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Bonnie and Clyde, en Maypearl ( I ) & ( II )

“Los auténticos Bonnie and Clyde Barrow…”

“Los auténticos Bonnie and Clyde Barrow…”

“Este ‘post’ y el siguiente, son una revisión de los mismos, dedicados a Bonnie and Clyde, que escribí en el 2014 para mi primer blog—dustsweatiron.net—, prácticamente recién llegado de vuelta a Texas, desde Pennsylvania. Después del término de una época importante de mi vida. Los tiempos de vivir en el norte del país, el frio y adorable Pittsburgh y los primeros años con S. Mi otra vida en América.”  ]  

Es el final de febrero y el viento del sur trae olor a leña quemada. Lo que es extraño porque aquí nunca huele a nada. Es cosa que se aprende enseguida de esta parte de la pradera tejana. Algunas nubes bajas, tormentosas, ocultan la luna pero no su luz, que se desparrama a todo lo largo y ancho del territorio que abarca mi vista. Sentado en el porche, entorno los ojos y barajo algunos recuerdos cercanos…

Cuando llegué aquí—Maypearl, Texas—, lo primero que me llamó la atención fue el nombre del pueblo: Perla de Mayo, traducido al español. Naturalmente, pregunté de donde venía el apelativo y así me enteré que alguien, seguramente en busca de gabelas—siempre hay un alguien para este tipo de cosas—había querido homenajear a las hijas (Pearl y May) de dos directivos de la compañía del ferrocarril: la International Great Northern Railroad, de la cual el pueblo era nada más que un apeadero. Y eso era a principios del siglo XX: cuatro casas, un depósito de agua para locomotoras, un banco, una iglesia (como no!) y un par de almacenes adosados al muelle de carga de los trenes algodoneros.

“…Ferrocarril Internacional del Gran Norte, del cual el pueblo era nada más que un apeadero…’a whistle stop’”

“…Ferrocarril Internacional del Gran Norte, del cual el pueblo era nada más que un apeadero…’a whistle stop’”

Hoy en día siguen siendo cuatro casas, a cada lado de la calle principal; unos almacenes vacíos, sigue el depósito de agua enhiesto aunque ya no hay ni locomotoras, ni trenes, ni vías, ni por supuesto muelle de madera. Eso sí, en el término municipal hay cuatro iglesias (como no!), un par de escuelas, un supermercado, dos bancos y la oficina de Correos, de futuro incierto como todas, y que data de 1894. Con todo, unos ochocientos habitantes, repartidos en una vasta geografía de fincas rurales. Ah! En el centro del pueblo, todo es centro en un sitio de cuatro casas, una sola calle y el resto zona residencial: casa, jardín, casa, jardín…En la esquina a naciente del viejo apeadero está el edificio del antiguo Banco de Maypearl, dos escalones, veranda y ‘atadero’ de caballos. La cuestión es que ya no quedan ni trenes, ni Banco… ni caballos! El típico caserón de madera y ladrillo, con sus ostentosas y falsas columnas de los años Treinta. Un fantasma del pasado—como todos— y de alguna forma, protagonista de nuestro relato.   

El auge (!?) de este lugar data de los momentos de la Gran Depresión Americana, un pueblo ignorado, perdido en el mapa, y que en tiempos de la recogida del algodón era un simple apeadero (whistle stop) de tren, literalmente: parada a silbato; donde se reunían los carretones de los cultivadores para entregar el algodón y cargarlo en los trenes, pero también donde los agentes les pagaban las cargas. Todo ello se celebraba en la cantina que, a su vez, era la estación y allí mismo, los pagarés se hacían efectivos, en lo que era el único banco de la localidad y de los entornos. En ocasiones tenía grandes sumas de dinero en sus arcas, coincidiendo con las temporadas de la recogida. Y aquí aparecen los personajes de nuestra historia.

“Bonnie and Clyde”

“Bonnie and Clyde”

Bonnie Elizabeth Parker y Clyde Chesnut Barrow, también conocidos como: “The Barrow Gang”, por el gran público, que llegó a convertirlos en una especie de héroes antigubernamentales. Una película de Hollywood, años después de su muerte en una emboscada, a manos de una patrulla de la ley (posse comitatus), organizada en Dallas para su busca y captura, les hizo famosos en América y Europa. La pareja, aún cuando se trataba de gente que quebraron y violaron repetidamente las leyes, asaltando y robando, concebían lo suyo como una aventura y un pasarlo bien (!?). Así se producían en escritos y notas encontradas en sus refugios. A veces, secuestraban a policías que les perseguían y los soltaban, desarmados, a cientos de millas, tras darles un aterrorizante paseo. Se dice que, a pesar de sus fotos con armas, Bonnie nunca llegó a disparar un tiro y ‘hacía pinitos poéticos’. Clyde, hijo de un aparcero, era un niño desescolarizado, pasó infancia y juventud en problemas con la ley. Ambos, muy jóvenes, se juntaron en una vida desenfrenada, que incluyó asesinatos, y se instalaron en una leyenda que culminó con su muerte en el año 34.

Fotografía del coche, tomada en el lugar de la emboscada, en la que es ocioso tratar de contar el número de agujeros de bala en la carrocería. Otro tanto se puede ver en el parabrisas. Se dice que más de sesenta disparos eran mortales de necesidad. Nadie quería un juicio sonado para aquella pareja que se había burlado tanto de las autoridades, y de La Ley.

Fotografía del coche, tomada en el lugar de la emboscada, en la que es ocioso tratar de contar el número de agujeros de bala en la carrocería. Otro tanto se puede ver en el parabrisas. Se dice que más de sesenta disparos eran mortales de necesidad. Nadie quería un juicio sonado para aquella pareja que se había burlado tanto de las autoridades, y de La Ley.

Pues bien, en algún momento de aquellos dos años de furor aventurero, crimen y entrada en la leyenda americana, Bonnie, Clyde y su ‘gang’, típicamente a bordo de un sustraído Ford V8, asaltaron y robaron bancos, oficinas gubernamentales, gasolineras—entre ellos el Banco de Maypearl, nuestro abandonado y vacío Banco actual. No se conservan detalles del caso, a pesar de que en aquella época muchos periodistas de Dallas y del Este seguían las informaciones de la pareja. Esto puso al pueblo “en el mapa” y lo hizo famoso por un día, volviendo a sepultarlo en el olvido al día siguiente. Ese es el único y solo hito histórico de Maypearl (Texas). Muchos años después, casi estuvo a punto de ser célebre con la creación del “Supercollider de Texas, un oval de ochenta y seis kilometros de túnel, a sesenta metros  de profundidad, con un acelerador de partículas…” pero aquel gran proyecto que le hubiera dado notoriedad mundial, era al final de la Guerra Fria, se abandonó en la presidencia de Bill Clinton. Algunos de los físicos y directivos que crearon el proyecto se quedaron a vivir en las propiedades que habían comprado en el lugar, o sus proximidades. Ese fue el caso del padre de S. 

”Los cinematográficos Bonnie and Clyde”(Faye Dunaway y Warren Beatty).

”Los cinematográficos Bonnie and Clyde”(Faye Dunaway y Warren Beatty).

De manera que el pueblo sigue inmerso en el olvido, a salvo de su acontecimiento estelar. Todo lo que tiene es un atraco bancario, eso sí, con unos bandidos de fama y resonancia internacional.  Ambos tejanos, de Rowena y Telico, respectivamente, cerca de Dallas, anduvieron rondando con frecuencia estas tierras—y así me obligo a contarlo cada vez que alguien me pregunta donde vivo— Maypearl?… y donde está eso? —donde ya no quedan ni vías, ni locomotoras, ni trenes, en realidad lo que no queda ya es ni pueblo. Simplemente es una esquina de la 157 y la 66, dos carreteras comarcales que casi no van a ningún sitio y se cruzan aquí, donde yo estoy, donde nunca pasa nada y todo parece que vaya a seguir así.

Ha salido una luna enorme que ilumina la pradera, no sé el tiempo que ha pasado, o si me he quedado anortado. Todavía reclinado afuera en el porche, sigo los trazos de los focos de un coche en la Farm Road 66. Noche de calor, viento y sin mosquitos. Como siempre, no huele a nada, como en las películas. Me acuerdo de Faye Dunaway y Warren Beatty, en un Ford V8…

 

Luisma, Maypearl (TX)         28 de Febrero del 2014  (Revisión en Agosto del 2021)

 

Bonnie and Clyde, y su chofer (II)

FM66…entre Maypearl e Itasca. Quizás sea una foto de aquella mañana…

Bonnie y Clyde…FM66, entre Maypearl e Itasca. Dos pinos…Quizás sea una foto de aquella mañana…

A veces pienso que es solamente una manía. Una manía exacerbada por las temperaturas benignas de esta parte de Texas. Me gusta sentarme al sereno en este banco de madera pelada y seca por tantas noches y tantos días a la intemperie. Un banco de película del Oeste. También hay un sofá-columpio peliculero, pero aprecio mucho más el banco, aunque sea solamente medio cómodo, además está protegido por el tejadillo del porche abierto de la casa principal. No es la casa en la que vivo, esa es la otra—la de al lado, la más grande, más alta de techos—separada por un camino de hierba y roderas de coche. Es la que tiene el gran porche-galería acristalada: el estudio donde pinto. Este banco en el que me siento, durante las grandiosas puestas de sol y por las noches, casi nunca durante el día, le confiere el carácter de casa de la pradera americana. Dos típicos pilares de reja fundida de molde enmarcan la escena.

Sé que el motivo de estas sentadas no es tanto el sosiego como el aspirar el olor parco y mínimo de la pradera, vislumbrar los ruidos de la noche, seguir el viento que barre de izquierda a derecha—siempre de este a oeste— y provoca el ‘ris-ras’ de las ramas de los árboles. Escuchar el silbido de las agujas de los pinos— dos— de la explanada que nos separa de la carretera. Esos dos pinos y el otro en el ábside, tras de la casa, que he dado en acariciar y contemplar—siempre que paso cerca de ellos—como si fueran unos niños. Me recuerdan, mucho y bien, los pinares de Castilla; porque el olor de mis pinos de Castilla la Vieja no lo puedo tener aquí, y duele. Debe ser eso que el poeta llamaba los dolores del alma. Pero no quiero distraerme, estábamos en el fulgor de las luciérnagas en el albero…

“Clyde Chesnut Barrow…a punta de pistola y escopeta recortada…”

“Clyde Chesnut Barrow…a punta de pistola y escopeta recortada…”

Fulguran luciérnagas en el albero… Es en la noche cuando los olores vienen más densos, pronunciados, separados; se distinguen unos de otros como si fueran parte de un muestrario; algunos primarios, otros misteriosos. Hoy, noche oscura sin luna, un olor peculiar llega de la carretera FM 66, la comarcal que pasa a lo largo de la finca—son más de 50 acres— y la llamaría rancho si tuviéramos animales, pero, me temo que un viejo gato cascarrabias, permanentemente malhumorado, y un perrito “elegante”, de ciudad, Cavalier King Charles Spaniel (!), que solo sale de la casa para dar pequeños paseos y hacer sus necesidades, no admiten el calificativo de ganadería.

Decía que de la FM 66 llega el olor desabrido, fuerte e indistinto, a “skunk” —no a la marihuana, que también se apoda de esa manera —a la mofeta, que los mexicanos llaman: zorrillo apestoso, algo como si hubiera habido un accidente de coche y se hubieran quemado los neumáticos. Olor característico y persistente a más no poder, pocos como ello. Tarda lo suyo en remitir y mientras tanto me quedo un poco anortado, perdido en la ensoñación, revirando con la mente las curvas del camino entre Maypearl e Itasca… ’Me veo conduciendo a volantazos el Ford V-8, algo destartalado por las últimas correrías, con Clyde sentado a mi lado haciendo ruidos con su dentadura y Bonnie—ah! la risa de Bonnie—en el asiento de atrás con las piernas bamboleando de un respaldo a otro y pidiendo ostensible y gráficamente: “la parada de la meada.’’

‘Al fin lo hago, con chirriar de frenos y derrapaje en el chinarrillo, saliéndome en un albero con dos pinos— dos —frente a un robledal y su tupida maraña de espinas. Recuerdo bien el sitio, cruce de caminos y mucho boscaje en el fondo. Bonnie se apea y se agacha para hacerlo con descaro, levantando la larga falda—a ojos vistas. Clyde camina por entre los árboles silbando, apartando telas de araña y manoteando mosquitos. Yo me quedo estático, suspenso, siguiendo los fosforescentes, cortos, vuelos de las fulgurantes luciérnagas y oliendo el motor y las ruedas del coche. En el asiento de atrás brillan las cachas de un revólver y el objetivo de una cámara de fotos. Miro la luna en lo alto y pienso que ya he estado aquí antes…o ha sido después? Hace muchos años, o dentro de muchos años?  Aspiro profundamente y me llega un acre olor a quemado, goma de ruedas. Pero no puede ser del coche porque estoy a su lado. Viene de la dirección del pueblo que dejamos atrás. Cuatro casas. Itasca se llamaba, creo recordar. Extraña sensación la de estar en este lugar. Me acordaré de este sitio—no sé por qué—, tiene sensaciones familiares.’

“ Cien años hace que Bonnie and Clyde…”

“ Cien años hace que Bonnie and Clyde…”

Como si flotase a media altura, el olor se mueve y se desvanece, poco a poco, en dirección a la casa del porche, al estudio. Sentado aquí en esta noche, al igual que tantas otras—a solas con mis pensamientos—con recuerdos de aquí, de allá, de cómo sería este rincón del mundo cien años atrás. Si los dos pinos al frente quisieran hablarme. Las luces de un coche me enfilan de largo y pasan dejándome deslumbrado por un instante. Arrastran consigo todos los ruidos y el lugar se aquieta. Persisten los olores…Rompe el sol, de línea a punto. Cien años hace que Bonnie and Clyde, y su chófer y fotógrafo, a punta de pistola y escopeta recortada y abriéndose el paso a tiros, atracaron el Banco de Maypearl— el Banco que ya no existe— en una mañana caliente y luminosa, después de pasar la noche, en su coche, en algún lugar cercano al pueblo.

 

Luisma, Maypearl (TX)    14 de Julio del 2014   (Revisión en Agosto del 2021)

 

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Cinco Fotografías Diferentes

S. y los niños de Antonio López. Photography: luisjimenezridruejo.com

S. y los niños de Antonio López. Photography: luisjimenezridruejo.com

Hoy, he puesto la foto en el “desktop” de mi nueva máquina. Al llegar a las 13000 imágenes, mantenidas “en juego” en el almacén del ordenador, este me ha “pedido” 500 GB más, es decir: computador nuevo y actualizado “con todas las campanas y silbatos”(‘with all the bells and whistles’…deliciosa expresión inglesa). Esta ha sido la foto escogida para la pantalla de apertura, el ‘viejo’ queda para leer y escribir, solamente. Es una foto hecha en Madrid, hace diez años! Cámara Canon A 500, en la exposición antológica del gran Antonio López. Siempre uso retratos de S., para la primera ‘página’, al abrir el anterior ‘desktop’ tenía una foto hecha en Paris, en el Pompidou. En esta foto de las ‘cabecitas’ me gustó la iluminación tonal, casi ámbar, en todos los blancos. El diálogo abierto de miradas mudas de los niños de López, con S., y la mano colgante de ella, signo de relajación ‘artística’, la mano del arco de la violinista. Es una foto de un solo tiro. Un instante después, el mundo cambió y otros colores invadieron la escena. Suele pasar. Pepe Núñez decía: “Tu, primero dispara y luego pregunta”. Máxima de cazador empedernido, de perdices y de imágenes. Yo persigo raudos reflejos.

La última espingarda del moro. Photography: luisjimenezridruejo.com

La última espingarda del moro. Photography: luisjimenezridruejo.com

Esta foto es una abstracción (evocativa) de la leyenda del ‘jinete sin cabeza’ (“the headless horseman) que así es como me tilda ahora S., por una secuela del Parkinson, que me hace inclinar el cuello. Pertenece esta foto a la serie, ya milenaria, titulada provisionalmente: “Los Mundos” y que igual puede ser en el Atlas norteafricano, que en las sombras heladas del Atlas III, en Alfa de Centauro. El mundo esotérico de un soldado de a caballo en el África del siglo XIX, o uno de la galaxia M31, en los arribes del siglo XXIV. “Tanto monta, monta tanto”. La diferencia podría ser la misma que entre una lujosa espingarda y una cámara Nikon D850. Brillo de metal bruñido y años luz. Un mundo intrincado, en la transición de la antigüedad y la modernidad. La espada y el fusil, juntos. La fotografía como testigo esotérico, imaginario y abstracto. La mente necesita una herramienta para saltar de un relato de voz a uno visual (una imagen vale más que mil…) Sleepy Hollow, tan lejos y tan cerca.

Retrato de la rosa que no estaba. Photography: luisjimenezridruejo.com

Retrato de la rosa que no estaba. Photography: luisjimenezridruejo.com

Parte del atractivo fotográfico—esto no lo digo hoy, es de ayer o de anteayer—del reino vegetal, es la dificultad de abstraer las plantas y, sobre todo, las flores; tan identificables ellas, a simple vista; tan difíciles de “manipular”, pero tan variadas en sus facies y tan agradecidas a la lente en sus mundos de color. Cuando—alguna vez ha pasado—tengo que enfrentarme con las comunes preguntas, casi siempre clichés, de algún periodista que ha tenido que salirse de su línea habitual para adentrarse en el mundo de la fotografía… Cuales son los temas que más le interesan? (Siempre arrojo la ironía a la palestra) “El retrato de gentes (y cosas), las plantas (vivas o muertas), las flores (todas), las casas (especiales), los paisajes…en fin, “toda” la fotografía. Ah! y las texturas, se me olvidaban las texturas…y tantas otras cosas, tantas posibilidades de abstracción. Esta es la foto improbable de una ausencia, el agujero espacial de una rosa individualista que no quiso ser parte de una textura plana y dejó, al marcharse, el hueco de entrada a una realidad abstracta—obscura pero real, como la fotografía misma—que “brilla por su ausencia.”

Guggenheim-Bilbao. Arquitecto: Frank Gehry. Photography: luisjimenezridruejo.com

Guggenheim-Bilbao. Arquitecto: Frank Gehry. Photography: luisjimenezridruejo.com

Tiene algo catedralicio esta construcción singular, arquitecturada por F. Gehry (1929). Surgiendo, pero no flotando, de las aguas del rio Nervión, en Bilbao. Suntuosidad sin religiosidad. Cálido, a pesar de todos esos materiales tan fríos. Es la forma que triunfa (sucede) sobre la atmósfera. El resultado de las ideas, pasando de ser un garabato en una servilleta de bar, a ser un grandioso edificio singular. Esta foto es la definición y el retrato de un logro. Guggenheim-Bilbao, en parte espejismo o trasunto de la cara norte del Eiger, en Los Alpes, tiene al mismo tiempo, también, algo animalístico, como salido de un moderno cuento de hadas. Es la mejor arquitectura de Gehry, de largo, y uno de los edificios más fotogénicos a los que me he enfrentado con una cámara. La imagen que me surge de dentro cuando me piden una definición de la belleza arquitectónica. El edificio que se refleja en sí mismo, tanto que nunca está claro que parte es edificio y que parte es reflejo. Por eso es necesaria la cámara y la fotografía.

 

Takashi Miura, nunca llegó al horizonte. Photography: luisjimenezridruejo.com

Takashi Miura, nunca llegó al horizonte. Photography: luisjimenezridruejo.com

 

La manía de fotografiar horizontes, casi una ‘abstracción surrealista’. La figura humana era Takashi, fotógrafo japonés, que se convirtió a la “religión castellana” hace medio siglo y del que “no sé ni de la misa la media”… Cuando redescubrí esta foto, hace treinta años, dormía el sueño de los Justos en un carrete perdido de la Asahi Pentax, marcado: Encinar-Golpejas 1976. El japonés ya hacía mucho tiempo que había desaparecido de “mi objetivo”, pero a mí no se me olvida nunca una foto, sobre todo si es buena, y la rescaté como “banner” de mi Website y mi Blog personal (dustsweatiron), incluso para presentaciones. En esta foto que tiene ya más de cuarenta años, el sentido de equilibrio y la paz de la naturaleza (una mañana de neblina) es un regalo para la vista. Era una época en que hacía grandes ampliaciones en blanco y negro. La composición es una cuestión de pesos y medidas. Cuál es la cantidad de terreno (el peso gráfico de negros y grises) que se necesita para establecer unidad en la imagen entre la mitad derecha y la zona izquierda, donde se apiñan, pero no se molestan, el barro, las roderas, los brillos del agua y la figura humana? En este caso, el terreno de la derecha y el encuadre total se estiran más y más, hasta que la balanza de la imagen se equilibra y se compone. Una fotografía singularmente original, el horizonte de un horizonte.

Luisma, Maypearl TX                        1 de Febrero del 2021

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LA PLAZA MAYOR

“Nocturno 1972” Plaza Mayor, Salamanca (Rolleiflex 6X6 Kodak-TriX) Photography: luisjimenezridruejo.com

“Nocturno 1972” Plaza Mayor, Salamanca (Rolleiflex 6X6 Kodak-TriX)         Photography:luisjimenezridruejo.com        

“La Plaza Mayor” es una pieza escrita hace veinte años, cuando ya llevaba una década viviendo en E.E.U.U.  A modo de pincelada autobiográfica, se incluía en el programa de la presentación de un trabajo fotográfico, usando imágenes de Downtown Houston, celebrada en el auditórium de la Facultad de Arquitectura. Ahora la recupero para hacer el cometido de Blogiversary Post (20 años) y Cumpleaños de Fotografia Digital.

 

Salamanca.  La Plaza Mayor. Hay cosas que no cambian, ni para peor, ni para mejor…si dejara de zumbar y girar se acabaría el mundo, y como diría el torero gitano: “Lo que no puede ser, generalmente, es imposible.” Hoy, no importa cuántos años después, huele a puro, a día de corrida, a cinco en punto de la tarde, aunque la luz ya se escape por las cresterías del Arco de la Sangre, el lado de la Plaza en el que nací…diez minutos más y hubiera nacido en medio de todo; entonces tenía jardines en el centro y hasta flores de vez en cuando. Pero la luz solo hace como que se va, una se va y otra viene, igualito que las mujeres…al fin y al cabo, ellas son la luz.

El crepúsculo en la Plaza es tan lento como un desfile de cojos…y así es mejor, porque el orgasmo es más duradero. Tengo almacenados en el estante de los recuerdos recuperables la mayoría de las memorias, estéticas y de las otras, ocurridas en este perímetro mágico. Hace cincuenta y cinco años, en un día de marzo como este, nací en el número cinco, primer piso, de esa casa con balcones a la Plaza. Fue sucesivamente: vivienda, almacén de telas y alfombras, oficina, refugio de soledades, estudio de pintura, de decoración, de fotografía…y hasta granja de pollos! (pero esa es otra historia ).

Mi primer recuerdo vívido es ver amanecer en el otro lateral del cuadrángulo, desde mi balcón corrido…la luz bajando e iluminando la piedra fregadera, dorada por miles de soles…tercer piso, segundo piso, primer piso, los arcos y la gente, la gente de esas horas, los basureros, el ruido de sus escobillas y las tapas metálicas de los recogedores, casi música de jazz en extraña síncopa…y el olor fresco del riego reciente.

El segundo, o quizá en desorden, la Plaza henchida de gentes que vitoreaban a Franco. La mirada se me iba de los militares armados, que cubrían la carrera, al balcón del Ayuntamiento…para descubrir a mi padre entre los que lo llenaban. No recuerdo la llegada del ínclito caudillo, solo recuerdo el ruido estentóreo de las motos y las sirenas, el sonido seco y duro de las culatas de los mosquetones sobre el suelo, a las voces de: presenten!– armas!…y miedo, no sé porqué, sentí miedo.

Casi el mismo miedo que sentía en otro de mis momentos almacenados en la memoria…los momentos previos a la entrada en la Plaza de las procesiones de Semana Santa, con aquellos ” pasos ” que se me antojaban terroríficos, aquellas rítmicas cornetas y tambores, aquellos penitentes descalzos, los capuchones, la luz bailante de las velas, la proyección de las sombras magnificadas en las fachadas…y un silencio, a veces, casi masticable.

Se está haciendo de noche pero yo sigo, ya con mi segundo café con helado, esos “blanco y negro”, perpetuum mobile de mis asentamientos en las terrazas de la plaza… A la plaza yo siempre he venido a tomar café, cualquiera que fuera la hora, y son las siete y media…” que, a más de una hora, señora, las siete y media es un juego…” y en realidad  lo es, un juego mágico, un juego relajante, un juego con un solo y maravilloso premio: el bienestar…paso previo y necesario para un momento de felicidad.

Alehop! …y el prodigio se ha realizado, la magia de la plaza en acción!  Primero las farolas del suelo, luego las de los arcos, la luz interior, y por fin la de las paredes… Qué barbaridad ! Qué manera de llamar a las churriguerescas fachadas…donde hay confianza, da asco!

Hágase la luz!

Y la plaza toma un nivel diferente, un cariz dieciochesco, en cualquier momento puede aparecer algún embozado, bueno, al fin y al cabo, estamos en carnaval, no tendría nada de particular.

Volvamos a los recuerdos…si me dejan los tres americanitos sentados en la mesa de mi izquierda, diciendo bobadas  e  inexactitudes…casi tan bobos como el idiota del teléfono móvil, de a mi derecha, empeñado en gritarle al aparatito…No pueden conmigo, son más fuertes mis recuerdos.

El tercero, o mejor ya no llevo más la cuenta…son tantos! 31 de diciembre de 1.979, en el amanecer del año ochenta—ya más de veinte años!—John Hyde, inglés, pitañoso, cuasi albino, medio ciego, y fotógrafo ( ! ), amigo silencioso y dueño de un alma cándida, por entonces con una novia que me gustaba casi más que a él…olvidando momentáneamente su educación anglosajona, empeñado en lanzar botellas de champán (vacías, claro está! ) al aire, para fotografiarlas al reventar contra el suelo enlosado de la plaza…para momentos más tarde, y como vulgares faquires, tendernos sobre los cascotes de cristal en el punto medio exacto y poder ver, única manera de hacerlo, las cuatro fachadas de la plaza, al mismo tiempo y de un solo golpe de vista. Todavía conservo una cicatriz en el cogote y una sesgada remembranza de la bronca que me llevé al volver a casa, tarde…o pronto, según se mire…bastante borracho y con la espalda ensangrentada. En aquel tiempo, ya estaba casado, en primeras nupcias…pero esa es otra historia.

Recuerdos…recuerdos…mi primer y único accidente automovilístico, conduciendo yo, fue en el lateral de la cafetería Altamira, donde se sentaban los de izquierdas. Las mujeres de izquierdas han sido siempre más atractivas que las de derechas y sé que al decir esto algún golpe me voy a llevar, pero como estoy tan lejos lo más que pueden hacer es reírse de mi afirmación y, si acaso, entrar en dura y cruda diatriba, con pelos y señales y preconizando campeonas por cada parte…la sangre no llegará al rio, estamos todos y todas ya muy mayores…en otro tiempo hubieran salido a la palestra las navajas barberas y las lenguas viperinas… Volviendo al accidente…entonces, se podía entrar con los coches y circular por toda la plaza, entrando por el arco de Zamora o por el de la Rúa, el del Gran Hotel tenía, y tiene, escalinata—lo que no era obstáculo para algunos—y saliendo por el Prior, San Martín, o la calle Toro, antes Generalísimo Franco, antes Toro…como les gusta decir a algunos salmantinos.

Bueno, pues el accidente no fue ni muy espectacular, ni sangriento, excepto para mi vergüenza y mi sentido del ridículo. Yo iba camino del fútbol, a “sufrir” en el viejo campo del camino del cementerio, con su anglosajona tribuna de madera, pintada del mismo color gris que los aviones militares de la época y con sus altavoces desprendiendo continuamente, en previos y descansos, la música de las marchas americanas de John Philip Sousa y que para siempre, en mí, se quedaron como música deportiva. “El Calvario”, que así se llamaba…y que podía serlo para la sufrida afición local o para el equipo visitante, cuando soplaba el viento futbolístico a favor de los salmantinistas.

El caso es que en medio de la circulación por la plaza avisté una rubia magnífica, sentada en una mesa de la terraza del café Altamira, con sus piernas y su airoso y aireado peplo puestos al sol septembrino…era la nunca bien ponderada “Apostólica”, así la llamábamos mis compañeros de colegio y yo, un pedazo de mujer impresionante; su asistencia a la misa colegial de los domingos, vivía enfrente del colegio de los Maristas, convocaba una masa de “creyentes” enorme que solíamos colocarnos a los alcances de aquella hembra espectacular. Su “apostolado” fue grande y aquellos curitas, o hermanos, como se les llamaba, nunca supieron cuál era la razón de tan gran asistencia al oficio sagrado.

 En fin, que admirando a nuestra misionera no advertí que el tráfico se había detenido y empotré el morro del sufrido Renault 4-L ( el “cuatro latas” ) del negocio de mi padre, con su publicidad en el lateral de las puertas y de un “discreto” color amarillo chillón, para más I.N.R.I. de mi crucifixión pública, hundiendo lamentablemente y con gran estrépito el parachoques trasero del coche que me precedía…y para mayor escarnio y ridículo, los circunstantes de la terraza, que se habían apercibido de mi despiste y su razón, me dedicaron un rechiflante y sonoro aplauso, a más de algunos irónicos comentarios cuando me apeé del coche para hacer la diligencias de rigor con el otro automovilista…

Ah! Mi Plaza…cuantos recuerdos, cuantos colores, cuantos amores, cuantos olores, cuantos momentos…los malos no los recuerdo, si es que los hubo…solo los buenos, los bellos, las luces de las diferentes horas, los ratos con los diferentes amigos, los brillos en los ojos de las diferentes mujeres…cuántas? No lo sé, pero podría desgranar los nombres como las cuentas de un rosario…al menos las más importantes…las Padre Nuestro, aunque hubo también muchas Ave Marías… 

Y el aire de la plaza!  Ese aire y ese olor a rincón de burladero, unas veces, y a fresca elevación de rocío mañanero, otras…olor  a copas nocturnas, a etapa previa del sexo, olor a embrujo femenino, besos en sombra, olor y sabor del deseo.

Que es el recuerdo, sino volver a vivir?

La plaza no es para cerrar los ojos y pensar, es para abrirlos y contemplar…la vida pasa por ella y yo siempre vuelvo a ella, novia perfecta. Pero la plaza puede ser también hombres, amigos, compañeros, algunos que ya no están, Pepe, Carlos, John…domingos de chorizo y vino, amistad y alguna que otra fotografía, disfraz de la felicidad…

Y en el colmo del disfraz, la Plaza…ella puede ser muy suya, muy especial, única…

“La Plaza en un antiguo grabado de tauromaquia.”

“La Plaza en un antiguo grabado de tauromaquia.”

Disfrazada de plaza de toros, aunque el momento fuera memorable, una corrida nocturna con todos los pronunciamientos…me quedo el brillo de las cien mil lentejuelas…hubiera preferido la magia de una corrida del siglo XVIII, con sus alanceadores sin peto, sus banderilleros desdentados y de faca en la faja, sus diestros siniestros, de atormentados pasados y peores futuros… el público, más o menos, sería el mismo, el mismo que me rodea ahora…la gran variedad de gentes que puede concurrir a esta plaza…y esa variedad salmantina, especie lamentablemente en extinción, los del toro, autentica ganadería de ganaderos, “aristócratas” con fama de ” no dar  ni chapa “, siempre dispuestos al toro, al cerdo, y al cordero en sacrificio…hablando, entre café y café, de atormentados pasados y peores futuros, dinosaurios con escamas quitinosas y ya ni siquiera embestidas peligrosas…

Aquellas corridas—que pena ser tan moderno!—con tablados sin casi burladeros, aquellos mantones y colgaduras en los balcones de la plaza, aquella atmósfera, seguramente acre, aquellas mujeres gordezuelas de los viejos grabados, resignadas a papeles secundarios; entonces la fiesta de toros era un desafío masculino de torvos personajes que aprovechaban la fama del matador y sus acciones para justificar una triste imitativa, no tan diferente de la actual con los divos de la canción moderna o la de algunos personajes de la vida pública…

Alguna vez, incluso, se pretendió… pero la Plaza nunca fue foro político, aunque hasta crímenes políticos se han celebrado en ella…político o no, un crimen es un crimen…descansa en paz, espero, el alma del alcalde republicano Bravo ( su apellido le perdió, probablemente ) que fue toreado, banderilleado y muerto a estoque, a manos de falangistas a mediados de 1.936…en pleno centro de la plaza, una de las memorias más indignas de ella que conozco; quizá si la unimos a algún posible “ajusticiamiento” en épocas anteriores, las de candil y velón…y parece mentira que la palabra justicia se emplee para ser blandida por el hacha o por el “garrote vil” del verdugo.

Digo…no recuerdo grandes mítines, solo conciertos, teatros, movidas de la diversión. En Salamanca no se ha hecho política publica desde que Fray Luis de León dijo lo de: “decíamos ayer”…el resto han sido asonadas de pronóstico leve y reuniones “familiares”. Ni Tianamen, ni Trafalgar, la Plaza Mayor de Salamanca es otra cosa…

La Plaza nunca ha tenido artistas especializados en ella, es tan bella en su propio ser que el clasicismo no puede con el castizismo y a la vanguardia lo que le gusta es andar, o sentirse, o sentarse en ella…pero inmortalizarla, ella ya lo es de por sí.

“La espera.” Photo by José Nuñez Larraz.

“La espera.” Photo by José Nuñez Larraz.

Si acaso, los fotógrafos se han atrevido con su facies, con variopinto éxito. Pintores y escultores han rehuido el enfrentamiento. Eso sí, poetas, cantores, historiadores, cronistas…más o menos acertados con su referente, de esos ha tenido unos cuantos y me temo que los seguirá habiendo. La veda de cantar a la Plaza Mayor siempre ha estado abierta… sedante para hipertensos e hidromiel para el emigrante…con solo unas horas en ella se le curan a uno todas las neuras que la ausencia produce.

Esa plaza que zumba y gira, centro de la apacibilidad tan gustada…la que decía Cervantes: ” Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado” …aunque ayer me explicaba el inefable José Luis Cascajo (al que su apellido no le hace justicia, pues se conserva muy bien y con gran humor) que, para vivir en Salamanca, hacía falta ser franciscano o, por lo menos, tener un sentido ascético de la existencia.                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

Tú—mi Plaza—que has visto el correr de mis días en dirección a la arruga, que no es tan bella como pretenden, sobre todo los que ya han caído en ella. Tú, que las arrugas te respetan, que te mantienes lisa y rozagante, como moza del Zurgén, el peor arroyo del mundo, si exceptuamos al Manzanares…al fin y al cabo, las mozas del Zurgén pueden pasear por ti, las del Manzanares tienen que contentarse con una plaza de “segunda”.

Tú, a quien los siglos también respetan, siempre que algún tonto politicastro, aliado con algún estulto diseñador de aparcamientos subterráneos no se empeñe en hacerte tambalear, guárdate para mí como novia temprana o como mujer gitana, no permitas que te toquen y, siempre, cuando vuelva a ti, bésame como si fuera la primera vez y hazme el amor con tus recuerdos.

Aunque me acueste de vez en cuando con la del Duomo de Florencia, que no deja de ser una amante—esas italianas!—te seré fiel toda la vida y volveré a ti, siempre que me lo pidas o se me resbale la lágrima interior.

Todas las demás plazas…no cuentan.

Luisma en 1973, con la Rollei y la Pentax. Photo by José Nuñez Larraz.

Luisma en 1973, con la Rollei y la Pentax. Photo by José Nuñez Larraz.

Luis M. Jiménez-Ridruejo.- Houston, Marzo del 1999. (Corregida en Maypearl, Texas en 2020.)

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Viaje a Inglaterra (Durham)

“…en lo alto de la colina, donde ahora están el Castillo Normando y la                                       Catedral…” (Image by: thisisdurham.com)

“…en lo alto de la colina, donde ahora están el Castillo Normando y la Catedral…” (Image by: thisisdurham.com)

En tiempos de pandemia lo suyo es escribir de viajes y, por tanto, rememorarlos. Huidas de la realidad, si es posible. Leyendo mi post anterior sobre Londres, parecería que no soy muy admirador de la capital del UK. Y, es así, no es santo de mi devoción. Prefiero NY, Paris, Madrid, Roma, incluso Viena. Todas estas ciudades son “iguales”, excepción hecha de los ‘monumentos’ más significativos. Y la salvedad de New York—distinta a todas—que es la capital del mundo. Todas intentan hacer mímica al espejo de La Gran Manzana. Salir de Londres en tren, camino de Durham, es un alivio. Sabes que tienes unas horas de traqueteo, para “cambiar el chip”.  Se trataba de descubrir y recordar un viejo sueño: hollar los blandos verdes y pisar, a mansalva, los adoquines de La Pérfida Albión (repito, los clichés tienen sobre mí un enorme poder balsámico). Zambullirme en el “country” inglés, con mi idioma—allí le dicen apaisanado o paleto—bien afilado en “Las Colonias”, y tratar de pasar desapercibido como heredero fiel de La Armada. El caso es que, a las veinticuatro horas de llegar a Inglaterra, empujé Londres hasta el tramo final de mi viaje y me fui a Durham, en busca de B. y de otros paisajes, otras historias.

La estación del tren, King Cross, era una antigualla, monumento al ladrillo y que olía a eso, a viejo ladrillo, mojado desde mediados del siglo XIX; rodeada de vallas de obra que tapaban calles descarnadas, con el particular aroma ácido de los subterráneos removidos. Nada maravilloso hasta salir el tren a campo abierto, después de los suburbios inacabables del norte de la City. Aire fresco y lluvia, siempre lluvia, tamborileando las ventanillas del tren. Cuando llegas a las Islas, te ponen una nube encima, que te acompaña a todas partes donde vas, día y noche. ¡Como a Mafalda, pobre!  Quizás por eso tengo una visión borrosa y gris del “country” inglés. Un cliché más. Llegar a la ciudad es como llegar a una película de Harry Potter, saltando por el empedrado y acariciando los líquenes de los muros; de hecho, una buena parte de sus películas está rodada allí. El Gran Hall del Colegio Hogwarts y su claustro son, a su vez, interiores de la catedral de Durham. Me doy cuenta de tener sensaciones extrañas, una mezcla entre Santiago de Compostela y Segovia. Una ciudad-catedral—el área también tiene acueducto y puentes romanos—con esas calles estrechas y tortuosas de las poblaciones medievales. Tengo la impresión de que, de un momento a otro, una partida de a caballo va a embocar la rúa, sacando chispas de las piedras y reflejos de las cotas de malla. Todo muy cinematográfico, o más al día: muy televisivo.

The Hadrian’s Wall.  “…hollar los blandos verdes…a caballo entre Inglaterra y Escocia…un paisaje delicioso…” (Photography: Rick Steves)

The Hadrian’s Wall. “…hollar los blandos verdes…a caballo entre Inglaterra y Escocia…un paisaje delicioso…” (Photography: Rick Steves)

La historia de los orígenes de la ciudad también ayuda a la similitud, con su grupo de monjes que se asientan en lo alto de la colina, donde ahora están el Castillo Normando y la Catedral, y dejan de “mover”, de un lado para otro, el esqueleto-reliquia de Saint Cuthbert, como si fuera un Santiago británico. Ciudad de peregrinaje medieval, su historia parece sacada de una novela de Ken Follett, ¿o será al revés?  Con sus Señores-Obispos, de poderes omnímodos, que, con una mitra como corona, ascienden a la categoría de Príncipes-Obispos. Extraño sitio, a caballo entre Inglaterra y Escocia—nunca mejor dicho—, con sus industrias principales, ya obsoletas: minerías de carbón, fábricas de mostaza y sobre todo de alfombras. Al presente, solo le queda la Universidad y el turismo. Una península delimitada por un meandro del rio Tyne, un paisaje delicioso. Residencias estudiantiles o de postgraduados que son viejos castillos apañados para el efecto; con habitaciones grandes y altas de techos, ventanas ojivales que dan a precipicios del roquedal de asiento, sobre unos fosos que devuelven el eco de mis interjecciones en lengua castellana. ¡Que diferentes de los secos y caliginosos castillos de mi Castilla!

Llegar por la tarde, ya vencida y casi sin luz natural, a una catedral post-románica y pre-gótica, es como entrar en una sala de cine, un poco antes de empezar la película, en medio de un silencio ensordecedor. Si se ve, o no se ve, dentro de la catedral, es patrimonio de las sombras, si estas se mueven o no, una cuestión de imaginar la historia acumulada entre esos muros que huelen a centurias remotas. Las vidrieras empiezan a dar la transparencia hacia afuera, con la luz de cuatro velas. Parece que algo esté pasando, allí dentro, aunque no haya nadie. Empujo, a la vez que entro despacio por una puerta inscrita en el portalón, el que solo se abre en las grandes ocasiones. Busco un asiento detrás de una de las enormes columnas. La obscuridad se va condensando conforme te acercas al fondo de la bancada. Dos cabezadas y la siesta te gana, acompañando la eternidad de los que “reposan” bajo estas bóvedas.

“Jozef Boruwlaski, ‘El pequeño Conde’, violinista…tan solo 99 cm.” (Grabado. Wkp)

“Jozef Boruwlaski, ‘El pequeño Conde’, violinista…tan solo 99 cm.” (Grabado. Wkp)

Algunos, si no famosos, al menos son destacables. Saint Cuthbert, harto de merodear, por toda la Gran Bretaña, con su piquete de monjes negociantes, de osario a santuario, acaba en esta catedral, con su esqueleto entero, sin despieces. En aquellas calendas, las reliquias santorales eran un buen objeto de lucro. Un sueño eterno cuajado de turistas vistos desde su privilegiada posición: pisado por todo el mundo, como Carlos V en Yuste. Al fondo y ya sin velas, el nicho del Venerable San Beda, historiador de lo anglosajón, único inglés Doctor de la Iglesia Católica. Buen comedor, la obesidad no impide la santidad. Y en la capilla de los Nueve Altares, el más inopinado enterramiento, el de un minúsculo personaje polaco: Jozef Boruwlaski, un caso singular. Llamado: “El pequeño Conde”, violinista, guitarrista, y reputado como el último “enano de Corte” en el siglo XIX. Murió a los 97 años, midiendo tan solo 99 cm. A su lado y haciendo su amistad personal eterna, un famoso actor de la época: Stephen Kemble. Un hombrón de casi dos metros.

Me despierto despacio de un sueño que evoca a estos personajes. Tres bancos delante de mí, ajenos a mi presencia, una pareja joven se besa apasionadamente, su tejemaneje parece que es algo más que eso. Imagino que saben a qué soledad venían.  Me vuelvo a dormir cansado, no sé cuánto tiempo; en realidad, yo no debería estar aquí. Cuando vuelvo en mí oigo, en el otro fondo de la nave, un canturreo quedo. Es una sombra monacal con capucha, trajinando con un atril de velas encendidas. Al fondo, un rosetón de luz azul claro-obscura, me indica que ya es noche casi cerrada. Me deslizo silenciosamente por la puerta al exterior. Ya no llueve y las luces blanquecinas me arrastran a una calle con aparente tráfico. Huele a obrador de pastelería, que no sé de donde viene, es una calle sin escaparates. Dentro de este desangelado pub, donde he quedado y espero, no hay nadie y no tengo claro si es que es muy pronto, o muy tarde.

“…una sombra en traje talar, con una cruz votiva en ristre, encabezando…es una procesión!”  (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“…una sombra en traje talar, con una cruz votiva en ristre, encabezando…es una procesión!” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

 Sentado en un rincón, mirando al exterior por las ventanas cuadriculadas, miro la calle cuesta abajo, de pavés empapado. Pequeños regueros de agua se deslizan, devolviendo brillos a las luces mortecinas. Al pronto de una bocacalle lateral sale una sombra en traje talar, con una cruz votiva en ristre, encabezando…es una procesión!  El desfile, gente de negro y mujeres con velo, rodea unos portadores con un féretro…es un entierro!  El ataúd está cubierto por una bandera blanca, familiar, en el centro un escudo redondo con las siglas -Mcf – cruzadas por una banda diagonal morada, y encima una corona real (!?). Extraña patria, extraños himnos silentes. Las notas cadenciosas de dos chirimías y un fagot acompañan el final del cortejo que se esfuma calle adelante. El camarero me informa que se trataba de un turista encontrado en la catedral esta mañana. Me doy cuenta, espantado, y perturbado tratando de divisar las sombras que se escapan a lo lejos… Había asistido a mi propio entierro!

Alguien me mira, inquisitivamente, desde la puerta medio abierta del pub. Viene hacia mí, con una sonrisa enigmática. Es B., la gallega de Durham. Pero esa es otra historia…

Luisma, Maypearl TX                    15 de Noviembre del 2020

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Viaje a Inglaterra (Aires de Londres)

“… la Noria dichosa, que más que un ojo es un lunar…”

“… la Noria dichosa, que más que un ojo es un lunar…”

Nunca había escrito nada de mi primer viaje a Inglaterra, con el que rematé mis aventuras del siglo XX y de paso contacté con el territorio original de lo anglosajón. Simplemente, quizás por culpa del idioma, nunca se me había ocurrido saltar el Canal de La Mancha. Francófilo y francófono, para mí Europa empezaba en los Pirineos y, por el oeste, acababa en Normandía. Un montón de años después, tras casi una década en los USA, mi ‘proficiencia’ ya estaba lista para intentar conducir por la izquierda, beber “ale” y desayunar carne con mermelada. Atroz. Husmear la diferencia entre los súbditos del rey y los siervos de la democracia. Vagabundear, al fin, por el histórico territorio enemigo. Ah! La Pérfida Albión…(los clichés son como flotadores de playa, rosquillas de caucho). De que flecos del Imperio Británico habían sacado la idea para el Imperio Americano, aquellos Padres de la Patria, los Fundadores de los EEUU, que a este paso van a perder hasta lo de la Unión…

Siempre había intentado saber algo más de las Islas que lo propio, lo histórico, lo consuetudinario, pero la falta del idioma, resuelta cambiando la “grandeur” por esa lengua medio bárbara de la monarquía rara de los británicos—tan rara como la nuestra—me lo impidió, o nunca me catapultó allí. Los Tercios tampoco saltaron La Mancha, el Canal. Una pena. Leyendo en inglés lo que fue escrito en esa lengua, acabe hablándolo. ¡ Y ahora, hasta me gusta! Viendo letreros pintados en los tejados, mientras vuelo sobre los suburbios de Londres… Y en esto estaba pensando cuando, al pronto, después de largas horas atlánticas, salíamos de una nube e inmediatamente rodábamos por el “Tarmac” de Heathrow. Un Londres que me recibía lloviznando, para variar y para anunciarme todos los clichés habidos y por haber. El viento, un aullido musical, pero un aullido. Heathrow, un aeropuerto en obras, con olor a pescado y patatas fritas con mal aceite; en realidad encontré que Inglaterra entera estaba en obras, o sus señalizaciones. Me dijeron que es una costumbre, en verano, instaurada después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque a mí me pareció que estaban detenidas, quizás por falta de presupuesto. Pie a tierra y sigo con la obsesión del ‘no hacerme’ una foto con un “Beefeater” y otras muchas que acechan, en lontananza.

“ La Venus del Espejo, de Velázquez, la pintura que deja boquiabiertos a los espectadores anglosajones…” The National Gallery, London.

“ La Venus del Espejo, de Velázquez, la pintura que deja boquiabiertos a los espectadores anglosajones…” The National Gallery, London.

Después de mis primeras horas en el Londres más típico—seguía lloviznando, calabobos—paseando calles mojadas y riberas del Támesis, donde empezaba a insinuarse el “puré de guisantes”, que ya no permitía el disfrute del Puente y la Torre; y mucho menos el de la Noria dichosa, que más que un ojo es un lunar horrendo en el paisaje. Opte por callejear, City adentro, en busca de un hotel barato. Algo después y como seguía lloviendo, para variar, acordé conmigo mismo suspender el chapoteo callejero y al llegar a Trafalgar Square, decidí pedir un oportuno ‘asilo político’ en la National Gallery. Al fin y al cabo, era una de las razones principales de mi viaje a Londres: la visita, por fin en persona, a una ‘vieja’ amiga. La Venus del Espejo, de Velázquez, la pintura que deja boquiabiertos a los espectadores anglosajones, y no precisamente por sus obvias calidades pictóricas, que también. Dos horas de concentrado ‘voyeurismo’ colmaron mis expectativas, con un par de incursiones para saludar a Turner, que siempre anda ‘vendiendo’ paisajes, a punto de bruma, de sala en sala. Aquella noche pensé cuanto me hubiera gustado mirar por el ojo de la cerradura, aquellos posados; y que la modelo hubiese sido, realmente, la pintora italiana Lavinia Triunfi.

En realidad, los aires londinenses son vientos, fríos y desangelados, casi siempre húmedos, como los caracteres de sus héroes: Cromwell, Nelson… Mi único héroe del enemigo histórico ha sido siempre Milord Wellesley, Duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo (con Grandeza de España), una rareza histórica, salmantino de adopción; a pesar del bombardeo de las textiles de Béjar y la Fábrica de Porcelanas, donde se le vio el rabo enroscado al inglés. “Nadie es perfecto”… como dice Joe E. Brown al final de “Con faldas y a lo loco”. Mi lista de insignes británicos es muy corta: Turner, el excéntrico, del cual, fuera de su pintura, sé poco. Bacon (era irlandés), otro raro; hispanista ganado para la causa, con los tintos de Cariñena, y los blancos de Riscal. No sé si nos legó, nacionalmente, alguno de sus cuadros. Deudas morales. Ya sé que este soporte no da para recuperar Gibraltar, ni para cogerle el gusto a dormir en las húmedas camas inglesas. Hablando del diablo… De la mujer británica, de momento ni comentario. Ninguna de la que tenga un buen recuerdo. Ni malo, tampoco. Algo es algo.

“Arturo de Wellesley. Duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo. Grande de España.”                     Retrato al óleo por Thomas Lawrence, 1815-16.

“Arturo de Wellesley. Duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo. Grande de España.” Retrato al óleo por Thomas Lawrence, 1815-16.

Y aquí entra la explicación de la ‘verdadera’ razón de este viaje a las Islas. Verme con B., una española estudiando y viviendo en Inglaterra, un amor “por Internet” en los tiempos de: “con sonido (telefónico), pero sin cámara.”  Algo impensable, hoy día. Pero, ese es otro cantar, es la otra parte de aquel primer viaje a Inglaterra. Las jornadas resumidas en dos ciudades y cuatro horas de tren, cruzando el país de sur a norte, de la desembocadura del Támesis a Durham, en la frontera con Escocia. Tentaciones de detenerme en Oxford, sobrepasadas por el apremio de reencontrarme con B., mucho más fuerte que la atracción oxoniense. No la veía desde que ‘descubrimos el pastel y nos conocimos’ pasando unos días juntos en la ciudad de USA más “fea” que conozco: St. Louis (Missouri); durante una escala de un viaje académico, de vuelta desde California a Inglaterra, organizada, precisamente para ello,‘conocernos‘ después de tres años de Internet.

Durham, ciudad todavía inglesa, aunque teñida de colores escoceses, tan cercanos ya en el ‘muro romano’ (Hadrian’s Wall) y a tiro de cañon de las gélidas playas del Mar del Norte, perdedero de la Armada Invencible… Durham, será el próximo ‘post’ de este viaje inglés.

Luisma, Maypearl TX                  3 de Noviembre del 2020.

 

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New York City

“El puente de Brooklyn y Manhattan” Vista desde el Promenade en Brooklyn Heights. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“El puente de Brooklyn y Manhattan” Vista desde el Promenade en Brooklyn Heights. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Hace cuatro o cinco años que no voy a New York, y ya voy echando de menos la ciudad, la capital del mundo, se pongan como se pongan los que se pongan. Lo digo con conocimiento de causa, después de muchos viajes y mucho patear sus calles y sus barrios, los parques y los jardines más recónditos, todos esos sitios de las mejores fotos.  Nada que ver con los circuitos turísticos, aunque también los haya usado, y algunos hasta tengan su gracia. Echo de menos Brooklyn y sobre todo Manhattan, aunque parezca una obviedad, pero es que son las partes que mejor conozco. Sus sensaciones están grabadas a perpetuidad en mi memoria y una de ellas —extraño, sí— la sensación de familiaridad, solo sentida al circular por los “cañones” profundos de la tercera o de la séptima avenida; la sensación de no poder ver el cielo, el horizonte es siempre alto, estratosférico. En New York el cielo casi no existe, a no ser que estés tumbado en la hierba de Central Park. O agarrado a la barandilla de la terraza del Promenade en Brooklyn Heights; tipismos aparte, esta vista es el retrato más poderoso que se puede hacer: el alma de la City.

New York, la ciudad donde los grises son un arte y una salvación” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

New York, la ciudad donde los grises son un arte y una salvación” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Y los puentes, siempre los puentes, todos los puentes. Cientos, hasta los más pequeños, incluso los que no están sobre corrientes de agua, sino a menudo sobre barrios enteros, puentes de andar y puentes de <Metro> sobre áticos, tejados y terrazas, estas algunas veces con restos de mobiliario, cubiertos simplemente con lonas. Palomares y hasta gallineros, rematados por los cilíndricos, y encapuchados cónicos, depósitos metálicos de agua. Y escaleras y escalerillas que no conducen a ninguna parte, aparentemente, si acaso al cielo. Y grafitis por todas partes y en los sitios más impensables y difíciles de alcanzar, peligrosos. La ciudad donde los grises son un arte y una salvación. Acostumbrado a los puentes romanos de piedra y silenciosa vida eterna; las piedras viejas y fotogénicas, como las llamaba el siempre recordado Pepe Núñez; los puentes americanos, casi siempre metálicos, tienen un ser especial: los huecos silbantes melodiosos. En New York los puentes tienen música, la música de la vida.

“New York, 1980” Photography by Ernst Haas.

“New York, 1980” Photography by Ernst Haas.

Para explicar New York a los neófitos de su culto, uso siempre y dependiendo del día, los museos y los olores de la ciudad, a más de alguna icónica foto de Ernst Hass, esto siempre es bueno para afirmar su color. De los museos neoyorkinos, está casi todo dicho y diariamente ratificado, la ciudad es una caja de variopintos museos, la abres y salen toda clase de ellos. Tiene cien museos, sin contar los no acreditados oficialmente, colecciones privadas visitables solo por “recomendación.” Algunos de estos he visto. El campeón, el número uno es el MoMA (Museum of Modern Art), impecable, magnifico, insustituible, ejemplar, señero. Diseñado y reformado sucesivamente por, entre otros, Philip Johnson, Cesar Pelli y Y. Taniguchi, solamente hay que citar: tres millones de visitantes al año, y está dicho “casi” todo. Uno de los pocos museos del mundo donde el público es parte de la exhibición. ¡Más de 8000 visitantes diarios! Los viernes, después de las 5:30, visitas gratis. ¡Modélico! Y el “gran público” se extraña de que todos los artistas queramos ser uno de los 90000 en colección, a cualquier precio, e incluso por donación, tan difícil como el regalo. Oh! Valhalla inaccesible!

MoMA (The Museum of Modern Art)__11W 53rd St, New York, NY 10019 (Photography: luisjimenezridruejo.com)

MoMA (The Museum of Modern Art)__11W 53rd St, New York, NY 10019 (Photography: luisjimenezridruejo.com)

A mí, New York me huele bien, son los múltiples aromas definitorios de la City que me hacen olvidar otros fétidos, incluidos los de la corrupción política. Para muestra, valgan un par de botones. Olores ambientales de las calles; salir o entrar, con la bufarada de aire, en una estación de <Metro> en Manhattan a cualquier hora, olor a almendras garrapiñadas, recién cocinadas. Olor familiar que se mantiene en la ropa hasta que subes en un ascensor y el soplido de su hueco lo succiona. Y luego, está el olor eterno a pizza en las calles de “La Pequeña Italia” mezclado con los olores múltiples y pegajosos de las tiendas de ultramarinos, especias y condimentos, en su mayoría “falsamente” italianos, recriados en granjas de estados del Medio Oeste o México; aceites españoles embotellados por marcas italianas y olores a humo de panaderías, que son siempre francesas, aunque regentadas por emigrantes rusos y polacos. Olores que se propagan en pomos hasta el Bronx y el más allá. En las calles “hacia arriba” de la 42, las callejas traseras disparan por sus ventiladores un único y mismo olor a cocina, sea cual sea la etnia o la especialidad del restaurante. Los olores son nostálgicos, sobre todo los de cocina. Increíble la mezcla de efluvios, el olor lígrimo a la ciudad de New York.

“El MoMA, uno de los pocos museos del mundo donde el público es parte de la exhibición” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“El MoMA, uno de los pocos museos del mundo donde el público es parte de la exhibición” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Son tantas las cosas que se echan de menos que la única idea sería: una macro síntesis diversificada—ya sé, tal cosa no existe, es una parida—pero la idea está bastante clara: unas cuantas sensaciones y detalles en el recuerdo. Contemplar los vapores humeantes de las cloacas, sobre todo si llueve o nieva; levantar la vista al paisaje acústico, estruendoso de ruidos motorizados sinfónicos; viento de cornisas, madera y metal de coches, percusión de marras y sirenas de policía, ambulancias y bomberos, sinfonía sin solución de continuidad. Agradable o no, a la larga, eso ya es harina de otro costal. Ruidosa, los ruidos vienen de abajo, de los “adentros”, del vientre apocalíptico, entrañas suburbanas; o de arriba, del retumbe de los “altos”, estilizados farallones de cemento y cristal. New York es una ciudad siempre en obras, tomándose contínuamente el pulso a sí misma. Manhattan, a fecha de hoy: 1500 fachadas de edificios en reparación. Me gusta estar allí, pero nunca más de quince días seguidos y tampoco al cambio de estaciones. Realmente, no podría vivir “de quieto” en esa ciudad monstruosa, a la que adoro y que puede llegar a asfixiarte, como una mala novia con sus exigencias. Lo mejor para no olvidarla, algo difícil, si no imposible: las representaciones cinematográficas; ecos del movimiento y riego de refresco y mantenimiento en la maceta cerebral.

New York es una ciudad para hacer miles de fotografías, o ninguna. Puedes, simplemente, quedarte con esas imágenes entradas por el ojo, que todavía es la mejor lente fotográfica que tenemos. Imágenes mentales indelebles, procesadas y fijadas entre la cabeza y el corazón, con impulsos eléctricos de ‘perpetuum mobile’… New York City, una ciudad de recuerdos exactos.

Luisma, Maypearl TX            3 de Febrero del 2020

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50 años después… y quinientos antes (Notas para la celebración de medio siglo del viaje a la Luna del Apolo 11)

Misión Apolo 11. Comandante Neil Armstrong y pilotos Buzz Aldrin y Michael Collins

Misión Apolo 11. Comandante Neil Armstrong y pilotos astronautas Buzz Aldrin y Michael Collins

Camina lentamente, el paso acompasado a las notas de las vihuelas y caramillos; inhiesto, aunque no marcial, cojea ligeramente, este es, por fin el momento de una vida, buscado sin tregua. Toda la nobleza, apresurada a estar en Sevilla, abriendo calle al ayer nombrado Almirante de Castilla y de la Mar Océana. El señor Don Cristóbal Colón, también otorgado ayer: Duque de Veragua, de ver mucha agua, ha concitado a todo el mundo, desde hoy el Viejo Mundo. Bajo los altos cruceros de la Catedral de Sevilla, es el Tedeum de la católica Reina Isabel, celebración del primer viaje a América. Han pasado quinientos años, desde los también altos cruceros de Manhattan se abre paso, lentamente, la gran comitiva de automóviles descapotables que exhibe al Almirante del Mar de la Tranquilidad y del Gran Espacio Exterior: Astronauta Neil Armstrong y a los pilotos astronautas Aldrin y Collins, modernos hermanos Pinzón. Como aquellos cosmonautas, caen volando desde las alturas miles y miles de papelillos revoloteando, es la “ticker-tape parade”, la celebración a la americana del primer viaje a la Luna. El Nuevo Mundo se hizo Viejo ese día. ¿Que otros mundos, aunque sean vacíos, faltan por celebrar?

Fueron dos viajes muy arriesgados, similares, hacia lo desconocido—lo único a lo que tenemos realmente miedo—el mundo y sus confines es para los audaces, el universo también. Durante las, más o menos, seis horas que dura la travesía hacia América en avión comercial, mirando allá abajo, las olas del Atlántico; uno se figura lo que debió ser la desolación en tantos días de navegación, de tanto ‘ver agua’. Al menos los tres astronautas del Apolo 11 sabían, casi todo, lo que les esperaba, aunque el más mínimo misterio era objeto de dudas corrosivas. Recuérdense los eternos minutos en el último escalón del Módulo Lunar, antes de decidirse a dar el primer paso en la Luna. Quizás todo era la realización de la inmensidad de la pequeñez humana, algo que siempre se nos olvida en otros momentos. Que ha cambiado desde aquella noche lunar frente a una pantalla de TV en blanco y negro, aparte del color? De repente, todo empezó a ser en color.

“ La Luna está vacía, pero es una magnífica desolación” (Buzz Aldrin)

“ La Luna está vacía, pero es una magnífica desolación” (Buzz Aldrin)

Las preocupaciones parece que vienen siendo las mismas o parecidas. Los navegantes de hace cinco siglos pendientes de la flotación en una cáscara de nuez. Los astronautas de ayer, pendientes del próximo ruido sin interpretación, entre los miles de cachivaches de la cápsula. Todos rodeados de espacios desconocidos, abismos insondables entonces, al igual que hoy, en un espacio exterior, y de medición tan ‘absurda’ como incomprensible, o diría mejor: inabarcable. El ritmo de las aguas batiendo incesantemente las bordas y el viento sacudiendo las jarcias y las velas; a poco que se suban tres pasos de una escala, se apercibe la sensación de estar en la cáscara de nuez. Y, en la noche no mirar a las olas, mirar a las estrellas. Quinientos años después, el silbido de un movimiento inapreciable a pesar de la velocidad, el crepitar de los números electrónicos de aquellas ventanillas de ordenador, simulando un motor impulsador inexistente. Ambas navegaciones sin referencias visuales. Solo las estrellas durante la noche. Solo las estrellas durante el día. Igual, pero no lo mismo. “…Y el mar dará a cada hombre una esperanza nueva, igual que el dormir trae sueños del hogar.” (Cristóbal Colón).

Son ya cincuenta años y parece mentira, como ha pasado el tiempo y no se ha vuelto a la Luna. Desde que terminó el programa Apolo, tampoco nadie ha querido ir más lejos. ¿Para qué?  Pareció mentira? Muchos hablan de conspiraciones, falsedades, puestas en escena, montaje televisivo. Hemos leído de todo, opiniones mil, fundadas o no, da igual. Fue una carrera muy dura y enconada con los soviéticos y esa pugna fue la verdadera razón de tal gasto extraordinario y posiblemente desproporcionado. Fue otro episodio de “La mía es más grande” y aquel espectáculo mundial costó, como decíamos en aquellas calendas: una millonada; incluso con cesiones de otros proyectos científicos a la carrera espacial. Se crearon, ya para los restos, auténticos equipos selectos de trabajo, nada que ver con lo deportivo y surgieron, como por ensalmo, historias de heroicidad que prendieron en los corazones de las gentes. Todo por dos horas, treinta y un minutos y cuarenta segundos de estancia en la superficie de la Luna, el tiempo de un partido de futbol, con prórroga…Aldrin dijo al echar pie a luna: “La Luna está vacía, pero es una magnífica desolación”… nada que me sorprendiese a mí, yo he estado muchas horas “en la luna”, y sin traje espacial.

“…tampoco nadie ha querido ir más lejos…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“…tampoco nadie ha querido ir más lejos…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Y si quinientos años antes era la melenita de D. Cristóbal, moda del tiempo en todos sus retratos, hace cincuenta era el “crew cut”(corte tripulación) de Mr. Neil Armstrong, comandante del Columbia, corte de pelo que, salvo en EEUU, se llama “a la americana”. El astronauta nació en Wapakoneta, Ohio. USA está lleno, por supuesto, de nombres indios en sus mapas, en este caso territorio de las tribus Otawa, Seneca y Shawnee. Una fábrica de mantequilla y una planta de neumáticos “Goodyear”, para los entonces tres mil habitantes. Tampoco me sorprende a mí que vivo en tierras de Waxahachie, Texas, indios Tonkawa y con la nación Apache muy cerca, en términos tejanos, realmente tres horas de coche o un día y medio a caballo, hasta sus límites, la nación Apache es casi tan grande como España. El principal atractivo de Mr. Neil era, qué tiempos aquellos, el ser un hombre calmado y tranquilo, a semejanza de Charles Lindbergh, el famoso piloto solitario. Eso fue lo que decidió que fuera el primer hombre en pisar la Luna. Eso y el hecho de ser un civil entre militares, una posición de imagen ante el mundo.

Fue una cuestión humana, la punta del iceberg, los que arriesgaron sus vidas fueron los tres astronautas. Una visita al museo Aire y Espacio en Washington D.C. ofrece una perspectiva muy clara y tangible de lo que fue aquella aventura; contemplar al mismo tiempo, el primer aeroplano de los hermanos Wright y el Módulo Lunar, a los que solo separan unos metros y 66 años. Armstrong, que como ellos era de Ohio, llevó hasta la Luna un pedazo de madera y tela de aquel aeroplano y los trajo de vuelta. Sin embargo, detrás de todo aquello, había 300 millones de americanos, 400.000 científicos, ingenieros, técnicos y trabajadores, y no solo eran americanos. En los puestos de decisión había mucha gente relativamente joven; en Misión Control Houston, la edad media era de 28 años, como pasa hoy día en los laboratorios y empresas de AI (Inteligencia Artificial) o en Robótica. La ciencia solía ser un señor con luengas barbas, pero ya no son blancas.

“…aunque el más mínimo misterio era objeto de dudas corrosivas…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“…aunque el más mínimo misterio era objeto de dudas corrosivas…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Armstrong apostó que las posibilidades de alunizar con éxito, eran solo “fifty/fifty” (el cincuenta por ciento), pero llegaron y estuvieron un día en la Luna, un poco más de dos horas en la superficie del satélite por excelencia, entrando y saliendo del LM. Pico y pala, cargaron un par de bolsas de roca lunar, tiraron unas cuantas fotos, merendarían, supongo. Un rato después, plantaron la bandera de EEUU, tan cerca del Módulo Lunar que el rebufo del motor de arranque, al terminar, la hizo caer, y con las prisas así quedó para los restos. Se volvieron para la Tierra, corriendo como alma que lleva el diablo. Una excursión un tanto costosa. La estimación de la cantidad de gente que vió, en directo por TV, el alunizaje en algún momento, fue de más de 600 millones de personas. Julio, calor, en 1969, en un bar de tele en blanco y negro, con una cerveza y una de patatas bravas. Todos los que teníamos uso de razón, tenemos alguna imagen de aquel día grabada para siempre en nuestra imaginación.

Luisma, Maypearl TX      2 de Septiembre del 2019

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En Democracia

Doña Democracia: "A mighty woman with a torch…”

Doña Democracia: “A mighty woman with a torch…”

En estos tiempos de palabras que nos llenan la boca cuando las pronunciamos, o cuando las expelemos, hay una—bueno, hay más de una—que nos pone los mofletes rellenos. Democracia, que le dicen. Palabra que a todo el mundo le encanta, incluso a los antidemócratas, que como su propio nombre indica y como si fueran champiñones, crecen en cualquier esquina, en todos los jardines. No hay nada más democrático que la estupidez. Está representada en todos los sectores y no discrimina a nadie. Vamos a ver…cuantos saben lo que es la democracia (incluso muchos de los que disfrutan de sus favores), hay números? ¿Cuál es la definición de democracia? De donde viene y, sobre todo, a donde va, ¿o a donde nos lleva?

De vez en cuando es bueno y saludable hacer este tipo de ejercicio simple de comprensión y “recuerdo” de lo que significa democracia. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, democracia viene del griego antiguo y literalmente quiere decir: gobierno del pueblo, o de la gente. Gobierno de la mayoría, comúnmente entendido. La palabra a través del latín y el francés ha llegado a los idiomas modernos. Claro que hay varios tipos de democracias, pero este no es el sujeto de lo que hoy estoy escribiendo. Estoy en América, hace ya la friolera de treinta años, viviendo esta democracia tan suya. Y esto me da una cierta ascendencia en el conocimiento. No es un conocimiento libresco sino de expectación y participación (votante) en las dos décadas de este siglo.

La democracia americana es un sistema de contrapesos de poder. El Congreso y el Senado se contrapesan entre sí. El Gobierno (La Casa Blanca) tiene el contrapeso a su poder por parte del Congreso y del Senado, los tres a su vez el contrapeso de los Jueces (El Tribunal Supremo). Todos ellos tienen, o deben tener, un gran respeto a la Constitución y vivir bajo la misma bandera: “The Old Glory”. Todo esto en el mejor de los mundos, el ideal. Congresistas, Senadores y presidente son elegidos personalmente y “si dicen alguna mentira son rechazados, pues si es mentiroso no puede ser buen gobernante o legislador.” Si tienen “graves problemas privados” también se le rechaza por el mismo motivo, que no es hipocresía. Suena infantil, cualquier niño puede entenderlo, pero es que es así de simple y fundamental. Y si no es de esa manera, el sistema no funciona y todo se resiente, el edificio democrático se desmorona.

“Manhattan, el sitio lleno de rascacielos en New York, con ese nombre que en realidad es el de una tribu india…”

“Manhattan, el sitio lleno de rascacielos en New York, con ese nombre que en realidad es el de una tribu india…” (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Hasta ahora, que ha aparecido, como por ensalmo, un pretendido “salvador de la patria.” Un tipo impresentable. La sociedad americana, con la Constitución y la Ley en la mano, los había rechazado como el cuerpo vivo rechaza los virus malignos. Hasta ahora. Hoy, y sin nada previsible, se nos ha descolgado del baúl de los recuerdos de siglos pasados, este necio (en ingles: “asinine”, obsérvese el parecido con algunas palabras en español) que, apoyado por sus turiferarios de cierto partido político, otrora respetable, parece estar poniendo faldas arriba a la democracia americana. Parece. Pero, en este país, históricamente “el que la hace, la paga” y la Democracia es una señora en apariencia miope, con largas faldas y una antorcha, que se oxida, pero solo cambia de color y que, tradicionalmente, se lame sus propias heridas. Hasta ahora.

El problema es que, al amparo de esta democracia, y en cantidades industriales, hay una innumerable cantidad de idiotas con mala leche, que cabe la estúpida posibilidad de que el tipo vuelva a ser elegido, o se apañe para lograrlo, para mantenerse en ello. El caso es que la democracia es la democracia, y un voto es un voto—nos guste, o no nos guste, ese voto. Y esto sí que hay que “mantenello y no enmendallo”, cueste lo que cueste. Es la base y el principio de todo el tinglado. “Nadie es perfecto”… y menos Doña Democracia, antiguamente llamada Miss Liberty, esa señora pintada de verde, que “nos” ilumina desde su isla, frente a Manhattan, el sitio lleno de rascacielos en New York, con ese nombre que en realidad es el de una tribu india, como tantas cosas en este país. Cosas de la vida…

Meme found on Twitter ca. July 2018

Meme found on Twitter ca. July 2018

En el castillo interior de esta dama ya entrada en años y ‘kilos’ (kilos de dinero), con una miopía cabalgante y un montón de problemas, algunos antiguos y otros modernos (pero casi siempre los mismos) todavía se vive muy bien, a pesar de los impuestos y a pesar de los pesares. ¿Donde nos lleva Doña Democracia, de la mano como a niños…a algún parque temático? …a algún mundo mejor? Desde hace cien años nos ha ido llevando o apacentando a donde ha querido, poniéndose mientras tanto gorda y lustrosa. A veces, tiene la tendencia, se sale de las vías, aunque casi nunca descarrila y como a los trenes eléctricos de juguete, de nuestra niñez, con un “empujoncito” se monta de nuevo en las vías y continua su camino. En los últimos tiempos, minutos de su vida real, ha empezado a perder peso, asediada por montones de pretendientes, que la traen a mal traer. Los ataques le vienen de todas las ‘esquinas’ de la rosa de los vientos, y aún no ha perdido un ápice de su poder de disuasión.

“...I lift my lamp beside the golden door.” (Photography by Luisjimenezridruejo.com)

“…I lift my lamp beside the golden door.” (Photography by Luisjimenezridruejo.com)

Y aquí aparece el verbo favorito de la conservadora sociedad americana: prevalecer… prevalecerá, porque así lo quieren los cien mil hijos de…la revolución industrial, para sus perezosos retoños, que, con tener para la cerveza de buche, la película (serie) embotadora, de acción (que alguien, por lo menos su imagen, se mueva) y la ocasional papelina, tienen suficiente. Habrá que ver en que acaba todo esto del último Imperio, si es que tiene que acabar. Vivir para ver… eso es lo que me hace falta. Mientras tanto, como estamos en democracia, voy a ponerme los pantalones de cuadros y ayudándome del “putter”, como bastón, voy a ‘acercarme al teléfono’ (así se decía antes) y llamar a la oficina del Senador de mi distrito electoral y “puttear” al ‘interno’ de turno, amenazándole con mi No-Voto. Es muy higiénico y saludable.

Luisma, Maypearl TX 4 de Julio del 2019 (Día Nacional de las barras y las estrellas)

                                                                                          –Emma Lazarus, 1883

Todo es posible en Granada

“…incluso que una mujer a caballo, hace más de quinientos años, junte allí todas las piezas de un reino, después de ochocientos años de lucha.” (painting by Francisco Pradilla; photo-art by luisjimenezridruejo.com)

“…incluso que una mujer a caballo, hace más de quinientos años, junte allí todas las piezas de un reino, después de ochocientos años de lucha.” (painting by Francisco Pradilla; photo-art by luisjimenezridruejo.com)

Cuando te achacan, el vivir en una película americana de serie B (lo cual nunca he negado) empiezas a pensar que al irte de “paseo” a España, sigues viviendo, en otra película clásico-folclórica española, digo, una de Manolo Escobar o de Alfredo Landa. Sería bueno llegar a lo de una de Almodóvar, pero mi condición de mal actor, sobreactuado y melodramático, me lo impide. El caso es que lo de mi vida en serie B, me hubiera gustado que fuera un “western”, una del Oeste como las que soñaba de pequeño. Esas películas donde la gente muere como Dios manda: a balazos, cayendo como un saco de patatas en el polvo, mordiéndolo, si se tercia; o salpicando barro, si la película es de Leone. Cualquier día puedo terminar aprendiendo a morir, en blanco y negro o en Tecnicolor del bueno, del que se evaporan los colores con el tiempo.

No me va a quedar más remedio que “aggiornarme” (Sergio Leone sea loado!) para la ocasión, por ejemplo: aprender a montar a caballo. Un tejano que no monta, no es muy tejano. Solo una vez lo intenté y descubrí que los caballos tienen vida propia y no tienen motor. Tendré que consultar con los más viejos del lugar, para ver si me condonan lo de montar a caballo con el conducir una “pick-up truck” (camioneta) roja y polvorienta. Por aquí, todos los caminos están asfaltados, pero ‘a falta de pan’ la meto por las tierras y el bosque para que coja patina. El desierto, uno de ellos, queda como a unos dos días de camino de aquí, hacia el suroeste. Se me sublevan las mientes, ahora que se habla tanto del dichoso muro con México. La mayor imbecilidad que he podido oír en décadas. Imaginad una cabalgada con tiroteo teniendo que detenerse ante un monstruoso muro de acero y cemento…

“Mundos verdes, incontables matices, mil batallas…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

“Mundos verdes, incontables matices, mil batallas…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

Ya me enrollé, y no era de esto de lo que hoy quería hablar. Me patina la neurona y también, bastante, la memoria. Ya ni me acuerdo de que iba lo de “Todo es posible en Granada”. ¡Ah!  Si… de llevar mucho tiempo en este país. Ahora que he vuelto a Texas, todo me parece extraordinario y las más de las veces: bello, y hasta cambiado y nuevo, aunque sea todo lo mismo. ¿Será que he debido cambiar yo?  ¡Así lo veo en las fotos de cuando llegué aquí, hace ya casi treinta años —quien lo diría!  La primera década viviendo en Houston y viajando mucho, luego unos meses en Wheeling (West Virginia) y acto seguido en Pittsburgh (Pennsylvania), años y años, hasta que me dí la vuelta y sin resquemor, ni resentimiento ninguno, trasladé cuatro cosas, pocas, y una burbuja grande de atmosfera y vivencias de la casa, con “ella” dentro.

El aire que respiraba no era Pittsburgh, era ella, S. (léase, Ese Punto). En pocos años se me han borrado un montón de vivencias y de personas, que eran o fueron el acontecer diario de mi vida. Pasmosamente preciso es el olvido de todo lo no tiene que ver con ella. Ahora, cuando diariamente contemplo y admiro la pradera, los cielos tejanos tan abiertos y mi vida tranquila y retirada de los jaleos de la urbe (Dallas), de la que solo veo los resplandores nocturnos, ese olvido me parece que siempre ha sido así, o que siempre debía haber sido así. El único resquemor, y ahora con resentimiento, es que tengo la edad que tengo—setenta y cuatro—, algo que no se puede cambiar. Ya se me han vuelto a escapar las mientes a Granada, incluido el Palacio Rojo, un sueño habitual que está en mi imaginación, gracias a lo fresca y muy usada que la tengo, y al YouTube, todo hay que decirlo.

“Evocando timbales, trompetería y gente a caballo…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

“Evocando timbales, trompetería y gente a caballo…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

El tiempo ha corrido a borbotones líquidos y para recordar lo pasado, sin apenas nostalgia, necesito despertarme con la frescura de mente necesaria para recordar cosas. Por ejemplo: hoy salí al porche del estudio, muy de mañana y ‘sentí sensaciones’ (¡el señor de Cervantes me valga!) familiares, un airecillo abulense, serrano, digno de la chaqueta de pana que no tengo. ¡Me calé una gorra de béisbol, de color amarillo-limón, haciéndome a la idea de que era una boina negra, manoseada en cien soles a mediodía y eché a andar por una vereda del bosque, pensando—pobre de mí!  —que de un momento a otro encontraría un frontón, de piedra fregadera, claro, con su bancada de asiento y una buena fila de jubilados. Lo digo como si no me diera cuenta que ya soy uno de ellos. Cuento con que algún placer oculto ha de haber en charlar, con personas que no conoces, de la próstata y los otros mil achaques que me atenazan. Por ejemplo, de como una mujer puede ser reina quinientos años antes y no puede ser presidente quinientos años después.

Naturalmente, aquí ni siquiera hay un mal muro de sillar de piedra y, por tanto, nada de grupos de jubilados de los de boina y cayada, ni de ningún otro tipo. De manera que la supuesta conversación se queda en un parco soliloquio, en la orilla del lago, tratando de aleccionar a los patos, que no muestran ningún interés en mis problemas. Nada produce una mayor sensación de vacío que esos patos nadando silenciosamente. Todo es más grande y más impresionante en Texas, cosa sabida. Descubriendo mundos verdes y de cien mil matices, en imágenes con una tremenda capacidad de evocación de otros universos que están dentro de mi. Y de igual manera todo es posible aquí, como todo es posible en Granada. ¿Y de que iba todo esto?  ¡Ah! De que Texas es grande y este mundo es enorme, siendo tan pequeño en el Universo. Hace poco, por primera vez, sentí el silencio del universo, que es lo mismo que nuestro silencio interior, mirando la luna, tan cerca, en un telescopio. Si lo podemos imaginar, todo es posible.

“ Isabella of Castille, Queen of Spades in another world…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

“ Isabella of Castille, Queen of Spades in another world…” (Photography by luisjimenezridruejo.com)

No es pues extraño, aunque si sorprendente, lo que me pasó en La Alhambra, hace un par de años en la cola de entrada al Palacio. Tres puestos más atrás de nosotros, apercibí una cara conocida, era una pareja y el hombre me resultaba familiar, la cola se apretó con más gente llegando y quedamos las dos parejas casi pariguales. Hablaban en inglés, inglés americano, y reconocí el acento de Pittsburgh. Al pronto, el hombre me encaró y me espetó: ¡Ya está! —Sabía que lo conocía, ¡no se me escapa una cara!  Ud. Es el señor del Mallorca Restaurant, en el South Side de Pittsburgh…Y al pronto, yo caí en la cuenta: ¡Y Ud. es un policía del Precinto 3 de mi barrio, South Side, en el cuartelillo a 200 metros de mi casa…! ¡Nunca habíamos hablado, pero nos conocíamos de vista y nos veníamos a encontrar y reconocer en…las puertas de La Alhambra, a miles y miles de kilómetros de nuestras casas!

Lo dicho: “Todo es posible en Granada”, no es solo una expresión clásica popular y el título de una película de serie B de los Años Treinta, también parece ser un hecho consumado en ‘mi película personal’. Por lo demás, algún día me decidiré y jugaré a la Lotería, ya vienen siendo muchas coincidencias. Veremos. De momento, sigo fotografiando estos y otros mundos, haciéndolos posibles. ¿A saber porqué…?

Luisma, Maypearl TX    24 de Junio del 2019

 

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Otro museo americano

S. (Ese punto) de incógnito, junto a la “cabeza” de Jaume Plensa, en Dallas Meadows Museum of Art. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

S. (Ese punto) de incógnito, junto a la “cabeza” de Jaume Plensa, en Dallas Meadows Museum of Art. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

La galería de arte es la hostelería de la pintura, la escultura y las artes gráficas. Ahí viven los cuadros, provisionalmente, desde que salen del estudio del artista hasta que encuentran acomodo en las casas de los coleccionistas, inversores o compradores privados. Hoy, el “negocio” del arte ha cambiado y ya corre la venta de arte por Internet, lo que ha puesto en delicada situación a muchos galeristas que hasta final del siglo pasado se mantenían bastante bien con sus ventas. El pintor de cuadros ya no es pintor de “cuadra”, los “equipos” de artistas “exclusivos” de galerías, incluso las especializadas, ya no encuentran el dinero galerista suficiente (hay galerías que retienen ya más de un 70% del precio marcado al público) para cubrir los gastos, o para mantener una carrera, o la vida pública que se le supone a un artista de éxito entre el “gran público”.

“El Prado en la pradera” Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

“El Prado en la pradera” Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

El otro destino final de la pintura es el panteón de los cuadros ilustres, el más o menos “pequeño museo” ciudadano y, eventualmente, el Olimpo de los grandes, el gran museo nacional con sus grandes colecciones, en las (grandes) capitales. Allí es donde duermen “el sueño de los justos” y están expuestos eternamente a los dimes y diretes de ese dudoso “gran público”, la Armada turística. Tambien expuestos, ocasionalmente, a los embates de los mastuerzos de la crítica, astifinos y berrendos en negro, monstruos como salidos de un particular “Game of Thrones”, que con el teclado en el puño se producen al respecto, y a su aire, con mezcla de envidia e impotencia. No se puede llegar—si es que hay que llegar a algún sitio—con la pintura y el arte, ni más cerca, ni más lejos. Se advierte, claramente, y no es cosa nueva en mí, que no doy un bledo por la opinión, salvo honrosas excepciones, de los clásicamente llamados: críticos de arte, y sus elegancias. ¿Como no tienen otra que decir han acusado, desde siempre, a mi pintura de “elegante”… a saber cómo?  De fotografía, ni siquiera pretenden entender, se retorcerían como diablo con escapulario.

“Siempre me ha gustado ‘pasarlo bien’ en los museos.” Meadows Museum, Dallas (Texas). (Photography: luisjimenezridruejo.com)

“Siempre me ha gustado ‘pasarlo bien’ en los museos.” Meadows Museum, Dallas (Texas). (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Sin embargo, no todo son los grandes museos. Tambien están, y son legión, esos otros “pequeños” museos, en las capitales de los estados, cincuenta son la Unión, lo que realmente da para mucho museo. Más las grandes ciudades que no son capitales de estado, pero mantienen famosos museos y extraordinarias colecciones. Chicago, Houston, Los Angeles, S. Francisco… Y otras ciudades no tan grandes, sostienen colecciones que usan como atractivo ciudadano, buscando cubrir nuevos desarrollos. Fundamentados gracias a las pinturas “heredadas” de magnates de la economía y los negocios, prontos a negociar con las Administraciones, municipales o federales, unas fundaciones que cubren los increíbles impuestos que si no tendrían que pagar. Estos “otros” museos, algunos deliciosos, son generalmente pequeñas colecciones de arte, con un denominador común: una o dos pinturas por artista célebre, de relativa calidad (escasean, y cuesta mucho adquirir obras maestras de determinados artistas punteros.)

“Playa de Portici” Oleo de Mariano Fortuny. Colección Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

“Playa de Portici” Oleo de Mariano Fortuny. Colección Meadows Art Museum, Dallas (Texas).

El “relleno” de estos museos se produce con pinturas y obras de artistas de “segunda”, algunas magníficas y elevadas a la categoría de museables. Son objeto de regalos tasables por parte de grupos de ricos-hombres, también de segunda, listos a “frotar codos” con los de escala superior. El resultado son estos otros museos, más o menos bien dirigidos y dotados, que se visitan con agradabilidad y están sujetos a la posibilidad de encontrar, por casualidad, alguna obra realmente interesante. Este es el caso del Meadows Museum of Art en Dallas (Texas), un museo “grande pero pequeño” y que muy al uso de la grandilocuencia tejana aquí se le llama: “El Prado en la pradera”, quizás por su colección de arte español, la más grande de USA y que no seré yo quien critique. Y sería fácil hacerlo, por ejemplo: hay un retablo gótico, dicen que de un monasterio aragonés, limpito, reluciente y con sus dorados rechamantes, y que más parece “nuevo” que restaurado, en fin…Relativamente “moderno”, el museo ocupa un enorme “caserón” clásico, neo-paladial, de cincuenta años de edad, completado en 2003 y cedido a SMU (Southern Methodist University) por el multimillonario Algur Meadows, con el dinero de su compañía petrolífera American Oil Company of Texas. Abrió sus puertas en 1965.

La familia de Mariano Fortuny. (Fotografia) España. Exposicion “Fortuny, Friends and followers” Meadows Museum, Dallas (Texas).

La familia de Mariano Fortuny. (Fotografia) España. Exposicion “Fortuny, Friends and followers” Meadows Museum, Dallas (Texas).

Actualmente, el Meadows está abierto al público, con su colección general y una exposición actual, dedicada al pre-impresionista español Mariano Fortuny. La exposición está basada en un solo cuadro, el único que tiene del pintor la colección general del museo, más algunos dibujos de Fortuny en cartas dirigidas a su mecenas americano, que fue el que legó la pintura al museo. También se exponen dibujos en cartas, de amigos del pintor, que buscaban el mismo mecenazgo. Obtener algún dinero para “tirar” (tirar del carro de la vida), buscando pagarlo luego con obras pictóricas. No sé cuán pingües serían los beneficios de un triunfante Fortuny, el lienzo de este cuadro tiene dos piezas recosidas. ¿Quien sabe las realidades de la vida? Se exhibe, también, una gran fotografía mural del pintor y su familia, una estampa social de la época; dieciocho personas, un montón de caracteres y un detalle sorprendente: en el ángulo inferior izquierdo hay un bebé, sostenido en brazos por una seguramente mucama, sentada en una silla y que alguien presenta dando la espalda al fotógrafo. Varios americanos han notado este hecho y me han cuestionado la razón, que a mí se me hace evidente.

Despertando de ‘otra’ siesta en un museo americano. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

Despertando de ‘otra’ siesta en un museo americano. (Photography: luisjimenezridruejo.com)

La pintura de Fortuny es también un grupo familiar, en la playa de Portici, cerca de Nápoles (Italia). En el color, la luz, el buen dibujo, el niño desnudo agachado en el borde del agua, ya se puede advertir al mejor Sorolla en ciernes y un montón de Impresionismo asomando y hasta de Abstracción, si se quiere. En suma, un buen cuadro de un pintor extraordinario. El Meadows Museum tiene buena pintura y justifica la visita. Como la justifica, también, una cabeza de redes metálicas del escultor catalán Jaume Plensa, que tiene el honor de presidir la entrada principal en el exterior del museo. Para saber más de la colección en sí, no me necesitáis, basta “hacerle un Google.” Así es uno más de estos “otros” museos que proliferan en el mapa americano. Entretenido como casi todos ellos, susceptibles de usarlos para “dormir” siestas inspiradoras (ver el post “Siestas en el museo”).  Museos que justifican las visitas repetidas, si no tienes una actitud crítica negativa, ante todo y cada cosa, (“Sindrome de Troll”) algo muy en boga en estos tiempos de Internet. Lejos de mí, dicha actitud!

Luisma, Maypearl, TX    20 de Mayo del 2019

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