El ir a ver a “mis niñas” es una de las razones de todos y cada uno de mis viajes a España. Y no me refiero a mi niña natural y fundamental, la Ene, que ella es razón primera. Son esas otras niñas que viven, desde hace años, en el Paseo de la Castellana. Habitan en un segundo piso de una casona grande, cada vez más grande, un verdadero museo; en gran compañía y sin pagar alquiler. Muy al contrario, todo el mundo paga por verlas a ellas. Allí viven, hechas unas princesonas, entre la admiración de tirios y troyanos, entre miradas de miríadas de asiáticos y otros circunstantes de las más variadas etnias y nacionalidades.
Mis niñas son un espectáculo por si mismas. No son una atracción circense; aunque de circo es, las más de las veces, la barahúnda que se monta a su alrededor en la sala donde ellas residen eternamente. Hoy, sin ir más lejos, les rendían pleitesía varias docenas de japoneses, un piquete de alemanes, un grupito de africanos francófonos, una familia de hindúes, dos altísimos hermanos gemelos nórdicos y un puñado de españoles desperdigados. Además de S. y yo, que soy casi un familiar de ellas; todos con la pretensión de acercarnos lo mas posible, como si fuéramos a decirles algo.
Decir, lo que se dice decir…son ellas las que nos hablan y nos trasmiten, además de su propia belleza, un montón de sensaciones y sugerencias. Nos hablan de la historia de su momento, de tantas cosas que pasaron en su tiempo, aunque este también lo sea, al menos para sus veras efigies. Nos hablan de la calidad del hombre, casi divino, que las conformó…o debería decir creó; y que pervive con ellas, para todos los siglos, y para ludibrio de todas mis visitas. Me regalan y me renuevan, con sus cantos de sirenas estéticos, la pasión por la pintura, la gran pintura, la eterna; que no tiene principio ni fin y pertenece a todas las épocas y todos los estilos que en el mundo hayan sido y serán.
El verdadero propósito de mis continuas visitas; año tras año antes, de cuatro en cuatro cuando no se puede más; es vigilar su crecimiento . Cada vez están más “altas”, en la apreciación del mundo, y cada vez más bellas. Envejecen de tal suerte que no se les nota nada el paso de los siglos. Deberían ser ya unas ancianitas y, sin embargo, están como el primer día. El día que Diego, su progenitor, decidió no emperifollarlas más y las mostró al mundo, para que tuvieran vida y, fundamentalmente, luz propia.
Son “mis niñas”…María Sarmiento, solícita y dispuesta a todo, emprendedora y morena de verde luna, si las hubiere. Margarita, bruja rubita, elegante y flotante, dispuesta a volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición. Isabel de Velasco, dura y recta como una flecha, guapa. Bárbola, radiante en su fealdad y bella para siempre. Hasta Nicolasito Pertusato, esa miniatura, cuenta como una de ellas. Quien sabe si, a lo mejor, lo fuese. Cosas más raras se han visto! Mujeres barbadas, donceles femeninos, fenómenos de toda suerte.
Esto es lo que hay, y es mucho. El verdadero prodigio es, aquí, todo el cuadro. Mis niñas, mis “Meninas”. Para definir el aire y la luz hay que hablar de ellas. Para definir el arte de pintar hay que estar frente a ellas. Para el arte de vivir, hoy, una vez más, estuve allí.
[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]