(Este post es re-edición del mismo con fecha 23 de Junio del 2015. Hoy con ocasión de la próxima Champions lo vuelvo a usar para animar al equipo, como siempre…esperamos estar en la Final…como siempre.)
Hála Madrid! Sí, ya sé que no es forma de empezar un ‘post’, y ya el viento de la pradera me trae señales de humo de los que se van a ‘dar de baja’ de leer este articulillo; justo por el título, o a partir de esta misma línea, por la foto, en la que declaro mis amores naturales y la adscripción eterna a mi equipo; hace ya la friolera de setenta y cuatro años—que yo recuerde—una eternidad que se remonta al Siglo de Oro (los Sesentas), a las Navas de Tolosa—primera vez que vestí de blanco en batalla—y al sitio de Numancia, digo yo… y así siguiendo hasta el amanecer de los tiempos. De hecho, y si hacemos caso de la Biblia: el primer día de la Historia no salió el sol porque lo tapaban unas nubes blancas y un coro de barrocos angelitos gordezuelos, blancos y desnudos, arpas y trompetas, que entonaban el himno: “De las glorias deportivas…” Y el del: “Como no te voy a querer—Como no te voy a querer…! Que ha pasado a ser un cántico universal en todos los estadios, y tiene la categoría ya del: “You’ll Never Walk Alone” el del Liverpool, The Kop y Fondo Sur, nunca lo cantan a domicilio, el uno del otro, por respeto. Todas las hinchadas lo cantan a su equipo local, excepto una, fácil y grosera, la de arriba en el mapa, a la derecha. Envidia. Sin ir más lejos, ayer en un reportaje de la TV Siria miraba estupefacto como una banda militar de cornetas y tambores lo machacaba en directo. —“Come no ti voy a querrerr….” Desentonado y Perfecto.
Cuatro añitos tenía yo la primera vez que ví jugar al Madrid—en el NO-DO—y ocho la primera vez que fui al Bernabéu… y, ahí empezó todo. He ‘seguido’ y seguiré al Madrid toda mi vida, vikingo cerrado, desde aquellas Cinco Copas de Europa, las que los estultos de siempre llaman ‘en blanco y negro’. En España, en Europa, en América, siempre de blanco, esto ya no tiene vuelta atrás, así es la cosa. Aquí estoy mirándolo todo desde la distancia, en millas y sobre todo en tiempo. Tengo en la cabeza una colección de estampas, podría parecer una de cromos deportivos. Si no fuera porque las estampas están archivadas en las alacenas de mi imaginación y recuerdo, y me cuesta solo un instante proyectarlas en el/la frente de mi cerebro; ahí es donde, con solo cerrar los ojos, pasan todas las imágenes viejas y nuevas, y se repiten todos los momentos selectivamente, es decir: solo los buenos. En caso de necesidad acudo en peregrinación a la ‘ermita’ de San YouTube, que es santo de mucha devoción. Y, allí están los exvotos de las 14 copas y todos los demás trofeos, incluidas los millones de imágenes triunfales…
Los momentos estelares de mi afición al Madrid son muchos y variados, al bote pronto (dominio de la pelota) mi primer partido en Chamartín, casualmente—u orquestado por mi padre, también madridista empedernido—en noche de Copa de Europa, lo de Champions es parla extranjera. El ruido de la gente al entrar por el vomitorio a la grada y la monstruosa asociación inevitable con el circo romano. ¡Abajo con las pancartas y los ‘tifos’! Sale el Madrid al verde. Ese runrún de las conversaciones, cortadas de raíz por la expectación y el pitido inicial.
Noventa mil personas es mucha gente y aunque no estén gritando parece el pálpito de un seísmo. La masa es la masa, y se nota y suena hasta en silencio. Afuera del estadio el perfume a pámpanos en las acacias de la Castellana. Ya dentro en los pasillos y escaleras, efluvios a cerveza escanciada y aceitunas aliñadas—eran otros tiempos— en las gradas los puros, el humo denso de las brevas y los farias bajando del anfiteatro a mezclarse con los montecristos de la tribuna baja. Nada hay como el ruido de la jugada bien hecha, el murmullo de la masa dos segundos antes del gol, la acústica del aplauso del Bernabéu. Nunca he sentido frio allí, la afición arropa mucho. Los jugadores así me lo han dicho también. Lo único que se hiela son los dedos de las manos, y el sentido cuando se falla una pelota clamorosa. La emoción de un buen partido dura toda la noche y el despertar vacío del jueves o el lunes siguientes.
Muchos años después, aún quedan en la moviola mental y ‘los internets maravillosos’ que todos llevamos dentro, o en el teléfono, ese presente que nos conecta con el pasado, jugadas y jugadores de todas las épocas: las fantasías de Di Stefano, el mejor; los cañonazos y el toque de Puskas; las carreras eternas de Gento; los regates de Amancio, las voleas de Oscar Mas; las emociones de Juanito; los ‘helados’ de Butragueño; aquel gol de Santillana, cualquiera, de cabeza, claro; las pinceladas del artista Guti (Curro Romero), a nadie he visto despedirse de su vida como jugador con un taconazo de espaldas y sin mirar; Ronaldo, el gordito, el genio, aunque no fuera el mejor jugador, si fue el mejor delantero centro de la historia; Sus Excelencias: Raúl y Zidane y los balones por certificado aéreo de Beckam. Las paradas del Santo Casillas, al que echaremos de menos cuando ya no esté, los que vengan detrás necesitaran escapulario con reliquia. Los goles en cascada de Cristiano o como decíamos antiguamente: ‘a espuertas’…todos ellos y los que vengan detrás a hacer sonar la campana del estadio, cuantos más mejor.
Esto será señal de que duramos, veremos, o pensándolo bien, casi seguro que ‘después’ seguiremos en la brecha. Los dioses no pueden tener tan mala leche de ‘quitarnos’ el futbol en la eternidad, que podríamos hacer sin ello? Espero que a alguien ‘hecho polvo’—literalmente—como estará uno de aquí a un tiempo, le quede un alma—o lo que sea—que pueda andar vagando, nunca mejor dicho, de partido en partido, ‘como quien no quiere la cosa’…en resumen: un fantasma, ‘blanco’, naturalmente. Salud y Hála Madrid!
Luisma, Maypearl (TX) 23 de Junio del 2015
Re-edición 30 de Abril del 2023
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