(y tres fotos de una tarde de tormenta)
Ponerme delante de la hoja en blanco, con la mente en blanco, también. Un ejercicio que, de vez en cuando, me gusta hacer y que representa, en mí, el mismo interés que un niño por su video-juego. Dispararle a la imaginación, de esta manera, es probablemente uno de los pocos retos que me van quedando. Como haber, habría muchos más retos que atender, de todos los colores y lunares, pero, el tiempo, el famoso juez que me (nos) corroe, se ha encargado de volverlos ya inasequibles. Así que uno va y, sin paracaídas, se lanza desde las alturas del cerebro hasta la dichosa hoja en blanco y le empieza a administrar verborrea, línea por línea, color por color, y lo digital a chorritos—digo yo, o a saber—de la foto, teniendo cuidado de que no se le rebrinque lo blanco y que todo, al final, no termine como el “rosario de la aurora”, es decir, a palos; y no con otros, sino consigo mismo.
Igualmente ocurre con el lienzo en blanco, incluso aunque tengas unos cuantos bocetos preparados, cosa cada vez más infrecuente en mí. Enfrentarse con el cuadro en blanco y “meterle mano” es casi tan peligroso como atacar una pintura que se ha quedado a medias por una temporada larga. Un recuerdo, aquí, a Lucio Fontana que solucionaba este problema, muchas veces, por “las bravas”, rajándole el “alma” a sus lienzos; a falta de otra cosa mejor que hacer. Y, ahí está en los museos! No solo por eso, claro. O, como diría uno de los mejores profesores de Arte que he disfrutado nunca: “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, proclamaba el Hermano Marista Gustavo, profesor de bachillerato, para después iluminarnos con cientos de razones de todo tipo, las calidades de una pintura o una escultura. El poso de aquellas razones y otras luego, es la medicina que remedia el síndrome.
Sin embargo, no me ocurre igual con la fotografía. No tengo síndrome del fotograma en blanco, nunca lo he tenido. A la hora de mirar por el ocular, y en las modernas cámaras, de afrontar la pantallita, hay una imagen previa a cualquiera de las intenciones que puedas tener. Una imagen que, casi siempre, solo hay que pelar; como si de pelar una naranja se tratase. Encuadrar algo que ya está en la vista y manipularlo. Componerlo. Jugar a hacer bidimensional lo tridimensional. Ver la foto en lo que los demás solo ven una escena. Una decisión rápida y pendiente de las mecánicas que ya están establecidas en el cerebro. Y, que la ‘luz’ no se vaya mientras piensas lo que quieres hacer con ella…
No hay, la mayoría de las veces, tiempo para pensar mucho. La pereza, o la vagancia mental, alimentan el síndrome de la hoja y el lienzo en blanco. En cualquier caso, se trata de tener algo que decir y, luego, decirlo bien. Por eso me llaman la atención, y hasta me maravillan muchas veces, los escritores de “blogs,” más que nada los comentaristas de blogs en tiempo real. Parece que tengan un sentido especial del escribir y, casi siempre, las cosas muy claras para comentar con tanta rapidez. Incluida la velocidad de tecleo, algo en lo que tengo la categoría de tortuga de cuatro dedos. Y, que la ‘luz’ vuelva de donde se había ido…y, que sea ella misma…que cruz! Pero, sigamos hablando de velocidad…sin prisas.
Un mundo que ha heredado la velocidad de los tiempos primeros del “Chat” y el “Messenger”; que hoy se están recuperando e implementando con el “Facebook” y sobre todo el “Twitter”, gracias a la portabilidad de los aparatos. Toda esta “marabunta” de gente, de pronto empeñada en comunicarse con otros y, las más de las veces, sin razón o con razones no muy válidas, parece haber esquivado el síndrome de la hoja en blanco. Siempre me asalta esta pregunta: tanta comunicación y tan continua, para decirse, qué?… Algo huele mal en Dinamarca! El buitre carroñero de la banalidad nos sobrevuela, me temo. (Todo esto y el tufillo que se percibe, viniendo de lo abisal adonde las cargas de profundidad las han empujado, hace temer que la cuenta atrás para la desaparición de las “redes sociales” y su instrumental ya ha comenzado; y sus sanguijuelas financieras tendrán que buscar en otras humedades. “Fue bonito, mientras duró.”)
Al final, el síndrome se reduce a lo que uno tiene que decir, si es que uno tiene, realmente, algo que decir. El qué, el cómo, el dónde y el cuándo. Ah! Ese es otro cantar! Ni siquiera me planteo el porqué; aunque ya, el novelista P. Reverte, me lo dejó muy claro, en “El Club Dumas “— “[…] y, a fin de cuentas, la gente escribe por diversión, para vivir más, para quererse a sí misma o para que la quieran otros.”
Escrito y publicado el 10 de Abril del 2010 en “Dust, Sweat and Iron”
Corregido, no mucho—re-editado, algo—ilustración, al día (por decirlo de alguna manera: con la fotografía juego en “campo propio”) — en fin, sobre lo que dije en 2010…doce años después, mis velas siguen tomando los vientos y flamean los colores de mis banderas…Vamos!
Luisma, Maypearl (TX) 3 de Octubre del 2022
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