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Atardecer mágico en la ventana trapezoidal

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Es como si el cielo ardiera de arriba abajo, como unas montañas rojizas y anaranjadas colgadas dramáticamente, boca abajo, sobre los edificios azul pizarra recortados sobre un fondo amarillo y verde-pálido que ahora cambia, lentamente, a un gris brillante como de agua profunda de pozo. Las gotas, pocas y en ráfagas que parecen manotazos en los cristales, se tiñen de verde-hoja al terminar de resbalar sobre el plano.

Mientras tanto, los pináculos piramidales de la catedral-oficina se encienden de blanco suave, el irreconocible signo se ilumina de azul néon-crema y con los tres verdes fuertes acompañando los puntos rojos cimeros parece señalar la miríada de rectangulares ventanas amarillas, casi doradas, cegadas a primera impresión por la fuerza de la cúpula brillante a su lado, como una lámpara novecentista de cuentas colocada al revés, igual que las nubes montañosas que van ardiendo de más a menos, asemejando el incendio de un virtual, soñado, bosque de pinos albares.

Es como si el incendio del cielo se fraccionara en franjas radiantes de un rojizo que se va apagando de arriba abajo, como si el diamante luminoso que lo producía se escondiera detrás de un macizo telón colgado del revés, gris oscuro de plano liquido, poco a poco ganado por el verde amarillento del fondo total. Allá arriba, arriba del todo, empieza a vislumbrarse el color noche, que no me atrevo a definir y que al final sé que ganará la partida. Como cada día que se precie de serlo.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Se acabó. Fueron unos pocos minutos, o quizá muchos. La música era mágica, Mozart y Pink Floyd sonando al mismo tiempo y no había problema, acuerdo total.

Luisma, Pittsburgh 2008

(Originally posted on Dust, Sweat and Iron)

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Menil y Rothko

“…el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios…”Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Menil Collection, Houston, Texas. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo. “…el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios…”

Corría el otoño de 1989, ya hace un rato, y yo llevaba apenas una semana en América, adonde había llegado en una tarde calimosa y caliente. Días después, todavía estaba en trámites de acostumbrarme al clima de Texas, Houston y su ‘bayou’; aquel asfixiante calor y humedad, acongojante, sobre todo en la noche. Apenas dormía entonces, eran noches de toallas mojadas, frente al televisor, viendo películas que ya conocía y esta vez eran en inglés, intentando aprenderlo mejor y lo antes posible. Acabé acostumbrándome a dormir con el aire acondicionado y los ventiladores de techo. Aquello me hacía estar zumbado durante el día y dormir pequeñas siestas en cualquier sitio. Así estuve durante semanas, luchando con dos problemas típicos: dormir y conducir. Poco a poco me acostumbré a dormir bañado en sudor y a conducir el coche en una ciudad y un país que desconocía.

Era un martes de aquellos días—no sé porque lo recuerdo tan bien— y decidí que era un buen día para visitar mi primer museo de arte en América. Echaba de menos el beneficio balsámico de unas horas mirando, explayándome, agarrándome, sosteniéndome en y a las obras de artistas plásticos que lo eran, o lo habían sido, todo en el mundo del arte. Por primera vez tenía a tiro, a la distancia de unas pocas calles, un museo moderno americano. Uno de los que siempre había soñado visitar y que antes del Internet solo era posible conocer con la ayuda de infrecuentes publicaciones y documentales de televisión. La Capilla de Rothko, un conjunto pictórico que había estudiado por fotografías y que ahora estaba ahí, al otro lado de los ruidos acompasados de una autopista. Un edificio con su aspecto de “bunker” cerrado a cal y canto; apéndice sorprendente de un Museo Menil, cuya arquitectura y colección había puesto a Houston en el arte moderno al mismo nivel de atención mediática que la NASA en lo espacial.

Me equivoqué varias veces de calle, aún llevando un mapa de la ciudad, era la falta de costumbre en transitar por el tejido urbano de una ciudad americana cuyas direcciones de tráfico te mandan a diestra y siniestra hasta que aprendes el concepto de su diseño. Dí con el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios reconocibles que producen emoción. El Menil tiene algo de edificio industrial con sus entradas de luz cenital y el color gris-blancuzco de sus muros. Aparentemente simple, es el reconocible y reconocido proyecto arquitectónico, segunda comisión de Renzo Piano en los E.E.U.U. Aparqué cerca de la capilla, pero me encaminé primero hacia el museo, la Menil Collection, que visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo. Produce al acercarse a sus puertas una inusitada sensación, gracias a su diseño exterior, parece pequeño por fuera y resulta enorme y grandioso una vez que estás en el interior.

Menil Collection. “…visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo.” Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Menil Collection. Houston, Texas. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.  “…visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo.”

Recordaré siempre aquella visita primera al Menil por algo sorprendente y que nunca me ha pasado en ningún otro museo del mundo: durante más de una hora, la colección era en exclusiva para mí. Tanguy, Magritte, Man Ray, Duchamp, Matisse, Picasso, Warhol, Pollock, Rothko, Twombly, Rauschemberg… Era el único visitante hasta que una hora después, cuando ya me creía el dueño y señor y empezaba a elucubrar ‘cambios’ en la ‘política’ expositiva, apareció una ruidosa pareja de franceses que deshicieron el encanto. Hasta ese momento Cy Twombly se me había aparecido y me daba una lección magistral sobre sus fantásticos, grises y enormes, “encerados” repletos de iconografía del lenguaje. Los 30,000 libros de la biblioteca que antes estaban en plena ‘grilleria’, hablando todos al mismo tiempo, se habían quedado mudos y me miraban desde sus lugares como pidiéndome excusas por haberse roto el encantamiento. Lamentablemente, en este museo nunca he podido dormir una siesta, los pocos asientos que tiene están en lugares demasiado ostensibles. Una lástima.

Me escapé del Menil y atravesando la calle y los parterres de hierba me planté a la puerta de la Rothko Chapel, listo para enfrentarme con el misterio y la tremenda propuesta del pintor latvio-americano, de la que tantas y tan variadas críticas había leído. La entrada me pareció angosta y lamentable, con el paso a través de la ‘tienda’ de regalos y suvenires disfrazada de oficina de información. La luz que llegaba desde el gran atrio interior daba la sensación de que era tarde y la visita estaba terminando, como si las ‘luces’ se hubieran apagado ya. Afortunadamente no era el caso, era el ambiente de luminosidad tenue creado expresamente para realce y mayor destaque de las pinturas de Rothko y conseguir el efecto de semioscuridad de un oratorio antiguo. Una capilla multiconfesional, porque no hay en ella ningún signo que se alinee con ninguna religión, aunque se haga hincapié en ello.

Interior parcial, Rothko Chapel. Imagen adaptada de Paul McClure en Wondering Fair.

Interior parcial, Rothko Chapel. Houston, Texas. Imagen adaptada de Paul McClure en Wondering Fair.

Los catorce grandes lienzos, densos y oscuros, totalmente oscuros pero sin carecer de color, inmensos en su vibración pictórica, reciben luz cenital que cae sobre las diferentes texturas y matices cárdenos, negros y morados; todo ello impactante, lóbrego y lúgubre. Inevitablemente, para el “gran público” son unas pinturas difíciles de aceptar, admitir o aprobar. Ante ninguna manifestación artística he escuchado jamás mayor criticismo beligerante, ostensiblemente negativo, que dentro y fuera de esta sala. Siseos, chisteos, incluso risas contenidas y nerviosas en el interior y hasta una ‘perla’ de comentario en alta voz: “ Y, donde están las pinturas?” Afuera, al aire libre en el exterior de la capilla, se desatan los comentarios de desaprobación; siempre en forma audible, como para hacerse notar y en contraposición al silencio del interior y a las miradas cómplices de los positivistas. Con Rothko nunca hay medias tintas, ni fuera ni dentro de su pintura.

Visitar la Menil Collection y la Rothko Chapel fue la primera alegría compensatoria de un tan largo viaje, después vendrían muchas más. Siempre es un buen día el de visitar un museo.

 

Luisma, Maypearl (TX) 30 de Diciembre del 2014

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La connivencia

“Mirar esa luz esperando a la de la memoria…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

“Mirar esa luz esperando a la de la memoria…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

La connivencia no es solo cosa de dos, o más, también puede ser propia, individual, reflexiva. Todo consiste en que mis neuronas se confabulen unas con otras; eso si, sin salirse de madre, caer por la pendiente y arrastrarse por el talud, como un tren descarrilado. Disimulos, transgresiones, descuidos, errores de o sin bulto, a los que uno mismo les cuelga el marchamo de la liviandad y la ignorancia menos culpable. Las neuronas, como las palabras, trabajan para ti—salvo error u omisión—casi siempre.

De madrugada, para variar, estoy mirando esperanzado esa luz que empieza a cernirse empujada por la mirada que va una y otra vez desde el sentajo, incomodo asiento (lo es, con el propósito de hacerme evitar el exceso de contemplación) a siete metros, más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme, tocarlo, e inmediatamente me rechaza a la posición original. El cuadro solo tiene unas pocas sesiones y ya empieza a reclamarme, a minar mi resistencia y hacerme buscar excusas para obligarme a justificar mi necedad y mi lentitud. Pero desde el tajo la miro. Mirar esa luz esperando a la de la memoria…

“…más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme…” Luis Jiménez-Ridruejo, Instar #4, en curso (acrílico sobre lienzo).

“…más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme…” Luis Jiménez-Ridruejo, Instar #4, en curso (acrílico sobre lienzo).

Cuando la luz atraviesa campos opalescentes, cuando tropieza con obstáculos que no pretenden serlo, cuando se mezcla con todos los rincones del aire y, entonces, puede detenerse donde le cuadra. Cuando absorbe o se esconde en todas las motas flotantes, dándoles cuerpo y sentido. Velázquez y Newton lo definieron antes que nadie: corpúsculos de luz. Materia luminosa esperando que el ojo resbale de una a otra belleza insinuadas, hasta otro brillo y antes de que la luz se aleje—ya nunca puede perderse—al encuentro con el pasado. Cuando aquel aire, ya quizá de un diferente color, vuelve después de haber rozado y construido nuevos campos de luz, nuevas situaciones reveladas, cien mil puntos que antes no estaban, o estaban siendo, allá a lo lejos, en connivencia con la luz de la memoria. Ah! Esos lejanos contubernios donde viven las ideas.

Cuando todas esas dimensiones, atravesadas y acariciadas, vuelven al plano que palpo y froto con mis manos, quizá para sentir el correr por los nervios de algo etéreo que solo veo, o que solo imagino. Entonces es cuando aparece la pintura o su trasunto reflejado que es la fotografía. Y sí, en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música; esa que nadie, sino yo, será capaz de saber donde está en el cuadro. Mi música—no la de los demás—pues cada uno pondrá la suya, donde discurra su imagen, donde esté su idea. Pero no debo cavilar en que pensaran los otros. Yo sigo hundiendo los dedos y los ojos en cada rincón que en el lienzo se aprisiona e intentando saber como y porqué se esta produciendo todo aquello; dominar, aunque sea imposible tarea, hacia donde va el maldito baile de mis neuronas. Y todo por esperar a la memoria, que es la gran dictadora y la verdadera dueña del cuadro. La pintura es mirar luz y esperar a la memoria.

:“…en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

:“…en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Epílogo, que más debería haber sido un preámbulo o un circunloquio o digresión y que solo viene a cuento del espectáculo que “estamos” dando en el concierto de las naciones.

Connivencia: disimulo o tolerancia ante las faltas, transgresiones e incluso delitos de otros, especialmente de un superior que tendría poder y autoridad para frenarlos. Viene del latín: ‘conniventia’, se deriva del verbo ‘connivere’ que propiamente y en origen quiere decir: “cerrarse los ojos”, dormirse, descuidarse, “hacer la vista gorda”, estar de acuerdo disimuladamente. Perfecta definición de lo que ocurre en esa especie de ‘patio de monipodio’, la piel de toro, donde se juntan Rinconetes y Cortadillos a sacar tajada del arte, de la política, de la religión, y de todo aquello en lo que haya un euro que afeitar…todos ordeñando a la pobre y escurrida cabra, en connivencia con popes, alcaides, prestamistas, chamanes con tal arte que…bueno, ya está bien!

Termino antes de que descarrile del todo. Yo solo quería escribir sobre la luz en el cuadro y la mente se me fue, como tantas veces, al otro lado del ‘estanque’. Surgió la palabreja: connivencia, y aquellos polvos trajeron estos lodos.

Luisma, Maypearl (TX) 30 de Noviembre del 2014

 

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La “otra” casa

Luis Jimenez-Ridruejo, foto contraluz, ventana, lampara, barandilla

 

Llevo quince días intentando escribir este, u otro post, “y que si quieres arroz, Catalina” (¿!)—que, por cierto, nunca he sabido quien fue la tal señora— no hay manera de pergeñar nada, el síndrome de la hoja en blanco me atenaza. Hasta hoy no me he puesto a ello y es que me llevaban los diablos, o las brujas; ya se empieza a notar la cercanía del dichoso Halloween. La primera semana de la intentona me fui de viaje y como Texas es tan grande me pulí sus días al volante y visitando a la gente que tenía que ver. De vuelta me pasé el fin del periplo con las patas por alto y la mente cerrada por descanso del personal.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de tres bandas do plastico, sofa

La siguiente semana, la que acaba de terminar, y después de un intermedio pictórico, tres cuartos de lo mismo: me surgió otro viaje inesperado, al bote pronto, a hora y media de camino. Pasé cinco días enteros encerrado en una casa grande, de un familiar; supervisando y vigilando las obras de reparación de techos, cielos rasos que se habían manchado y desprendido por filtraciones de tejados dañados por tormentas, casi de la categoría de tornados. Reparación y su pintura consiguiente. Un obrón.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de sofa, espejo, cuadro

Fue vivir, de repente, en un mundo cubierto de plásticos de transparente opacidad que envolvían opresivas atmosferas de húmedo rocio. Proveniente del lavado de techos por dispersión con un compresor de pulverización, usado luego para arrojar texturas y pintura final. Me atraía observar, en vivo y en directo, como y con que mañas se las componían los pintores americanos para salvaguardar, de salpicaduras y pintura fresca, muebles, chismes, bártulos y cachivaches de una casa totalmente montada. Recordaba con horror los fandangos que se organizaban en mi pasado español, en situaciones similares. El resultado fue que muebles, accesorios, decoraciones, incluso uno de mis cuadros que está colgado en esa casa, sin moverse desaparecieron como por ensalmo. Un ser y no ser en un nuevo escenario, un estar y no estar, telones con accesibilidad, como si la realidad fuéramos nosotros y la casa hubiera transcendido a otra dimensión.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de chimenea, dos focos tapados

Aquí hubiera tenido que escribir de duro y pelado, echar mano de todos los ingenios para transmitir la imagen de aquello. O, en su defecto, acudir al viejo, pero siempre presente, dicho del filósofo Julián Marías. Para mí, desde la noche que me lo dijo en Houston (TX), hace ya tantos años, es un verdadero axioma (proposición clara y evidente, que no necesita demostración): “Escribe lo que no puedas pintar y pinta lo que no puedas escribir.” Este caso no pedía pintura, pintura era lo que sobraba en aquella casa. Así que eché mano de la fotografía y traté de plasmar un montón de sensaciones, aquellos colores insólitos, aquellas luces inesperadas, habitaciones como pozos insondables, y encontrar un significado gráfico para una situación en cierto modo de encantamiento o conjuro.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de cenital, entrada, escalera pintor

La “otra” casa. Un embrujo que, al parecer, solo veía yo. Un reto. De manera que las fotografías tuvieron que hablar por mí mismo. Y, al pronto, surgieron escaleras que parecían no ir a ninguna parte, “monstruos” que transitaban entre la luz y las sombras, metales coloridos que se disolvían tras los reflejos, sensaciones de otras épocas y otros lugares, remembranzas del “puré de guisantes” londinense. Hasta los sonidos eran provocadores. El motorcillo de aire comprimido del pulverizador hacía de las suyas…Pff—pff —pff…ho—ho—ho…ilustración sonora que traía ecos de película de misterio. Brotaban humedades polivinílicas que eran el trasunto del volandero polvo líquido que impregnaba los plásticos protectores. Se manifestaban inexplicables formas antes ocultas, vibraciones de casa embrujada.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de ariete azul entre dos puertas

Estuve un tiempo suspendido en el trasiego de estos pensamientos, ya ni siquiera hacía fotos, solo elucubraba y mi cerebro proyectaba hacia dentro de mí mismo un cuestionario deslavazado de preguntas—algunas, realmente incoherentes—, que es lo típico que sucede cuando me “pierdo” en situaciones estéticas, cuando me ausento de la realidad por embelesamiento. Las más de las veces, preguntas paradójicas y enigmáticas. Entonces necesito el “clic”, la rotura que me devuelva al mundo. Que hago yo aquí? Que es todo esto que me rodea? Y sobre todo: donde estoy?

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de baño cubierto plasticos

Por suerte, en ese momento, cuando empezaba a “patinarme la neurona”, más de lo usual, se hizo el prodigio. Allí, oculta en el fondo de aquel espacio, repentinamente y por aparente generación espontánea (es decir, por control remoto, accionado por S. desde el garaje) se encendió la monumental pantalla de televisión, presidiendo y dominando el lugar que parecía transmutado. Los plásticos no dejaban ver la imagen pero no podían con el sonido, los clarines de la cruda realidad. En un instante, todo volvió a ser lo de siempre, la casa grande de M. y B., en un vecindario preciado al norte de Dallas, Texas, E.E.U.U. Al menos, de la ensoñación y la elucubración de la “otra” casa, han quedado las fotografías y este escrito, que se hacía de rogar.

Luisma, Maypearl (TX) 27 de Octubre del 2014

(Fotografía: Luis Jiménez-Ridruejo)

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El Caballero…

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Javier Pérez-Mínguez)

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Luis Pérez-Mínguez)

Las jornadas se hacen ya muy duras, cuesta llegar a Toledo en medio de este calor del infierno, tanto que me parece ver esquilmada y seca como nunca esta Castilla, otrora verde y frondosa de pinares inacabables y hoy ganada por la encina de secarral y este sol de justicia, que le dicen. Cae de plano y el sudor malamente me deja abrir los ojos. El caballo me llevará donde le dé la gana, espero que siga el camino, los trigales ya están altos y se podría perder, y yo con él. Que bien me vendría tropezar con un rio, o un simple arroyo cangrejero, me metería en el agua así como estoy vestido, sin parar mientes. Se me quitaría este olor a montuno que llevo ya desde hace días, sin lavarme, sin asearme y sin cambiar la poca ropa que tengo conmigo para mudar.

Todas estas jornadas, desde que salí por la puente romana de Salamanca y enfilé el camino de Alba de Tormes, se me están haciendo largas como días sin pan, y que tampoco me sobra lo de la vitualla. En realidad me corroe la sed y, a veces, me hace hasta alucinar. He terminado todas las provisiones con las que empecé el viaje, mal cálculo, y ahora estoy expuesto a comer y beber lo que encuentro y donde lo encuentro. Castilla es ancha, los pueblos y las ventas se eternizan en llegar. Anoche, cerca de unas casas de labor, se me revolvían las tripas del olor que traía el viento, a farinato puesto a freír, estaba tan cansado que ni siquiera tenia fuerzas para investigar la procedencia. Ahora, el viento me trae olor a tormenta, buena y bienvenida será aunque tenga que buscar refugio por un tiempo. Tampoco es que esté haciendo este viaje a uña de caballo, no podría con este maldito penco que me soltaron en la última posta.

Tengo ganas ya de arribar a Toledo. Espero que mi carta haya llegado hasta mi tío, ferretero y vendedor de carretas, ese que bien sabe de mis penurias como artista incipiente y que me retrata siempre con el mismo soniquete: “Luigi, será ochavo o será botón, lo qué? Haciendo mímica de mi acento salmantino. Estaré con mis primos mientras acuda al taller del maestre Doménico, el griego, un artista pintor al que mi tío ha ayudado muchas veces y que acepta tenerme como aprendiz, por un tiempo, hasta ver si se puede hacer algo de mi. Parece que este Greco, de Toledo, es pintor conocido e influyente en la corte y muchos de sus discípulos han hecho carrera con sus enseñanzas. Soy ya un poco mayor para ser aprendiz, pero bien dicen que de aprender no se termina nunca.

Sigo en la brecha, a lomos de este penco resoplante, solo una jornada me separa de la villa del Tajo, aunque ya la brida y las correas se desbarajustan en mis manos húmedas de sudor caliente. Escupo sin saliva un polvo que hasta se mastica, sudor continuo, y hierro fundido, que es lo que cae de este cielo inclemente. Al fondo de la terrible llanura, acierto a ver unas temblorosas torres de catedrales e iglesias, vacilantes entre los vapores de la calima. Será ya la ciudad? Me dijeron que oiría el tañido de la campana gorda, aún sin ver las casas de la villa. Cuanto daría—hasta lo que no tengo—por ya haber llegado!

No es ilusión, tengo el sabor acre en la boca y ya han pasado dos años de aquello, crueles jornadas que más parecieron camino al infierno, hasta llegar aquí donde ahora tan gustosamente me encuentro. Toledo se me ha metido muy dentro, aunque no todo haya sido de rositas y parabienes. Lo peor se olvida pronto. Lo mejor es el maestro Doménico, que gran pintor y que gran enseñante! Nunca tiene el más mínimo inconveniente en esparcir su arte con todos los discípulos que revoloteamos a su alrededor. Con todas sus rarezas, buen hombre, nadie le intimida. Y es un grande de la pintura, mal que le pese al Rey! Un bledo le importó que su majestad no gustase de una de sus obras. Aquí en Toledo encontró su acomodo y sus valedores, y la fama de su arte se ha extendido por todo el reino, que hasta de otras cortes le llegan los encargos.

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

Pero yo de lo que os quería hablar era del Caballero de la Mano en el Pecho, una pintura por finiquitar que Doménico tenía desde hacía tiempo al retortero. Una señoría con el alma futura garantizada en el lienzo por la destreza del pintor, pero con los rasgos fisonómicos sin plasmar en la tela. El retrato terminado, a salvo solo de acabar los trazos de la efigie, el soplo del color de la piel y la vida de sus ojos. El maestro se empeñó, fue más una orden que un deseo, en que yo posara para dar celeridad al retrato de aquel caballero que vivía en Madrid y que venía, poco, corto y nunca por Toledo. Ya eran más de dos años que yo le servía de discípulo y no era la primera vez que le hacía de modelo.

Este desconocido es un cristiano

de serio porte y negra vestidura,

donde brilla no más la empuñadura,

de su admirable estoque toledano…

(Manuel Machado)

Aquel hombre callado del cuadro, algo que yo no era, tenía una cierta similitud conmigo. No soy capaz de acordarme de su nombre. Era alguien de la nobleza. Cuando al fin lo terminó, su mirada triste y puesta en el futuro, el maestro lo tildó de introvertido y melancólico, me intimidaba constantemente. Muchas veces me había visto a mi mismo frente al retrato de aquel caballero, momentos hechos horas, con la excusa de aprender pinceladas y delicuescencias pictóricas, soñando despierto en ser aquel alto personaje e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.

Y aún lo sigo haciendo, ahora que ya sé que nunca fue posible.

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Agosto del 2014

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“The Greenroom”

“The greenroom”. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

“The greenroom”. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

No, no es un error, me refiero al término “greenhouse”, lo que llamamos en español: invernadero (en inglés se le llama también: “glasshouse”—casa de cristal—). Fue un despiste mío, lingüístico, me levanté de la mesa del comedor y anuncié: me voy al “greenroom”—habitación verde—a hacer fotos. La carcajada fue general cuando S. (Ese Punto) aclaró a los circunstantes que me refería al invernadero. A partir de aquel momento, todo el mundo lo llama: “The Greenroom”, eso si, con media sonrisa irónica y mirando hacia mi.

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Después del estudio donde pinto, un porche acristalado, el “greenroom” es mi lugar favorito en estos andurriales tejanos en los que ahora vivo. Y además es el legado íntimo, el más ostensible, de Michael (el extinto padre de S.); este invernadero y su mundo vegetal y floral que contiene es, seguramente, el lugar donde el debería pasar sus horas vivas y donde ahora pervive su recuerdo. Tantos momentos pasados aquí en su reino de las orquídeas.

Dendrobium (Australia). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Dendrobium densiflorum x farmeri (Australia). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Un paraíso de plantas y flores maravillosas en cuyo espacio se suspende el pensamiento de nada que no sea la pura delectación estética. Color y forma, bagaje y estímulo más que suficiente para cualquiera que adore la fotografía. Atravesar la puerta de la “oficina” del invernadero supone un reto contínuo a mi sentido de la composición, mi manera de “ver” este otro mundo, el vegetal, en el cual no había reparado nunca con la intensidad con la que lo estoy haciendo ahora.

Begonia fibrosa tropical. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Begonia fibrosa tropical. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Se me van las horas muertas mirando, escrutando a través de los objetivos, contemplando y calculando esta apoteósis floral; observando con sus diferentes luces, vigilando los movimientos del transcurso solar y al acecho de interpretar las señales que él manda a mi imaginación y que me permiten transfundir a la imagen fotográfica, y hasta a la pintura, una vibración que toda obra artística necesita, para serlo: energía, paso previo a la belleza.

Vanda (raíces). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Vanda (raíces). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

El invernadero es un mundo real, y fantástico al mismo tiempo, que pasa a ser surreal y cien veces más fantástico con la sola interposición de una cámara entre el ojo y ese universo; que una vez captado ya no puedes tocar nunca más, no al menos en esa realidad, y cuyo momento queda para siempre allí en la fotografía, sentada en el medio de un camino en el que se cruzan lo pintado y lo escrito. De las tres formas de creatividad, cual prevalecerá sobre las otras?

Helechos. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Helechos. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Los nombres de esas flores y vegetales no salen de mi fantasía, salen de la Botánica, de la ciencia de las hierbas, esa casi desconocida para mi, y que ahora—nunca es tarde si la ciencia es buena—empieza a interesarme. Confieso que me sugestiona más la botánica pura que la aplicada y de ella la morfología, la fitografía. No me resisto al chiste malo sobre la fotografía de plantas.

Paphiopedilum (“lady slipper”). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Paphiopedilum (“lady slipper”). Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Esta vez he escogido unas cuantas “poses” como muestra de lo que se puede hacer en el greenroom. Desde la Phalaenopsis, cuatro o cinco de las mil diferentes “polillas de Linneo”, la pink, la cultivar, la mambo…Las Dendrobium, también miles de especies, renuncio a encontrar cuales son, creo que australianas…Vandas, sin suelo y con raíces aéreas…Paphiopedilum, zapatillas de dama o de Afrodita; imposibles de clonar, lo que supone que cada planta es única, billones de plantas y todas diferentes, algo sorprendente y pasmoso. Begonias y muchas otras, a más de cientos de helechos, las “malas” hierbas del invernadero. Que sitio!

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Phalaenopsis. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Es mi greenroom, lugar increíble e impresionante a la amanecida, con sol, sin sol, lloviendo, al atardecer, a oscuras, en sueños, “recogiendo algodón”(woolgathering), en la fantasía y en la realidad. Cualquier excusa es buena para apretar el gatillo de cámara. La habitación verde, un viaje altamente aconsejable.

Luisma, Maypearl (TX)  30 de Abril del 2014

Retrato de Fotógrafo (I)

"Niebla", Pepe Núñez Larraz

“Niebla”, Pepe Núñez Larraz (colección privada de Luis Jimenez-Ridruejo)

Para que Pepe fuera Pepe se tenían que haber juntado, o conjuntado, los astros en un momento crucial; como seguramente debió pasar con el poeta Ángel González y algún artista más. A la conjunción astral siempre le he achacado las cosas buenas y no los infortunios. Esta categoría de personas nacen todos los días pero uno raramente se los encuentra. Maestros, en todos los sentidos de la palabra. No sé porqué, cuando pienso en José Núñez Larraz, el inefable Pepe, siempre acabo recordando a Matisse y nunca me he parado a dilucidar la razón de esta asociación. Pepe era aquel tipo mayor (así lo recuerdo yo eternamente, quizá por ser de la edad de mi padre) que todos nosotros, aquella tropa de aprendices de fotógrafo, el Grupo Libre, queríamos como amigo, admirábamos vitalmente y cuya artesanía fotográfica tratábamos de osmotizar.

Su ciencia no admitía tratados ni compendios, era la pura expresión de la experiencia; los miles y miles de fotos “tiradas” en su vida; el ojo adiestrado y listo para “ver” la foto, instantáneamente. Estuviera donde estuviera, él o la fotografía. Yo siempre tuve la sospecha de que Pepe no buscaba las fotos, sino que las fotos le encontraban a él. Nunca ahorró señales con el dedo, ni consejos de hacia donde mirar o apuntar el objetivo. Era un cazador contumaz, empecinado, primero disparaba y luego hablaba—las fotos no esperan—, decía. Todos hacíamos las fotos en los mismos sitios, raramente coincidíamos en una imagen similar. Eso si, todos empezamos haciendo fotografías como las suyas. Simplemente, porque eran buenas.

La cosa empezó a mis veintiún años, cuando llegué de Paris, donde mis conocimientos estéticos se habían desarrollado enormemente, casi desde la nada. Había descubierto la fotografía y a Cartier-Bresson y los otros; de los americanos no tenía ni noticia. A Núñez Larraz ya le conocía desde siempre, era el padre de Aníbal, el “Ani”, amigo de la niñez, compañero del colegio y malogrado poeta y artista plástico. Encontré a Pepe de nuevo, en una exposición de sus fotografías y fui a verlo a su imprenta para pedirle consejo en la compra de un equipo fotográfico, con el cual pretendía iniciarme en tal arte. Allí me instiló el veneno de la fotografía para los restos, haciéndome un retrato a la luz que se filtraba por una vidriera. En aquel simple disparo estaba plasmado todo lo que yo era, había sido y soy ahora. Cuanto lamento haber perdido aquél retrato en alguno de mis avatares vitales. Solo S., mi compañera, ha logrado algo similar con mi retrato actual, también en blanco y negro.

Núñez Larraz me invitó a salir “de fotos” con él y su grupo de amigos artistas, sorprendentemente casi todos de mi edad; supongo que el ser fotógrafo estaba de moda en aquel momento, eran los últimos años sesenta y en España todo eran pasiones nuevas. Salíamos casi todos los domingos y, a veces, otros días antes del trabajo o después, cuando las luces se terciaban interesantes o había algún evento o situación especial, por ejemplo: una buena nevada. Acabamos formando un grupo expositor, sin manifiesto estético, que se llamó: Grupo Libre de Fotografía de Salamanca. Llegamos a tener cierta relevancia nacional, se hicieron muchas y buenas exposiciones. Entre nosotros calaron amistades de por vida, al amparo de aquellas salidas de las que el chorizo y el buen vino también fueron parte. Pepe era el aglutinador del grupo y nuestro valedor en innumerables ocasiones. Como vulgarmente se dice: hizo escuela.

Tratar de definir la fotografía de Núñez Larraz es empresa ardua y complicada, incluso para alguien como yo que conozco toda su obra y he bebido en sus fuentes personalmente. Como casi todos los fotógrafos anteriores a la guerra civil, era un autodidacta pero con un gran bagaje cultural y una gran información de primera mano, en unos tiempos en los que todavía no existía la gran herramienta internética. Tenia una librería e imprenta y por tanto un rápido acceso al conocimiento gráfico.

Definía las fotos en gran manera por su semejanza o influencia pictoricista. Decía: esa foto es un Matisse, o un Tápies, o cualquier pintor que le recordase la composición, coloridos o texturas. Raramente se equivocaba, y aún siendo un fotógrafo inicialmente en blanco y negro, discernía muy bien cuando una foto era para ello y cuando para color.

Tocó todos los palos de la baraja fotográfica; desde su primera instantánea: una carga de caballería en las calles de Barcelona, el día de la proclamación de la República, hasta su última foto que bien pudo ser una de sus muchas visiones de la catedral de Salamanca, y que nadie como él ha sabido retratar mejor. Testimonio, retrato, documental, deportiva, naturaleza, desnudo, abstracción…en todas ellas consiguió magníficos resultados. Recibió innumerables premios, incluyendo el Castilla-León de las Artes. Siempre definió su actividad artística como: fotografía personal, y sus influencias, igualmente, como personales. Al cabo de un tiempo de “estudiar” con él, me di cuenta que Pepe era una especie de hijo natural de Weston y Adams; sobrino de Cartier-Bresson y creo que tenía un hermano gemelo en América: Ernst Haas, del que yo también soy hijo fotográfico.

El  fotógrafo Pepe Núñez Larraz

El fotógrafo Pepe Núñez Larraz

Núñez Larraz podía haber sido, perfectamente, un fotógrafo americano; si no fuera porque en América no había romerías, tascas, ni procesiones de Semana Santa. Ah! y los Toros…Pepe, desgraciadamente, murió hace casi dos décadas y yo perdí entonces el mejor maestro y el mejor amigo.

Luisma, Maypearl (TX)  20 de Abril del 2014

 

De Fotografía

“Vista desde la ventana en Le Gras”. La primera fotografia. Niepce, 1826.

“Vista desde la ventana en Le Gras”. La primera fotografia. Niepce, 1826.

De mi afición a la fotografía, no creo que haya nadie que tenga ninguna duda. Como medio de expresión siempre ha sido mi mejor envite. Solo superado, quizás, por la palabra escrita o hablada. Siempre en ese mismo orden. La pintura, con todo y ser predilecta—la de los demás—, siempre ha sido una fuente de frustraciones; iluminadas—muy de vez en cuando—por ciertos cuadros conseguidos. Y aún, emborronada por la dichosa categorización de “elegante”, suministrada—gratis et amore—por mis críticos, que tanto me quieren y tanta consideración me dispensan…Ja! Sí, es verdad que mis éxitos fotográficos han sido siempre más celebrados que los pictóricos. Quizá, en una próxima vida, el espíritu de San Leonardo da Vinci intermediaría para que la cosa cambie…Ja!

Mi amor por la fotografía fue como novia temprana, empezó muy pronto, y fuerte. Tan pronto como mi curiosidad y mi voyeurismo. Fue la decantación de estas dos lo que me llevó, rápidamente, a la cámara. Los primeros años fueron inevitablemente imitativos, imitar las fotos de las revistas y de aquellos números del “Photography Annual” que me caían en las manos. Ahora que vivo en América sé que lo que intentaba hacer, entonces, era “fotografía americana”. Y que dificil es hacer fotografía “americana” cuando uno vive en España! Lo curioso y sorprendente es que ahora que podría, o pude, hacerla…Ya no me interesa. Aunque, bien mirado, que es sino fotografía americana lo que ahora hago?…Ja!

Tan entusiasta de ella, sin embargo, no conservo casi ninguna prueba de aquella época. Después, en mis primeros veintes, me fuí a Paris y descubrí la fotografía “francesa”. Darme cuenta, gracias a Cartier Bresson—modelo ideal de lo que un fotógrafo debería ser—de las luces fuertes, de las sombras duras y de todos los “reflejos” del mundo. Y la intención, claro. Hice mi primera exposición. Exhibición cándida de un documentalismo confundido con el arte manipulador del laboratorio; alteraciones de la realidad, en blanco y negro. El color, en aquél momento, era prohibitivo. Eran los años sesentas del pasado siglo( ! ). Tampoco conservo casi nada de aquellos días de hiposulfito y rosas…Ja!

Más tarde, tuve mucha suerte, mi camino se cruzó con un maestro de la fotografía. Algo que me hacía mucha falta. Me enseñó el fundamento primario de ello: VER. Era un cazador, no solo en el clásico y propio sentido cinegético: cazaba luces y momentos, es decir, la vida. Me enseñó a ver la foto antes de de hacerla, composición, estética…El arte de un arte nuevo. Pepe Nuñez Larraz, maestro siempre en mente, me lo decía: “ Se trata de ver, la cámara es, simplemente, una herramienta”. Imaginé despejar las presencias humanas y eso me llevó a la abstracción, a la que vuelvo ocasionalmente si la situación y el asunto lo exige. Más de treinta mil negativos y diapositivas guardo, desde aquellos tiempos y hasta la aparición del soporte digital. Tantas cámaras y tan “sofisticados” accesorios arrumbados por una “simplísima” y pequeñísima cámara digital. Ahora hago, con su ayuda, toda clase de fotografías. Todo es cuestión de ver. Que gran parte de mi vida fue estar, tantas veces, al lado de Pepe, oficiando de “aprendiz de brujo”…Ja!

Ver el mundo…Perpetuar lo visto. Ahora sé que para poderlo recordar. Claro que, no es solo la fotografía que uno hace; luego está la otra fotografía, la que otros hacen, la que son los recuerdos de otro. Y en la interpretación de ella es cuando surge la propia imaginaciòn. Una puerta abierta al gozo, a través de una mente que no es la nuestra y que nos permite una invasión en tantas otras cosas, y otros tiempos pasados. Tanta belleza aprehendida. Durante mucho tiempo ya…Pronto serán dos siglos de aquella primera imágen fija, que necesitó ocho ( ! ) horas de exposición. Hoy, tengo más de mil fotos “guardadas” en un “pin”, del tamaño de mi dedo índice.Y, ni siquiera acierto a plantearme como será la “fotografía” del futuro. Quién pudiera!…Ja!

Luisma, 30 de Abril del 2010

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

Frank Gehry en Cleveland

“Peter B. Lewis Building” de Frank Gehry. “…proas de barcos hendiendo ruiselantes mares de sombras…”

“Peter B. Lewis Building” de Frank Gehry. “…proas de barcos hendiendo ruiselantes mares de sombras…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.)

Siempre he sabido que la Arquitectura (así, con mayúscula) ejerce una fascinación especial en mi. Nunca me he parado a considerar las razones de ello, pero, ha sido y es una constante de mi vida. Puedo estar horas en contemplación de la buena arquitectura y tratar de diseccionar todas sus posibilidades estéticas con la ayuda pertinente de una cámara fotográfica. Nunca, sin embargo, consideré seriamente estudiar para ser arquitecto. La parte ingenieril y de cálculo siempre me echó para atrás. Cobardía.

Ahora, y siempre, esa fascinación se ha convertido en atracción, casi magnética, por las grandes obras del arte arquitectónico; de todas las épocas, pero principalmente de la modernidad contemporánea. Tengo mis gustos en ello muy claros y una cohorte de artistas, escueta pero apreciable, llenan mis expectativas de lo que busco en una buena obra arquitectónica. Casi siempre he elegido mis preferencias por el juego fotográfico que ellas me han procurado. Son amores distintos, la fotografía ante todo y solo pareja a la pintura.

Así puedo citar una pequeña lista, que podría ser más grande: Julio Cano Lasso, Frank Lloyd Wright, Philip Johnson, Renzo Piano, Frank Gehry…De este, tardío en llegar a mi apreciación de todos ellos, en los últimos años he admirado el “Guggenheim” de Bilbao, el “Parque del Milenio” de Chicago y finalmente, solo hace un par de semanas, el “Peter B. Lewis” de Cleveland. Cada “nuevo” edificio suyo que conozco, más me gusta su concepto y el resultado constructivo. Por supuesto, todo ello pasado por el tamiz de las posibilidades fotogénicas que me brinda.

“Peter B.Lewis” Interior. Facultad de Administración y Dirección de Empresa. Universidad Case Western, Cleveland (Ohio)

“Peter B.Lewis” Interior. Facultad de Administración y Dirección de Empresa. Universidad Case Western, Cleveland (Ohio).

Quizá lo que menos veo es su funcionalidad, aunque tengo la creencia de que un edificio que resulta “redondo”, estéticamente, tiene que funcionar también. Y casi siempre, salvo “deshonrosas” excepciones, las grandes obras lo hacen. Si no es así, la gran arquitectura es capaz de crear la función, por si misma. Tiene vida propia. Este edificio de Cleveland, universitario, no puedo juzgarlo en su funcionalidad, pero, el deleite estético cubre todas las ambiciones. Al menos, las mías. La emoción y la sorpresa es grande frente a este hito del arte moderno.

Lo primero fue descubrirlo inopinadamente, sin buscarlo. Ignorante de mi, había visto tiempo atrás una foto no muy buena de él y no paré mientes en donde estuviera localizado. Asi pues, yendo en busca del Museo de Arte de Cleveland, me desvié un par de calles intentando un aparcamiento gratuito; algunos no cambian con los siglos—si es gratis, incluso un resfriado—(if is free, even a cold), un dicho americano. Caminando de vuelta al museo atravesé unas puertas cristaleras de otro edificio vulgar y ahí estaba, de pronto, el corazón y la máquina de fotos me dieron un vuelco. Lo reconocí como el que se topa con una artista de cine en una calle concurrida.

“…azules purisimos jugando por reflejo con beiges de una profundidad inusitada…” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.)

“…azules purisimos jugando por reflejo con beiges de una profundidad inusitada…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.)

Es un edificio brillante, en todos los sentidos de la palabra. Ladrillo y metal se mezclan y casi parece que se funden el uno en el otro. Lo esencial es la curvatura, es un canto solemne y elíptico. Metal curvado, muros enladrillados de las mismas formas, ventanas curvadas al compás. No sé porque me vino a la imaginación un canto gregoriano y una ensoñacion de velocidad, todo ello tridimensional y colgado sin soporte en el espacio.Nada eclesial en su aspecto, pero, una catedral laica de los tiempos actuales. Lo que antiguamente se llamaba: un obrón. Un magnífico edificio.

“…una selva de formas, aparentemente caprichosas, solo aparentemente…” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.)

“…una selva de formas, aparentemente caprichosas, solo aparentemente…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.)

La mirada discurre por sus formas sin solución de continuidad. La imaginación se pone inmediatamente en movimiento…Proas de barcos hendiendo ruiselantes mares de sombras. Lunas plateadas en pleno mediodía, en campo de gules. Azules purísimos jugando por reflejo con beiges de una profundidad inusitada. Evocación de cimas soñadas, picos metálicos y ángulos impensables surgiendo de una selva de formas, aparentemente caprichosas, solo aparentemente. Cuanto más tiempo pasas mirándolo, más razonable te parece su estética y más familiar se vuelve su sentido.

Es patrimonio de la buena arquitectura el ser esencialmente fotogénica. Las obras de Gehry lo son y en grado sumo. Cada visita a una de ellas me ofrece siempre nuevas posibilidades, todo cambia con nuevas luces, al fin y al cabo, la luz lo es todo.

Luisma, 25 de Mayo del 2012.

 

(Originally posted at Dust, Sweat and Iron.)

 

Mirar y Ver

 

photo of winter trees

José Núñez Larraz. “Catedral”. Salamanca. 1975
“…la nieve se mide en su reflejo en el blanco del cielo, y
los grises se atemperan con el filtro rojo…”

Aquí estoy, de nuevo en Texas y esta vez parece que para los restos—al menos así me gusta mirarlo—vine a este país para ver y esto es volver al punto de partida. Este segundo aterrizaje no es en la gran ciudad; ni Houston, ni Dallas, aunque estoy más cerca de Dallas, treinta minutos de autopista y quince de carretera comarcal en ángulo recto, todo ello sin apenas curvas, típico Texas. Una distancia ni buena, ni mala, sino todo lo contrario. En el corazón de la campiña tejana y en muy pocos días ya con la campiña en el corazón. Me ha ganado la paz de la llanura. Ya solo me falta ponerme a pintar otra vez. Mirar y ver, condiciones no faltan.

Maypearl (Perla de Mayo) es el sitio, a once millas de Waxahachie, así se llama el pueblo más grande y cercano. Llano, a más no poder y con alguna colinita que otra—ancho es Texas! Uno no podría imaginar, ni por lo más remoto, a un Cid Campeador redivivo cabalgándose estos territorios. Poco polvo, ningún sudor y todo hierro en los establos. El caballo de hoy es el “truck” de cuatro ruedas y un montón de caballos de los otros; lo que los hispanos llaman, españolizándolo: la “troca”, algo de cabina y espacio de carga. Vehículo indispensable para labores y carga en estas distancias; aunque tengas a la puerta un Cadillac, o un Mercedes, la troca no puede faltar.

Precisa y sorprendentemente, hoy encontré un libro en ella, debajo del asiento. No me lo esperaba. Ansel Adams “400 fotografías”. Lo rescaté de la “pickup truck” y he estado pasando, foto tras foto, todas sus páginas en un estado de embeleso total. Que gran fotógrafo para tan gran país! Seis décadas de fotografía en su más pura esencia. Un viaje rápido por las prístinas bellezas naturales de Estados Unidos. En blanco y negro, la verdad primaria de la fotografía, pese a quien pese. La reconciliación con la composición natural y la incontestable diferencia entre luces y sombras. La emoción y la dificultad de los grises.

Hacia años que no pasaba un momento tan agradable y tan ejemplar viendo fotografías. Incluso saltándoseme las lágrimas al recordar admoniciones y detalles técnicos, tantas veces solventados en mi instrucción con otro gran maestro: Pepe Núñez Larraz. Magníficos fotógrafos, los dos. Siempre echando de menos a la persona que me enseñó a ver, partiendo de la simple mirada. Lo que Ansel Adams llamaba: visualización y Núñez Larraz llamaba: ver. Es el quid del artista fotógrafo: saber ver la foto cuando la tienes delante. Ese trabajo instantáneo y ágil, previo a echarte la cámara al ojo y disparar. Y el sinnúmero de reglas y conocimientos necesarios para el envite.

ansel adams photo of sand dune

Ansel Adams. “Dunas Océano”. California. 1963
“…algunos dicen que esta imágen es abstracta, pero en aquel momento
yo no era consciente de semejante definición…”

Mientras pinto y no pinto, la fotografía complementa mi ambición de expresividad artística. La cámara siempre me acompaña y me saca de apuros para conservar las vistas seleccionadas por la mirada. Raramente uso la fotografía para pintar, y nunca realísticamente, son amores distintos. En esta ocasión estoy viendo Texas de una manera totalmente diferente que, hace más de veinte años, cuando llegué a estos nuevos mundos por primera vez. Una mirada más sentimental y más vívida, menos atónita. Entonces, todo era nuevo y mi fotografía proyectaba una visión desde un punto de vista español. Algo que ahora no me ocurre. Mi visualización se ha vuelto americana. Me he dejado la vista en el conocimiento del país y de sus luces. Sigo siendo un fotógrafo español, pero contengo también la visión americana.

Podría hacer una extensa relación de fotógrafos americanos que me han ayudado a comprender esta realidad y sus luces. Solo voy a citar los que me han calado más profundo: Ansel Adams, Edward Weston, Minor White…Tengo una especial predilección por Adams y no podría decir porqué. Como nunca olvidaré las enseñanzas universales de Núñez Larraz, Pepe, gran fotógrafo, gran persona. Con todo mi cariño al maestro, también sé que nunca podré pagarle, con el recuerdo, lo que hizo por mi: adiestrarme a ver. Él me dió herramientas y reglas y, también me ensenó a romperlas. Siempre que miro a través del objetivo, sé que veo como a él le hubiera gustado que viese.

Luisma, 1 de Noviembre del 2013
“La composición es la manera más potente de ver.” — Edward Weston

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]