Además de admirar la pintura, se trata de conocer al pintor; lo que siempre ha contribuido a entender mejor su obra y aumentar el deleite de su contemplación. Cualquier pequeño detalle suma y se añade a la belleza intrínseca de la obra. Siempre ha sido bueno leer a aquellos que escribieron sobre los pintores, principalmente a los coetáneos, si se trata de artistas de otros tiempos. Y más si, ficticiamente o no—tanto da, ya—claman haberlos conocido personalmente. Por como ha llegado hasta nosotros, confrontar una obra como “La Ultima Cena” de Leonardo Da Vinci es una experiencia de mucho mayor orden si la aderezamos con la lectura de los que lo conocieron, u otros que dotados de una visión literaria acendrada nos han dejado su palabra para excitar nuestra imaginación. Poco importa leerlos antes o después de ver la obra, es cuestión de gusto o regusto, de gozo o recuerdo.
Matteo Bandello era un monje italiano, fue un popular escritor y ya de mayor llegó a ser obispo en Francia. Además de conocer a Leonardo Da Vinci y escribir sesgadamente sobre él, publicó unos cuentos o “novellas” cuyas traducciones al francés y al inglés harían conocer a Shakespeare las historias de algunos de sus mejores temas: “Romeo y Julieta”, “Mucho ruido y pocas nueces”, “Noche de Reyes”… Bandello habría vivido en el convento dominico de Santa María delle Grazie durante el tiempo en que Leonardo pintaba su obra magistral. Posiblemente era un fraile muy joven, debía tener entonces unos quince años, y hubiera tenido por ello más tiempo para andar zascandileando alrededor del pintor y sus trabajos. Bandello nos describe lo que debió observar muchas veces:
“…a la mañana temprano subía al andamio, porque ‘La Ultima Cena’ estaba un poco en alto; desde que salía el Sol hasta la última hora de la tarde estaba allí, sin quitarse nunca el pincel de la mano, olvidándose de comer y de beber, pintando continuamente. Después sabía estarse dos, tres o cuatro días, que no pintaba, y aun así se quedaba allí una o dos horas cada día y solamente contemplaba, consideraba y examinaba para si, las figuras que había pintado. También lo vi, lo que parecía caso de simpleza o excentricidad, cuando el Sol está en lo alto, salir de su taller en la corte vieja—sobre el lugar del actual Palazzo Reale—donde estaba aquel asombroso Caballo compuesto de tierra y venirse derecho al convento de las Gracias y subiéndose al andamio tomar el pincel, y dar una o dos pinceladas a alguna de aquellas figuras, y marcharse sin entretenerse…”
Un oscuro monje italiano que conoce a Leonardo y hasta pretende darle consejos de cuando abandonar una pintura y cuando retomarla…e inspira a Shakespeare! Al igual que Giambattista Giraldi, otro poeta y novelista contemporáneo de Bandello que, basado en los recuerdos de su padre, escribía así sobre la forma de trabajar de Leonardo: “Antes de pintar una figura, estudiaba primero su naturaleza y su aspecto[…] Cuando se había formado una idea clara, se dirigía a los lugares en los que sabía que hallaría personas del tipo que buscaba, y observaba con atención sus rostros, sus comportamientos, sus costumbres y sus movimientos. Apenas veía algo que podía servirle para sus fines, lo dibujaba a lápiz en el cuadernillo de apuntes que siempre llevaba en la cintura. Este proceder lo repetía tantas veces como juzgase necesario para dar forma a la obra que tenía en mente. A continuación plasmaba todo esto en una figura que, una vez creada, movía al asombro”.
El gran escritor Goethe, también prolífico dibujante y autor de una Teoría del Color, explicaba su visión de “La Ultima Cena” y del refectorio donde se encontraba: “Frente a la entrada, en la zona mas estrecha y al fondo de la sala, estaba la mesa del prior, y a ambos lados las de los restantes monjes, colocadas sobre una especie de grada a cierta altura del suelo. De repente, cuando al entrar uno se daba la vuelta, veía pintada en la cuarta pared y encima de las puertas la cuarta mesa, con Jesús y los Apóstoles sentados a ella como si fueran un grupo más de la reunión. La hora de comer, cuando las mesas del prior y de Cristo se encontraban frente a frente, encerrando en medio a los demás monjes, tuvo que ser, por fuerza, una escena digna de verse”. Goethe nos dejó, también, una magnífica explicación pormenorizada de la pintura, tal cual él la vio en 1788.
Sea Goethe, o sean unos poco conocidos escritores italianos, el caso es que estos personajes nos edifican el conocimiento; de alguna manera se asemejan a lo que hubieran sido los periodistas de su tiempo. Contribuyen a la fama y la grandeza de otros sin quizá proponérselo y, sobre todo nos permiten sacar a pasear nuestra imaginación, que es otra manera de conocer. La mejor manera? En el caso de “La Ultima Cena” y con su estado de conservación, no queda más remedio que afirmarlo.
Luisma, Maypearl (TX) 10 de Febrero del 2014