(“Se te va a caer el pelo” (I), publicado el 4 de Marzo del 2009)
Estaba sentado en el porche, hojeando mi cuaderno de baile y…. ¡Ya son 73, que barbaridad! ¿El diablo sigue avanzando camino, supongo, del infierno, o será del limbo? Porque del cielo no va a poder ser, ya lo tengo aquí, ya estoy en el desde hace unos cuantos años. El cielo no es el Iowa de Kevin Costner en su “Campo de Sueños”, en realidad mi cielo es ‘ese punto’ en Texas. ¿A veces se lo tengo que preguntar, incrédulo, a S., jardinera de mis cielos y mis jardines deshabitados, patrullando tiestos con su azadilla y con su daga bruñida en algún rincón de su alma de acero—”y a mí que me cuentas? Yo también soy ‘muy’ atea”. Todos lo somos bajo este octavo cielo…y si no, pregunta, no sé a quién, pero tu pregunta. Lo menos que te puede pasar es que te salga Trump, o alguno de sus turiferarios, soltándote una verdad a medias, o sea: una mentira total—“(S. blande un par de veces su daga, antes de engolfarse de nuevo en su computador). Puede que a este paso se nos vaya a caer el pelo a todos, y antes de lo que pensamos. Aún no hemos aprendido a lidiar ese cornúpeta.
O sea que, ahora que me he vuelto viejo, y ando con los ojos bien abiertos, me doy cuenta que no soy ni bueno, ni malo, sino todo lo contrario. Caérseme, caérseme, no sé si se me caerá (el pelo, digo), pero que está debilitándose (como ‘lo otro’) es un hecho consumado. Lo único que se me conserva bien o mejor, es la barba, blanca y fuerte a un noventa por ciento; mitad Hemingway, mitad Papá Noel. El problema es que con la cantidad de achaques que tengo, en los retratos barbados actuales empiezo a dar la real edad de mis pasaportes y lo peor es que también empiezo a sentir esa edad. Habrá que ver cuantos días, meses, o años me quedan en las alforjas. Esperando que el galápago, sí, el que se cambió al otro lado del “estanque”(‘el charco’) no se quede en una de esas, volcado y patas arriba. La clarividencia acumulada y desarrollada, no me serviría en este caso para mucho.
Sé que vienen, de seguro, la trompetería se anuncia de lejos, aunque todavía no los veo venir—a no ser que sean esos mosquitos-monster—con la misma música. Caronte espera, en pie, piernas abiertas y brazos cruzados, en plan superhéroe de tebeo. Con él, la laguna y la barca están esperando, también. Mi sueño americano se va cumpliendo. Encontré al otro Luis, a mí mismo, y ando en la tesitura de realizar que sea el auténtico, ‘que ni pintao’, antes de que sea muy tarde. Todo ello con la inmejorable ayuda de S. De momento ella me fotografía mejor que nadie, de antes y de ahora. Me tiene cogido el son. Igualable a Pepe Núñez, sin ánimo de comparación. Sirvan estos cuatro retratos para justificar mi afirmación.
Pensamiento, de ocasión: Tengo que llevar a S. (ese punto) otra vez a París, donde ‘la chica me aprende mucho’. Es lo que tienen los americanos con la Ciudad Luz (bonita excusa) van a cualquier edad y recargan las baterías. Ayer me acordé de una cosa de Hemingway, que viene al pelo, nunca mejor dicho:
“Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven te acompañará, vayas donde vayas, el resto de tu vida”
Luisma, Maypearl (TX) 30 de Mayo del 2018
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