es simplemente alucinante—naturalmente era S., cuyo español, como puede observarse, “mejora” a marchas forzadas, al galope. Así salimos del hospital haciéndonos cruces y prometiéndonos visitar, sin falta, cualquier “museo hospitalario” que se nos ofrezca por tan módico precio. Recuerdo, hace unos años, una visita al Museo Nacional Dental en Baltimore, con su pièce de résistence: las dentaduras postizas del Presidente Washington. No todo van a ser museos de pintura.

Luisma, Dallas (TX) 21 de Marzo del 2016

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Las dunas de Chesterton

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Puede que sea difícil de imaginar, o puede que yo no sea capaz de transmitir las imágenes. Hace años, Julián Marías me dijo: escribe lo que no puedas pintar y pinta, fotografía en otros casos, lo que no puedas escribir. Lo intentaré, porque las impensables escenas que presencio, muchas de ellas conmigo dentro, son el pan de cada día de mis aventuras en este país.

Estoy en Chicago, una de mis ciudades favoritas en el mundo. Llegamos hoy, y ya estoy frente a mi ventana en la habitación del hotel Congress Plaza, con vistas al lago Michigan que, como siempre, más parece un mar, un mar de acero gris azulado. La sangre luminosa de los coches fluye abajo, once pisos más abajo; chorros de glóbulos rojos y blancos entremezclados, desde la avenida Michigan hasta la Lake Shore y las calles cruzadas del Parque del Milenio. Las primeras luces de la noche, desde esta ventana, un espectáculo que siempre tiene la virtud de hipnotizarme; puedo estar mirándolo durante largo tiempo, embobado en cualquier pensamiento o remembranza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Venir hasta aquí, en coche, es ya una manía. Estados Unidos hay que viajarlo en coche, a pesar de las monstruosas distancias. Y cada viaje a Chicago ( unas siete horas, desde Pittsburgh, rodando rápido) es una fuente de nuevas aventuras. Por más que se miren las predicciones de los hombres del tiempo, siempre hay una sorpresa, sobre todo en recorridos largos. Esta vez, con la primavera ya oficialmente entrada, después de dos horas de camino, nos empezó a caer nieve; que siendo de noche era cegadora, mareante, y dificultaba la conducción. Total, que paramos a dormir, y continuar al día siguiente, ya sin prisas, lo que produjo el avatar de turno y la aventura significativa del viaje.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

A la mañana siguiente, sol y viento, enfilamos hacia Chicago. Tras un tiempo de rodaje tranquilo, se estropeó un sensor de temperatura y para cambiarlo tuve que salirme de la autopista, y eso fue en un pueblo con un nombre muy literario: Chesterton, en el estado de Indiana. Después de varios intentos, el asunto nos lo arregló un “currito” con taller personal y aspecto de orondo bien comido, y bien bebido. Mientras esperábamos la reparación, en su sala de espera—oficina—salón de té, reparamos en unas fotos colgadas en la pared de algo que se anunciaba como Parque Nacional de las Dunas de Indiana. El tipo insistió que fuéramos a conocerlas—oiga, solo cuatro millas y son una delicia! Echada ya la tarde a perros y con el sol cayendo, y muy fotográfico, nos fuimos a ellas armados de cámaras y protegidos del frío viento, y—Oh, maravilla! La cosa valía la pena, y mucho!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Pasamos unas buenas dos horas recorriendo el sitio y pisando, fotográficamente, la arena suave de las dunas. Quien iba a pensarlo! A cuatro millas de la dura y pura carretera, unas dunas increíbles, a orillas del lago y tan solo un “tiro de piedra” de Chicago, que se apercibía en lontananza, al otro lado de las aguas. Será un lago, que lo es, pero a mi siempre me ha parecido un mar. Son famosas las historias de tormentas brutales en este lago-mar, hundiendo barcos. Una de estas historias se me quedo grabada, la zozobra y naufragio de un velero, a finales del siglo XIX, que transportaba el abastecimiento de árboles de navidad para Chicago. Nunca ha sido encontrado.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Volviendo a las dunas. Al punto me informé del paraje y su historia. Otra vez la glaciación Wisconsin, la misma que produjo las cataratas del Niágara y la recesión de los glaciares de los grandes lagos; al retirarse produjeron estas dunas que, además, son unas de las pocas, treinta y cinco en todo el mundo, “dunas cantantes” o “silbantes”. Buscando información sobre dunas, aprendí que también existen dunas que “ladran”, tal que si fueran perros. Que cosas!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Las dunas, pequeñas pero magnificas, eran un coto fotográfico de primerísimo orden. Las arenas de un color caramelo-rojizo, de increíble suavidad a la pisada, al tacto y al ojo, nos rodeaban por todas partes. Contenían, incluso, pequeños estanques de aguas trasparentes y matas de juncos.Una vida reflejada en otra. Los espejos de la naturaleza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Un verdadero coto de caza. Un ciento de “cartuchos” se nos fueron entre los dos “tiradores” y el símil cazador me trajo el recuerdo de mi nunca olvidado Pepe Núñez Larraz que, aquí, hubiera gozado como un “marrano con paperas”. Así sucedió con Sarah, que sacó y cobró las mejores piezas. Algunas de las fotos de aquella tarde inolvidable son las que ilustran este “posting”. Aunque bien mirado, cualquier tarde con S. es siempre inolvidable.

 

Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Dunas, agua, viento frío, olor a agua dulce de lago, vallas de madera sosteniendo la integridad del fenómeno…Ni las palabras, ni las imágenes, ni la feérica música de Vaughn Williams, allí en Chesterton (Indiana), quedan esas dunas esperando que alguien visite su delicada existencia. Antes, quizás, de que un mal viento se las lleve.

 

Luisma, 30 de Diciembre del 2015

[Originally Posted in December 2014]

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Interior — Día — Bilbao Guggenheim (2)

 

“The Matter of Time” Richard Serra. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Richard Serra, The Matter of Time. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Entrar en el museo es como entrar en el set de una película en rodaje, un festejo visual de muchísimos grados y ángulos—tantos como rincones tienen sus espacios—e incontables planos más. La luz que penetra desde fuera, avanza lenta y parece tan atónita como mis propios ojos. Me quedo parado mirando un rebote de luz y ella, la luz, se detiene sorprendida también. Hace solo un momento, afuera del Bilbao Guggenheim el celaje era gris y ominoso, nada más ingresar por las puertas, un sol triunfal se ha sumado a la visita. En mi cabeza resuena un órgano barroco, catedralicio, cada nota es un cuchillo de luz, cada rayo solar multiplica su reverberación en la más simple pared y las luces cenitales borbotean, al tropezar en las pocas nubes, dando una magnífica sensación de movimiento a cada objeto, a cada línea, a cada color.

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Me doy cuenta de que he olvidado, o mejor dicho, no tengo presente todo lo que había leído sobre este sitio. Solo me atrevo a dejar que me entre por los ojos, los mantengo abiertos con fuerza, casi sin permitirme el parpadeo. En apenas dos minutos, ahora, ya sé que el lugar se me va a quedar dentro para siempre. Parezco una aguja de marear en un mar de tormenta, miro a cada punto cardinal, sin saber hacia donde avanzar, por donde navegar este museo. Me acerco a mirar algo y después vuelvo al punto donde empecé, como si tuviera miedo de perderlo. Una ‘foto’, cien, mentalmente doy las gracias a no sé quien por haber inventado la fotografía digital. En unos pocos minutos he ‘gastado’ ya lo que hubieran sido tres carretes de celuloide. Bendito siglo! Y benditas tarjetitas en las que caben tantos miles de fotos. Ya no duele ‘tirarlas’ pero me contengo, he sido ‘entrenado’ a solventar mis problemas con pocas ‘poses’. La fotografía ya no es lo cara que llegó a ser, y también es muy agradecida con quien dispara mucho. Intentar hacer arte fotográfico ya es otra cuestión.

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Si Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz, el fotógrafo tiene que servirse de ello para ‘eternizar’ esos momentos que se producen contínuamente en su interior. El campo de juego es magnífico y las apuestas inconmensurables. El énfasis de la colección del museo es en la gran escultura, y es claro, quizás por ello las mayores críticas han sido a los grandes espacios interiores. Algunas pinturas de formatos no tan grandes parecen ‘perderse’ en vanos formidables, descomunales. Para mí, todo es cuestión de quien sea el pintor y cual sea la obra que centre nuestra atención. Un Picasso nunca puede perderse en una pared, por desmedida que parezca, y propongo una prueba de fuego, a ver que ocurre: colgar la “Gioconda” en cualquier parte de una de estas paredes, altas como naves góticas, en el grandilocuente atrio de este Guggenheim. Estoy seguro que seguirá calentándome el corazón como si estuviese en el salón de mi casa. Donde por cierto está—en reproducción, claro—solo un poco mayor que el original, para cumplir las normas del Louvre.

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

En la colección encontramos a los ‘sospechosos habituales’, americanos y europeos, y otros no tan habituales, cuyos nombres ‘cantan’ a artistas vascos. Además de otros españoles variados: ‘el mallorquín’, dos o tres de los madrileños, el de Huesca (por goleada), el valenciano neoyorkino ‘crónico’, el otro de Santander, neoyorkino también y el mitad monje y mitad soldado de la fotografía; de este (Ballester) siempre me ha encantado su “palacio real” que es unas meninas sin meninas y sin nadie. Un cuadro fantástico, retrato del aire, el mejor homenaje a Velázquez. Lo dicho, de los sospechosos habituales, a toque de corneta de la central Guggenheim, me voy a quedar con un Richard Serra que acertó al ‘subirse al Museoa’, un buen salto de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao. Se merece el espacio que le han dado. “The Matter of Time”, lo ví primero a vista de pájaro, una buena manera, lo entendí al pronto y además me trajo el recuerdo infantil del laberinto de las bolitas de acero. No me quedó más que ‘bajar’ a sus espacios interiores. Entre aquellas ‘paredes’ de acero-cortén, tremendamente fotogénicas, dejé colgada parte de mi imaginación, y adquirí, a cambio, ese color ‘marrón-Serra’ que tanto he usado después.

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Y también me quedaré con Jenny Holzer, ‘amiga personal’ e ‘instaladora’ favorita, acerba feminista, áspera pero agradable—que remedio—la ‘reina’ de las luces LED, cuya obra se me aparece en sueños frecuentemente. Por algo será. Nunca olvido su razón para no pintar abstracción: “quería ser una pintora abstracta, pero era un desastre”. ‘Verticales azul’, gracias a ella soy ‘capaz’ de usar ese color azul y así llamo a sus fantásticas luces que parecen instaladas en las fronteras de la abstracción y que a mí me delimitan el paso de la vigilia al sueño, entrando donde adquieren más sentido, en mis sueños.

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Con pena y resistiéndome salgo del museo, solo me consuela—pasaría mucho más tiempo en él—que el museo no sale de mí. Se viene conmigo, me he llenado los bolsillos y la cámara de unas imágenes y un recuerdo que lo harán imposible de olvidar. Y espero que siga, hasta mi vuelta, en su emplazamiento, sin moverse y ni siquiera balancearse, creyéndose un navío listo para salir a las aguas de la cornisa cantábrica e irse a recorrer esos mundos que seguro lo adoptarían. A quien le amarga un dulce, aunque sea un museo? Estoy seguro de que a cualquier país le gustaría tenerlo.

Luisma, Maypearl (TX)   30 de Marzo del 2015

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Guggenheim en la cornisa cantábrica (1)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Es como una fijación, siempre acabo haciendo lo mismo, con el intervalo de unos cuantos años, me gusta ir de viaje al norte de España. Y una vez en el norte, viajarlo en coche, de cabo a rabo, desde Galicia al País Vasco. Para quedarme unos días de quieto, en el medio está el gusto: Santander o Asturias y de ellas el pueblo pequeño, a ser posible con playa, aunque lo de menos sea el baño, y me da igual verano que invierno. Conducir y caminar la ‘cornisa cantábrica’ es de lo que se trata. Esta definición de la zona que agradezco a los locutores de radio y televisión, al dichoso ‘hombre del tiempo’, que lo repiten todos ellos históricamente, hasta la saciedad, y con familiaridad absoluta como si la cornisa se tratase de la escayola del salón de su casa. Si tuviera que escoger uno de estos lugares, sería en la provincia de Santander que, como rezaban las geografías de mi niñez, es la salida natural de Castilla al mar y quizás por ello también al mundo, en los tiempos en los que al mundo se iba por mar.

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Rodar por la cornisa inevitablemente te lleva a Bilbao. Y así ha sido mi costumbre, aunque por alguna razón era contínuamente sitio de paso. Ahora ya no es tal, ni lo fue hace cuatro años, es otra meta y otra fijación. Bilbao es ya el Guggenheim (y por supuesto: San Mamés, aunque sean amores distintos). Esta jornada, S. (‘Ese Punto’) está conmigo con lo que el placer es doble, como mínimo. Ella viene al museo por primera vez y la dejo que lo descubra en lontananza, al término de la calle repleta de coches, una vista final que se acerca despacio y se adueña de la impresión y la emoción. Una explosión de brillos, apoteosis centelleante del metal al tornasol y que ofrece su esplendor al desembocar la calle al rio Nervión que oficia de foso protector detrás, donde parece un gran navío anclado en puerto. Son los alzados del teatro de la arquitectura actual en un contorno clásico, un contraste arquitectónico que se amplia y se explica cuando llegas a la visión total del edificio. Después de un momento de contener el pálpito, un largo y profundo respiro te permite, por fin, hacerlo libremente y volver al uso de la palabra.

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Bilbao Guggenheim es impresionante. Mal que le pese a quien quiera. Nunca entenderé que una obra semejante pueda tener tantos críticos, tantos detractores con tantas motivaciones espurias. Mi visión ha sido crítica pero solo en elementos y detalles que no empañan, en lo absoluto, la grandeza y la brillantez de esta maravilla arquitectónica. Para mí, uno de los hitos del milenio, quizás el más atractivo de todos ellos. Me puedo pasar horas, y lo he hecho, dando vueltas al exterior del museo, levitando, y caer en la cuenta de que cada vuelta, cada retorno a un detalle, a un rincón o una fachada ya vista, es una invitación persistente a disparar la cámara, a generar una nueva mirada, una nueva visión y una serie de emociones encadenadas. Un ‘txirimiri’ de luces y reflejos que llenan los ojos de recuerdos. Andar cerca y hasta tocar, acariciar, los revestimientos de las fachadas del Guggenheim: vidrio, titanio y piedra con ecos de esqueletos de animales marinos, quien sabe de que proveniencia. Y la ensoñación de las mil flores estalladas del ‘guardián’, el ‘Puppy’ de Jeff Koons, acero inoxidable y flores, ejemplo de valentía artística.

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…”  (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Guggenheim es un placer por el que vale la pena, una y otra vez, el viaje a Bilbao. Además, las dos veces que lo he visitado, siempre me ha producido como una especie de reacción sorprendente; conforme pasa el tiempo estando cerca del lugar, empiezo a sentir una sensación de alacridad, alegría, entusiasmo y presteza de animo. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia. Es la misma sensación que me produce estar frente a algunas de mis pinturas favoritas, las que están en la cúpula de mi particular historia del arte, del Parnaso de mi gusto personal. Algo que me obliga a encender mi ánimo y acometer con fuerza renovada lo que en ese momento esté haciendo en pintura y fotografía. Diferente a lo de escribir, en esto el paso del tiempo y el recuerdo sedimentado del sitio me es más objeto de inspiración. Para escribir me ayuda más el recuerdo que la presencia y la visión. Puedo soñar, dormido, con arquitecturas, espacios, texturas de fachadas, brillos y colores propios o reflejados; sensaciones físicas de andar, ver y tocar. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta, no recuerdo haber soñado de tal manera nunca con pinturas o fotografías, solo con sus referencias.

Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. con Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Este post—este escrito—no trata de ser algo académico, algo original, ni siquiera rimbombante o artístico. Lo único que intento hacer aquí es, una vez más, reflejar mi gusto y admiración por una arquitectura que me llena. Es una manera de aplaudir a un Frank Gehry que lo ha hecho de fantasía en cada uno de los edificios que le conozco, y aun me falta París; el recién acabado: Fundación Louis Vuitton, del cual solamente he podido admirar lo que muestra su ‘website’. Cada nueva obra que le visito es un tremendo desafío fotográfico para mí. Y para ir a Paris, solo necesito una mínima excusa: respirar allí, por ejemplo. Frank Gehry y París es más que una mera excusa. Es una atracción magnética tremebunda, como en su día lo fue y lo es: Bilbao.

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Ir de vez en cuando al Nervión y disfrutar el Guggenheim, no sea que llegue una vez y el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo, cornisa cantábrica, salida al mar y al mundo… De esta obra—francamente a veces se me olvida que es un museo—, quedan las fotos del exterior que en parte ilustran este post. De su interior ‘hablaré’ otro día, en otro post, con otra excusa y con otras gráficas. Un inverosímil Richard Serra ya ‘me pide’ cuartelillo y un prodigio de arquitectura interior me ofrece sus luces y sus espacios sorprendentes. Además de aprovechar las posibilidades de mi propia lectura estética, mi fotografía siempre ha intentado ser un homenaje cuando se trata de arquitectura señalada, la de los grandes, la que a mí me hubiera gustado hacer y nunca tuve la valentía de intentar.

Luisma, Maypearl (TX)   14 de Marzo del 2015

 

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El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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La connivencia

“Mirar esa luz esperando a la de la memoria…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

“Mirar esa luz esperando a la de la memoria…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

La connivencia no es solo cosa de dos, o más, también puede ser propia, individual, reflexiva. Todo consiste en que mis neuronas se confabulen unas con otras; eso si, sin salirse de madre, caer por la pendiente y arrastrarse por el talud, como un tren descarrilado. Disimulos, transgresiones, descuidos, errores de o sin bulto, a los que uno mismo les cuelga el marchamo de la liviandad y la ignorancia menos culpable. Las neuronas, como las palabras, trabajan para ti—salvo error u omisión—casi siempre.

De madrugada, para variar, estoy mirando esperanzado esa luz que empieza a cernirse empujada por la mirada que va una y otra vez desde el sentajo, incomodo asiento (lo es, con el propósito de hacerme evitar el exceso de contemplación) a siete metros, más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme, tocarlo, e inmediatamente me rechaza a la posición original. El cuadro solo tiene unas pocas sesiones y ya empieza a reclamarme, a minar mi resistencia y hacerme buscar excusas para obligarme a justificar mi necedad y mi lentitud. Pero desde el tajo la miro. Mirar esa luz esperando a la de la memoria…

“…más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme…” Luis Jiménez-Ridruejo, Instar #4, en curso (acrílico sobre lienzo).

“…más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme…” Luis Jiménez-Ridruejo, Instar #4, en curso (acrílico sobre lienzo).

Cuando la luz atraviesa campos opalescentes, cuando tropieza con obstáculos que no pretenden serlo, cuando se mezcla con todos los rincones del aire y, entonces, puede detenerse donde le cuadra. Cuando absorbe o se esconde en todas las motas flotantes, dándoles cuerpo y sentido. Velázquez y Newton lo definieron antes que nadie: corpúsculos de luz. Materia luminosa esperando que el ojo resbale de una a otra belleza insinuadas, hasta otro brillo y antes de que la luz se aleje—ya nunca puede perderse—al encuentro con el pasado. Cuando aquel aire, ya quizá de un diferente color, vuelve después de haber rozado y construido nuevos campos de luz, nuevas situaciones reveladas, cien mil puntos que antes no estaban, o estaban siendo, allá a lo lejos, en connivencia con la luz de la memoria. Ah! Esos lejanos contubernios donde viven las ideas.

Cuando todas esas dimensiones, atravesadas y acariciadas, vuelven al plano que palpo y froto con mis manos, quizá para sentir el correr por los nervios de algo etéreo que solo veo, o que solo imagino. Entonces es cuando aparece la pintura o su trasunto reflejado que es la fotografía. Y sí, en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música; esa que nadie, sino yo, será capaz de saber donde está en el cuadro. Mi música—no la de los demás—pues cada uno pondrá la suya, donde discurra su imagen, donde esté su idea. Pero no debo cavilar en que pensaran los otros. Yo sigo hundiendo los dedos y los ojos en cada rincón que en el lienzo se aprisiona e intentando saber como y porqué se esta produciendo todo aquello; dominar, aunque sea imposible tarea, hacia donde va el maldito baile de mis neuronas. Y todo por esperar a la memoria, que es la gran dictadora y la verdadera dueña del cuadro. La pintura es mirar luz y esperar a la memoria.

:“…en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

:“…en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Epílogo, que más debería haber sido un preámbulo o un circunloquio o digresión y que solo viene a cuento del espectáculo que “estamos” dando en el concierto de las naciones.

Connivencia: disimulo o tolerancia ante las faltas, transgresiones e incluso delitos de otros, especialmente de un superior que tendría poder y autoridad para frenarlos. Viene del latín: ‘conniventia’, se deriva del verbo ‘connivere’ que propiamente y en origen quiere decir: “cerrarse los ojos”, dormirse, descuidarse, “hacer la vista gorda”, estar de acuerdo disimuladamente. Perfecta definición de lo que ocurre en esa especie de ‘patio de monipodio’, la piel de toro, donde se juntan Rinconetes y Cortadillos a sacar tajada del arte, de la política, de la religión, y de todo aquello en lo que haya un euro que afeitar…todos ordeñando a la pobre y escurrida cabra, en connivencia con popes, alcaides, prestamistas, chamanes con tal arte que…bueno, ya está bien!

Termino antes de que descarrile del todo. Yo solo quería escribir sobre la luz en el cuadro y la mente se me fue, como tantas veces, al otro lado del ‘estanque’. Surgió la palabreja: connivencia, y aquellos polvos trajeron estos lodos.

Luisma, Maypearl (TX) 30 de Noviembre del 2014

 

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El Caballero…

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Javier Pérez-Mínguez)

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Luis Pérez-Mínguez)

Las jornadas se hacen ya muy duras, cuesta llegar a Toledo en medio de este calor del infierno, tanto que me parece ver esquilmada y seca como nunca esta Castilla, otrora verde y frondosa de pinares inacabables y hoy ganada por la encina de secarral y este sol de justicia, que le dicen. Cae de plano y el sudor malamente me deja abrir los ojos. El caballo me llevará donde le dé la gana, espero que siga el camino, los trigales ya están altos y se podría perder, y yo con él. Que bien me vendría tropezar con un rio, o un simple arroyo cangrejero, me metería en el agua así como estoy vestido, sin parar mientes. Se me quitaría este olor a montuno que llevo ya desde hace días, sin lavarme, sin asearme y sin cambiar la poca ropa que tengo conmigo para mudar.

Todas estas jornadas, desde que salí por la puente romana de Salamanca y enfilé el camino de Alba de Tormes, se me están haciendo largas como días sin pan, y que tampoco me sobra lo de la vitualla. En realidad me corroe la sed y, a veces, me hace hasta alucinar. He terminado todas las provisiones con las que empecé el viaje, mal cálculo, y ahora estoy expuesto a comer y beber lo que encuentro y donde lo encuentro. Castilla es ancha, los pueblos y las ventas se eternizan en llegar. Anoche, cerca de unas casas de labor, se me revolvían las tripas del olor que traía el viento, a farinato puesto a freír, estaba tan cansado que ni siquiera tenia fuerzas para investigar la procedencia. Ahora, el viento me trae olor a tormenta, buena y bienvenida será aunque tenga que buscar refugio por un tiempo. Tampoco es que esté haciendo este viaje a uña de caballo, no podría con este maldito penco que me soltaron en la última posta.

Tengo ganas ya de arribar a Toledo. Espero que mi carta haya llegado hasta mi tío, ferretero y vendedor de carretas, ese que bien sabe de mis penurias como artista incipiente y que me retrata siempre con el mismo soniquete: “Luigi, será ochavo o será botón, lo qué? Haciendo mímica de mi acento salmantino. Estaré con mis primos mientras acuda al taller del maestre Doménico, el griego, un artista pintor al que mi tío ha ayudado muchas veces y que acepta tenerme como aprendiz, por un tiempo, hasta ver si se puede hacer algo de mi. Parece que este Greco, de Toledo, es pintor conocido e influyente en la corte y muchos de sus discípulos han hecho carrera con sus enseñanzas. Soy ya un poco mayor para ser aprendiz, pero bien dicen que de aprender no se termina nunca.

Sigo en la brecha, a lomos de este penco resoplante, solo una jornada me separa de la villa del Tajo, aunque ya la brida y las correas se desbarajustan en mis manos húmedas de sudor caliente. Escupo sin saliva un polvo que hasta se mastica, sudor continuo, y hierro fundido, que es lo que cae de este cielo inclemente. Al fondo de la terrible llanura, acierto a ver unas temblorosas torres de catedrales e iglesias, vacilantes entre los vapores de la calima. Será ya la ciudad? Me dijeron que oiría el tañido de la campana gorda, aún sin ver las casas de la villa. Cuanto daría—hasta lo que no tengo—por ya haber llegado!

No es ilusión, tengo el sabor acre en la boca y ya han pasado dos años de aquello, crueles jornadas que más parecieron camino al infierno, hasta llegar aquí donde ahora tan gustosamente me encuentro. Toledo se me ha metido muy dentro, aunque no todo haya sido de rositas y parabienes. Lo peor se olvida pronto. Lo mejor es el maestro Doménico, que gran pintor y que gran enseñante! Nunca tiene el más mínimo inconveniente en esparcir su arte con todos los discípulos que revoloteamos a su alrededor. Con todas sus rarezas, buen hombre, nadie le intimida. Y es un grande de la pintura, mal que le pese al Rey! Un bledo le importó que su majestad no gustase de una de sus obras. Aquí en Toledo encontró su acomodo y sus valedores, y la fama de su arte se ha extendido por todo el reino, que hasta de otras cortes le llegan los encargos.

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

Pero yo de lo que os quería hablar era del Caballero de la Mano en el Pecho, una pintura por finiquitar que Doménico tenía desde hacía tiempo al retortero. Una señoría con el alma futura garantizada en el lienzo por la destreza del pintor, pero con los rasgos fisonómicos sin plasmar en la tela. El retrato terminado, a salvo solo de acabar los trazos de la efigie, el soplo del color de la piel y la vida de sus ojos. El maestro se empeñó, fue más una orden que un deseo, en que yo posara para dar celeridad al retrato de aquel caballero que vivía en Madrid y que venía, poco, corto y nunca por Toledo. Ya eran más de dos años que yo le servía de discípulo y no era la primera vez que le hacía de modelo.

Este desconocido es un cristiano

de serio porte y negra vestidura,

donde brilla no más la empuñadura,

de su admirable estoque toledano…

(Manuel Machado)

Aquel hombre callado del cuadro, algo que yo no era, tenía una cierta similitud conmigo. No soy capaz de acordarme de su nombre. Era alguien de la nobleza. Cuando al fin lo terminó, su mirada triste y puesta en el futuro, el maestro lo tildó de introvertido y melancólico, me intimidaba constantemente. Muchas veces me había visto a mi mismo frente al retrato de aquel caballero, momentos hechos horas, con la excusa de aprender pinceladas y delicuescencias pictóricas, soñando despierto en ser aquel alto personaje e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.

Y aún lo sigo haciendo, ahora que ya sé que nunca fue posible.

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Agosto del 2014

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“The Greenroom”

“The greenroom”. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

“The greenroom”. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

No, no es un error, me refiero al término “greenhouse”, lo que llamamos en español: invernadero (en inglés se le llama también: “glasshouse”—casa de cristal—). Fue un despiste mío, lingüístico, me levanté de la mesa del comedor y anuncié: me voy al “greenroom”—habitación verde—a hacer fotos. La carcajada fue general cuando S. (Ese Punto) aclaró a los circunstantes que me refería al invernadero. A partir de aquel momento, todo el mundo lo llama: “The Greenroom”, eso si, con media sonrisa irónica y mirando hacia mi.

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Después del estudio donde pinto, un porche acristalado, el “greenroom” es mi lugar favorito en estos andurriales tejanos en los que ahora vivo. Y además es el legado íntimo, el más ostensible, de Michael (el extinto padre de S.); este invernadero y su mundo vegetal y floral que contiene es, seguramente, el lugar donde el debería pasar sus horas vivas y donde ahora pervive su recuerdo. Tantos momentos pasados aquí en su reino de las orquídeas.

Dendrobium (Australia). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Dendrobium densiflorum x farmeri (Australia). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Un paraíso de plantas y flores maravillosas en cuyo espacio se suspende el pensamiento de nada que no sea la pura delectación estética. Color y forma, bagaje y estímulo más que suficiente para cualquiera que adore la fotografía. Atravesar la puerta de la “oficina” del invernadero supone un reto contínuo a mi sentido de la composición, mi manera de “ver” este otro mundo, el vegetal, en el cual no había reparado nunca con la intensidad con la que lo estoy haciendo ahora.

Begonia fibrosa tropical. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Begonia fibrosa tropical. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Se me van las horas muertas mirando, escrutando a través de los objetivos, contemplando y calculando esta apoteósis floral; observando con sus diferentes luces, vigilando los movimientos del transcurso solar y al acecho de interpretar las señales que él manda a mi imaginación y que me permiten transfundir a la imagen fotográfica, y hasta a la pintura, una vibración que toda obra artística necesita, para serlo: energía, paso previo a la belleza.

Vanda (raíces). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Vanda (raíces). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

El invernadero es un mundo real, y fantástico al mismo tiempo, que pasa a ser surreal y cien veces más fantástico con la sola interposición de una cámara entre el ojo y ese universo; que una vez captado ya no puedes tocar nunca más, no al menos en esa realidad, y cuyo momento queda para siempre allí en la fotografía, sentada en el medio de un camino en el que se cruzan lo pintado y lo escrito. De las tres formas de creatividad, cual prevalecerá sobre las otras?

Helechos. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Helechos. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Los nombres de esas flores y vegetales no salen de mi fantasía, salen de la Botánica, de la ciencia de las hierbas, esa casi desconocida para mi, y que ahora—nunca es tarde si la ciencia es buena—empieza a interesarme. Confieso que me sugestiona más la botánica pura que la aplicada y de ella la morfología, la fitografía. No me resisto al chiste malo sobre la fotografía de plantas.

Paphiopedilum (“lady slipper”). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Paphiopedilum (“lady slipper”). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Esta vez he escogido unas cuantas “poses” como muestra de lo que se puede hacer en el greenroom. Desde la Phalaenopsis, cuatro o cinco de las mil diferentes “polillas de Linneo”, la pink, la cultivar, la mambo…Las Dendrobium, también miles de especies, renuncio a encontrar cuales son, creo que australianas…Vandas, sin suelo y con raíces aéreas…Paphiopedilum, zapatillas de dama o de Afrodita; imposibles de clonar, lo que supone que cada planta es única, billones de plantas y todas diferentes, algo sorprendente y pasmoso. Begonias y muchas otras, a más de cientos de helechos, las “malas” hierbas del invernadero. Que sitio!

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Es mi greenroom, lugar increíble e impresionante a la amanecida, con sol, sin sol, lloviendo, al atardecer, a oscuras, en sueños, “recogiendo algodón”(woolgathering), en la fantasía y en la realidad. Cualquier excusa es buena para apretar el gatillo de cámara. La habitación verde, un viaje altamente aconsejable.

Luisma, Maypearl (TX)  30 de Abril del 2014

Retrato de Fotógrafo (I)

"Niebla", Pepe Núñez Larraz

“Niebla”, Pepe Núñez Larraz (colección privada de Luis Jimenez-Ridruejo)

Para que Pepe fuera Pepe se tenían que haber juntado, o conjuntado, los astros en un momento crucial; como seguramente debió pasar con el poeta Ángel González y algún artista más. A la conjunción astral siempre le he achacado las cosas buenas y no los infortunios. Esta categoría de personas nacen todos los días pero uno raramente se los encuentra. Maestros, en todos los sentidos de la palabra. No sé porqué, cuando pienso en José Núñez Larraz, el inefable Pepe, siempre acabo recordando a Matisse y nunca me he parado a dilucidar la razón de esta asociación. Pepe era aquel tipo mayor (así lo recuerdo yo eternamente, quizá por ser de la edad de mi padre) que todos nosotros, aquella tropa de aprendices de fotógrafo, el Grupo Libre, queríamos como amigo, admirábamos vitalmente y cuya artesanía fotográfica tratábamos de osmotizar.

Su ciencia no admitía tratados ni compendios, era la pura expresión de la experiencia; los miles y miles de fotos “tiradas” en su vida; el ojo adiestrado y listo para “ver” la foto, instantáneamente. Estuviera donde estuviera, él o la fotografía. Yo siempre tuve la sospecha de que Pepe no buscaba las fotos, sino que las fotos le encontraban a él. Nunca ahorró señales con el dedo, ni consejos de hacia donde mirar o apuntar el objetivo. Era un cazador contumaz, empecinado, primero disparaba y luego hablaba—las fotos no esperan—, decía. Todos hacíamos las fotos en los mismos sitios, raramente coincidíamos en una imagen similar. Eso si, todos empezamos haciendo fotografías como las suyas. Simplemente, porque eran buenas.

La cosa empezó a mis veintiún años, cuando llegué de Paris, donde mis conocimientos estéticos se habían desarrollado enormemente, casi desde la nada. Había descubierto la fotografía y a Cartier-Bresson y los otros; de los americanos no tenía ni noticia. A Núñez Larraz ya le conocía desde siempre, era el padre de Aníbal, el “Ani”, amigo de la niñez, compañero del colegio y malogrado poeta y artista plástico. Encontré a Pepe de nuevo, en una exposición de sus fotografías y fui a verlo a su imprenta para pedirle consejo en la compra de un equipo fotográfico, con el cual pretendía iniciarme en tal arte. Allí me instiló el veneno de la fotografía para los restos, haciéndome un retrato a la luz que se filtraba por una vidriera. En aquel simple disparo estaba plasmado todo lo que yo era, había sido y soy ahora. Cuanto lamento haber perdido aquél retrato en alguno de mis avatares vitales. Solo S., mi compañera, ha logrado algo similar con mi retrato actual, también en blanco y negro.

Núñez Larraz me invitó a salir “de fotos” con él y su grupo de amigos artistas, sorprendentemente casi todos de mi edad; supongo que el ser fotógrafo estaba de moda en aquel momento, eran los últimos años sesenta y en España todo eran pasiones nuevas. Salíamos casi todos los domingos y, a veces, otros días antes del trabajo o después, cuando las luces se terciaban interesantes o había algún evento o situación especial, por ejemplo: una buena nevada. Acabamos formando un grupo expositor, sin manifiesto estético, que se llamó: Grupo Libre de Fotografía de Salamanca. Llegamos a tener cierta relevancia nacional, se hicieron muchas y buenas exposiciones. Entre nosotros calaron amistades de por vida, al amparo de aquellas salidas de las que el chorizo y el buen vino también fueron parte. Pepe era el aglutinador del grupo y nuestro valedor en innumerables ocasiones. Como vulgarmente se dice: hizo escuela.

Tratar de definir la fotografía de Núñez Larraz es empresa ardua y complicada, incluso para alguien como yo que conozco toda su obra y he bebido en sus fuentes personalmente. Como casi todos los fotógrafos anteriores a la guerra civil, era un autodidacta pero con un gran bagaje cultural y una gran información de primera mano, en unos tiempos en los que todavía no existía la gran herramienta internética. Tenia una librería e imprenta y por tanto un rápido acceso al conocimiento gráfico.

Definía las fotos en gran manera por su semejanza o influencia pictoricista. Decía: esa foto es un Matisse, o un Tápies, o cualquier pintor que le recordase la composición, coloridos o texturas. Raramente se equivocaba, y aún siendo un fotógrafo inicialmente en blanco y negro, discernía muy bien cuando una foto era para ello y cuando para color.

Tocó todos los palos de la baraja fotográfica; desde su primera instantánea: una carga de caballería en las calles de Barcelona, el día de la proclamación de la República, hasta su última foto que bien pudo ser una de sus muchas visiones de la catedral de Salamanca, y que nadie como él ha sabido retratar mejor. Testimonio, retrato, documental, deportiva, naturaleza, desnudo, abstracción…en todas ellas consiguió magníficos resultados. Recibió innumerables premios, incluyendo el Castilla-León de las Artes. Siempre definió su actividad artística como: fotografía personal, y sus influencias, igualmente, como personales. Al cabo de un tiempo de “estudiar” con él, me di cuenta que Pepe era una especie de hijo natural de Weston y Adams; sobrino de Cartier-Bresson y creo que tenía un hermano gemelo en América: Ernst Haas, del que yo también soy hijo fotográfico.

El  fotógrafo Pepe Núñez Larraz

El fotógrafo Pepe Núñez Larraz

Núñez Larraz podía haber sido, perfectamente, un fotógrafo americano; si no fuera porque en América no había romerías, tascas, ni procesiones de Semana Santa. Ah! y los Toros…Pepe, desgraciadamente, murió hace casi dos décadas y yo perdí entonces el mejor maestro y el mejor amigo.

Luisma, Maypearl (TX)  20 de Abril del 2014