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Las cartas italianas, parte I

cartas_italianas foto de un jardin. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

— Luigi! Luigi! Que haces?
— Ya voy, un poco de paz, estoy escribiendo una carta.

…En el pueblo la humedad de este verano está siendo mayor, mucho más que otros agostos. El tiempo esta loco. Y hace ya años que esto dejó de ser un misterio. Ya nadie habla del cambio de clima. Estos días solo se habla del arte o del oficio de pintar, ese complicado asunto en el que un hijo del lugar destaca, lo suficiente para hacerse un nombre en la corte y que la gente hable de sus obras.

Ayer llegó de nuevo, hacía tiempo que no venía y menos para pasar una larga temporada entre nosotros. Dicen en la ciudad que ha estado enfermo de cuidado y que las fiebres le acompañan. Aunque no está muy claro que puede haber sido, la palidez de su cara es acusada y ya no se mueve con la misma agilidad con que solía. Parece ensimismado y pasa el tiempo observando a los muchachos jóvenes que juegan al calcio en la plaza. Con la espalda encorvada y el mentón hundido entre sus manos, su silencio es acongojante. También, acaricia a los animales, algo que antes no hacía tan ostensiblemente. Aunque siempre lleva consigo las tablillas y los crayones, no pasa tanto tiempo dibujándolo todo, como siempre hizo.

Los dos chicos que le ayudaron a bajar sus cosas de las dos carretas, hablan de un cuadro a medio componer, casi terminado y que él, después de desembalarlo y contemplarlo durante más de una hora, como si no lo conociese o hiciera tiempo que no lo viera, dio en cubrirlo con una sábana de hilo y arrinconarlo lejos de los efectos de la chimenea. A estas alturas, verano entrado, las noches todavía son frías y la casa ha estado vacía más de dos años y tiene humedades retrasadas, por falta de ventilación.

Tengo ansiedad y ganas de ver ese retrato del que me hablan Piero y Nicola. Dicen que es una extraña joven, con un peinado lacio y cuidado como el de otros retratos que he visto de jóvenes de la corte ducal. Probablemente será una señorita de la ciudad, hija de algún prohombre, o una dama joven de posibles. No todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar al maestro. Me come la curiosidad porque según ellos, que lo vieron, la mirada era de ternura e incluso creyeron ver alguna lágrima que brotaba de sus ojos. Quien será?

Luisma, 6 de Diciembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron 21 May 2009]

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Las dunas de Chesterton

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Puede que sea difícil de imaginar, o puede que yo no sea capaz de transmitir las imágenes. Hace años, Julián Marías me dijo: escribe lo que no puedas pintar y pinta, fotografía en otros casos, lo que no puedas escribir. Lo intentaré, porque las impensables escenas que presencio, muchas de ellas conmigo dentro, son el pan de cada día de mis aventuras en este país.

Estoy en Chicago, una de mis ciudades favoritas en el mundo. Llegamos hoy, y ya estoy frente a mi ventana en la habitación del hotel Congress Plaza, con vistas al lago Michigan que, como siempre, más parece un mar, un mar de acero gris azulado. La sangre luminosa de los coches fluye abajo, once pisos más abajo; chorros de glóbulos rojos y blancos entremezclados, desde la avenida Michigan hasta la Lake Shore y las calles cruzadas del Parque del Milenio. Las primeras luces de la noche, desde esta ventana, un espectáculo que siempre tiene la virtud de hipnotizarme; puedo estar mirándolo durante largo tiempo, embobado en cualquier pensamiento o remembranza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Venir hasta aquí, en coche, es ya una manía. Estados Unidos hay que viajarlo en coche, a pesar de las monstruosas distancias. Y cada viaje a Chicago ( unas siete horas, desde Pittsburgh, rodando rápido) es una fuente de nuevas aventuras. Por más que se miren las predicciones de los hombres del tiempo, siempre hay una sorpresa, sobre todo en recorridos largos. Esta vez, con la primavera ya oficialmente entrada, después de dos horas de camino, nos empezó a caer nieve; que siendo de noche era cegadora, mareante, y dificultaba la conducción. Total, que paramos a dormir, y continuar al día siguiente, ya sin prisas, lo que produjo el avatar de turno y la aventura significativa del viaje.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

A la mañana siguiente, sol y viento, enfilamos hacia Chicago. Tras un tiempo de rodaje tranquilo, se estropeó un sensor de temperatura y para cambiarlo tuve que salirme de la autopista, y eso fue en un pueblo con un nombre muy literario: Chesterton, en el estado de Indiana. Después de varios intentos, el asunto nos lo arregló un “currito” con taller personal y aspecto de orondo bien comido, y bien bebido. Mientras esperábamos la reparación, en su sala de espera—oficina—salón de té, reparamos en unas fotos colgadas en la pared de algo que se anunciaba como Parque Nacional de las Dunas de Indiana. El tipo insistió que fuéramos a conocerlas—oiga, solo cuatro millas y son una delicia! Echada ya la tarde a perros y con el sol cayendo, y muy fotográfico, nos fuimos a ellas armados de cámaras y protegidos del frío viento, y—Oh, maravilla! La cosa valía la pena, y mucho!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Pasamos unas buenas dos horas recorriendo el sitio y pisando, fotográficamente, la arena suave de las dunas. Quien iba a pensarlo! A cuatro millas de la dura y pura carretera, unas dunas increíbles, a orillas del lago y tan solo un “tiro de piedra” de Chicago, que se apercibía en lontananza, al otro lado de las aguas. Será un lago, que lo es, pero a mi siempre me ha parecido un mar. Son famosas las historias de tormentas brutales en este lago-mar, hundiendo barcos. Una de estas historias se me quedo grabada, la zozobra y naufragio de un velero, a finales del siglo XIX, que transportaba el abastecimiento de árboles de navidad para Chicago. Nunca ha sido encontrado.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Volviendo a las dunas. Al punto me informé del paraje y su historia. Otra vez la glaciación Wisconsin, la misma que produjo las cataratas del Niágara y la recesión de los glaciares de los grandes lagos; al retirarse produjeron estas dunas que, además, son unas de las pocas, treinta y cinco en todo el mundo, “dunas cantantes” o “silbantes”. Buscando información sobre dunas, aprendí que también existen dunas que “ladran”, tal que si fueran perros. Que cosas!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Las dunas, pequeñas pero magnificas, eran un coto fotográfico de primerísimo orden. Las arenas de un color caramelo-rojizo, de increíble suavidad a la pisada, al tacto y al ojo, nos rodeaban por todas partes. Contenían, incluso, pequeños estanques de aguas trasparentes y matas de juncos.Una vida reflejada en otra. Los espejos de la naturaleza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Un verdadero coto de caza. Un ciento de “cartuchos” se nos fueron entre los dos “tiradores” y el símil cazador me trajo el recuerdo de mi nunca olvidado Pepe Núñez Larraz que, aquí, hubiera gozado como un “marrano con paperas”. Así sucedió con Sarah, que sacó y cobró las mejores piezas. Algunas de las fotos de aquella tarde inolvidable son las que ilustran este “posting”. Aunque bien mirado, cualquier tarde con S. es siempre inolvidable.

 

Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Dunas, agua, viento frío, olor a agua dulce de lago, vallas de madera sosteniendo la integridad del fenómeno…Ni las palabras, ni las imágenes, ni la feérica música de Vaughn Williams, allí en Chesterton (Indiana), quedan esas dunas esperando que alguien visite su delicada existencia. Antes, quizás, de que un mal viento se las lleve.

 

Luisma, 30 de Diciembre del 2015

[Originally Posted in December 2014]

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Las luces del bosque

“…luces extrañas de trayecto veloz, imposibles de identificar…el titilar de unas luces entre los arboles…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…luces extrañas de trayecto veloz, imposibles de identificar…el titilar de unas luces entre los arboles…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

No era la primera vez que atravesaba el puentecillo de madera que salvaba lo que es, no un rio, no un arroyo, ni siquiera un regatón de lluvias… una pasarela de troncos desbastados tendidos entre los morros de una grieta del terreno, no muy grande, ni muy profunda. Solo lo suficiente para que ese accidente sea impracticable por cualquier tipo de vehículo—bueno!—quizás, con un ‘oruga’ o un tanque militar se podría. Para que necesitaría andar con un tanque por estos vericuetos del rancho? Pensándolo bien, porque necesitaba pasar a la otra parte? La ‘otra parte’, en la que está ‘el gran bosque’, con su pequeño lago al que se accede por dos, también pequeñas, roturas de entrada a la maraña. Dos estrechos caminos desbrozados por el poco paso humano y el leve tránsito animal; que a veces se borran de una estación para otra y hay que imaginar por intuición y acudiendo a las dotes de orientación de cada uno, que no siempre están disponibles.

Por supuesto, he estado en el lago a plena luz del día. Sentado en la orilla, contemplando una pequeña barca, mínima, que nunca se mueve, anclada con una boya de peso. Pensando quien habrá sido el barquero, si lo hubo. Quizá, sólo en la noche, para navegar en la oscuridad. Perderse en el gran bosque del piélago es siempre motivo de pesadillas nocturnas. No quiero ni pensar en andar a oscuras por aquellos andurriales del rancho, ni siquiera con luces, por muy potentes que fueran.

“…me devuelve un colorido cambiante, a veces imposible…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…me devuelve un colorido cambiante, a veces imposible…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

Los ramajes, la barreras de espinares, los múltiples huecos de las raíces de los tortuosos árboles…en la noche, ni hablar! Pero, si en algunas partes del bosque, a veces, no llega la luz del sol!  En ocasiones la cámara de fotos me pide el uso del flash, en pleno mediodía ( ! ), y me devuelve un colorido cambiante, a veces imposible, desde el blanco más impoluto hasta el rojo más sangriento. Muchas de las fotos que he hecho en ese bosque, incluso siendo muy espectaculares, no hacen justicia al entramado de la maraña del espinoso terreno.

Siempre he pensado que esa zona es la puerta a otro mundo, de entidades desconocidas, guardada por jabalíes y serpientes, zorros, armadillos y ejércitos de insectos poderosos; que interpretan sus juegos de guerra particulares y en los que ni me quiero inmiscuir, en lo posible. Esta vez me dí la vuelta sin atravesar el puente, como tantas veces, volviendo a lo abierto de la pradera, caminando rápido hacia la casa. El cielo se estaba poniendo oscuro y no solo porque fueran las seis de la tarde, sino porque amenazaba tormenta, que aquí son rápidas en formarse, de mucho rayo y a menudo de poca agua. Siempre rolando de sur a noreste y sin olor a ozono, ni previo, ni después. Necesitaba llegar cuanto antes al estudio, con sus múltiples grandes ventanales, desde donde ya a seguro, me gusta disfrutar de las tormentas largas de la pradera; mientras pinto, escribo u oigo música.

Desde estos ventanales, que dominan la parte de atrás de la casa y las campas que acaban en el gran bosque, se ven las luces de los días, amaneceres coloridos y luminosos, y las oscuridades de las noches, la suma de todos los colores, el negro que no diferencia terreno, árboles o cielo; blanco a la instantánea luz del relámpago.

“…al que se accede por dos, también pequeñas, roturas de entrada a la maraña.” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…al que se accede por dos, también pequeñas, roturas de entrada a la maraña.” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

Así he visto, varias veces, luces extrañas de trayecto veloz, imposibles de identificar, que desde lo alto del cielo, en vuelo oblicuo, se hunden blandamente en las copas de los árboles y las marañas del bosque. Nunca se mueven en sentido contrario, de abajo hacia arriba, nunca cambian de color, son blancas, lechosas, incorpóreas y conservan su unidad; nunca se escinden en partes, ni producen ruidos. Antes bien, producen silencios de la naturaleza durante los cortos vuelos de ‘aterrizaje’ y no se oye un ruido, ni un pájaro, ni una cigarra. Ni siquiera el viento. Y siempre en la noche oscura.

Muchas veces he pensado en ir a esa zona, a los alcances del gran bosque. Entrar en él y de noche cerrada, negra sombra, ay!…ha sido solo con la imaginación. Tratar de desentrañar el misterio de esas luces, o lo que sean; no creo que lo haga, tengo que reconocer que soy un cobarde, es el miedo único que se puede tener, el de lo desconocido. Aunque soy un cobarde curioso, eso sí. Y sí, me estoy perdiendo algo por cobardía, que si fueran los nunca bien ponderados ‘extraterrestres’—no me lo perdonaría jamás—digo, el no conocerlos sería inexcusable, bochornoso, un auténtico error garrafal, vital.

“…siempre he pensado que esa zona es la puerta a otro mundo, de entidades desconocidas…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…siempre he pensado que esa zona es la puerta a otro mundo, de entidades desconocidas…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

Soy nacido en Castilla y he pateado los bosques gallegos, con y sin tormentas, de día y de noche, en enero y en agosto, y aunque estemos a miles y miles de kilómetros de distancia, alguna noche por el titilar de unas luces entre los árboles, por el ‘resultado’ de alguna foto al ampliarla, he dado en pensar que por este bosque tremendo puede que ande la ‘Santa Compaña’. Y más vale que sea ‘ella’ y no el ‘KuKuxKlán’ que por estas andaduras sureñas, tampoco tendría nada de particular; no solo en Granada todo es posible y no sería la primera vez que he visto el circulo de piedras que señala la quema de una cruz. Ya sé, ya sé, estamos bien entrados en el siglo XXI, pero a pesar de todo…

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Septiembre del 2015

 

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Retrato de Pintor (I)

 

F. de G. y L. (Autorretrato, 1771-1775)

F. de G. y L. (Autorretrato, 1771-1775)

El paisaje es duro y árido, apenas unos matones de árboles pequeños que no llegan a ser arboleda. Mucho arbusto bajo en las orillas del camino, y olor a tormenta reciente sobre el que domina otro olor, el de los cueros sobados de la diligencia. Es llanura quebrada por zanjas y con aire de ver poca agua. El único pasajero se revuelve inquieto en su asiento, rodeado de cajas y fardos que ocupan el espacio de otros pasajeros que no viajan.

En esta parte de su viaje, el contramaestre le ofreció viajar por casi la mitad del monto si le permitía asentar carga en las plazas libres. Aceptó de buena gana, pues los dineros de un pintor joven son siempre cortos. Aún así se arrepiente cada vez que golpea sus rodillas con alguna caja en los múltiples baches y regatones del camino. La caja de madera, atada con un cinto, que contiene sus artes de dibujo y pintura se bambolea en lo alto de unas mantas de lana trenzada. Sus manos acomodan, a ratos, dos rollos de lienzos que contienen pinturas a medio hacer, una de ellas casi terminada. No quiere que se rocen mucho y menos que se abollen con todo el traqueteo de la marcha.

Quedan solo dos leguas hasta el final de la jornada y la mente se le va a otros momentos, cuando recogía en su estudio capitalino los dos cuadros con los que piensa impresionar al Conde de Sobradiel. Es la visita a la que acude y es el final y el fin de este viaje. Aunque también lo es volver a casa, a una Zaragoza de la que quiere salir pero que siempre le atrae por los recuerdos…el maestro Luzán, los amigos, la familia. El pensamiento vaga pero el traqueteo le vuelve a la realidad. Su realidad, su ambición, está en la capital, Madrid tiene todo lo que le interesa. La posibilidad de trabajar con el maestro Mengs y la corte es un atractivo poderoso.

El cuadro más pequeño es un retrato, a tamaño natural, de una joven condesa heredera que ya empieza a lucir la misma bella estampa que la condesa madre; la joven todavía no tiene el misterio de su progenitora, aunque si unos ojos chispeantes que al pintor le han gustado asaz, a juzgar por la cantidad de bocetos que hizo del rostro de la niña. Francisco quiere llamar la atención del conde y cree que el retrato de su hija adorada lo procurará. Necesita un buen valedor que le ayude a conseguir el contrato para la bóveda de la Basílica del Pilar. Esa obra tiene que ser la que le proyecte en Madrid.

Por si fuera necesario le acompaña un cuadro mayor, grande y muy logrado, una obra casi terminada con la que impresionó al comité del premio del la ciudad de Parma, donde la presentó. A veces, le cuesta acabar sus pinturas, le cansa retocar mucho los lienzos. Esta pensando en modificar sus técnicas hacia algo menos elaborado, menos trabajoso con la química. Las novedades encontradas en su pasada estancia en Italia le pueden ayudar en este propósito y las nuevas maneras de pintura al fresco han sido una revelación para él. También los cartones para tapices, y no hace falta terminarlos tanto.

Siempre ha sido su problema el decidir cuando dar por terminada una pintura. Admira a su maestro que, en un momento dado, levanta el pincel y cuelga el cuadro como quien cuelga una capa después del invierno, y ya no lo toca más. Admirable esa seguridad. La pintura grande, en cuestión, es un magnífico cuadro histórico. Aníbal contemplando Italia; hecho un poco a la manera de esos italianos antiguos que no le agradan y de los que admira, sin embargo, el trabajo y lo perfecto de la composición.

Le hubiera gustado vivir en el siglo anterior, pero lo que en realidad le atrae es la promesa y la ambición de pintar como sueña, en su imaginación, que lo hagan los artistas de siglos venideros. Esos colores y esos tratamientos que lleva ensayando en pinturas y bocetos, y que no enseña a nadie. Su propia aceptación de estas pruebas es contradictoria, como lo es él mismo; unos días le interesan y otros le parecen una pérdida de tiempo. Siempre difícil de contentar, es el peor crítico de si mismo. Herencia de la familia Lucientes. También lo es su valentía. Su valor corre parejo con su ambición.

Ahora, su mirada se pierde en el fondo de la tarde, hacia la oscuridad que viene y hacia la que la diligencia corre. No tanto como su pensamiento que se adelanta a los acontecimientos, fruto de la ansiedad. Ya quisiera estar pintando esa cúpula que se adivina en lontananza. Ya quisiera pintar el palacio de Sobradiel…vivir en Madrid, trabajar con Mengs, conquistar la corte, pintor de cámara del Rey. Ya quisiera…pintar, pintar, pintar.

Luisma, 30 de agosto de 2015

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

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Retrato de pintor (III)

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Pasa el día escuchando Mozart. Ese montón de cintas grabadas que se trajo del viaje a Europa. Los dineros se han vuelto cortos y está casi en bancarrota. Pintar ya no es solo un oficio, es una cruda necesidad. Algunas veces siente que ya son muchos tumbos, los que ha dado en la vida, de un lado para otro persiguiendo una carrera de pintor que se muestra esquiva.

A la vuelta de Nueva York, no encuentra acomodo posible y echa de menos sus sueldos seguros de cuando estaba en la milicia. En los Marines. La fotografía aérea, que le permitió tener una visión del terreno, del campo y sus parcelaciones, sus colores y sus contrastes. Inspiración de tantos cuadros soñados y también de una visión abstracta que cada día se le mete más en su pintura. La figuración y la abstracción pelean en su cabeza.

Mientras unas cosas y otras vienen y pasan; de algo hay que comer y de alguna manera hay que pagar los materiales y el alquiler del estudio. Le ha dado muchas vueltas, y una idea de su mujer se le viene encima: un taxi. Trabajar como taxista solucionaría sus problemas; mientras llega una buena, o aceptable, proposición académica entre las varias a las que ha optado. Lo malo de los trabajos eventuales es que, a veces, se convierten en definitivos. Si el montante cubre las necesidades provoca el olvidar algo tan volátil como son los dineros del arte.

Richard Diebenkorn, taxista y pintor. Será posible? La pintura es lo que importa. Ese cuadro de Matisse, “Vista de Notre Dame”, le tiene obsesionado, una y otra vez se enfrenta a él, como lo hizo cuando lo vió en su inicial visita al MoMA en Nueva York. Le gustaría encontrar una solución pictórica para visualizar esos campos y esas parcelas de tonos tan suaves y tan diferentes. De la manera que los vió desde los aviones, en los vuelos de cartografía militar.

En Matisse cree ver una buena solución estética, la apertura de un camino. Ya tiene nombre para una serie completa y soñada: “Ocean Park”. Los títulos vendrán después; o simplemente los numerará, como hizo con otras series anteriores: “Alburquerque”“Urbana”…series de pinturas tituladas y enumeradas, como los lugares donde se crearon y se trabajaron. Ahora California, después, quién sabe?

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

De algo si está seguro: nada de lo que ha hecho, hasta ahora, le satisface totalmente. Tantas visitas a los museos, aquí y en Europa, lo único que le producen es frustración de no alcanzar las metas que aprecia en los grandes pintores. Todo lo que quiere es pintar. En realidad, ve la enseñanza como una manera de sustentar esa vida pictórica; de la que siempre ha discutido con sus alumnos y sus compañeros. Esto le ha costado perder amistades y posibilidades en un mundo que no le agrada, la academia.

Mientras tanto, las dudas le corroen, está en la abstracción y hace figuración, que no muestra en publico. Los críticos se dan cuenta, le cuelgan el sambenito de “indeciso” y le acusan de dudar demasiado. Richard no se defiende, sigue en sus trece, hace lo que quiere y busca, investiga, trata, ensaya bajo la sombra continua de la credibilidad del propio trabajo.

Escribe: “Yo no entro en el estudio con la idea de “decir” algo, lo que hago es ponerme frente al lienzo en blanco y poner unas cuantas marcas arbitrarias en él y eso me hace iniciar una especie de diálogo.” Su pasión por la expresividad de la abstracción le viene de las visitas a los museos. A veces, imagina sus cuadros colgados junto a las obras de los grandes maestros. El diálogo es con ellos y consigo mismo.

Aquel viaje a Rusia fue determinante. Moscú, Leningrado. El Hermitage, su pobre iluminación sobre las pinturas, apenas un punto de luz sobre los cuadros que acusa el brillo de los barnices. Todo escaso de ideas museográficas. Grandes errores de exhibición. Cuadros escondidos, un Felipe IV de Velázquez, algún Rembrandt…el Tríptico Marroquí de Matisse dividido entre las dos ciudades. Quién toma esas decisiones? Quién maneja sus recuerdos? Y, después de todo, que importa: su porvenir, su vida, están en juego…Un acomodo, ni grande, ni suntuoso; unos pocos dólares para manutención y poder seguir. Pintar, pintar, pintar…

Luisma, 15 de marzo de 2011

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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Interior — Día — Bilbao Guggenheim (2)

 

“The Matter of Time” Richard Serra. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Richard Serra, The Matter of Time. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Entrar en el museo es como entrar en el set de una película en rodaje, un festejo visual de muchísimos grados y ángulos—tantos como rincones tienen sus espacios—e incontables planos más. La luz que penetra desde fuera, avanza lenta y parece tan atónita como mis propios ojos. Me quedo parado mirando un rebote de luz y ella, la luz, se detiene sorprendida también. Hace solo un momento, afuera del Bilbao Guggenheim el celaje era gris y ominoso, nada más ingresar por las puertas, un sol triunfal se ha sumado a la visita. En mi cabeza resuena un órgano barroco, catedralicio, cada nota es un cuchillo de luz, cada rayo solar multiplica su reverberación en la más simple pared y las luces cenitales borbotean, al tropezar en las pocas nubes, dando una magnífica sensación de movimiento a cada objeto, a cada línea, a cada color.

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Me doy cuenta de que he olvidado, o mejor dicho, no tengo presente todo lo que había leído sobre este sitio. Solo me atrevo a dejar que me entre por los ojos, los mantengo abiertos con fuerza, casi sin permitirme el parpadeo. En apenas dos minutos, ahora, ya sé que el lugar se me va a quedar dentro para siempre. Parezco una aguja de marear en un mar de tormenta, miro a cada punto cardinal, sin saber hacia donde avanzar, por donde navegar este museo. Me acerco a mirar algo y después vuelvo al punto donde empecé, como si tuviera miedo de perderlo. Una ‘foto’, cien, mentalmente doy las gracias a no sé quien por haber inventado la fotografía digital. En unos pocos minutos he ‘gastado’ ya lo que hubieran sido tres carretes de celuloide. Bendito siglo! Y benditas tarjetitas en las que caben tantos miles de fotos. Ya no duele ‘tirarlas’ pero me contengo, he sido ‘entrenado’ a solventar mis problemas con pocas ‘poses’. La fotografía ya no es lo cara que llegó a ser, y también es muy agradecida con quien dispara mucho. Intentar hacer arte fotográfico ya es otra cuestión.

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Si Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz, el fotógrafo tiene que servirse de ello para ‘eternizar’ esos momentos que se producen contínuamente en su interior. El campo de juego es magnífico y las apuestas inconmensurables. El énfasis de la colección del museo es en la gran escultura, y es claro, quizás por ello las mayores críticas han sido a los grandes espacios interiores. Algunas pinturas de formatos no tan grandes parecen ‘perderse’ en vanos formidables, descomunales. Para mí, todo es cuestión de quien sea el pintor y cual sea la obra que centre nuestra atención. Un Picasso nunca puede perderse en una pared, por desmedida que parezca, y propongo una prueba de fuego, a ver que ocurre: colgar la “Gioconda” en cualquier parte de una de estas paredes, altas como naves góticas, en el grandilocuente atrio de este Guggenheim. Estoy seguro que seguirá calentándome el corazón como si estuviese en el salón de mi casa. Donde por cierto está—en reproducción, claro—solo un poco mayor que el original, para cumplir las normas del Louvre.

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

En la colección encontramos a los ‘sospechosos habituales’, americanos y europeos, y otros no tan habituales, cuyos nombres ‘cantan’ a artistas vascos. Además de otros españoles variados: ‘el mallorquín’, dos o tres de los madrileños, el de Huesca (por goleada), el valenciano neoyorkino ‘crónico’, el otro de Santander, neoyorkino también y el mitad monje y mitad soldado de la fotografía; de este (Ballester) siempre me ha encantado su “palacio real” que es unas meninas sin meninas y sin nadie. Un cuadro fantástico, retrato del aire, el mejor homenaje a Velázquez. Lo dicho, de los sospechosos habituales, a toque de corneta de la central Guggenheim, me voy a quedar con un Richard Serra que acertó al ‘subirse al Museoa’, un buen salto de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao. Se merece el espacio que le han dado. “The Matter of Time”, lo ví primero a vista de pájaro, una buena manera, lo entendí al pronto y además me trajo el recuerdo infantil del laberinto de las bolitas de acero. No me quedó más que ‘bajar’ a sus espacios interiores. Entre aquellas ‘paredes’ de acero-cortén, tremendamente fotogénicas, dejé colgada parte de mi imaginación, y adquirí, a cambio, ese color ‘marrón-Serra’ que tanto he usado después.

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Y también me quedaré con Jenny Holzer, ‘amiga personal’ e ‘instaladora’ favorita, acerba feminista, áspera pero agradable—que remedio—la ‘reina’ de las luces LED, cuya obra se me aparece en sueños frecuentemente. Por algo será. Nunca olvido su razón para no pintar abstracción: “quería ser una pintora abstracta, pero era un desastre”. ‘Verticales azul’, gracias a ella soy ‘capaz’ de usar ese color azul y así llamo a sus fantásticas luces que parecen instaladas en las fronteras de la abstracción y que a mí me delimitan el paso de la vigilia al sueño, entrando donde adquieren más sentido, en mis sueños.

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Con pena y resistiéndome salgo del museo, solo me consuela—pasaría mucho más tiempo en él—que el museo no sale de mí. Se viene conmigo, me he llenado los bolsillos y la cámara de unas imágenes y un recuerdo que lo harán imposible de olvidar. Y espero que siga, hasta mi vuelta, en su emplazamiento, sin moverse y ni siquiera balancearse, creyéndose un navío listo para salir a las aguas de la cornisa cantábrica e irse a recorrer esos mundos que seguro lo adoptarían. A quien le amarga un dulce, aunque sea un museo? Estoy seguro de que a cualquier país le gustaría tenerlo.

Luisma, Maypearl (TX)   30 de Marzo del 2015

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Guggenheim en la cornisa cantábrica (1)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Es como una fijación, siempre acabo haciendo lo mismo, con el intervalo de unos cuantos años, me gusta ir de viaje al norte de España. Y una vez en el norte, viajarlo en coche, de cabo a rabo, desde Galicia al País Vasco. Para quedarme unos días de quieto, en el medio está el gusto: Santander o Asturias y de ellas el pueblo pequeño, a ser posible con playa, aunque lo de menos sea el baño, y me da igual verano que invierno. Conducir y caminar la ‘cornisa cantábrica’ es de lo que se trata. Esta definición de la zona que agradezco a los locutores de radio y televisión, al dichoso ‘hombre del tiempo’, que lo repiten todos ellos históricamente, hasta la saciedad, y con familiaridad absoluta como si la cornisa se tratase de la escayola del salón de su casa. Si tuviera que escoger uno de estos lugares, sería en la provincia de Santander que, como rezaban las geografías de mi niñez, es la salida natural de Castilla al mar y quizás por ello también al mundo, en los tiempos en los que al mundo se iba por mar.

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Rodar por la cornisa inevitablemente te lleva a Bilbao. Y así ha sido mi costumbre, aunque por alguna razón era contínuamente sitio de paso. Ahora ya no es tal, ni lo fue hace cuatro años, es otra meta y otra fijación. Bilbao es ya el Guggenheim (y por supuesto: San Mamés, aunque sean amores distintos). Esta jornada, S. (‘Ese Punto’) está conmigo con lo que el placer es doble, como mínimo. Ella viene al museo por primera vez y la dejo que lo descubra en lontananza, al término de la calle repleta de coches, una vista final que se acerca despacio y se adueña de la impresión y la emoción. Una explosión de brillos, apoteosis centelleante del metal al tornasol y que ofrece su esplendor al desembocar la calle al rio Nervión que oficia de foso protector detrás, donde parece un gran navío anclado en puerto. Son los alzados del teatro de la arquitectura actual en un contorno clásico, un contraste arquitectónico que se amplia y se explica cuando llegas a la visión total del edificio. Después de un momento de contener el pálpito, un largo y profundo respiro te permite, por fin, hacerlo libremente y volver al uso de la palabra.

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Bilbao Guggenheim es impresionante. Mal que le pese a quien quiera. Nunca entenderé que una obra semejante pueda tener tantos críticos, tantos detractores con tantas motivaciones espurias. Mi visión ha sido crítica pero solo en elementos y detalles que no empañan, en lo absoluto, la grandeza y la brillantez de esta maravilla arquitectónica. Para mí, uno de los hitos del milenio, quizás el más atractivo de todos ellos. Me puedo pasar horas, y lo he hecho, dando vueltas al exterior del museo, levitando, y caer en la cuenta de que cada vuelta, cada retorno a un detalle, a un rincón o una fachada ya vista, es una invitación persistente a disparar la cámara, a generar una nueva mirada, una nueva visión y una serie de emociones encadenadas. Un ‘txirimiri’ de luces y reflejos que llenan los ojos de recuerdos. Andar cerca y hasta tocar, acariciar, los revestimientos de las fachadas del Guggenheim: vidrio, titanio y piedra con ecos de esqueletos de animales marinos, quien sabe de que proveniencia. Y la ensoñación de las mil flores estalladas del ‘guardián’, el ‘Puppy’ de Jeff Koons, acero inoxidable y flores, ejemplo de valentía artística.

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…”  (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Guggenheim es un placer por el que vale la pena, una y otra vez, el viaje a Bilbao. Además, las dos veces que lo he visitado, siempre me ha producido como una especie de reacción sorprendente; conforme pasa el tiempo estando cerca del lugar, empiezo a sentir una sensación de alacridad, alegría, entusiasmo y presteza de animo. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia. Es la misma sensación que me produce estar frente a algunas de mis pinturas favoritas, las que están en la cúpula de mi particular historia del arte, del Parnaso de mi gusto personal. Algo que me obliga a encender mi ánimo y acometer con fuerza renovada lo que en ese momento esté haciendo en pintura y fotografía. Diferente a lo de escribir, en esto el paso del tiempo y el recuerdo sedimentado del sitio me es más objeto de inspiración. Para escribir me ayuda más el recuerdo que la presencia y la visión. Puedo soñar, dormido, con arquitecturas, espacios, texturas de fachadas, brillos y colores propios o reflejados; sensaciones físicas de andar, ver y tocar. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta, no recuerdo haber soñado de tal manera nunca con pinturas o fotografías, solo con sus referencias.

Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. con Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Este post—este escrito—no trata de ser algo académico, algo original, ni siquiera rimbombante o artístico. Lo único que intento hacer aquí es, una vez más, reflejar mi gusto y admiración por una arquitectura que me llena. Es una manera de aplaudir a un Frank Gehry que lo ha hecho de fantasía en cada uno de los edificios que le conozco, y aun me falta París; el recién acabado: Fundación Louis Vuitton, del cual solamente he podido admirar lo que muestra su ‘website’. Cada nueva obra que le visito es un tremendo desafío fotográfico para mí. Y para ir a Paris, solo necesito una mínima excusa: respirar allí, por ejemplo. Frank Gehry y París es más que una mera excusa. Es una atracción magnética tremebunda, como en su día lo fue y lo es: Bilbao.

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Ir de vez en cuando al Nervión y disfrutar el Guggenheim, no sea que llegue una vez y el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo, cornisa cantábrica, salida al mar y al mundo… De esta obra—francamente a veces se me olvida que es un museo—, quedan las fotos del exterior que en parte ilustran este post. De su interior ‘hablaré’ otro día, en otro post, con otra excusa y con otras gráficas. Un inverosímil Richard Serra ya ‘me pide’ cuartelillo y un prodigio de arquitectura interior me ofrece sus luces y sus espacios sorprendentes. Además de aprovechar las posibilidades de mi propia lectura estética, mi fotografía siempre ha intentado ser un homenaje cuando se trata de arquitectura señalada, la de los grandes, la que a mí me hubiera gustado hacer y nunca tuve la valentía de intentar.

Luisma, Maypearl (TX)   14 de Marzo del 2015

 

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Neferyuyu y la reina egipcia

 

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Donde hicimos esta foto? Si, fue en el museo del Louvre, ese sitio mágico donde todo es posible. Paris siempre vale su famosa misa. Para ti por primera vez, para mi cuarenta años después. No tanto tiempo si pensamos en la edad de la reina egipcia. Aquella fotografía fue, una vez más, un momento suspendido en el tiempo. Algo para recordar.

Se pueden tener recuerdos. Se deben tener. Cuantos mas recuerdos, mejor, señal de una vida mas plena. Y para recordarlos es mejor tener una ayuda. La imagen, esa que dicen vale mas que mil palabras: la fotografía. Aunque solo fuera por eso, por la capacidad de hacer recordar, ya merecería la categoría de arte. Nos hemos pasado, años ha, malgastando tanto tiempo en la fútil discusión de si la fotografía era un arte, o no. El vano intento de los reaccionarios de turno, de los que mantendrían el mundo estático, sin mover el más mínimo dedo y sus atrofiadas neuronas, no ha podido con la fuerza de la fotografía.

La fotografía, el arte de siglo XX, y sus hijos putativos: el cine y la televisión, hermanos bien avenidos que nos darán en este siglo descendientes de la misma imagen genética, nietos digitales y los que vendrán, que todavía no conocemos, por supuesto. Quien pudiera llegar a conocerlos antes de difundirse uno mismo en el éter!

Supongo que de esta misma manera sería como se sentirían algunos artistas-grabadores egipcios cuando veían y comprobaban la acción de ciertos ácidos y químicas sobre las tablillas y los metales. El ver aparecer imágenes previamente imaginadas y la realización de pensar hasta donde aquellas técnicas podían llegar en el futuro. Ellos tendrían sus ambiciones estéticas y adorarían a sus reinas y las bellezas cercanas a su tiempo y proximidad geográfica. Tendrían su Paris y sus colecciones de arte igual que las tenemos ahora y tuvieron su manera de representar y perpetuar su cariño y admiración por ellas.

Igual que nosotros nos maravillamos de aquel arte y aquellas bellezas, comprendiendo aquel mundo de entonces, más o menos. Ya me gustaría tener la facultad de anticipar como verán nuestras cosas, nuestro arte y nuestras admiradas reinas egipcias, la gente que nos siga en mil o dos mil años!

A la vista de la foto que encabeza este escrito no me cuesta prever que, en dos mil años, alguien pudiera pensar que no había gran diferencia entre ellas, igual que yo lo pienso ahora. Para aquellos de cuatro mil años después de nosotros solo tengo un pensamiento y un deseo: que todo cambie tanto como deba cambiar y que siempre haya artistas, cualquiera que sea el medio o la técnica, capaces de representar la belleza y la admiración por ella.

Luisma, 13 de Marzo del 2009

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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Atardecer mágico en la ventana trapezoidal

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Es como si el cielo ardiera de arriba abajo, como unas montañas rojizas y anaranjadas colgadas dramáticamente, boca abajo, sobre los edificios azul pizarra recortados sobre un fondo amarillo y verde-pálido que ahora cambia, lentamente, a un gris brillante como de agua profunda de pozo. Las gotas, pocas y en ráfagas que parecen manotazos en los cristales, se tiñen de verde-hoja al terminar de resbalar sobre el plano.

Mientras tanto, los pináculos piramidales de la catedral-oficina se encienden de blanco suave, el irreconocible signo se ilumina de azul néon-crema y con los tres verdes fuertes acompañando los puntos rojos cimeros parece señalar la miríada de rectangulares ventanas amarillas, casi doradas, cegadas a primera impresión por la fuerza de la cúpula brillante a su lado, como una lámpara novecentista de cuentas colocada al revés, igual que las nubes montañosas que van ardiendo de más a menos, asemejando el incendio de un virtual, soñado, bosque de pinos albares.

Es como si el incendio del cielo se fraccionara en franjas radiantes de un rojizo que se va apagando de arriba abajo, como si el diamante luminoso que lo producía se escondiera detrás de un macizo telón colgado del revés, gris oscuro de plano liquido, poco a poco ganado por el verde amarillento del fondo total. Allá arriba, arriba del todo, empieza a vislumbrarse el color noche, que no me atrevo a definir y que al final sé que ganará la partida. Como cada día que se precie de serlo.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Se acabó. Fueron unos pocos minutos, o quizá muchos. La música era mágica, Mozart y Pink Floyd sonando al mismo tiempo y no había problema, acuerdo total.

Luisma, Pittsburgh 2008

(Originally posted on Dust, Sweat and Iron)

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