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Diez años en el jardín deshabitado

Con este mismo “post” inicié la publicación de este blog, hace ya dos años. Todo lo que digo en este escrito es sostenible a día de hoy. Sigo estando en el jardín deshabitado pero he avanzado a otras instancias con una decena de nuevas pinturas, una serie titulada Instar. Y así seguimos….

Uninhabited Garden #4, acrylic on canvas, 75" x 60"

Luis Jimenez-Ridruejo “Uninhabited garden” #5
(acrílico sobre lienzo, 1,90 X 1,52) 2003—2013

El realismo se acabó con Velázquez, o con algún otro que no vale la pena recordar. Lo que ha venido después ha sido un aprendizaje continuo, hasta llegar a donde estamos ahora, y que yo llamo: el muro; alto y contra el que estamos todos detenidos, sin nadie que sea capaz de saltarlo y marcar, o simplemente insinuar, una salida para el arte, que no sea un repetido ir y venir hacia atrás, homenajeando a todos los que en este mundillo han sido alguien. Expresionismo, abstracción, surrealismo abstracto, o como queráis llamarlo; el muro tiene muchas caras aplastadas en su epidermis. Es la pintura, una forma de evitar por un tiempo—que no liquidar—los demonios que uno lleva dentro, desde pequeñito. Desde la primera vez que vio las “Meninas”, algún Greco, un Derain y un Matisse, dos Picasso, el Papa de Bacon y un puñado de cuadros de un californiano, un tal Diebenkorn.

Según iba viendo todo eso y algo más, no he querido nunca otra cosa que pintar. Descubrir la pólvora…en realidad, nunca inventamos nada y en algunos casos más vale que no lo hagamos. Temblarían de disgusto, en sus tumbas, todos esos señores que he citado antes, aunque ellos tampoco lo tuvieran muy claro en su día. Pintar es inventar continuamente, y sobre la marcha, y jugarse el tipo cada rato pasado “contra” el lienzo. Es empezar, por lo menos en mi caso, con una vaga idea de lo que uno quiere hacer, para después de cierto tiempo aleatorio y variable, cortar por lo sano el chorreo de decisiones a punta de brocha , pincel y colores y abandonar una imagen, que no está muy claro lo que quiere decir, si es que quiere decir algo. Y todo por no se sabe que razón—evidentemente, no la de hacer dinero con ello—. Digo, abandonar una imagen, que no terminarla, es decir, cuando firmas el cuadro—que atrevimiento hacerlo!—ya hablaremos otro día de ello, que osadía!

Hoy he “terminado” una pintura, después de diez años de haberla abandonado a su suerte. Teniéndola en una pared clavada y así mismo clavada en el cerebro, cada vez que la veía, diariamente. Un cuadro que es la síntesis de una década de mi vida. Dos meses hace diez años y dos meses ahora, con el interregno de pensar en arte, en pintar, y no hacerlo…algún dibujo, diseño gráfico, bocetos de futuras obras nonatas y sobre los que saltaré, evitándolos, si continúo—tal parece—con la marcha pictórica que me ha dado acabar con este “jardín deshabitado”. Los diez años me los he pasado viviendo a espaldas de los demonios de la pintura, escribiendo y aguantando el palo de la vela de la vida, en esta procesión americana que—mal que le pese a algunos—da para mucho vivir.

Naturalmente, me he “enterado” de todo lo que pasaba en el mundo del arte, y en otros mundos, claro, y por ello creo que puedo volver a la práctica de la pintura sin grandes penas, aunque también sin grandes alharacas. Dejemos los fuegos de artificio para mejor ocasión. He quemado las etapas que de haber estado trabajando lienzos hubieran sido más llevaderas, o no, quien sabe? Como dijo aquel: solo sé que nada sé! Buena excusa para mi indolencia. Por eso, de la cobardía de antaño a la temeridad de hogaño, no hay más que una decisión tomada al desgaire. Estoy pintando y por primera vez en muchos—demasiados—años, me siento bien por hacerlo.

PPG Building, Pittsburgh (imagen digital de diapositiva) 2009

Luis Jimenez-Ridruejo–PPG Building, Pittsburgh (imagen digital de diapositiva) 2009

Decía que, durante esta década en los cuarteles de invierno (Pittsburgh) he pasado el tiempo en otras cosas: escribir y escribir, y “acondicionar” mi fotografía a la era digital (que maravilla!) y la pena es que me va fallando la vista y temblando el pulso, pero no me preocupa, al paso que vamos, pronto sacaran un chisme nuevo que permitirá enfocar correctamente, quizá con el uso de la voz. Duermen el sueño eterno, del salón en el ángulo oscuro, silenciosas…mis prehistóricas, ya, cámaras de película de celuloide. Desuso total. Y pensar que casi vi nacer esa fotografía y la estoy viendo morir. Que prisa lleva el mundo y como lamento siempre el no poder ver lo que esto va a ser dentro de cien años, y ya no digamos: quinientos!

Uno se pregunta en que parará todo el brouhaha (palabra favorita) este del arte de la pintura, tal como lo conocemos, cual será su sustituto? Porque de la escritura no hay miedo, se sustituirá con otras palabras, el vehículo será lo de menos. Algo habrá que hacer con la pintura, aparte de conservarla en los museos. Que nuevas técnicas alumbraremos como métodos de expresión para que la gente entienda si estamos alegres o tristes, llenos o vacíos, hundidos o levitando, cansados o enamorados, o de aquellas mil otras maneras…. Yo seguiré con la pintura pues parece que todavía no está obsoleta, y haciendo caso de la sutil admonición que el filósofo Marías me hizo hace ya más de veinte años: “Escribe lo que no puedas pintar y pinta lo que no puedas escribir.” Gracias, D. Julián, lo he tenido siempre muy en cuenta.

Luisma, Maypearl (TX)  26 de Enero del 2016

[Originally posted January 2014]

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Las cartas italianas, parte IV y final

photo of the louvre in Paris

— Luigi, Luigi! Que haces?
— Escribo una carta.
— Te pasas el día escribiendo cartas y eso no da de comer! Vas a perder la poca vista que te queda!

…Mi señor Giovanni, perdonad mi atrevimiento al volver a dirigirme a su señoría. Mi nombre es Luigi, de la familia Dorante, a vuestro servicio, asentada en el municipio de Vinci. No me atrevería a dirigirme a vos si no fuera por las crueles circunstancias que me acontecen. De un tiempo a esta parte he venido quedándome casi ciego de los dos ojos y se me hace difícil procurarme mi propio sustento.

Sabed que yo era pintor, artista, estudiante al amparo de nuestro señor el maestro Leonardo, afamado en muchas cortes y que vos recordareis bien pues trabajó para vuesa merced en fausta ocasión, hace ya algún tiempo. Infelizmente, y para mi desgracia, la falta de vista me tiene en un estado de postración económica que se me hace muy difícil sobrellevar, y es por esto por lo que me atrevo a dirigirme a vos.

A la muerte del maestro, mi señor, por motivos familiares que no hacen al caso, recibí alguna de sus pertenencias que me han permitido subsistir hasta este momento. El siglo va entrado, y guerras y hambrunas han ido desapareciendo de nuestros estados. La situación, sin embargo, se me ha vuelto desesperada y tengo dos bocas, a más de la mía, que sustentar. Los dineros se me achican a marchas forzadas y algo me veo abocado a resolver.

Entre las cosas que el maestro me dejó al morir, aparte de algunas pequeñas huertas, se encuentran algunas pinturas y códices llenos de dibujos. Una de esas obras, es un retrato de vuestra muy digna esposa en su juventud, y que Dios conserve muchos años. La pintura es magnífica, es una cabeza y torso con sus manos reposando una sobre otra y todo ello con el fondo de un paisaje que se os hará seguramente familiar. Su estado de conservación es perfecto y por ello os la ofrezco en venta, por un razonable precio que acordaríamos en una próxima visita mía a vuestra honorable casa.

Tengo a un mercader francés, a mis alcances, interesado en la pintura, pero su precio y sus maneras no me convencen. Aunque sé que el cuadro ya fue apreciado, en su día en aquella corte, más prefiero saber de vos y vuestro interés antes de caer en sus manos. No quiero molestaros en demasía, señor, y de no mediar una comunicación vuestra, me propongo visitaros lo antes que me permita el delicado estado de salud en que se encuentra uno de mis hijos. Dios guarde a vuesa merced muchos años y os conceda la felicidad…

(Fin de las “cartas italianas”. Extracto de los borradores de unas cartas encontradas en mis últimas vacaciones, el año pasado en Italia. Me saltaron a los ojos, revolviendo papeles en un viejo baúl. Hacia calor, era la hora de la siesta y estabamos en el ático de una casa de labor, a las afueras de Montecatini Terme, no muy lejos de Florencia)

Luisma, 29 de Diciembre del 2015

[Originally posted on Dust Sweat and Iron in June 2009)

 

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Las cartas italianas, parte III

photo of a poster of The Mona Lisa

— La cena estará lista pronto, ve acabando lo que estás haciendo!
— Ya sé, ya sé! Un poco de paciencia, por favor!

…Luigi, Luigi, no es nadie, es simplemente la esposa de Giovanni Giocondo, un comerciante…Aunque he de reconocer que tiene algo, algo especial, no sé el qué…recuerdo que usé dos modelos para esa pintura; ella misma y un jovencito que me servía y que, desgraciadamente, murió a poco de unas fiebres malignas, lo recuerdo bien. Quizás debería conservar este retrato. Le vendí a su marido otra pintura de ella, de cuerpo entero y este retrato, que estaba a medio hacer, no pareció interesarle. 

Si te gusta de esa manera lo terminaré en honor a ti. Otro tanto, nunca se sabe que ojos estarán interesados en contemplarla. A los franceses seguro que les gustaría, ellos y los españoles divinizan a la mujer. Me dicen que su rey gusta de mis pinturas y quiere verme, aunque yo estoy cansado, muy cansado…Me gustaría no tener que ir y quedarme aquí, en Vinci, con vosotros, con la gente que no me dá problemas. Iré, no queda más remedio, Paris es muy atractivo y tiene una gran colección de pinturas en ese maravilloso palacio real. Es una gran oportunidad de contemplar las cosas de los maestros antiguos, se aprende mucho de ello.

Lo que menos me agrada de la idea es tener que aguantar a ese rey Francisco, ya tuve ocasión de conocerle cuando visitó al duque, nuestro señor; y no me gustan ni su mirada, ni su sonrisa falsa. Me molesta grandemente su ironía hacia nosotros, y estando aquí en nuestro país. Mira como no lo hace con los españoles, que lo derrotaron dos veces y lo tuvieron preso! Pero, te estoy aburriendo con mi verborrea, mi querido Luigi…Y siguió tan buen hablador como siempre…

Ah! Tienes que mostrarme alguno de esos dibujos y pinturas que haces. Tengo entendido, me lo dice tu hermana, que tienes afición y se te da bien. Si alguna vez decides abrazar este difícil oficio, siempre tendrás mi mejor ayuda, mi cariñosa y sin embargo, aguda crítica; con todo lo que hagas y lo que no hagas. Sobre todo, querido, nunca olvides que el oficio y la técnica pictórica son, siempre y en el mayor grado, necesarias, aunque no suficientes. Hay algo que debe primar por encima de todo.

Lo verdaderamente importante es tener algo que decir y decirlo con tu arte. Trasmitir la belleza, toda la que seas capaz, con naturalidad, simplicidad y honestidad. Procurar excitar el gozo de las personas que admiran tu arte. Pinta con justeza y sin desvaríos, rechaza lo espectacular y lo que premia los bajos sentidos y busca siempre lo auténtico, lo verdadero. Recuerda que a la primera y principal persona que debes convencer con tu arte es a ti mismo. Sé tu más feroz crítico y a los otros, escúchalos y siempre haz lo que te plazca. Y ya termino y te dejo en paz, realmente sospecho y creo que te estoy aburriendo y molestando y…Nada mas lejos de mi intención!

Que poco se da cuenta, el maestro, de lo mucho que me place escucharle! 

Luisma, 21 de Diciembre del 2015

 

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron in June 2009]

 

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Las cartas italianas, parte II

Leonardo da Vinci, drawing of young boy and old man

— Luigi! Ese niño! No me gusta ese silencio, vigila a tu hijo!
— Estoy en ello, estoy en ello!

…La he visto, la he visto! Y valía la pena verla, a fe mía! Hoy, con la excusa de entregarle un correo que llegó muy en la tarde, he subido hasta la casa y el criado me ha invitado a esperar a su señor en el salón contiguo a la entrada. Siempre he sentido curiosidad por las cosas de este hombre raro y, sin embargo, atractivo. Encima de la mesa había un montón de rollos y papeles con dibujos, a más de un reloj de arena, de cristal y sin máculas, con un interior increíblemente nítido de arena azul, que solo Dios sabe de donde vendrá! Todo ello, rollos, papeles, reloj, me atraía enormemente pero no osé tocarlo.

De repente, en la alcoba contigua alcancé a ver un pequeño caballete, de los que se utilizan para viaje o para pintar al aire libre de los jardines. Estaba arrinconado y cubierto por un lienzo, aunque se notaba que debajo había un cuadro, no muy grande. Me acerqué con cuidado y allí estaba ponderando si atreverme a tocar el lienzo cuando, al pronto, mi señor Leonardo entró en la estancia y, con sus agradables maneras de siempre, me saludó afectuosamente. Turbado, le alcancé el correo que ya casi había olvidado; me lo agradeció y ni siquiera se paró a romper el sellado, abandonándolo encima de la pila de papeles que cubrían la mesa.

—Gracias, querido Luigi, lo veré después…Que grande estás! Tienes que saludarme a tu madre, fue una de mis mejores modelos, siempre me han gustado las modelos como ella era entonces: núbil, joven, preciosa! Que puedo hacer por ti, mi Luigi? Dijo, observando mi rostro interesado. Sabes que te considero como a un hijo.

—Señor…Maestro! Me gustaría ver, admirar, ese retrato del que me han hablado los chicos, el que tenéis casi terminado, el de la mujer pensativa. Por favor, maestro!

—Esta bien, Luigi…Aunque no me convence demasiado, estoy pensando seriamente en destruirlo, como tantos otros, no consigo darle la vida que quiero, la realidad…Despacio, con su media sonrisa irónica, le quitó el lienzo y…Allí estaba, la vi, aquella mujer, aquel ángel!

—Maestro, no podéis, no debéis destruir esta pintura, es celeste, es terrenal, nunca había visto nada parecido! No puedo dejar de mirarla…Quien es, señor?

Luisma, 14 de Diciembre del 2015

[Originally posted in June 2009 at Dust, Sweat and Iron]

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Las cartas italianas, parte I

cartas_italianas foto de un jardin. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

— Luigi! Luigi! Que haces?
— Ya voy, un poco de paz, estoy escribiendo una carta.

…En el pueblo la humedad de este verano está siendo mayor, mucho más que otros agostos. El tiempo esta loco. Y hace ya años que esto dejó de ser un misterio. Ya nadie habla del cambio de clima. Estos días solo se habla del arte o del oficio de pintar, ese complicado asunto en el que un hijo del lugar destaca, lo suficiente para hacerse un nombre en la corte y que la gente hable de sus obras.

Ayer llegó de nuevo, hacía tiempo que no venía y menos para pasar una larga temporada entre nosotros. Dicen en la ciudad que ha estado enfermo de cuidado y que las fiebres le acompañan. Aunque no está muy claro que puede haber sido, la palidez de su cara es acusada y ya no se mueve con la misma agilidad con que solía. Parece ensimismado y pasa el tiempo observando a los muchachos jóvenes que juegan al calcio en la plaza. Con la espalda encorvada y el mentón hundido entre sus manos, su silencio es acongojante. También, acaricia a los animales, algo que antes no hacía tan ostensiblemente. Aunque siempre lleva consigo las tablillas y los crayones, no pasa tanto tiempo dibujándolo todo, como siempre hizo.

Los dos chicos que le ayudaron a bajar sus cosas de las dos carretas, hablan de un cuadro a medio componer, casi terminado y que él, después de desembalarlo y contemplarlo durante más de una hora, como si no lo conociese o hiciera tiempo que no lo viera, dio en cubrirlo con una sábana de hilo y arrinconarlo lejos de los efectos de la chimenea. A estas alturas, verano entrado, las noches todavía son frías y la casa ha estado vacía más de dos años y tiene humedades retrasadas, por falta de ventilación.

Tengo ansiedad y ganas de ver ese retrato del que me hablan Piero y Nicola. Dicen que es una extraña joven, con un peinado lacio y cuidado como el de otros retratos que he visto de jóvenes de la corte ducal. Probablemente será una señorita de la ciudad, hija de algún prohombre, o una dama joven de posibles. No todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar al maestro. Me come la curiosidad porque según ellos, que lo vieron, la mirada era de ternura e incluso creyeron ver alguna lágrima que brotaba de sus ojos. Quien será?

Luisma, 6 de Diciembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron 21 May 2009]

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Las dunas de Chesterton

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Puede que sea difícil de imaginar, o puede que yo no sea capaz de transmitir las imágenes. Hace años, Julián Marías me dijo: escribe lo que no puedas pintar y pinta, fotografía en otros casos, lo que no puedas escribir. Lo intentaré, porque las impensables escenas que presencio, muchas de ellas conmigo dentro, son el pan de cada día de mis aventuras en este país.

Estoy en Chicago, una de mis ciudades favoritas en el mundo. Llegamos hoy, y ya estoy frente a mi ventana en la habitación del hotel Congress Plaza, con vistas al lago Michigan que, como siempre, más parece un mar, un mar de acero gris azulado. La sangre luminosa de los coches fluye abajo, once pisos más abajo; chorros de glóbulos rojos y blancos entremezclados, desde la avenida Michigan hasta la Lake Shore y las calles cruzadas del Parque del Milenio. Las primeras luces de la noche, desde esta ventana, un espectáculo que siempre tiene la virtud de hipnotizarme; puedo estar mirándolo durante largo tiempo, embobado en cualquier pensamiento o remembranza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Venir hasta aquí, en coche, es ya una manía. Estados Unidos hay que viajarlo en coche, a pesar de las monstruosas distancias. Y cada viaje a Chicago ( unas siete horas, desde Pittsburgh, rodando rápido) es una fuente de nuevas aventuras. Por más que se miren las predicciones de los hombres del tiempo, siempre hay una sorpresa, sobre todo en recorridos largos. Esta vez, con la primavera ya oficialmente entrada, después de dos horas de camino, nos empezó a caer nieve; que siendo de noche era cegadora, mareante, y dificultaba la conducción. Total, que paramos a dormir, y continuar al día siguiente, ya sin prisas, lo que produjo el avatar de turno y la aventura significativa del viaje.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

A la mañana siguiente, sol y viento, enfilamos hacia Chicago. Tras un tiempo de rodaje tranquilo, se estropeó un sensor de temperatura y para cambiarlo tuve que salirme de la autopista, y eso fue en un pueblo con un nombre muy literario: Chesterton, en el estado de Indiana. Después de varios intentos, el asunto nos lo arregló un “currito” con taller personal y aspecto de orondo bien comido, y bien bebido. Mientras esperábamos la reparación, en su sala de espera—oficina—salón de té, reparamos en unas fotos colgadas en la pared de algo que se anunciaba como Parque Nacional de las Dunas de Indiana. El tipo insistió que fuéramos a conocerlas—oiga, solo cuatro millas y son una delicia! Echada ya la tarde a perros y con el sol cayendo, y muy fotográfico, nos fuimos a ellas armados de cámaras y protegidos del frío viento, y—Oh, maravilla! La cosa valía la pena, y mucho!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Pasamos unas buenas dos horas recorriendo el sitio y pisando, fotográficamente, la arena suave de las dunas. Quien iba a pensarlo! A cuatro millas de la dura y pura carretera, unas dunas increíbles, a orillas del lago y tan solo un “tiro de piedra” de Chicago, que se apercibía en lontananza, al otro lado de las aguas. Será un lago, que lo es, pero a mi siempre me ha parecido un mar. Son famosas las historias de tormentas brutales en este lago-mar, hundiendo barcos. Una de estas historias se me quedo grabada, la zozobra y naufragio de un velero, a finales del siglo XIX, que transportaba el abastecimiento de árboles de navidad para Chicago. Nunca ha sido encontrado.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Volviendo a las dunas. Al punto me informé del paraje y su historia. Otra vez la glaciación Wisconsin, la misma que produjo las cataratas del Niágara y la recesión de los glaciares de los grandes lagos; al retirarse produjeron estas dunas que, además, son unas de las pocas, treinta y cinco en todo el mundo, “dunas cantantes” o “silbantes”. Buscando información sobre dunas, aprendí que también existen dunas que “ladran”, tal que si fueran perros. Que cosas!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Las dunas, pequeñas pero magnificas, eran un coto fotográfico de primerísimo orden. Las arenas de un color caramelo-rojizo, de increíble suavidad a la pisada, al tacto y al ojo, nos rodeaban por todas partes. Contenían, incluso, pequeños estanques de aguas trasparentes y matas de juncos.Una vida reflejada en otra. Los espejos de la naturaleza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Un verdadero coto de caza. Un ciento de “cartuchos” se nos fueron entre los dos “tiradores” y el símil cazador me trajo el recuerdo de mi nunca olvidado Pepe Núñez Larraz que, aquí, hubiera gozado como un “marrano con paperas”. Así sucedió con Sarah, que sacó y cobró las mejores piezas. Algunas de las fotos de aquella tarde inolvidable son las que ilustran este “posting”. Aunque bien mirado, cualquier tarde con S. es siempre inolvidable.

 

Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Dunas, agua, viento frío, olor a agua dulce de lago, vallas de madera sosteniendo la integridad del fenómeno…Ni las palabras, ni las imágenes, ni la feérica música de Vaughn Williams, allí en Chesterton (Indiana), quedan esas dunas esperando que alguien visite su delicada existencia. Antes, quizás, de que un mal viento se las lleve.

 

Luisma, 30 de Diciembre del 2015

[Originally Posted in December 2014]

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Luz de Provenza

…“no creas que solo hay castillos en Castilla”…

…“no creas que solo hay castillos en Castilla”…

Oscuro. Siempre me gustó lo de “como boca de lobo”. Es tan gráfico! Como si uno hubiera visto alguna vez la boca (aunque si las orejas) al dichoso lobo. Era negrura teñida, como siempre; cientos de colores que se convierten al negro. Para llegar a esta oscuridad, hasta allí, había recorrido muchos kilómetros, en auto-stop. Toda Francia de norte a sur. Eran los años sesenta del pasado siglo. Era salir de Paris, con mi mochila, y tratar de detener coches con el dedo; siguiendo puntualmente la ruta de Napoleón en su campaña de Italia y los viajes de Cezanne y Van Gogh buscando la luz de la Provenza. Llegar hasta donde estaba ahora me había costado, exactamente, dos días y trece coches y escuchar las historias de sus conductores. Y todo para esta obscuridad.

La cosa venía de dos veranos atrás, de los cursos para extranjeros de la Universidad de Salamanca, célebre, aunque por otras causas. Había conocido a una chica, francesa, con la que “salí” durante el mes del curso y cruzé, posteriormente, algunas cartas…hasta que nos olvidamos paulatinamente el uno del otro. Dos años más tarde me trasladé a Paris por una temporada. La excusa era pintar y estudiar, la realidad fue: sacar los pies del plato. Tenía veinte años y era tiempo. Recordé a aquella chica y su invitación a conocer su casa en Provenza. “Mi castillo”, como decía ella siempre—“no creas que solo hay castillos en Castilla”— Realmente, nunca creí lo del castillo de Marie. Lo cierto es que tenía una cita con la historia y la luz provenzal, la que había soñado en todas aquellas pinturas de los libros de arte.

En el pueblo no había podido encontrar ni un taxi, ni nadie que me llevase, y además era tarde, una oscura medianoche. Un noctámbulo me había dirigido—no tiene pérdida, amigo, son diez minutos andando—y abundó,—al llegar a dos mojones de piedra, con un cartel de propiedad privada, deje la carretera y continúe por el paseo de árboles hasta llegar al castillo. Me sorprendió que usara esa palabra, “château” en francés, y me dejó pensativo cuando se alejaba y antes de que se me ocurriera pedirle precisiones al respecto. Luego, arranqué a caminar mientras el cansancio del día empezaba a hacer mella.

Van Gogh, Trigal con Cipreses, Metropolitan Museum of Art, New York

Van Gogh, Trigal con Cipreses, Metropolitan Museum of Art, New York

Había marchado mucho más de diez minutos eternos y seguía haciéndolo por el camino flanqueado de árboles, olmos, que parecía no tener fin. Olía a menta de algún arroyo cercano que no podía ver. La noche era oscura, densa, negra y me alarmaron algunos aullidos lejanos. La luna llevaba horas escondida tras unas nubes cerradas y tenebrosas. Al fondo de una campa percibí apenas una construcción blanquecina, grande y espectral. Salí de los árboles para divisar mejor y empecé a andar hacia ella, pisando en blando y sorteando manchas de setos bajos que batían mis piernas. En algún momento creí pisar flores. De pronto la luna apareció y me alumbró petrificado. Delante de mi surgió un castillo, un “chateau” provenzal. Quedé parado, pasmado y un buen rato estupefacto. Era en verdad, el castillo de Marie.

Cuando volví del ensimismamiento, reemprendí la marcha hasta que fui a chocar con una escalera imperial que desembocaba en una terraza balaustrada, típica del chateau francés. No se veía ninguna luz y solo se escuchaba el viento en las copas de los árboles. Las contraventanas estaban cerradas a cal y canto. Bordeé la entrada principal dirigiéndome a lo que debieron ser, en su día, las caballerizas. Todas las puertas aparecían trancadas y solo ví una ventana baja cuyo antepecho escalé para intentar ver el interior. Así pude avistar una diminuta llama azul temblando en la oscuridad; más tarde supe que era simplemente el quemador de una calefacción. Único signo de vida en los alrededores.

Pasaron dos largas horas de pesquisas y figuraciones, hasta que caí dormido en un poyete de piedra, con la mochila por almohada. Rendido por el viaje y la caminata, no supe el tiempo que transcurrió. Una luz fuerte, cegadora, me despertó atontado. Dos mujeres hablaban entre si, con siseos y risas quedas. Oí mi nombre, pero ciego por los faros del coche no pude reconocer a Marie y su madre—este debe ser tu caballero español, no decías que estaba en Paris?—Pues ahora esta aquí, a ver que hacemos…Lo que hicieron, después de despertarme del todo, fue instalarme en una habitación magna, enorme. Un dormitorio con reposteros y cama de baldaquino; todo muy de terciopelos y guarniciones antiguas.

Bajo palio dormí hasta que dieron las mil de la mañana, desperté y pude atisbar, por entre los cortinones, el exterior con su jardín de parterres en el que se notaba perfectamente el rastro injurioso de mis pisotones de acercamiento al castillo. La noche anterior había destrozado flores y plantones. Mi llegada al lugar sería recordada, al menos, por el jardinero. Me sentía como un Sancho Panza aquijotado. Salí al balcón, solo para inundarme de los raudales de luz del mediodía provenzal. Un celaje de nubes tenues, un sol limpio que bañaba tierras, vegetación y casas de labor con aquellas luces que tantas veces había admirado en los cuadros impresionistas.

Cézanne, El Monte Santa Victoria. Vista desde la cantera Bibemus, Baltimore Museum of Art, USA

Cézanne, El Monte Santa Victoria. Vista desde la cantera Bibemus, Baltimore Museum of Art, USA

Aquello si era lo que venía buscando. La noche mas oscura había dado paso a la multiplicidad de colores fabricados por tanta luz magnífica, muchas veces soñada, y que quedó para los restos en mis pupilas y en la ambición de plasmarla en mis pinturas. Y así fue durante unos cuantos días, todo luz. El “chateau” debe seguir allí—quiero suponer. No se lo que habrá sido de Marie, esa es otra historia. Nunca volví, y han pasado casi cincuenta años de unos pocos días en Provenza. Me cuesta recordarlo todo, pero no puedo olvidar toda aquella luz. Nunca podré.

Luisma, 14 de Noviembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron, August 2013]

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La reunión

‘El cuarto del Principe’, diez minutos antes de la reunión. (“Palacio Real” de Jose Manuel Ballester, 2009 )

‘El cuarto del Principe’, diez minutos antes de la reunión. (“Palacio Real” de Jose Manuel Ballester, 2009)

Año 1656. Huele a chimenea, a leña de encina quemada. Son los últimos días de invierno que en Madrid demasiadas veces se confunden con la primavera. Del patio suben las voces de atención de la Guardia Real. El Alcázar, por la mañana, es un lugar silencioso. Las estancias que no tienen fuego de hogar se abren muy de amanecida para airear y no se cierran hasta el mediodía, para que el aire de la sierra seque y oree los ambientes — lo mismo que se hace con los embutidos serranos. El Palacio Real es vivible, si se mantienen las condiciones y se cuidan las temperaturas. Hoy, este ala está muy concurrida, personajes van y vienen ajetreados, señal de que los Reyes andan cerca. Los personajes en cuestión se reúnen, confluyen en el llamado cuarto del Príncipe que es el obrador, el estudio donde está pintando Velázquez en estos días. El maestro Diego, él fue quien me dijo que la habitación donde pinta el gran cuadro debería estar caldeada, sin exagerar, a tono con la situación: Que la princesa y las niñas no pasen frio. A él no le importa ese frio demasiado; aún siendo sevillano, lleva tiempo acostumbrado a estos días, a veces gélidos, de Castilla y dice que no sería la primera vez que pinta con guantes. Me gustaría hacerme amigo del maestro, ofrecerle mis servicios, aunque un viejo guardia adaptado a guardadamas no puede aspirar a mucho en esta Corte.

Nicolasillo Pertusato no es realmente un enano, es una miniatura de galán, un hombre diminuto que parece un niño pequeño y que se comporta como tal, estrambótico, ya tiene dos decenas de años pero aparenta como la mitad. Es saltarín y no tiene el físico ni los rasgos de la enanez. Es alegre aunque con mala leche, a veces, producto de ser consciente de su pequeñez. Anda por las estancias rebuscando algún dulce extraviado que llevarse a la boca, es un goloso y le pierden los “caramelle” italianos, como él, que hace poco han debutado en la corte. Esas piezas de confitura dulce que se han puesto de moda y que están empezando a costar problemas dentales a más de uno. Por no hablar del Tiramisú, ese postre cuya receta trajo el maestro de su último viaje a Roma; cuando pintó ese retrato del Papa, del que todo el mundo habla. Ni con tanto dulce engorda, ni crece. En los pasillos todo el mundo se para con él y coinciden en las cuestiones:

— “Donde vais de esa guisa, tan peripuesto y de tiros largos?”

— “Me va a pintar Velázquez… Don Diego quiere que esté en su nuevo cuadro, junto a la Infanta Margarita y sus meninas.” No todo el mundo tiene el honor de que lo pinte ‘el Sevillano’, solo los privilegiados.

— “Callad ya, no sois más que un enano!”

— “No soy un enano, soy un galán pequeño!” Berrea a su interlocutor. Pertusato calla, sabe perfectamente que su pequeñez es lo que le permite vivir en Palacio, y además, tampoco quiere enemistarse por un ‘quítame allá esas pajas’ con ningún personaje de la Corte.

El ‘niño grande y pequeño’ se apresura para llegar a tiempo al estudio del pintor. En el camino se tropieza con ‘León’ el bonachón perro de la Infanta que casi es más alto que él y al que le gusta zaherir:

—“Vamos, ‘León’ que a ti también te van a pintar.”

El perro le tira un gañafón que casi le hace perder el equilibrio. El diminuto personaje lo arrea con una patada en los cuartos traseros, como de costumbre. Ambos bajan la escalera que da al estudio y se paran sorprendidos de ver a los Reyes, que hablan en voz baja con el pintor. Nicolasillo afina el oído, curioso, mientras juega con el perro; no sabía que los monarcas iban a estar en la sesión de poses. No sería extraño, pues Velázquez es muy capaz de pintar varios cuadros al mismo tiempo. El perro rabea alrededor de la Reina que lo aparta ostentosa con el pie. El animal se sienta en el suelo y aparenta quedarse dormido. Nadie, ni siquiera un perro, sexto sentido animal, osaría quedarse dormido sin el pláceme en la presencia Real. Varias personas van entrando en la estancia, por un momento hay un gran ‘frufrú’ de vestidos, sedas y brocados. Las conversaciones y los ademanes se aquietan ante la figura de los Reyes. El olor de madera quemada en las chimeneas se adueña del lugar, un sol blancuzco entra por los balcones y a contraluz el aire del estudio se tiñe de colores y sobrevuelan miasmas, polvo y motas de luz. La habitación se hace agradable a todos los sentidos.

Margarita, Infanta de España, se moja los dedos y se atusa los pelillos rubios no sujetos por el prendedor de carey, que alguien le regaló después de un viaje a América. Está en la fuente del patio y no tiene prisa, nunca la ha tenido, se sabe el centro de atención y la preferida de su padre, a pesar de no ser un varón. Le hubiera gustado ser hombre, ser príncipe y heredero de la corona. Entonces sí hubiese tenido los mil retratos de Velázquez y no tanto medallón para ilustrar a futuros pretendientes. No sabe aún que puede llegar el día en que sea Reina de España o Emperatriz en Austria. Se sujeta los vuelos del vestido y camina bamboleándose, casi levitando, hacia el estudio del pintor.

— “Si yo no estoy, no hay cuadro,” protesta para su coleto.

— “Habrán de esperar, yo soy Margarita!” Casi se le escapa un grito.

— “Donde están mis meninas?”

Del fondo de un pasillo lateral ha surgido una masa obscura, de andar acompasado y dubitativo. Tiene los pies planos y el resoplido del poco fuelle físico.

— “Alteza, Alteza! Esperadme, por favor!” Margarita la reconoce antes de que salga de las sombras. Es Mari Bárbola, la enana germanota, descomunal, una enana gigante, apaisada y rolliza, que le llega diciendo:

— “Ay, ay, me duelen mucho mis rodillas y mis estómagos y me siento mal.” Margarita, consentida y a veces cruel, le contesta con bromas:

— “Bárbola, no tienes más que un estómago, por Dios!” La princesa trata de empujarla, sin éxito.

— “Yo, cuando me siento mal, me quedo en pie o cambio de silla, ja,ja….” La enana se detiene antes de bajar la escalera para recuperar el resuello.

— “Bárbola, vamos, más deprisa, apresuraos, que nos van a poner falta.”

Al entrar en la habitación, que huele a trementina y fuego de hogar, Isabel y María Agustina salen de las sombras por una puerta excusada que comunica con el pasillo hacia las cocinas. Las dos niñas se paran, descubren la reunión en ciernes y se acercan solícitas a la Infanta, ofreciéndole agua y anises en un búcaro rojo. Apenas se dan cuenta de donde y con quien están, no tienen ojos más que para ella, su ‘reina chiquita’. María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco, las meninas, son todavía unas niñas, unas señoritas de compañía, a pesar de ser solo un poco mayores que la Infanta. No les hace mucha gracia posar con los enanos.

— “No se porque tienen que estar en todas las sopas”, dice la una.

— “Es verdad, solo son unos monstruos”, retrueca la otra.

— “Que afición tiene el señor de Velázquez a pintar estos engendros.”

Las dos han llegado a Palacio, la noche anterior, desde la Casa de Campo, donde se hallaban preparando las habitaciones de verano, todos sus ropajes y decoración, para la próxima vacación de la Infanta. No tenían noticia de tener que posar para un cuadro y les entra la curiosidad de saber quien ha posado por ellas hasta lo de hoy. Se relamen de gusto de figurar para el pintor de cámara del Rey.

Diego de Silva y Velázquez entorna los ojos y medita lo que tiene en la imaginación. Le atrae pintar esta reunión que se le ha ocurrido: Reyes, personajes y personajillos. El mundo al revés, los Reyes minimizados solo serán un reflejo; los personajes adultos en las sombras, puro relleno para la composición; menos él mismo, convenientemente iluminado, a casi la misma importancia que la princesa. Los personajillos encuadrando la figura central de la niña. Sobre todo le da una gran excusa para aparecer con Su Majestad en un mismo lienzo. A ver como le presenta la idea del cuadro al Rey. Tendrá que ser una obra razonada y harto sutíl. Intuye que deberá terminarla antes de que el Rey la vea en instancias avanzadas, no sea que se la prohíban, como ya ha ocurrido con alguna otra pintura.

Velázquez medita, mientras observa a los circunstantes. Habrá de ir con cuidado. Su ambición de llegar a la nobleza no le permite dar ningún paso en falso. Esa misma ambición es la que también le ‘permite’ saberse un gran pintor, lo cual ha podido comprobar en sus viajes y visitas a colecciones reales en otros países. Desecha estos pensamientos, lo que ahora le preocupa es plasmar con sus pinceles y sus colores el aire en esta habitación, en la que ha reunido a todos estos personajes. Ni siquiera puede imaginar que todos ellos van a ser famosos en los siglos venideros, incluyéndose a si mismo, por causa de su habilidad, de su arte, en esta obra pictórica.

“Las Meninas”, varios siglos después.  (Diego de Silva y Velázquez, 1656) “No hay cuadro alguno que nos haga olvidar este” (Carl Justi)

“Las Meninas”, varios siglos después. (Diego de Silva y Velázquez, 1656) “No hay cuadro alguno que nos haga olvidar este” (Carl Justi)

Debo apresurarme, no puede ser que un simple mentor palaciego llegue tarde a una sesión de pose con la Infanta, podría caer en desgracia, es tan fácil…. Un guardadamas, eso es lo que soy y lo máximo que llegaré a ser. Esta es una ocasión magnífica para hacerse de notar, sabe que su ayudante, Doña Marcela, ha convencido al pintor para que lo incluya en ese cuadro, a pesar de ser un ‘don nadie’. Un cuadro que aún no está pintado y ya todo el palacio habla excelencias de él, por sus dibujos preparatorios. Tendría gracia que mi nombre se perpetuara por los tiempos venideros en la Colección Real. Cuando entra en la estancia, ya todo el mundo está allí, hasta los Reyes. Oye un ruido a su espalda, al fondo enmarcado en la puerta, ve a Nieto el primo del pintor. Todo ‘quisque’ quiere algo, o mostrarse y figurar. Tal es el ‘entrar’ en un cuadro del sevillano Velázquez, Más me valdrá quedarme aquí en la obscuridad, junto a la dueña. Que honor! Que honor!

(El guardadamas en la sombra es el único personaje de “Las Meninas” del cual se ignora la identidad. Un eterno desconocido al que todos conocemos y nos hubiera gustado suplantar)

Luisma, Maypearl (TX)   11 de Mayo del 2015

 

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Arte es arte

Mis chicas en mi Prado. Las echo de menos

Mis chicas en mi Prado. Las echo de menos.

No hace mucho tiempo estuve en la Phillips Collection, en Washington D.C. Un pequeño museo de arte que contiene algunos de mis cuadros admirados de siempre. De esta ciudad, una de mis favoritas de todo el mundo que conozco, tengo que escribir mas largo y sobre todo mas tendido.

No es de ahora, es de siempre. Es algo habitual en mi. Cuando veo buena pintura me dan ganas de pintar, generalmente después de visitas a los grandes museos y nunca viendo reproducciones, por exactas que estas sean. Así mismo, cuando leo cosas buenas me dan ganas de escribir, supongo que en ambos casos es la emoción de la obra bien hecha o la captura de ese intangible llamado: arte. Me gusta pillar arte donde quiera que lo encuentro, a salto de mata, para ello voy siempre escopeta en mano y ojo avizor. Últimamente me cuesta bastante trabajo encontrarlo a buen precio, quien sabe porqué? Seguramente la culpa es mía por relajarme en la búsqueda.

Que cosas pasan! Encontré arte para apreciar, hace unos días, revisando algunos partidos de fútbol de mi Real Madrid; de la pasada temporada, de la 31 victoriosa. Los tengo grabados de un canal futbolístico de la “tele” americana llamado Gol TV, en el cual los disfruto pese a los descocados y a veces estúpidos comentarios de sus locutores. Los pobres basan sus comentarios en extracciones, mal que bien entendidas, de la lectura del AS y el MARCA. El cielo nos valga! Ninguno de estos dos periódicos deportivos tienen cabida en cualquier acepción de arte. Una vez de ciento al viento hay algo semejante a lo artístico en sus contenidos. El arte al que me refería era la calidad del juego del capullo de Guti. Que artista!

Arte en una televisión, en un partido de fútbol? El arte se encuentra y se degusta en cualquier circunstancia propicia. Digo esto, a propósito de que acabo de salir del baño, de la bañera, uno de los muchos sitios en los que leo. Estaba con un libro de Javier Marías, leerle y releerle es casi un placer diario. Sus relatos cortos o sus artículos de periódico, por viejos que sean. Sus novelas son ya otra cosa, la mayoría las he leído una vez y basta, de momento. Comparto con él un madridismo beligerante, aunque no furioso ni cerril, como el de otros. Eso si, leyéndole, siempre tengo la impresión de leer arte y siento lo mismo que ante una buena música o un buen cuadro. También siento envidia cochina, aunque sana.

Siempre estoy tratando de escribir mejor y usando el mejor cebo para pescar, la lectura. Leer mas. Leer mucho y de todo. Si es bueno, dos veces mayor placer.

Luisma, Maypearl (TX)   27 de Abril del 2015

[Originally posted in August 2008 on Dust, Sweat and Iron]

 

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Interior — Día — Bilbao Guggenheim (2)

 

“The Matter of Time” Richard Serra. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Richard Serra, The Matter of Time. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Entrar en el museo es como entrar en el set de una película en rodaje, un festejo visual de muchísimos grados y ángulos—tantos como rincones tienen sus espacios—e incontables planos más. La luz que penetra desde fuera, avanza lenta y parece tan atónita como mis propios ojos. Me quedo parado mirando un rebote de luz y ella, la luz, se detiene sorprendida también. Hace solo un momento, afuera del Bilbao Guggenheim el celaje era gris y ominoso, nada más ingresar por las puertas, un sol triunfal se ha sumado a la visita. En mi cabeza resuena un órgano barroco, catedralicio, cada nota es un cuchillo de luz, cada rayo solar multiplica su reverberación en la más simple pared y las luces cenitales borbotean, al tropezar en las pocas nubes, dando una magnífica sensación de movimiento a cada objeto, a cada línea, a cada color.

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Me doy cuenta de que he olvidado, o mejor dicho, no tengo presente todo lo que había leído sobre este sitio. Solo me atrevo a dejar que me entre por los ojos, los mantengo abiertos con fuerza, casi sin permitirme el parpadeo. En apenas dos minutos, ahora, ya sé que el lugar se me va a quedar dentro para siempre. Parezco una aguja de marear en un mar de tormenta, miro a cada punto cardinal, sin saber hacia donde avanzar, por donde navegar este museo. Me acerco a mirar algo y después vuelvo al punto donde empecé, como si tuviera miedo de perderlo. Una ‘foto’, cien, mentalmente doy las gracias a no sé quien por haber inventado la fotografía digital. En unos pocos minutos he ‘gastado’ ya lo que hubieran sido tres carretes de celuloide. Bendito siglo! Y benditas tarjetitas en las que caben tantos miles de fotos. Ya no duele ‘tirarlas’ pero me contengo, he sido ‘entrenado’ a solventar mis problemas con pocas ‘poses’. La fotografía ya no es lo cara que llegó a ser, y también es muy agradecida con quien dispara mucho. Intentar hacer arte fotográfico ya es otra cuestión.

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Si Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz, el fotógrafo tiene que servirse de ello para ‘eternizar’ esos momentos que se producen contínuamente en su interior. El campo de juego es magnífico y las apuestas inconmensurables. El énfasis de la colección del museo es en la gran escultura, y es claro, quizás por ello las mayores críticas han sido a los grandes espacios interiores. Algunas pinturas de formatos no tan grandes parecen ‘perderse’ en vanos formidables, descomunales. Para mí, todo es cuestión de quien sea el pintor y cual sea la obra que centre nuestra atención. Un Picasso nunca puede perderse en una pared, por desmedida que parezca, y propongo una prueba de fuego, a ver que ocurre: colgar la “Gioconda” en cualquier parte de una de estas paredes, altas como naves góticas, en el grandilocuente atrio de este Guggenheim. Estoy seguro que seguirá calentándome el corazón como si estuviese en el salón de mi casa. Donde por cierto está—en reproducción, claro—solo un poco mayor que el original, para cumplir las normas del Louvre.

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

En la colección encontramos a los ‘sospechosos habituales’, americanos y europeos, y otros no tan habituales, cuyos nombres ‘cantan’ a artistas vascos. Además de otros españoles variados: ‘el mallorquín’, dos o tres de los madrileños, el de Huesca (por goleada), el valenciano neoyorkino ‘crónico’, el otro de Santander, neoyorkino también y el mitad monje y mitad soldado de la fotografía; de este (Ballester) siempre me ha encantado su “palacio real” que es unas meninas sin meninas y sin nadie. Un cuadro fantástico, retrato del aire, el mejor homenaje a Velázquez. Lo dicho, de los sospechosos habituales, a toque de corneta de la central Guggenheim, me voy a quedar con un Richard Serra que acertó al ‘subirse al Museoa’, un buen salto de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao. Se merece el espacio que le han dado. “The Matter of Time”, lo ví primero a vista de pájaro, una buena manera, lo entendí al pronto y además me trajo el recuerdo infantil del laberinto de las bolitas de acero. No me quedó más que ‘bajar’ a sus espacios interiores. Entre aquellas ‘paredes’ de acero-cortén, tremendamente fotogénicas, dejé colgada parte de mi imaginación, y adquirí, a cambio, ese color ‘marrón-Serra’ que tanto he usado después.

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Y también me quedaré con Jenny Holzer, ‘amiga personal’ e ‘instaladora’ favorita, acerba feminista, áspera pero agradable—que remedio—la ‘reina’ de las luces LED, cuya obra se me aparece en sueños frecuentemente. Por algo será. Nunca olvido su razón para no pintar abstracción: “quería ser una pintora abstracta, pero era un desastre”. ‘Verticales azul’, gracias a ella soy ‘capaz’ de usar ese color azul y así llamo a sus fantásticas luces que parecen instaladas en las fronteras de la abstracción y que a mí me delimitan el paso de la vigilia al sueño, entrando donde adquieren más sentido, en mis sueños.

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Con pena y resistiéndome salgo del museo, solo me consuela—pasaría mucho más tiempo en él—que el museo no sale de mí. Se viene conmigo, me he llenado los bolsillos y la cámara de unas imágenes y un recuerdo que lo harán imposible de olvidar. Y espero que siga, hasta mi vuelta, en su emplazamiento, sin moverse y ni siquiera balancearse, creyéndose un navío listo para salir a las aguas de la cornisa cantábrica e irse a recorrer esos mundos que seguro lo adoptarían. A quien le amarga un dulce, aunque sea un museo? Estoy seguro de que a cualquier país le gustaría tenerlo.

Luisma, Maypearl (TX)   30 de Marzo del 2015

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