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Interior — Día — Bilbao Guggenheim (2)

 

“The Matter of Time” Richard Serra. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Richard Serra, The Matter of Time. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Entrar en el museo es como entrar en el set de una película en rodaje, un festejo visual de muchísimos grados y ángulos—tantos como rincones tienen sus espacios—e incontables planos más. La luz que penetra desde fuera, avanza lenta y parece tan atónita como mis propios ojos. Me quedo parado mirando un rebote de luz y ella, la luz, se detiene sorprendida también. Hace solo un momento, afuera del Bilbao Guggenheim el celaje era gris y ominoso, nada más ingresar por las puertas, un sol triunfal se ha sumado a la visita. En mi cabeza resuena un órgano barroco, catedralicio, cada nota es un cuchillo de luz, cada rayo solar multiplica su reverberación en la más simple pared y las luces cenitales borbotean, al tropezar en las pocas nubes, dando una magnífica sensación de movimiento a cada objeto, a cada línea, a cada color.

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Me doy cuenta de que he olvidado, o mejor dicho, no tengo presente todo lo que había leído sobre este sitio. Solo me atrevo a dejar que me entre por los ojos, los mantengo abiertos con fuerza, casi sin permitirme el parpadeo. En apenas dos minutos, ahora, ya sé que el lugar se me va a quedar dentro para siempre. Parezco una aguja de marear en un mar de tormenta, miro a cada punto cardinal, sin saber hacia donde avanzar, por donde navegar este museo. Me acerco a mirar algo y después vuelvo al punto donde empecé, como si tuviera miedo de perderlo. Una ‘foto’, cien, mentalmente doy las gracias a no sé quien por haber inventado la fotografía digital. En unos pocos minutos he ‘gastado’ ya lo que hubieran sido tres carretes de celuloide. Bendito siglo! Y benditas tarjetitas en las que caben tantos miles de fotos. Ya no duele ‘tirarlas’ pero me contengo, he sido ‘entrenado’ a solventar mis problemas con pocas ‘poses’. La fotografía ya no es lo cara que llegó a ser, y también es muy agradecida con quien dispara mucho. Intentar hacer arte fotográfico ya es otra cuestión.

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Si Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz, el fotógrafo tiene que servirse de ello para ‘eternizar’ esos momentos que se producen contínuamente en su interior. El campo de juego es magnífico y las apuestas inconmensurables. El énfasis de la colección del museo es en la gran escultura, y es claro, quizás por ello las mayores críticas han sido a los grandes espacios interiores. Algunas pinturas de formatos no tan grandes parecen ‘perderse’ en vanos formidables, descomunales. Para mí, todo es cuestión de quien sea el pintor y cual sea la obra que centre nuestra atención. Un Picasso nunca puede perderse en una pared, por desmedida que parezca, y propongo una prueba de fuego, a ver que ocurre: colgar la “Gioconda” en cualquier parte de una de estas paredes, altas como naves góticas, en el grandilocuente atrio de este Guggenheim. Estoy seguro que seguirá calentándome el corazón como si estuviese en el salón de mi casa. Donde por cierto está—en reproducción, claro—solo un poco mayor que el original, para cumplir las normas del Louvre.

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

En la colección encontramos a los ‘sospechosos habituales’, americanos y europeos, y otros no tan habituales, cuyos nombres ‘cantan’ a artistas vascos. Además de otros españoles variados: ‘el mallorquín’, dos o tres de los madrileños, el de Huesca (por goleada), el valenciano neoyorkino ‘crónico’, el otro de Santander, neoyorkino también y el mitad monje y mitad soldado de la fotografía; de este (Ballester) siempre me ha encantado su “palacio real” que es unas meninas sin meninas y sin nadie. Un cuadro fantástico, retrato del aire, el mejor homenaje a Velázquez. Lo dicho, de los sospechosos habituales, a toque de corneta de la central Guggenheim, me voy a quedar con un Richard Serra que acertó al ‘subirse al Museoa’, un buen salto de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao. Se merece el espacio que le han dado. “The Matter of Time”, lo ví primero a vista de pájaro, una buena manera, lo entendí al pronto y además me trajo el recuerdo infantil del laberinto de las bolitas de acero. No me quedó más que ‘bajar’ a sus espacios interiores. Entre aquellas ‘paredes’ de acero-cortén, tremendamente fotogénicas, dejé colgada parte de mi imaginación, y adquirí, a cambio, ese color ‘marrón-Serra’ que tanto he usado después.

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Y también me quedaré con Jenny Holzer, ‘amiga personal’ e ‘instaladora’ favorita, acerba feminista, áspera pero agradable—que remedio—la ‘reina’ de las luces LED, cuya obra se me aparece en sueños frecuentemente. Por algo será. Nunca olvido su razón para no pintar abstracción: “quería ser una pintora abstracta, pero era un desastre”. ‘Verticales azul’, gracias a ella soy ‘capaz’ de usar ese color azul y así llamo a sus fantásticas luces que parecen instaladas en las fronteras de la abstracción y que a mí me delimitan el paso de la vigilia al sueño, entrando donde adquieren más sentido, en mis sueños.

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Con pena y resistiéndome salgo del museo, solo me consuela—pasaría mucho más tiempo en él—que el museo no sale de mí. Se viene conmigo, me he llenado los bolsillos y la cámara de unas imágenes y un recuerdo que lo harán imposible de olvidar. Y espero que siga, hasta mi vuelta, en su emplazamiento, sin moverse y ni siquiera balancearse, creyéndose un navío listo para salir a las aguas de la cornisa cantábrica e irse a recorrer esos mundos que seguro lo adoptarían. A quien le amarga un dulce, aunque sea un museo? Estoy seguro de que a cualquier país le gustaría tenerlo.

Luisma, Maypearl (TX)   30 de Marzo del 2015

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Guggenheim en la cornisa cantábrica (1)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Es como una fijación, siempre acabo haciendo lo mismo, con el intervalo de unos cuantos años, me gusta ir de viaje al norte de España. Y una vez en el norte, viajarlo en coche, de cabo a rabo, desde Galicia al País Vasco. Para quedarme unos días de quieto, en el medio está el gusto: Santander o Asturias y de ellas el pueblo pequeño, a ser posible con playa, aunque lo de menos sea el baño, y me da igual verano que invierno. Conducir y caminar la ‘cornisa cantábrica’ es de lo que se trata. Esta definición de la zona que agradezco a los locutores de radio y televisión, al dichoso ‘hombre del tiempo’, que lo repiten todos ellos históricamente, hasta la saciedad, y con familiaridad absoluta como si la cornisa se tratase de la escayola del salón de su casa. Si tuviera que escoger uno de estos lugares, sería en la provincia de Santander que, como rezaban las geografías de mi niñez, es la salida natural de Castilla al mar y quizás por ello también al mundo, en los tiempos en los que al mundo se iba por mar.

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Rodar por la cornisa inevitablemente te lleva a Bilbao. Y así ha sido mi costumbre, aunque por alguna razón era contínuamente sitio de paso. Ahora ya no es tal, ni lo fue hace cuatro años, es otra meta y otra fijación. Bilbao es ya el Guggenheim (y por supuesto: San Mamés, aunque sean amores distintos). Esta jornada, S. (‘Ese Punto’) está conmigo con lo que el placer es doble, como mínimo. Ella viene al museo por primera vez y la dejo que lo descubra en lontananza, al término de la calle repleta de coches, una vista final que se acerca despacio y se adueña de la impresión y la emoción. Una explosión de brillos, apoteosis centelleante del metal al tornasol y que ofrece su esplendor al desembocar la calle al rio Nervión que oficia de foso protector detrás, donde parece un gran navío anclado en puerto. Son los alzados del teatro de la arquitectura actual en un contorno clásico, un contraste arquitectónico que se amplia y se explica cuando llegas a la visión total del edificio. Después de un momento de contener el pálpito, un largo y profundo respiro te permite, por fin, hacerlo libremente y volver al uso de la palabra.

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Bilbao Guggenheim es impresionante. Mal que le pese a quien quiera. Nunca entenderé que una obra semejante pueda tener tantos críticos, tantos detractores con tantas motivaciones espurias. Mi visión ha sido crítica pero solo en elementos y detalles que no empañan, en lo absoluto, la grandeza y la brillantez de esta maravilla arquitectónica. Para mí, uno de los hitos del milenio, quizás el más atractivo de todos ellos. Me puedo pasar horas, y lo he hecho, dando vueltas al exterior del museo, levitando, y caer en la cuenta de que cada vuelta, cada retorno a un detalle, a un rincón o una fachada ya vista, es una invitación persistente a disparar la cámara, a generar una nueva mirada, una nueva visión y una serie de emociones encadenadas. Un ‘txirimiri’ de luces y reflejos que llenan los ojos de recuerdos. Andar cerca y hasta tocar, acariciar, los revestimientos de las fachadas del Guggenheim: vidrio, titanio y piedra con ecos de esqueletos de animales marinos, quien sabe de que proveniencia. Y la ensoñación de las mil flores estalladas del ‘guardián’, el ‘Puppy’ de Jeff Koons, acero inoxidable y flores, ejemplo de valentía artística.

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…”  (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Guggenheim es un placer por el que vale la pena, una y otra vez, el viaje a Bilbao. Además, las dos veces que lo he visitado, siempre me ha producido como una especie de reacción sorprendente; conforme pasa el tiempo estando cerca del lugar, empiezo a sentir una sensación de alacridad, alegría, entusiasmo y presteza de animo. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia. Es la misma sensación que me produce estar frente a algunas de mis pinturas favoritas, las que están en la cúpula de mi particular historia del arte, del Parnaso de mi gusto personal. Algo que me obliga a encender mi ánimo y acometer con fuerza renovada lo que en ese momento esté haciendo en pintura y fotografía. Diferente a lo de escribir, en esto el paso del tiempo y el recuerdo sedimentado del sitio me es más objeto de inspiración. Para escribir me ayuda más el recuerdo que la presencia y la visión. Puedo soñar, dormido, con arquitecturas, espacios, texturas de fachadas, brillos y colores propios o reflejados; sensaciones físicas de andar, ver y tocar. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta, no recuerdo haber soñado de tal manera nunca con pinturas o fotografías, solo con sus referencias.

Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. con Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Este post—este escrito—no trata de ser algo académico, algo original, ni siquiera rimbombante o artístico. Lo único que intento hacer aquí es, una vez más, reflejar mi gusto y admiración por una arquitectura que me llena. Es una manera de aplaudir a un Frank Gehry que lo ha hecho de fantasía en cada uno de los edificios que le conozco, y aun me falta París; el recién acabado: Fundación Louis Vuitton, del cual solamente he podido admirar lo que muestra su ‘website’. Cada nueva obra que le visito es un tremendo desafío fotográfico para mí. Y para ir a Paris, solo necesito una mínima excusa: respirar allí, por ejemplo. Frank Gehry y París es más que una mera excusa. Es una atracción magnética tremebunda, como en su día lo fue y lo es: Bilbao.

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Ir de vez en cuando al Nervión y disfrutar el Guggenheim, no sea que llegue una vez y el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo, cornisa cantábrica, salida al mar y al mundo… De esta obra—francamente a veces se me olvida que es un museo—, quedan las fotos del exterior que en parte ilustran este post. De su interior ‘hablaré’ otro día, en otro post, con otra excusa y con otras gráficas. Un inverosímil Richard Serra ya ‘me pide’ cuartelillo y un prodigio de arquitectura interior me ofrece sus luces y sus espacios sorprendentes. Además de aprovechar las posibilidades de mi propia lectura estética, mi fotografía siempre ha intentado ser un homenaje cuando se trata de arquitectura señalada, la de los grandes, la que a mí me hubiera gustado hacer y nunca tuve la valentía de intentar.

Luisma, Maypearl (TX)   14 de Marzo del 2015

 

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Neferyuyu y la reina egipcia

 

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Donde hicimos esta foto? Si, fue en el museo del Louvre, ese sitio mágico donde todo es posible. Paris siempre vale su famosa misa. Para ti por primera vez, para mi cuarenta años después. No tanto tiempo si pensamos en la edad de la reina egipcia. Aquella fotografía fue, una vez más, un momento suspendido en el tiempo. Algo para recordar.

Se pueden tener recuerdos. Se deben tener. Cuantos mas recuerdos, mejor, señal de una vida mas plena. Y para recordarlos es mejor tener una ayuda. La imagen, esa que dicen vale mas que mil palabras: la fotografía. Aunque solo fuera por eso, por la capacidad de hacer recordar, ya merecería la categoría de arte. Nos hemos pasado, años ha, malgastando tanto tiempo en la fútil discusión de si la fotografía era un arte, o no. El vano intento de los reaccionarios de turno, de los que mantendrían el mundo estático, sin mover el más mínimo dedo y sus atrofiadas neuronas, no ha podido con la fuerza de la fotografía.

La fotografía, el arte de siglo XX, y sus hijos putativos: el cine y la televisión, hermanos bien avenidos que nos darán en este siglo descendientes de la misma imagen genética, nietos digitales y los que vendrán, que todavía no conocemos, por supuesto. Quien pudiera llegar a conocerlos antes de difundirse uno mismo en el éter!

Supongo que de esta misma manera sería como se sentirían algunos artistas-grabadores egipcios cuando veían y comprobaban la acción de ciertos ácidos y químicas sobre las tablillas y los metales. El ver aparecer imágenes previamente imaginadas y la realización de pensar hasta donde aquellas técnicas podían llegar en el futuro. Ellos tendrían sus ambiciones estéticas y adorarían a sus reinas y las bellezas cercanas a su tiempo y proximidad geográfica. Tendrían su Paris y sus colecciones de arte igual que las tenemos ahora y tuvieron su manera de representar y perpetuar su cariño y admiración por ellas.

Igual que nosotros nos maravillamos de aquel arte y aquellas bellezas, comprendiendo aquel mundo de entonces, más o menos. Ya me gustaría tener la facultad de anticipar como verán nuestras cosas, nuestro arte y nuestras admiradas reinas egipcias, la gente que nos siga en mil o dos mil años!

A la vista de la foto que encabeza este escrito no me cuesta prever que, en dos mil años, alguien pudiera pensar que no había gran diferencia entre ellas, igual que yo lo pienso ahora. Para aquellos de cuatro mil años después de nosotros solo tengo un pensamiento y un deseo: que todo cambie tanto como deba cambiar y que siempre haya artistas, cualquiera que sea el medio o la técnica, capaces de representar la belleza y la admiración por ella.

Luisma, 13 de Marzo del 2009

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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Atardecer mágico en la ventana trapezoidal

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Es como si el cielo ardiera de arriba abajo, como unas montañas rojizas y anaranjadas colgadas dramáticamente, boca abajo, sobre los edificios azul pizarra recortados sobre un fondo amarillo y verde-pálido que ahora cambia, lentamente, a un gris brillante como de agua profunda de pozo. Las gotas, pocas y en ráfagas que parecen manotazos en los cristales, se tiñen de verde-hoja al terminar de resbalar sobre el plano.

Mientras tanto, los pináculos piramidales de la catedral-oficina se encienden de blanco suave, el irreconocible signo se ilumina de azul néon-crema y con los tres verdes fuertes acompañando los puntos rojos cimeros parece señalar la miríada de rectangulares ventanas amarillas, casi doradas, cegadas a primera impresión por la fuerza de la cúpula brillante a su lado, como una lámpara novecentista de cuentas colocada al revés, igual que las nubes montañosas que van ardiendo de más a menos, asemejando el incendio de un virtual, soñado, bosque de pinos albares.

Es como si el incendio del cielo se fraccionara en franjas radiantes de un rojizo que se va apagando de arriba abajo, como si el diamante luminoso que lo producía se escondiera detrás de un macizo telón colgado del revés, gris oscuro de plano liquido, poco a poco ganado por el verde amarillento del fondo total. Allá arriba, arriba del todo, empieza a vislumbrarse el color noche, que no me atrevo a definir y que al final sé que ganará la partida. Como cada día que se precie de serlo.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Se acabó. Fueron unos pocos minutos, o quizá muchos. La música era mágica, Mozart y Pink Floyd sonando al mismo tiempo y no había problema, acuerdo total.

Luisma, Pittsburgh 2008

(Originally posted on Dust, Sweat and Iron)

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La “otra” casa

Luis Jimenez-Ridruejo, foto contraluz, ventana, lampara, barandilla

 

Llevo quince días intentando escribir este, u otro post, “y que si quieres arroz, Catalina” (¿!)—que, por cierto, nunca he sabido quien fue la tal señora— no hay manera de pergeñar nada, el síndrome de la hoja en blanco me atenaza. Hasta hoy no me he puesto a ello y es que me llevaban los diablos, o las brujas; ya se empieza a notar la cercanía del dichoso Halloween. La primera semana de la intentona me fui de viaje y como Texas es tan grande me pulí sus días al volante y visitando a la gente que tenía que ver. De vuelta me pasé el fin del periplo con las patas por alto y la mente cerrada por descanso del personal.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de tres bandas do plastico, sofa

La siguiente semana, la que acaba de terminar, y después de un intermedio pictórico, tres cuartos de lo mismo: me surgió otro viaje inesperado, al bote pronto, a hora y media de camino. Pasé cinco días enteros encerrado en una casa grande, de un familiar; supervisando y vigilando las obras de reparación de techos, cielos rasos que se habían manchado y desprendido por filtraciones de tejados dañados por tormentas, casi de la categoría de tornados. Reparación y su pintura consiguiente. Un obrón.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de sofa, espejo, cuadro

Fue vivir, de repente, en un mundo cubierto de plásticos de transparente opacidad que envolvían opresivas atmosferas de húmedo rocio. Proveniente del lavado de techos por dispersión con un compresor de pulverización, usado luego para arrojar texturas y pintura final. Me atraía observar, en vivo y en directo, como y con que mañas se las componían los pintores americanos para salvaguardar, de salpicaduras y pintura fresca, muebles, chismes, bártulos y cachivaches de una casa totalmente montada. Recordaba con horror los fandangos que se organizaban en mi pasado español, en situaciones similares. El resultado fue que muebles, accesorios, decoraciones, incluso uno de mis cuadros que está colgado en esa casa, sin moverse desaparecieron como por ensalmo. Un ser y no ser en un nuevo escenario, un estar y no estar, telones con accesibilidad, como si la realidad fuéramos nosotros y la casa hubiera transcendido a otra dimensión.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de chimenea, dos focos tapados

Aquí hubiera tenido que escribir de duro y pelado, echar mano de todos los ingenios para transmitir la imagen de aquello. O, en su defecto, acudir al viejo, pero siempre presente, dicho del filósofo Julián Marías. Para mí, desde la noche que me lo dijo en Houston (TX), hace ya tantos años, es un verdadero axioma (proposición clara y evidente, que no necesita demostración): “Escribe lo que no puedas pintar y pinta lo que no puedas escribir.” Este caso no pedía pintura, pintura era lo que sobraba en aquella casa. Así que eché mano de la fotografía y traté de plasmar un montón de sensaciones, aquellos colores insólitos, aquellas luces inesperadas, habitaciones como pozos insondables, y encontrar un significado gráfico para una situación en cierto modo de encantamiento o conjuro.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de cenital, entrada, escalera pintor

La “otra” casa. Un embrujo que, al parecer, solo veía yo. Un reto. De manera que las fotografías tuvieron que hablar por mí mismo. Y, al pronto, surgieron escaleras que parecían no ir a ninguna parte, “monstruos” que transitaban entre la luz y las sombras, metales coloridos que se disolvían tras los reflejos, sensaciones de otras épocas y otros lugares, remembranzas del “puré de guisantes” londinense. Hasta los sonidos eran provocadores. El motorcillo de aire comprimido del pulverizador hacía de las suyas…Pff—pff —pff…ho—ho—ho…ilustración sonora que traía ecos de película de misterio. Brotaban humedades polivinílicas que eran el trasunto del volandero polvo líquido que impregnaba los plásticos protectores. Se manifestaban inexplicables formas antes ocultas, vibraciones de casa embrujada.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de ariete azul entre dos puertas

Estuve un tiempo suspendido en el trasiego de estos pensamientos, ya ni siquiera hacía fotos, solo elucubraba y mi cerebro proyectaba hacia dentro de mí mismo un cuestionario deslavazado de preguntas—algunas, realmente incoherentes—, que es lo típico que sucede cuando me “pierdo” en situaciones estéticas, cuando me ausento de la realidad por embelesamiento. Las más de las veces, preguntas paradójicas y enigmáticas. Entonces necesito el “clic”, la rotura que me devuelva al mundo. Que hago yo aquí? Que es todo esto que me rodea? Y sobre todo: donde estoy?

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de baño cubierto plasticos

Por suerte, en ese momento, cuando empezaba a “patinarme la neurona”, más de lo usual, se hizo el prodigio. Allí, oculta en el fondo de aquel espacio, repentinamente y por aparente generación espontánea (es decir, por control remoto, accionado por S. desde el garaje) se encendió la monumental pantalla de televisión, presidiendo y dominando el lugar que parecía transmutado. Los plásticos no dejaban ver la imagen pero no podían con el sonido, los clarines de la cruda realidad. En un instante, todo volvió a ser lo de siempre, la casa grande de M. y B., en un vecindario preciado al norte de Dallas, Texas, E.E.U.U. Al menos, de la ensoñación y la elucubración de la “otra” casa, han quedado las fotografías y este escrito, que se hacía de rogar.

Luisma, Maypearl (TX) 27 de Octubre del 2014

(Fotografía: Luis Jiménez-Ridruejo)

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“Mis niñas”

“…volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición.”

“…volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición.”

El ir a ver a “mis niñas” es una de las razones de todos y cada uno de mis viajes a España. Y no me refiero a mi niña natural y fundamental, la Ene, que ella es razón primera. Son esas otras niñas que viven, desde hace años, en el Paseo de la Castellana. Habitan en un segundo piso de una casona grande, cada vez más grande, un verdadero museo; en gran compañía y sin pagar alquiler. Muy al contrario, todo el mundo paga por verlas a ellas. Allí viven, hechas unas princesonas, entre la admiración de tirios y troyanos, entre miradas de miríadas de asiáticos y otros circunstantes de las más variadas etnias y nacionalidades.

Mis niñas son un espectáculo por si mismas. No son una atracción circense; aunque de circo es, las más de las veces, la barahúnda que se monta a su alrededor en la sala donde ellas residen eternamente. Hoy, sin ir más lejos, les rendían pleitesía varias docenas de japoneses, un piquete de alemanes, un grupito de africanos francófonos, una familia de hindúes, dos altísimos hermanos gemelos nórdicos y un puñado de españoles desperdigados. Además de S. y yo, que soy casi un familiar de ellas; todos con la pretensión de acercarnos lo mas posible, como si fuéramos a decirles algo.

Decir, lo que se dice decir…son ellas las que nos hablan y nos trasmiten, además de su propia belleza, un montón de sensaciones y sugerencias. Nos hablan de la historia de su momento, de tantas cosas que pasaron en su tiempo, aunque este también lo sea, al menos para sus veras efigies. Nos hablan de la calidad del hombre, casi divino, que las conformó…o debería decir creó; y que pervive con ellas, para todos los siglos, y para ludibrio de todas mis visitas. Me regalan y me renuevan, con sus cantos de sirenas estéticos, la pasión por la pintura, la gran pintura, la eterna; que no tiene principio ni fin y pertenece a todas las épocas y todos los estilos que en el mundo hayan sido y serán.

El verdadero propósito de mis continuas visitas; año tras año antes, de cuatro en cuatro cuando no se puede más; es vigilar su crecimiento . Cada vez están más “altas”, en la apreciación del mundo, y cada vez más bellas. Envejecen de tal suerte que no se les nota nada el paso de los siglos. Deberían ser ya unas ancianitas y, sin embargo, están como el primer día. El día que Diego, su progenitor, decidió no emperifollarlas más y las mostró al mundo, para que tuvieran vida y, fundamentalmente, luz propia.

Son “mis niñas”…María Sarmiento, solícita y dispuesta a todo, emprendedora y morena de verde luna, si las hubiere. Margarita, bruja rubita, elegante y flotante, dispuesta a volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición. Isabel de Velasco, dura y recta como una flecha, guapa. Bárbola, radiante en su fealdad y bella para siempre. Hasta Nicolasito Pertusato, esa miniatura, cuenta como una de ellas. Quien sabe si, a lo mejor, lo fuese. Cosas más raras se han visto! Mujeres barbadas, donceles femeninos, fenómenos de toda suerte.

Esto es lo que hay, y es mucho. El verdadero prodigio es, aquí, todo el cuadro. Mis niñas, mis “Meninas”. Para definir el aire y la luz hay que hablar de ellas. Para definir el arte de pintar hay que estar frente a ellas. Para el arte de vivir, hoy, una vez más, estuve allí.

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

El Caballero…

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Javier Pérez-Mínguez)

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Luis Pérez-Mínguez)

Las jornadas se hacen ya muy duras, cuesta llegar a Toledo en medio de este calor del infierno, tanto que me parece ver esquilmada y seca como nunca esta Castilla, otrora verde y frondosa de pinares inacabables y hoy ganada por la encina de secarral y este sol de justicia, que le dicen. Cae de plano y el sudor malamente me deja abrir los ojos. El caballo me llevará donde le dé la gana, espero que siga el camino, los trigales ya están altos y se podría perder, y yo con él. Que bien me vendría tropezar con un rio, o un simple arroyo cangrejero, me metería en el agua así como estoy vestido, sin parar mientes. Se me quitaría este olor a montuno que llevo ya desde hace días, sin lavarme, sin asearme y sin cambiar la poca ropa que tengo conmigo para mudar.

Todas estas jornadas, desde que salí por la puente romana de Salamanca y enfilé el camino de Alba de Tormes, se me están haciendo largas como días sin pan, y que tampoco me sobra lo de la vitualla. En realidad me corroe la sed y, a veces, me hace hasta alucinar. He terminado todas las provisiones con las que empecé el viaje, mal cálculo, y ahora estoy expuesto a comer y beber lo que encuentro y donde lo encuentro. Castilla es ancha, los pueblos y las ventas se eternizan en llegar. Anoche, cerca de unas casas de labor, se me revolvían las tripas del olor que traía el viento, a farinato puesto a freír, estaba tan cansado que ni siquiera tenia fuerzas para investigar la procedencia. Ahora, el viento me trae olor a tormenta, buena y bienvenida será aunque tenga que buscar refugio por un tiempo. Tampoco es que esté haciendo este viaje a uña de caballo, no podría con este maldito penco que me soltaron en la última posta.

Tengo ganas ya de arribar a Toledo. Espero que mi carta haya llegado hasta mi tío, ferretero y vendedor de carretas, ese que bien sabe de mis penurias como artista incipiente y que me retrata siempre con el mismo soniquete: “Luigi, será ochavo o será botón, lo qué? Haciendo mímica de mi acento salmantino. Estaré con mis primos mientras acuda al taller del maestre Doménico, el griego, un artista pintor al que mi tío ha ayudado muchas veces y que acepta tenerme como aprendiz, por un tiempo, hasta ver si se puede hacer algo de mi. Parece que este Greco, de Toledo, es pintor conocido e influyente en la corte y muchos de sus discípulos han hecho carrera con sus enseñanzas. Soy ya un poco mayor para ser aprendiz, pero bien dicen que de aprender no se termina nunca.

Sigo en la brecha, a lomos de este penco resoplante, solo una jornada me separa de la villa del Tajo, aunque ya la brida y las correas se desbarajustan en mis manos húmedas de sudor caliente. Escupo sin saliva un polvo que hasta se mastica, sudor continuo, y hierro fundido, que es lo que cae de este cielo inclemente. Al fondo de la terrible llanura, acierto a ver unas temblorosas torres de catedrales e iglesias, vacilantes entre los vapores de la calima. Será ya la ciudad? Me dijeron que oiría el tañido de la campana gorda, aún sin ver las casas de la villa. Cuanto daría—hasta lo que no tengo—por ya haber llegado!

No es ilusión, tengo el sabor acre en la boca y ya han pasado dos años de aquello, crueles jornadas que más parecieron camino al infierno, hasta llegar aquí donde ahora tan gustosamente me encuentro. Toledo se me ha metido muy dentro, aunque no todo haya sido de rositas y parabienes. Lo peor se olvida pronto. Lo mejor es el maestro Doménico, que gran pintor y que gran enseñante! Nunca tiene el más mínimo inconveniente en esparcir su arte con todos los discípulos que revoloteamos a su alrededor. Con todas sus rarezas, buen hombre, nadie le intimida. Y es un grande de la pintura, mal que le pese al Rey! Un bledo le importó que su majestad no gustase de una de sus obras. Aquí en Toledo encontró su acomodo y sus valedores, y la fama de su arte se ha extendido por todo el reino, que hasta de otras cortes le llegan los encargos.

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

Pero yo de lo que os quería hablar era del Caballero de la Mano en el Pecho, una pintura por finiquitar que Doménico tenía desde hacía tiempo al retortero. Una señoría con el alma futura garantizada en el lienzo por la destreza del pintor, pero con los rasgos fisonómicos sin plasmar en la tela. El retrato terminado, a salvo solo de acabar los trazos de la efigie, el soplo del color de la piel y la vida de sus ojos. El maestro se empeñó, fue más una orden que un deseo, en que yo posara para dar celeridad al retrato de aquel caballero que vivía en Madrid y que venía, poco, corto y nunca por Toledo. Ya eran más de dos años que yo le servía de discípulo y no era la primera vez que le hacía de modelo.

Este desconocido es un cristiano

de serio porte y negra vestidura,

donde brilla no más la empuñadura,

de su admirable estoque toledano…

(Manuel Machado)

Aquel hombre callado del cuadro, algo que yo no era, tenía una cierta similitud conmigo. No soy capaz de acordarme de su nombre. Era alguien de la nobleza. Cuando al fin lo terminó, su mirada triste y puesta en el futuro, el maestro lo tildó de introvertido y melancólico, me intimidaba constantemente. Muchas veces me había visto a mi mismo frente al retrato de aquel caballero, momentos hechos horas, con la excusa de aprender pinceladas y delicuescencias pictóricas, soñando despierto en ser aquel alto personaje e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.

Y aún lo sigo haciendo, ahora que ya sé que nunca fue posible.

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Agosto del 2014

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“Wake me when it’s over” (Despiértame cuando se acabe)

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. Richard Diebenkorn, Ocean Park #115

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. R. Diebenkorn, Ocean Park #115

Nueva York si que vale una misa. Sigue siendo la capital del mundo, mal que le pese a muchos, y por supuesto es la capital del imperio actual. Me gusta venir y estar un tiempo, no mucho. Ver lo que hay que ver (casi todo) y oír lo que hay que oír (principalmente jazz) y salir corriendo antes de que se ponga espeso, es decir, antes de que el cansancio de su ritmo te gane.

Y a ver es a lo que hay que venir a Nueva York. Hay que abrir bien los ojos porque aquí está todo lo que está pasando y el germen de todo lo que va a pasar. Por eso los diecinueve tiraron las Torres Gemelas, por poner de rodillas a esta ciudad. Cosa harto difícil. El imperio cae y caerá del todo, eso seguro. Será más difícil y más lentamente de lo que creí. No lo verán mis ojos y es una pena porque siempre pensé que iba a ser inmortal y que viviría cien años. No creo que sean suficientes, aunque no hay mal que cien años dure.

Hoy me esta pegando el aire que circula como loco por los valles de Manhattan, mientras camino y voy echando de menos una buena capa española con que cubrir los embates del aire que baja del Bronx. Aunque este airón bien podría arrebatarte la capa como el de cualquier cerro de la sierra de Ávila, en febrero.

Vamos al MoMA. Ir al MoMA es como ir a una buena corrida de toros; no importa quien “toree” en las exposiciones individuales, el éxito de la “corrida” esta garantizado con la visita a la colección general. Mis cuadros de siempre esperan la visita, si no los veo se enfadan y a la siguiente vez ya no me dirían lo mismo. En todo los museos del mundo tengo una serie de amigos que me llaman y me esperan. Hoy, por ejemplo, tengo una cita con las “Señoritas de Aviñon”; estas atractivas señoras están de cumpleaños, ya son centenarias y siguen tan guapas como en 1907. Mientras, D. Pablo duerme el sueño eterno, en vera efigie, en una esquina de mi pizarra de corcho, la de las fotos de la familia, mi especial muro de las lamentaciones.

También me he pasado a ver a D. Richard Diebenkorn, sentado frente a su verde Ocean Park #115 y hasta me he hecho una foto durmiendo a su lado. Le volví a reiterar mi gusto por su pintura y las gracias por su inspiración. Quedé en verlo en cualquier terraza de bar de la eternidad, si nos dejan y si podemos, que no está claro. De refilón crucé unas cuantas miradas con D. André Derain y D. Paul Cézanne, más que nada por no peder la costumbre y porque no dejen de reconocerme en el futuro. En una de las salas me encontré con D. Claude Monet, no quise pararme con él pero le dí recuerdos de Carlitos Pascual, al cual echo también de menos; debería estar por aquí, él o su pintura. Gente con menos méritos están aquí representados.

Con todo esto me dieron las cinco y estaba un poco cansado de la andadura y las visitas. No era yo el único en tal situación. A mi lado se sentó, o mejor dicho se tumbó, un niño de seis o siete años—”Wake me when it’s over”—(Despiértame cuando se acabe) dijo a su madre, con voz dramática de actor sobreactuando y que me recordaba a mi mismo. Lo que no sabia el niño es que un museo no se acaba nunca, nos sobrevive a todos, pintores y curiosos, grandes y chicos, buenos y malos. Al igual que Nueva York no se acaba nunca y esperemos que no, por el bien de los que nos siguen.

Así que me senté otra vez, al estilo mexicano, en el suelo, al lado del Ocean Park #115. Me calé la gorra de béisbol, eso si con el escudo de mi Real Madrid. Tapándome los ojos y con voz dramática, y sobreactuando, le dije a S…—“Despiértame cuando se acabe”—

Luisma, Nueva York, Diciembre del 2,007.-

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

The Collector

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

The Collector in the collection. Guggenheim Museum, New York 2006

I told you I’m a collector, which generally means that one collects paintings, but in my case it’s totally different. I am a starter of collections, though some don’t stay with me as long as others; some I even abandon and resume on a whim. For years I have intermittently collected “Americana”, which the Spanish would call americanadas. A fairly inexpensive collection, because americanadas almost always are not costly things. A collection that includes everything from heart-shaped boxes of chocolates with pictures of Elvis on top, to “slinkies” (colorful springs that walk downstairs ) to the pen vase shaped like the head of Joe Camel. Joe being the Camel of the cigarettes, and many other things that are generally cheap pieces of plastic and are colored accordingly.

My newest collection is cheaper still, so cheap it’s free: A collection entitled “Sunsets from the trapezoidal window.” This collection has lasted a few years, the years I’ve been in my house on Pittsburgh’s Mission Street. In this house I enjoy a strange trapezoidal window, which may already belong to my collection of americanadas, and whose rare form and style contrasts with the rest of the house’s windows. The window in question is oriented on the bias, facing west, and it frames the most amazing and impressive collection of sunsets I’ve enjoyed in my life.

I’ll make an exception here for the sunsets on the far banks of the Tormes river across from the Cathedral of Salamanca. Ah! Old stones, often maligned but always remembered, from a time when everything was so big and myself much smaller. Perhaps another exception: Two jeweled sunsets just outside Florence after summer storms. It is true that in those days my vision was influenced by the quantity of beauty stored or stacked before my eyes on my first visit to that city. It will be difficult to return to it without breaking the aesthetic spell of those days, an enchantment that has never vanished from my imagination.

Here is what you see from the famous trapezoidal window: The neighborhood rooftops, like a Parisian postcard. To the left and framing the sunset on the horizon is the church of San Nosequé (Saint Somebody). Greek Orthodox Catholic, a parish without parishioners but with belfry and bell, which periodically plays unbidden. In the background, like a theatrical backdrop or scenery from an American detective film glints the skyline of downtown Pittsburgh, with its skyscrapers and myriad lights, its illuminated windows that produce a sense of inhabitation. The reality is that all such lit buildings are now, at this hour of sunset, nearly empty offices save for the cleaning people. No matter: These buildings have an intrinsic beauty, empty but full of light.

Above the buildings is a mountain of sky, a space of natural colors changing with the varied cloudscapes, all heaven that’s worthy of the name. The mist of three rivers, the massive influence of vegetation in the area, the mountains which are not seen but are there; indeed, the mountains are unseen because I live in the lap of one, a succession of mountain-valley-mountain, etc … that fantastic view when the plane flies over Pennsylvania, that wrinkled skin! In addition, heat from the city-center asphalt produces all kinds of conditions for varied and unique celestial colors each evening.

And these are sunsets that took some time collecting. Not by photograph or video (though some I have recorded in such ways) but in my own eyes, for the time when my view may perhaps no longer reach them. I will recall this, all of this life. My life in America.

Luisma December 27, 2007

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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El Coleccionista

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Te he dicho que soy coleccionista, lo que en general significaría que colecciono pintura, pero en mi caso es totalmente diferente. Soy un iniciador de colecciones y algunas me duran más que otras, incluso algunas las dejo y las tomo después de periodos aleatorios. Desde hace años, y con tiempos en los que no me dedico a ello, colecciono “americana”, lo que en español diríamos: americanadas. Una colección bastante barata pues las americanadas, casi siempre, son cosas de no mucho precio. Una colección que incluye desde cajas de bombones, con forma de corazón y el retrato de Elvis Presley, hasta “slinkies” el muelle de colores que baja escaleras…pasando por el portalápices con la forma de la cabeza de Joe Camel, el camello de los cigarrillos y muchas otras cosas que generalmente son de plastiquillo y colores dudosos, como corresponde.

Mi más reciente colección es todavía más barata, es gratuita, es una colección que titulo: Atardeceres desde la ventana trapezoidal. Una colección que dura ya unos pocos años, los que llevo en esta casa de Pittsburgh, la de la calle Mission. En la que disfruto, literalmente, de una extraña ventana trapezoidal, que ya podría pertenecer a mi colección de americanadas por si sola y cuya rara forma y estilo contrasta con el resto de las ventanas de la casa. Esta ventana en cuestión esta orientada, al sesgo, a poniente y por ella me llega la más increíble e impresionante colección de atardeceres que haya podido disfrutar en mi vida.

Aquí debería hacer una excepción para recordar los atardeceres de la vega del Tormes frente a la catedral de Salamanca. Ah! las viejas piedras, tantas veces denigradas y tantas veces recordadas, cuando todo era tan grande y yo mucho más pequeño.
Quizá otra excepción: dos atardeceres-joya a las afueras de Florencia después de sendas tormentas de verano. Bien es verdad que mi mirada estaría aquellos días influida por la cantidad de belleza almacenada o apilada ante mis ojos en mi primera visita a aquella ciudad. Me será difícil volver a ella, más que nada para no romper el encantamiento estético de aquellas jornadas, encantamiento que nunca se ha volatilizado de mi imaginación.

Tendría que decir lo que se ve desde la famosa ventana. Los tejados de la vecindad, como si de una vista parisina, del Paris de la France, se tratara. A la izquierda y tapando la caída final del sol a horizonte, la iglesia de San Nosequé, católica ortodoxa griega, una parroquia sin parroquianos, pero con campanario y hasta campana, que a veces toca por si misma. Al fondo, a modo de telón teatral o paisaje de película policíaca americana, la “línea del cielo” (the skyline) de “downtown” Pittsburgh con sus rascacielos y sobre todo sus miríadas de luces, ventanas iluminadas que producen las sensación de sitio habitado. La realidad es que todos esos edificios iluminados, ahora están vacíos porque son oficinas y lo más que puede quedar, a estas horas de la caída del sol, es la gente de la limpieza. No importa, tienen una belleza intrínseca, casas vacías pero llenas de luz.

Y encima de los edificios un montón de cielo, un espacio para los colores naturales que cambia cada día con los más variados celajes, como todo cielo que se precie de serlo. La humedad de los tres ríos, la influencia de la vegetación masiva de la zona, los montes que no se ven pero están ahí; efectivamente, los montes no se ven porque vivo en la falda de uno, una sucesión- monte-valle-monte, etc…fantástica vista de ellos cuando en el avión vuelas sobre Pennsylvania, que arrugada piel! Además, el calor del asfalto del centro de la ciudad produce toda clase de condiciones para hacer variado e irrepetible cada atardecer.

Y esos atardeceres son los que llevo algún tiempo coleccionando. No en fotografía o video (algunos tengo grabados de esas maneras) sino en mis propios ojos, para cuando, quizás mi vista ya no alcance a verlos. Me quedaría el recuerdo de todo esto, toda esta vida. Mi vida en América.

Luisma 27 de Diciembre del 2007

[originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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