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Retrato de Pintor (V)

Andy Wharhol, tramando algo.

Andy Wharhol, tramando algo.

La verdad es que estar muerto da una clarividencia especial, se ve todo mucho más claro, nítido. Tantas tonterías que en vida nos parecían tan importantes, han dejado de ocupar plaza en un cerebro que ya no tengo. Yo que era todo cerebro! Ya sé, ya sé, estoy hablando por Andy—como si no lo supiera—ese deporte que, desde hace algunos años, practico con un montón de ellos. Pintores.

Andy lleva ya unos cuantos años muerto y parece que está por encima de todas las filias y fóbias que le marcaron en vida. Un caballero americano, muy americano. Eso si, con la conciencia muy clara de su origen eslavo; su familia Warhola, a los que no perdona aunque pasen los siglos que no siguieran sus instrucciones escritas. Mira lo que me hicieron! Yo que quería una lápida simple, lisa, en blanco. Sin nombre, sin fechas, sin cruces, sin “erreipes”. Nada, la nada, lo que tiene ahora y lo que le queda de todo aquello. Si por lo menos hubieran puesto tan solo: “un invento”.

Aquello era la celebridad, la publicidad sublimada; nadie ha sido capaz de manejarla como él, ni siquiera alguien tan apegado a ello como aquel español del que tanto aprendió: Salvador Dalí, que se multiplicaba y se reinventaba como la hidra de las siete cabezas. Muchas cosas tuvieron en común el uno y el otro. La sexualidad y la ambición de notoriedad y celebridad y la avidez por el dinero. La celebridad no era, por supuesto, los quince minutos vitales de cada cual (según Andy); ambos eran más afectos a una gloria sempiterna y forrada de billete.

Nada importa ahora. Estar muerto aclara muchas cosas. Pensándolo bien, y en clara contradicción, la muerte es el summun de la perfección para un hipocondriaco, como Andy.Todo empezó con aquella escarlatina que le dio en primaria y que le produjo corea; esa enfermedad que los españoles llaman, tan gráficamente, el Baile de San Vito. Un mártir, eso es lo que él siempre fue, un mártir de la modernidad. Nadie entendió nunca el porqué de mear convulsivamente, salpicando sobre lienzos metalizados, buscando oxidación como solución pictórica. Olé!

Media infancia se la pasó en la cama, donde aprendió a dibujar y coleccionar fotos de artistas de cine. Eso y oír interminables horas de radio. Cualquier cosa menos ver hospitales y doctores. Ese miedo le quedó para siempre, y aún ahora que está muerto, no quiere ver un médico o un hospital ni en pintura.

Cuando, por fin, aceptó la imagen de si mismo que el espejo le devolvía, incluidos los múltiples granos, aceptó también ir al colegio. Tuvo que sufrir frecuentes disgustos y hasta discriminación. Se sobrepuso a todo, incluso a ser el último de la clase y a su propia particularidad. Debajo de su fotografía en el libro del año dice: “tan genuino como una huella digital”. Su especial singularidad le seguiría toda su vida colegial. El profesor de su clase de Individuo y Sociedad dejó dicho, profecía fallida: “si alguien me hubiera preguntado quien era el que menos posibilidades tenía de triunfar, yo hubiera dicho que Andy Warhola”

Lo que siguió después es la parte mas conocida de su vida…diseño artístico en el Carnegie, Gropius, Moholy-Nagy, el ballet, la danza, el dibujo a borrones, publicidad incipiente, Nueva York, bohemia, licenciatura en Bellas Artes, Glamour = Warhol(a), escaparates, libros, el vicio de los dulces, novios/amantes, viajes por el mundo, Elvis, Garland, Gabor, Life, escenografías de operas, las sopas Campbell, serigrafías de Marilyn y de todo el mundo, mil retratos de celebridades, Mao, Polaroid, Hollywood, The Factory, nubes plateadas…Valerie Solanas le dispara, son los sesenta; todavía seguirá en lo alto de la celebridad hasta su muerte, veinte años después.

Tumba de A.W. en Bethel Park, Pittsburgh

Tumba de A.W. en Bethel Park, Pittsburgh

Lo dicho: si hubieran puesto en su lápida, al menos eso, un invento, una quimera, una alucinación, una fantasía…cualquier cosa en vez de su nombre; incluso: un fantasma, ahora que no le queda mas remedio que serlo. Solo se regodea con el detalle de esos visitantes de su tumba, en Bethel Park, a pocos minutos de mi casa. Esos peregrinos de la fama, que dejan latas vacias, claro, de sopas Campbell; y ese otro tipo, al que nunca ha visto, que invariablemente deja algunas monedas cada vez, que detallazo! Así da gusto estar muerto!

Luisma, 20 de Julio de 2011

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De Fotografía

“Vista desde la ventana en Le Gras”. La primera fotografia. Niepce, 1826.

“Vista desde la ventana en Le Gras”. La primera fotografia. Niepce, 1826.

De mi afición a la fotografía, no creo que haya nadie que tenga ninguna duda. Como medio de expresión siempre ha sido mi mejor envite. Solo superado, quizás, por la palabra escrita o hablada. Siempre en ese mismo orden. La pintura, con todo y ser predilecta—la de los demás—, siempre ha sido una fuente de frustraciones; iluminadas—muy de vez en cuando—por ciertos cuadros conseguidos. Y aún, emborronada por la dichosa categorización de “elegante”, suministrada—gratis et amore—por mis críticos, que tanto me quieren y tanta consideración me dispensan…Ja! Sí, es verdad que mis éxitos fotográficos han sido siempre más celebrados que los pictóricos. Quizá, en una próxima vida, el espíritu de San Leonardo da Vinci intermediaría para que la cosa cambie…Ja!

Mi amor por la fotografía fue como novia temprana, empezó muy pronto, y fuerte. Tan pronto como mi curiosidad y mi voyeurismo. Fue la decantación de estas dos lo que me llevó, rápidamente, a la cámara. Los primeros años fueron inevitablemente imitativos, imitar las fotos de las revistas y de aquellos números del “Photography Annual” que me caían en las manos. Ahora que vivo en América sé que lo que intentaba hacer, entonces, era “fotografía americana”. Y que dificil es hacer fotografía “americana” cuando uno vive en España! Lo curioso y sorprendente es que ahora que podría, o pude, hacerla…Ya no me interesa. Aunque, bien mirado, que es sino fotografía americana lo que ahora hago?…Ja!

Tan entusiasta de ella, sin embargo, no conservo casi ninguna prueba de aquella época. Después, en mis primeros veintes, me fuí a Paris y descubrí la fotografía “francesa”. Darme cuenta, gracias a Cartier Bresson—modelo ideal de lo que un fotógrafo debería ser—de las luces fuertes, de las sombras duras y de todos los “reflejos” del mundo. Y la intención, claro. Hice mi primera exposición. Exhibición cándida de un documentalismo confundido con el arte manipulador del laboratorio; alteraciones de la realidad, en blanco y negro. El color, en aquél momento, era prohibitivo. Eran los años sesentas del pasado siglo( ! ). Tampoco conservo casi nada de aquellos días de hiposulfito y rosas…Ja!

Más tarde, tuve mucha suerte, mi camino se cruzó con un maestro de la fotografía. Algo que me hacía mucha falta. Me enseñó el fundamento primario de ello: VER. Era un cazador, no solo en el clásico y propio sentido cinegético: cazaba luces y momentos, es decir, la vida. Me enseñó a ver la foto antes de de hacerla, composición, estética…El arte de un arte nuevo. Pepe Nuñez Larraz, maestro siempre en mente, me lo decía: “ Se trata de ver, la cámara es, simplemente, una herramienta”. Imaginé despejar las presencias humanas y eso me llevó a la abstracción, a la que vuelvo ocasionalmente si la situación y el asunto lo exige. Más de treinta mil negativos y diapositivas guardo, desde aquellos tiempos y hasta la aparición del soporte digital. Tantas cámaras y tan “sofisticados” accesorios arrumbados por una “simplísima” y pequeñísima cámara digital. Ahora hago, con su ayuda, toda clase de fotografías. Todo es cuestión de ver. Que gran parte de mi vida fue estar, tantas veces, al lado de Pepe, oficiando de “aprendiz de brujo”…Ja!

Ver el mundo…Perpetuar lo visto. Ahora sé que para poderlo recordar. Claro que, no es solo la fotografía que uno hace; luego está la otra fotografía, la que otros hacen, la que son los recuerdos de otro. Y en la interpretación de ella es cuando surge la propia imaginaciòn. Una puerta abierta al gozo, a través de una mente que no es la nuestra y que nos permite una invasión en tantas otras cosas, y otros tiempos pasados. Tanta belleza aprehendida. Durante mucho tiempo ya…Pronto serán dos siglos de aquella primera imágen fija, que necesitó ocho ( ! ) horas de exposición. Hoy, tengo más de mil fotos “guardadas” en un “pin”, del tamaño de mi dedo índice.Y, ni siquiera acierto a plantearme como será la “fotografía” del futuro. Quién pudiera!…Ja!

Luisma, 30 de Abril del 2010

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Frank Gehry en Cleveland

“Peter B. Lewis Building” de Frank Gehry. “…proas de barcos hendiendo ruiselantes mares de sombras…”

“Peter B. Lewis Building” de Frank Gehry. “…proas de barcos hendiendo ruiselantes mares de sombras…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.)

Siempre he sabido que la Arquitectura (así, con mayúscula) ejerce una fascinación especial en mi. Nunca me he parado a considerar las razones de ello, pero, ha sido y es una constante de mi vida. Puedo estar horas en contemplación de la buena arquitectura y tratar de diseccionar todas sus posibilidades estéticas con la ayuda pertinente de una cámara fotográfica. Nunca, sin embargo, consideré seriamente estudiar para ser arquitecto. La parte ingenieril y de cálculo siempre me echó para atrás. Cobardía.

Ahora, y siempre, esa fascinación se ha convertido en atracción, casi magnética, por las grandes obras del arte arquitectónico; de todas las épocas, pero principalmente de la modernidad contemporánea. Tengo mis gustos en ello muy claros y una cohorte de artistas, escueta pero apreciable, llenan mis expectativas de lo que busco en una buena obra arquitectónica. Casi siempre he elegido mis preferencias por el juego fotográfico que ellas me han procurado. Son amores distintos, la fotografía ante todo y solo pareja a la pintura.

Así puedo citar una pequeña lista, que podría ser más grande: Julio Cano Lasso, Frank Lloyd Wright, Philip Johnson, Renzo Piano, Frank Gehry…De este, tardío en llegar a mi apreciación de todos ellos, en los últimos años he admirado el “Guggenheim” de Bilbao, el “Parque del Milenio” de Chicago y finalmente, solo hace un par de semanas, el “Peter B. Lewis” de Cleveland. Cada “nuevo” edificio suyo que conozco, más me gusta su concepto y el resultado constructivo. Por supuesto, todo ello pasado por el tamiz de las posibilidades fotogénicas que me brinda.

“Peter B.Lewis” Interior. Facultad de Administración y Dirección de Empresa. Universidad Case Western, Cleveland (Ohio)

“Peter B.Lewis” Interior. Facultad de Administración y Dirección de Empresa. Universidad Case Western, Cleveland (Ohio).

Quizá lo que menos veo es su funcionalidad, aunque tengo la creencia de que un edificio que resulta “redondo”, estéticamente, tiene que funcionar también. Y casi siempre, salvo “deshonrosas” excepciones, las grandes obras lo hacen. Si no es así, la gran arquitectura es capaz de crear la función, por si misma. Tiene vida propia. Este edificio de Cleveland, universitario, no puedo juzgarlo en su funcionalidad, pero, el deleite estético cubre todas las ambiciones. Al menos, las mías. La emoción y la sorpresa es grande frente a este hito del arte moderno.

Lo primero fue descubrirlo inopinadamente, sin buscarlo. Ignorante de mi, había visto tiempo atrás una foto no muy buena de él y no paré mientes en donde estuviera localizado. Asi pues, yendo en busca del Museo de Arte de Cleveland, me desvié un par de calles intentando un aparcamiento gratuito; algunos no cambian con los siglos—si es gratis, incluso un resfriado—(if is free, even a cold), un dicho americano. Caminando de vuelta al museo atravesé unas puertas cristaleras de otro edificio vulgar y ahí estaba, de pronto, el corazón y la máquina de fotos me dieron un vuelco. Lo reconocí como el que se topa con una artista de cine en una calle concurrida.

“…azules purisimos jugando por reflejo con beiges de una profundidad inusitada…” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.)

“…azules purisimos jugando por reflejo con beiges de una profundidad inusitada…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.)

Es un edificio brillante, en todos los sentidos de la palabra. Ladrillo y metal se mezclan y casi parece que se funden el uno en el otro. Lo esencial es la curvatura, es un canto solemne y elíptico. Metal curvado, muros enladrillados de las mismas formas, ventanas curvadas al compás. No sé porque me vino a la imaginación un canto gregoriano y una ensoñacion de velocidad, todo ello tridimensional y colgado sin soporte en el espacio.Nada eclesial en su aspecto, pero, una catedral laica de los tiempos actuales. Lo que antiguamente se llamaba: un obrón. Un magnífico edificio.

“…una selva de formas, aparentemente caprichosas, solo aparentemente…” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo.)

“…una selva de formas, aparentemente caprichosas, solo aparentemente…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.)

La mirada discurre por sus formas sin solución de continuidad. La imaginación se pone inmediatamente en movimiento…Proas de barcos hendiendo ruiselantes mares de sombras. Lunas plateadas en pleno mediodía, en campo de gules. Azules purísimos jugando por reflejo con beiges de una profundidad inusitada. Evocación de cimas soñadas, picos metálicos y ángulos impensables surgiendo de una selva de formas, aparentemente caprichosas, solo aparentemente. Cuanto más tiempo pasas mirándolo, más razonable te parece su estética y más familiar se vuelve su sentido.

Es patrimonio de la buena arquitectura el ser esencialmente fotogénica. Las obras de Gehry lo son y en grado sumo. Cada visita a una de ellas me ofrece siempre nuevas posibilidades, todo cambia con nuevas luces, al fin y al cabo, la luz lo es todo.

Luisma, 25 de Mayo del 2012.

 

(Originally posted at Dust, Sweat and Iron.)

 

Retrato de pintor (VI)

Henry Matisse. Autoretrato

Henry Matisse. Autoretrato

Siempre fue mi gran desconocido de entre los grandes. Un pintor diferente a los demás, aunque estaba ahí con todos. No es que yo no parara mientes en su pintura, algunos de sus cuadros me influenciaron siempre muchísimo, más de lo que yo nunca me dí cuenta hasta ahora, un siglo después. Era algo personal con el hombre, con su falta de atractivo, para mí. No fue así para las mujeres de su época, aunque nunca llegase a los niveles del músico Ravel, del cual no he conocido ninguna mujer, ni de entonces ni de ahora, que no se sintiera atraida por él. Matisse, el hombre, nunca me llego a interesar como Picasso, el hombre. Aunque compartieran tantas cosas.

Matisse, uno de los dos más grandes “fauves” tardó en entrarme, a pesar de su gloria y celebridad. Andre Derain me afectó mucho más, aún siendo su colorismo mucho menos atractivo. Hoy, Derain apenas me interesa y Matisse lo hace cada vez más; como ellos no han cambiado es de suponer que yo lo haya hecho.

Todo lo que sé de Matisse, el hombre y el artista, lo aprendí en una noche y fue mucho más de lo que nunca aprendería en los libros, y todo por una de esas casualidades de la vida. Vivía entonces en Houston (Texas), de esto hace quince años. Una tarde de poco quehacer, leyendo el periódico, supe que Francoise Gilot; en otro tiempo compañera de Picasso y luego casada con Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio; la madre de dos de los hijos de Picasso, Claude y Paloma, daba una conferencia-coloquio sobre arte. En su calidad de pintora, crítica, musa de artistas, compañera de pintor y “enamorada” de otros pintores, la cosa presentaba interés. Hacia allí me encaminé, solo para pacientemente “soportar” más de dos horas de interesante panegírico de Matisse, su persona y su obra. Por alguna razón yo esperaba que fuera sobre Picasso.

Matisse. Retrato de Lydia, 1937. Colección Cone. Baltimore

Matisse. Retrato de Lydia, 1937. Colección Cone. Baltimore

No fue así, y aquella mujer – que mujer más interesante – desgranó un montón de información sobre Henry Matisse, el pintor y el hombre, esa vibración que no puede estar en los libros. Sus ideas, sus intereses, sus sueños, sus glorias, su personalidad. Inmundicias solo habló de las de Picasso. Demostró gran enamoramiento corroborado por la exhibición de pintura suya, personal, enormemente influenciada por Matisse. En el coloquio le pregunté porque pintaba como Matisse y criticaba tan duramente a Picasso, si había tenido los hijos con él. Su respuesta fue: tu debes ser español, solo un español hace una pregunta semejante.

Aquella noche cené con ella y me uní a su grupo de acompañamiento, en el restaurante de Ninfa, la mexicana. Me habló largo y tendido de Matisse y muy poco de Picasso. Supe que la envidia y la competencia entre los dos era grande, a pesar de la diferencia de edad, una auténtica rivalidad, a veces cómica. Pablo era 12 años menor que Henry. Ella, a su vez, era 40 años más joven que Picasso. Me pintó a un Matisse interesante, dolido por la edad y las condiciones físicas, acarreado en su silla de ruedas por una antigua modelo. Devoto de sus amigos y hasta de sus rivales, el fue el iniciador del salón de Gertrude Stein, fragua de la pintura moderna. Sintetizó, simplificando, las diferencias con Picasso; este pintor de la imaginación y Matisse, pintor del natural. Los dos pintores de mujeres. Ambos muy diferentes en su relación con ellas. Pude entender su pasión por Matisse.

Matisse. Vista de Notre Dame, 1914. MoMA.Nueva York

Matisse. Vista de Notre Dame, 1914. MoMA.Nueva York

Su retrato de Matisse es el que hago mío ahora. Un artista que no pintaba las cosas sino la diferencia entre ellas. Alguien rendido más a la veracidad de la representación que a la exactitud. Lo natural de la imaginación primando sobre la realidad, y aunque nunca llegó a ser un abstracto estuvo a un solo paso de serlo con su Vista de Notre Dame, de 1914. Probablemente ninguna pintura me ha influenciado tanto ( excepción hecha, claro, de las Meninas). Además tocaba el violín, cada mañana, y toda su vida le fastidió no pintar como todos los demás, ser tan diferente. En resumen, a mi tampoco me importaría convertirme en un pez rojo, si fuera en la misma pecera que Matisse.

Luisma, 18 de Septiembre del 2012

 

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Retrato de Pintor (VII)

 

Retrato de autorretrato con reflejo. Francis Bacon (1958)

Retrato de autorretrato con reflejo. Francis Bacon (1958)

Viajar, en la juventud, es parte de la educación; en la vejez, parte de la experiencia.

(Sir Francis Bacon, filósofo, 1561-1626)

Viajar, en mi, es siempre la más valiosa de las experiencias. Algo que hace la vida digna de ser vivida. Conocer, visitar, ver, ir en busca de un pintor y de su pintura, es parte de la experiencia de rodar por este país. La gran cantidad de museos americanos, grandes colecciones o pequeñas, proporciona magníficas oportunidades. Washington D.C. tiene un museo, uno de mis favoritos en el conjunto de los que conozco, el Hirshhorn, en el Mall, muy cerca del Congreso. Esta vez he ido al encuentro de un pintor y una pintura que admiro y me ha servido muchas veces de inspiración. Un retrato de Francis Bacon (1909-1992) y otros cuadros del mismo autor que lo rodean y lo acompañan en la misma sala.

Allí está, entro en la obscuridad del cuadro y veo al pintor, hace veinte años ya… Camina con dificultad y ahogo. No puede respirar, difícil, a pesar de ser una mañana de abril madrileño con un aire frio y puro, de la sierra. La luz, tan blanca, le ciega esos ojos acostumbrados a tratar con los colores y la tenebrosidad. Se detiene y mientras recuerda las lecturas de su antepasado, con el que comparte el nombre: “En orden para que la luz brille resplandeciente, la obscuridad tiene que estar presente”. Francis no sabe que está caminando directamente hacia la tiniebla absoluta, la última obscuridad. Vacila antes de entrar en la clínica. Nada le importa ya. Aire. Al final del corredor le espera la monja que le cuida, la hermana Mercedes. La imagina a caballo, como uno de los jinetes finales. La risa le remontaría hasta los ojos, si no fuera por el miedo.

Ahora, después del tratamiento, descansa cabizbajo sentado en un mimbre de la terraza. Está solo y no debería estarlo. Pathos.  Donde están todos? Mejor, así puede permitirse el lujo de cerrar los ojos y seguir la tertulia con Picasso y Velázquez. Sueña despierto. Son los santos de su devoción pictórica, a los dos les debe mucho. Discutir sobre figurativismo y abstracción con estos dos. El más propenso a justificar la pintura abstracta es Velázquez. Vivir para ver, es la madurez de los siglos. Picasso no se aclara porque le cuesta absorber el hecho abstracto y no puede decidir de quien beber, quizá de todos. “Tened cuidado conmigo, que yo copio”, Picasso dixit. Bacon sigue terne en lo figurativo. Siempre. En un mundo y una época de abstracción, su figuración triunfa. Los otros aplauden. Su colorismo y su gesto mandan. Todos vamos  pintar de él y por él.

Estudio para “Retrato de Van Gogh” III. Francis Bacon (1957)

Estudio para “Retrato de Van Gogh” III. Francis Bacon (1957)

El descanso ya no puede ser, en la inmovilidad solo le quedan las imágenes, tantas, que le llegan a borbotones, de la misma manera que la vida se le va…Dublín, hace mil años, su progenitor tratando de “hacer un hombre de él”, el dolor de una juventud frustrante y un padre rígido, difícil. Su entrega a una vida disoluta de “gigoló”, las buenas mesas, los buenos vinos, el hedonismo galopante que le acompañará toda su vida. La estética aprendida con todos aquellos hombres ricos y cultivados, a los que servía como “caballero de compañía” en Londres.

Mientras tanto leía a Nietzsche y a tantos otros. La risa, casi una mueca, se le escapa al recordar sus momentos al espejo, disfrazándose de mujer, incluso con ropa interior femenina. Fue cuando estuvo en el increíblemente libre Berlín del 27, con un amigo de su padre, que le dejó solo al poco, lo que aprovechó para irse a París, a ver museos y galerías de arte. Aquellos 106 dibujos de Picasso que le tocaron el corazón.

Reflejos en el autorretrato de Bacon.                    (S. de rojo y con sombrero)

Reflejos en el autorretrato de Bacon.
(S. de rojo y con sombrero)

Le vienen más imágenes. Vuelta a Londres. Decoración y pintar, pintar mucho, exponer. El grupo de Jóvenes Artistas Británicos, las primeras críticas y, por fin, el tríptico de la base de la Crucifixión, el origen de su carrera pictórica de éxito, el así lo considera. Nada volvió a ser lo mismo. Se dió de bruces contra la fama y la celebridad, el mundo. Todo lo que sucedió a partir de ese momento no importa, ya nada importa, está demasiado cerca. La cruda realidad, igual a su pintura. Comer, beber y el juego, constantes de su vida. Con la sola atenuación de sus amigos, muchos no sabe discernir porque lo son. Pinta rabiosamente. Piensa: “Como puedo tener interés en mi trabajo, cuando no me gusta lo que estoy haciendo?

Ahora, en estas vacaciones en Madrid, todo cobra sentido, esta obscuridad tan difícil. Pero, se siente tan mal. Quisiera gritar y no puede. Donde estáis Velázquez y Picasso? Porque se ha hecho de noche tan pronto? Será esto el principio del caos, ese caos ordenado que rigió su pintura? Es el miedo a la obscuridad, el horror redivivo de aquellas reclusiones infantiles, cuando la niñera le encerraba durante horas en el bargueño. Apenas puede respirar. No siente nada.

Francis Bacon murió en Madrid, el 22 de Abril de 1992.

“El proceso creativo pictórico es una mezcla de miedo y placer”  F.B.

Luisma, Pittsburgh, 7 de Abril del 2013

(originally published at Dust, Sweat and Iron)

Retrato de pintor (?)

luis jimenez-ridruejo appears to open a painting of a window

“…como un magnífico engaño sin crueldad, un trampantojo…” (Luis Jimenez-Ridruejo)

Conocí a Luis Jiménez-Ridruejo hace ya muchos años, yo diría incluso que lo conozco desde siempre, lo cual es harto precisar porque muchas veces él me ha dicho: “ni yo mismo me conozco”. Luis concibe la vida, al igual que su pintura, como un magnífico engaño sin crueldad; un trampantojo detrás de otro. Una realidad que, a veces, se confunde con la ficción.

Creo recordar que lo vi en Paris, a mediados de los años sesenta y luego en Salamanca. Era este un tiempo en que salíamos mucho de noche, después de pintar, hasta altas horas de la madrugada. Pasábamos largas horas de “alterne”, rock, videos y poco alcohol (ninguno de los dos bebemos mucho), en aquel antro artístico que regentaba el gran Cipri en Salamanca: el “Santabárbara”, discoteca, videoteca y rompeolas nocturno de pintores, músicos, escritores, actores, performers, y otras gentes de “buen vivir”. Eran los primeros ochenta del siglo pasado. Últimamente, ahora que me he venido a vivir a Texas, que es donde él mora o habita, lo veo muy a menudo—casi todos los días—coincidiendo que ambos hemos vuelto a pintar, después de algunos años de no hacerlo.

Aquel tiempo en París fue excepcional. Vivimos una temporada juntos; íbamos a las mismas clases de historia del arte y de dibujo; una enseñanza clásica, a más no poder, montones de dibujo del natural, con modelos y mucho cuaderno de apuntes y bocetos, en calles y cafés. En Montmartre nos hacíamos la ilusión de ser artistas consagrados. Vendimos nuestros primeros cuadritos de paisajes parisinos en aquella placita de Tertre, donde seguramente concurrimos en ensoñaciones con otros pintores. Allí duramos poco, aquello era ya historia pasada, folclore y señuelo comercial, a cien francos viejos el dibujo o el retrato. Los americanos lo definen bien: una trampa para turistas. Volvíamos solo cuando nos hacían falta unos francos.

luis jimenez-ridruejo in front of a building in Paris that is painted to look like it is melting

Otro trampantojo, esta vez en París (Luis Jimenez-Ridruejo).

Luis con su habitual jeta y verborrea nos consiguió un trabajo de decoración en un restaurante español. Pintamos siete cuadros, malos, de motivos taurinos y flamencos…faltaría más! Incluido un fresco en un paño de pared del bar, pintado por las noches mientras el restaurante estaba cerrado. El pago no fue muy bueno pero, al menos, durante tres meses comimos caliente. El sitio estaba en el barrio de Passy; nunca he tenido la curiosidad de volver por allí. Luis, tampoco. Eran los meses previos al 68 parisino y ya se cocía todo lo que iba a pasar luego. Ya tenía, por aquel entonces, problemas con el color; como él dice que siempre ha tenido, aunque últimamente ya no lo asegura como antes. Color más o menos, a mi siempre me ha impresionado la facilidad que tiene para pintar cuadros grandes. Aquel momento en Paris fue el comienzo de un largo idilio con las musas, que nunca nos han abandonado. Y ya va para largo.

A Ridruejo hay que ponerle una pistola en la espalda para que se ponga a pintar y luego encañonarle con la misma para que deje de hacerlo. Lo cual en Texas es muy propio y plausible, llegado el caso. Aún recuerdo los años en que, ya mayorcito, volvió a la universidad para estudiar Bellas Artes. Eran los tiempos del “Santa”, la madriguera donde finalizábamos nuestras noches. Luis tenía, a la sazón, su casa llena de pintores, profesores de arte y compañeros alumnos. Por su edad, a veces le confundían con un profesor; aún lo siguen haciendo, por su pinta y su manera de hablar. Nunca, ni en los años mozos de París, lo vi tan feliz como en aquellos otros de estudios tardíos. Quizás ahora en Texas le veo mejor que nunca, aunque proteste tanto de su salud maltrecha.

En aquella época de los ochenta, antes de venirse a los Estados Unidos, siempre me sorprendió que me siguiera los pasos; al fin y al cabo, como él, tampoco soy un pintor reconocido. Decía que yo le daba suerte y de mi, o por mi causa, vino lo de escribir y pasó de su inicial Houston a vivir en Pittsburgh. Me consta que allí hizo mucha fotografía y poca pintura. Como siempre cuadros grandes, y luego lo dejó durante una década. Ahora nos hemos reencontrado y compartimos estudio. Un lugar luminoso, en medio de una gran pradera tejana, de un silencio avasallador y bienvenido, turbado apenas por cuatro ladridos amistosos y algún avión perdido en las alturas. La pintura lo está llenando todo y la televisión y el Internet nos mantienen en contacto con el mundo.

photo of luis jimenez-ridruejo's studio

La realidad: el estudio de Luis Jimenez-Ridruejo en Texas.

No es fácil definir la pintura de Luis. Algunos críticos estultos la han tildado repetidamente de “elegante”, algo que a él le molesta mucho. Me parece que todo es producto de la inhabilidad de estos para entender un mundo pictórico, el de Ridruejo, de por si complicado y fantástico, y se quedan en una pintura que no es agresiva a la vista, que no grita desde las paredes. Sus cuadros se leen despacio y su apreciación dura largas miradas. No hay que buscar muchas explicaciones, en realidad no hay que buscar ninguna. Picasso lo dejó dicho muy claro: “La gente que trata de explicar una pintura están, usualmente, ladrando al árbol equivocado”.

He intentado hacer un retrato de Luis y más parece que me haya salido una semblanza, o un bosquejo somero. La próxima vez le pediré a él que se autorretrate, será más evidente que hacerlo yo mismo. (?)

Luisma, Maypearl (TX)  2 de Marzo del 2014

Una noche de ensueño

Luis Jimenez-Ridruejo, Uninhabited Garden #2

Luis Jimenez-Ridruejo, Uninhabited Garden #2 (“the lost painting”), acrylic on canvas, 22″x 22″

Por primera vez, en mucho tiempo, una noche con un sueño maravilloso, delicioso, fantástico…todos los adjetivos que se le ponga son pocos. Usualmente, la cosa no discurre así, mis sueños son difíciles o frustrantes o terroríficos o incluso simplemente inocuos. Esta vez me cayó el premio, me tocó la lotería, me bajaron las nubes para poder subirme en ellas. Que bien!

Una noche de sueños de los de estrellitas, de borreguitos, de pastelerías, de los que te curan, mismo, la acidez de estómago. Hasta incluso, mientras estoy escribiendo esto, silbo una alegre cancioncilla intranscendente; solo de la felicidad que me produce el recuerdo de esa noche, de ese sueño. La misma sensación que cuando juego un buen partido de fútbol, ahora que cada vez se me hace mas complicado que eso ocurra por la edad y por los crecientes detrimentos físicos.

Bueno, va…nos vas a contar el sueño, si o no? Bien, pues la cosa va de pintura, de mi pintura. Soñé que estaba conforme con mi pintura (lo que nunca ha sido así), que me gustaba lo que había pintado y que era bueno. Y que había pintado mucho, una exposición completa y que todo el mundo decía que era una buena pintura, tirios y troyanos, amigos y la “cofradía de la elegancia”, todos.

Aquí no me va a quedar más remedio que explicar lo de la cofradía de la elegancia, es decir la “critica especializada” (más o menos especializada, según se mire). Esos cuya mejor manera de definir laudatoriamente mi pintura ha sido siempre acusarla de “elegante”, lo que dicho sea de paso todavía no he podido comprender bien que quiere decir y en que se basa dicha definición.

Esta vez la palabra elegante no se veía por ningún lado, ni afloraba siquiera en las típicas lenguas de doble filo, los envidiosos…no envidiosos de mi (pobre!), los envidiosos por real decreto, los de siempre, que habitan cualquier país y cualquier hemisferio. Los que viven vidas únicamente de espectadores, esos que se dedican a mirar (en blanco y negro, desvaído) como los demás viven sus vidas, en vez de vivir las suyas propias (colores a tutiplen).

En pocas palabras, fue una noche, un sueño de plenitud, un sueño que era un sueño. Ni siquiera cuando me desperté la sensación fue mala o infeliz por el término de dicha felicidad. El solo recuerdo del sueño era una felicidad en si mismo. Firmaría, ahora mismo, tener más sueños como el del otro día, o la otra noche, o tenerlos a menudo, más a menudo. Esta vida, con sus más y sus menos, necesita estas pequeñas inyecciones de optimismo, aunque sean imaginarias.

Luisma, 27 de Abril del 2009

 

[originally posted at Dust, Sweat and Iron]

Retrato de Pintor (VIII)

Retrato de Fernand Léger (1881-1955)

Retrato de Fernand Léger (1881-1955)

“No existe lo abstracto o lo concreto. Existe un buen cuadro y un mal cuadro. Una pintura que te conmueve y otra que te deja frio. La pintura tiene valor por si misma, como una partitura musical, como un poema.” (F. Leger)

Nunca supe, hasta hace muy pocos años, que Madonna y yo compartíamos gustos pictóricos y una sesgada relación personal; todo ello sin llegar al conocimiento mútuo—cosa que no me hubiera importado lo más mínimo. La “monstruosa” cantante y artista es fan acendrada del pintor Fernand Léger, llegando incluso a poseer—ella se puede, o se podía, permitir el lujo—obra del pintor francés. Hace diez años, vendió—siete millones de dólares para su fundación Ray of Light—el cuadro: “Tres mujeres en la mesa roja” en Sotheby’s. Lo de la relación personal fue el hecho de haber sido, mi segunda mujer—la americana—, profesora de Madonna, en bachillerato, cuando todavía se la conocía como señorita Ciccone (Madonna Louise Ciccone), en el Michigan de hace ya demasiados años.

La verdad es que me hubiera gustado conocer a Fernand Léger. Desgraciadamente, murió cuando yo tenía diez años. Hacerme una idea, un retrato del artista y del hombre, exige dos formas de intentarlo: una puede ser buscar fotografías del pintor que también era cineasta; solo para encontrar que, en lo físico, se daba un aire a Walt Disney. Nada que ver, Disney era un halcón de la derecha americana y Léger un comunista francés, algo casi tan pintoresco como un comunista español. Los dos compartían el aire bonachón y el bigotillo propio de la época entre guerras mundiales. La otra manera de retratarlo sería escrutar y rastrear la imagen de su espíritu en toda su obra y, sobre todo, leer y estudiar sus magníficos escritos sobre arte; fundamentalmente: “Funciones de la pintura”, una obra maestra.

Uno no sabe a que carta quedarse con un personaje como Fernand Léger; si el pintor adelantado a su época, moderno hasta llegar a ser el epítome de lo moderno o quedarse en el Léger escritor; posiblemente uno, si no el mejor, de los grandes escritores sobre arte de todos los tiempos. Su “Funciones de la pintura” es, para mí, el más importante texto que jamás haya leído ( y releído a menudo) escrito por un artista. No me canso de aconsejarlo.

Difícil de conjugar el hacer arte y escribir sobre ello. Descubrir las posibles razones de esta conjugación es problema harto difícil, habría que adentrarse en su biografía y en su tiempo y llegar a conocer porque alguien nace con el don de la escritura. Lejos de mi el proclamar que el artista para una cosa es artista para todo; ojalá fuera así—otro gallo nos cantaría—y no habría tanto “cantamañanas”, críticos de arte, resbalando y patinando por las laderas de la historia. Fernand entendió y plasmó perfectamente el hecho artístico y las influencias de lo individual y personal en el arte, propio o ajeno.

F. Leger, “Los Fumadores”, 1912.

(F. Leger, “Los Fumadores”, 1912. Colección Guggenheim. Nueva York.) Muchas de sus pinturas me conmueven cada vez que las miro…

Léger se fue a París, desde su Normandía natal, justo al principio del siglo XX. Quería estudiar Bellas Artes pero no le aceptaron, supongo que había que ser un consumado dibujante clásico (como en la Escuela de S. Fernando, en Madrid) y se convirtió en “oyente”, permitiéndole ello un mayor y más libre uso de su imaginación, encorsetada y constreñida por las rígidas directrices escolares. Tres años vacíos e infructuosos, según sus propias palabras. Se hizo un pintor “serio” y dedicado hacia sus veinticinco años. Todo lo que pintó en aquella época lo destruyó más tarde.

Se adhirió luego a la vanguardia de los Archipenko, Chagall…empezó a hacer Cubismo, lo que luego alguien le tituló: “Tubismo”, por sus figuras cilíndricas. Hizo abstracción, antes de alistarse, dos años, para la guerra mundial del “Catorce”. Casi murió en la batalla de Verdún, en un ataque con gas mostaza. Así que, para la Segunda Guerra Mundial se vino a los Estados Unidos. Enseñante en Yale University, trabajó mucho y hasta le decoró el apartamento a Nelson Rockefeller. A resultas de aquel viaje, al volver a Francia en 1945, se afilió al Partido Comunista. Le debieron sentar mal los USA. Aunque él, más que marxista fue un apasionado humanista. Tuvo una vida artística muy productiva en Europa y Sudamérica. Murió en 1955, a los 74 años.

Léger alguna vez dijo: “Mis ojos fueron hechos para borrar todo lo que es feo”. Me adscribo a ello. Hombre y pintor con tantos detractores como seguidores; no hace falta decir de que lado estoy. Muchas de sus pinturas me conmueven cada vez que las miro. Aparte de lo que he aprendido de él. Esta es mi visión de Fernand Léger y, después, que cada cual haga sus propias interpretaciones. Para gustos están los colores, no?

Luisma, Pittsburgh, 15 de Septiembre del 2013

(originally posted at Dust, Sweat and Iron)

Hablan quienes la conocieron

refectory where the last supper is painted after a bomb strike

(Santa Maria delle Grazie en 1.943) Una bomba más sobre el refectorio y
de “La Ultima Cena” solo hubiera quedado la imaginación.

Además de admirar la pintura, se trata de conocer al pintor; lo que siempre ha contribuido a entender mejor su obra y aumentar el deleite de su contemplación. Cualquier pequeño detalle suma y se añade a la belleza intrínseca de la obra. Siempre ha sido bueno leer a aquellos que escribieron sobre los pintores, principalmente a los coetáneos, si se trata de artistas de otros tiempos. Y más si, ficticiamente o no—tanto da, ya—claman haberlos conocido personalmente. Por como ha llegado hasta nosotros, confrontar una obra como “La Ultima Cena” de Leonardo Da Vinci es una experiencia de mucho mayor orden si la aderezamos con la lectura de los que lo conocieron, u otros que dotados de una visión literaria acendrada nos han dejado su palabra para excitar nuestra imaginación. Poco importa leerlos antes o después de ver la obra, es cuestión de gusto o regusto, de gozo o recuerdo.

Matteo Bandello era un monje italiano, fue un popular escritor y ya de mayor llegó a ser obispo en Francia. Además de conocer a Leonardo Da Vinci y escribir sesgadamente sobre él, publicó unos cuentos o “novellas” cuyas traducciones al francés y al inglés harían conocer a Shakespeare las historias de algunos de sus mejores temas: “Romeo y Julieta”, “Mucho ruido y pocas nueces”, “Noche de Reyes”… Bandello habría vivido en el convento dominico de Santa María delle Grazie durante el tiempo en que Leonardo pintaba su obra magistral. Posiblemente era un fraile muy joven, debía tener entonces unos quince años, y hubiera tenido por ello más tiempo para andar zascandileando alrededor del pintor y sus trabajos. Bandello nos describe lo que debió observar muchas veces:

“…a la mañana temprano subía al andamio, porque ‘La Ultima Cena’ estaba un poco en alto; desde que salía el Sol hasta la última hora de la tarde estaba allí, sin quitarse nunca el pincel de la mano, olvidándose de comer y de beber, pintando continuamente. Después sabía estarse dos, tres o cuatro días, que no pintaba, y aun así se quedaba allí una o dos horas cada día y solamente contemplaba, consideraba y examinaba para si, las figuras que había pintado. También lo vi, lo que parecía caso de simpleza o excentricidad, cuando el Sol está en lo alto, salir de su taller en la corte vieja—sobre el lugar del actual Palazzo Reale—donde estaba aquel asombroso Caballo compuesto de tierra y venirse derecho al convento de las Gracias y subiéndose al andamio tomar el pincel, y dar una o dos pinceladas a alguna de aquellas figuras, y marcharse sin entretenerse…”

Un oscuro monje italiano que conoce a Leonardo y hasta pretende darle consejos de cuando abandonar una pintura y cuando retomarla…e inspira a Shakespeare! Al igual que Giambattista Giraldi, otro poeta y novelista contemporáneo de Bandello que, basado en los recuerdos de su padre, escribía así sobre la forma de trabajar de Leonardo: “Antes de pintar una figura, estudiaba primero su naturaleza y su aspecto[…] Cuando se había formado una idea clara, se dirigía a los lugares en los que sabía que hallaría personas del tipo que buscaba, y observaba con atención sus rostros, sus comportamientos, sus costumbres y sus movimientos. Apenas veía algo que podía servirle para sus fines, lo dibujaba a lápiz en el cuadernillo de apuntes que siempre llevaba en la cintura. Este proceder lo repetía tantas veces como juzgase necesario para dar forma a la obra que tenía en mente. A continuación plasmaba todo esto en una figura que, una vez creada, movía al asombro”.

El gran escritor Goethe, también prolífico dibujante y autor de una Teoría del Color, explicaba su visión de “La Ultima Cena” y del refectorio donde se encontraba: “Frente a la entrada, en la zona mas estrecha y al fondo de la sala, estaba la mesa del prior, y a ambos lados las de los restantes monjes, colocadas sobre una especie de grada a cierta altura del suelo. De repente, cuando al entrar uno se daba la vuelta, veía pintada en la cuarta pared y encima de las puertas la cuarta mesa, con Jesús y los Apóstoles sentados a ella como si fueran un grupo más de la reunión. La hora de comer, cuando las mesas del prior y de Cristo se encontraban frente a frente, encerrando en medio a los demás monjes, tuvo que ser, por fuerza, una escena digna de verse”. Goethe nos dejó, también, una magnífica explicación pormenorizada de la pintura, tal cual él la vio en 1788.

blue and white line drawing of the outlines of The Last Supper

Líneas maestras previas a una observación imaginativa…

Sea Goethe, o sean unos poco conocidos escritores italianos, el caso es que estos personajes nos edifican el conocimiento; de alguna manera se asemejan a lo que hubieran sido los periodistas de su tiempo. Contribuyen a la fama y la grandeza de otros sin quizá proponérselo y, sobre todo nos permiten sacar a pasear nuestra imaginación, que es otra manera de conocer. La mejor manera? En el caso de “La Ultima Cena” y con su estado de conservación, no queda más remedio que afirmarlo.

Luisma, Maypearl (TX) 10 de Febrero del 2014

El “Guernica” y “La Ultima Cena”

A mi me gustó siempre el “Guernica”, independientemente de su significado político. No comulgo con la pintura política ni tampoco con la religiosa. Ambas son tildes. Creo que la obra bien hecha está, o debe estar, por encima de lo religioso y lo político. El “Guernica” tiene para mi el mismo valor que “La Ultima Cena” de Leonardo, pinturas bien hechas las dos, separadamente de sus “otros” significados. Por eso me gusta la abstracción, a la que es difícil darle otro sentido que el puramente estético o emotivo. No voy a negar que admiro mucho el arte realista, el gran oficio; mi imaginación se llena con algunos retratos, dejando a salvo los famosos “parecidos” que en la gente anterior a la fotografía nunca llegaremos a saber si lo eran o no.

Pablo Picasso, Guernica

“…sus azules, verdes, sienas y bermellones eran cada uno el trasunto…”

El “Guernica” lo vi por primera vez en Madrid, en su emplazamiento anterior, cuando estaba en una urna de cristales anti-bala y parecía un Cristo yacente, de aquellos que salían en procesión en la Semana Santa. Picasso se hubiera hecho cruces ante semejante similitud. Los 111 japoneses que inundaban el Casón no me molestaron lo más mínimo. Confieso que se me hizo mucho más grande que en las fotos (!?), seguramente por el aura de obra única y singular y la transcendencia lograda por sus avatares vitales. Los otros significados. América contribuyó mucho a la glorificación del cuadro y fueron sus minorías, como siempre, pues las mayorías eran y son otra historia. En una conferencia, en un colegio universitario de Houston, ya hace años, me preguntaron que opinaba sobre el sentido político del “Guernica” y, ni corto ni perezoso, contesté que sus azules, verdes, sienas y bermellones eran cada uno el trasunto de los partidos políticos de la España anterior a la guerra civil. Nadie pareció captar la broma. Creo que la mayoría no sabía como era el cuadro.

Y, precisamente, el no saber como es realmente un cuadro o una obra pictórica es lo que produce mayor emoción cuando lo ves por primera vez. Así me ocurrió con el Picasso y también con el Da Vinci. En el momento en que confrontas el cuadro y el supuesto fresco, los dos obras enormes en su realidad, es cuando te das cuenta de lo poco que te habías fijado en las fotos. Los tamaños se confunden con las expectativas y los colores—o la ausencia de ellos—cambian en tu retina, tomando todo el episodio un sentido diferente. El entorno, la geografía, los olores y los sonidos, todo influye. Es el momento en el que nacen las adhesiones inquebrantables a una pintura o a un artista.

Era un verano caluroso y tormentoso, hace treinta años aunque me parece que fue solo ayer. Corríamos por la Lombardía, camino de la ciudad, rodando por la carretera al compás de una tormenta tras otra. La promesa era grande: ya se podía visitar “La Ultima Cena” de Leonardo, después de dos interminables décadas en restauración. Milán, hasta Sta. María delle Grazie, era una ciudad abierta, apenas nadie en las calles, solo el olor a ozono como en Castilla. La suerte ayuda a los audaces, alguien de la lista de visitantes no había llegado y nos dejaron entrar. No recuerdo nada del convento, la excitación del momento por suceder, todo era oscuridad hasta entrar en el refectorio y allí, al fondo, Leonardo y el silencio y los suspiros. De algún lugar en lo alto, muy quedos, descendieron los acordes de un Magníficat.

Leonardo Da Vinci, The Last Supper

“…Aquellos colores eran suaves, tenues y al mismo tiempo luminosos…”

“La Ultima Cena” fue una sorpresa por sus luces, por su perspectiva y por la manera como te entraba por los ojos. Aquellos colores eran suaves, tenues y al mismo tiempo luminosos. El cuadro entero acusaba el maltrato sufrido durante siglos. Como había podido salvarse después de tanta vicisitud? Repasé mentalmente su historia…la pintura empezó su vida mal: tres años después de terminada ya se caía a trozos, deteriorándose extremadamente. En sesenta años casi había desaparecido. Sufrió varias tentativas poco acertadas de restauración y protección por pintores que no estaban a la altura de las circunstancias. Soldados franceses, en 1796, tiraban piedras contra la pintura y subían a borrar los ojos de los apóstoles. Continuaron los intentos de limpieza y restauración fallidos. En la segunda guerra mundial le cayó una bomba y tuvo que ser cubierta por sacos terreros. Ahora terminaban veintiún años de criticadas reparaciones.

Lo que teníamos a la vista era más la emoción de imaginar a Leonardo Da Vinci subiendo y bajando del andamio (tres años de trabajos ímprobos, pinceles en ristre y discutiendo soluciones estéticas con sus ayudantes), que la pintura en si; maltrecha por los siglos y la estupidez humana. Las grandes y famosas obras de arte tienen siempre el plus emotivo de excitar el recuerdo y los sueños del espectador avisado. Son contadas las que producen esta sensación imborrable. No así, o casi nunca, llegan a tales emociones las obras demasiado inspiradas, o literales, de estas pinturas. Dalí y Andy Warhol lo intentaron con Da Vinci. Más suerte ha tenido Picasso con su “Guernica”, nadie significativo se ha atrevido con él. Bien! Preferible.

“La Ultima Cena” es para verla una vez en la vida, o dos (si han pasado muchos años). El “Guernica” quiero verlo de ciento al viento. Mis “Meninas” necesito verlas al menos una vez, cada viaje a Madrid. Emoción si, pero unos más que otros. O como diría mi padre: distancia y categoría.

Luisma, Maypearl (TX)  28 de Enero del 2014