A pesar de la gorra de banderillero y de la capa española, con la que se protege del frio constante y la humedad, nadie parece reconocerle. Quizás los paseantes están más dedicados a defenderse a si mismos de las inclemencias de esta tarde parisina, que a darse cuenta de quien es. No es lo que suele ocurrir; casi siempre le cuesta sudores quitarse de encima a los moscones y los curiosos que le siguen, por no hablar de periodistas con fotógrafos pugnando por una instantánea. Es el precio, caro, de la celebridad.
Hoy—suerte—nadie le para mientes y con despacio puede apoyarse en la barandilla del puente sobre el Sena y abstraerse en sus pensamientos. El precio de la fama, que es mundial, se está convirtiendo en una molestia continua y ya empieza a no tener gracia. Corre la mitad de los años sesenta y a lo peor va a tener que dar la razón al chico español que le abordó hace un rato en el bulevar. Un veinteañero que no sabía como llamarle: Pablo, o Don Pablo. Aprendiz de pintor, le dice algo que lleva pensando algún tiempo: fama y dinero, sí, pero has perdido la libertad, esa de la que tanto hablas.
Ya no sabe si vale la pena. Si todo esto no es un tremendo error, que acabará teniendo que pagar caro. Añora tiempos, ya lejanos, en esta misma ciudad que ha cambiado tanto. Sus primeros años, sus primeros trabajos y luchas. Sus primeros amigos, Apollinaire, Vollard, Breton; y por encima de todos: Gertrude, esa mujer extraña y sin embargo amiga. Le debe tanto! Fue más que una coleccionista de sus cuadros, más que una amiga, una confidente y una critica acerba de su pintura y de su persona. No le pasaba ni una en sus problemas con las mujeres, aunque tampoco le aconsejaba. Stein era feminista y lesbiana, algo que a Picasso se le hacía difícil de manejar.
Sus cuestiones con Gertrude no se limitaban a lo personal, tenían una variante estética que le añadía pimienta a la relación. Durante mucho tiempo ella le estuvo pidiendo un retrato, y al final concedió. Después de un montón de poses, por fin lo terminó. No había vuelto a hacer retrato desde que tenía dieciséis años. Fue un acierto total, Gertrude le mostraba una adoración que nunca le tuvo. Le mandó una misiva que guarda como un tesoro, siempre la ha releído intentando alcanzar toda su intención: “Estaba y todavía lo estoy satisfecha con mi retrato, para mí esa soy yo, y esa es la única reproducción de mí que siempre soy yo, para mí.”
El retrato está en Nueva York, hace tiempo que no lo ve. Recién terminado, algunos tenían una idea diferente de esa pintura, proclamada como una de sus mejores obras. Alguien criticó que no se parecía a ella, y él respondió: “Ya se parecerá.” Todavía ve lo boquiabiertos que quedaron todos ante semejante afirmación. Sus “boutades” eran y son famosas y aquella se llevó la palma. De cualquier forma, nadie pareció darse cuenta de que lo había dicho totalmente en serio. La gente no lo entendió, o no lo quiso entender, y la leyenda se hace cada día más grande.
El fresco sobre el puente se ha vuelto frio húmedo. El sol hace rato que se ha ido, y rápidamente, Paris se torna—una vez más—la Ciudad Luz. Ensimismado en sus pensamientos, Pablo, o Don Pablo, es una sombra más que acelera su paso. Piensa en Gertrude, la echa de menos; es sorprendente que ya hayan pasado veinte años desde que murió. Todavía la tiene presente. Sin ella no hubiera habido Picasso, o hubiera sido diferente. Quizá solo Pablo Ruiz. El apellido se hubiera quedado en su madre, la verdadera Picasso. Doña María, la que le puso los siete nombres: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso.
Sin la colección Stein, sin la publicidad de Gertrude, quizá se hubiese vuelto a España. A pesar de su promesa pública de no volver hasta la instauración de una democracia. Hoy todavía, algunos amigos le bromean, le dicen que más vale que espere sentado. Ese dichoso Franco parece eterno. Su único reproche contínuo a Gertrude fue su apoyo a la causa franquista durante la guerra civil española. Su lucha contra la dictadura sigue terne, desde la guerra. De momento ha decidido, aunque fuera un encargo pagado por el gobierno republicano español, que su “Guernica” no vuelva a España en vida de la dictadura. A ver quien aguanta más!
P.S. La vida se decantó a favor de Franco. Picasso murió dos años antes que el dictador. El “Guernica” está en el Museo Reina Sofía de Madrid. El retrato de Gertrude Stein sigue en el Metropolitan Museum de Nueva York.
Luisma, 30 de Abril del 2011
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