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“Mis niñas”

“…volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición.”

“…volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición.”

El ir a ver a “mis niñas” es una de las razones de todos y cada uno de mis viajes a España. Y no me refiero a mi niña natural y fundamental, la Ene, que ella es razón primera. Son esas otras niñas que viven, desde hace años, en el Paseo de la Castellana. Habitan en un segundo piso de una casona grande, cada vez más grande, un verdadero museo; en gran compañía y sin pagar alquiler. Muy al contrario, todo el mundo paga por verlas a ellas. Allí viven, hechas unas princesonas, entre la admiración de tirios y troyanos, entre miradas de miríadas de asiáticos y otros circunstantes de las más variadas etnias y nacionalidades.

Mis niñas son un espectáculo por si mismas. No son una atracción circense; aunque de circo es, las más de las veces, la barahúnda que se monta a su alrededor en la sala donde ellas residen eternamente. Hoy, sin ir más lejos, les rendían pleitesía varias docenas de japoneses, un piquete de alemanes, un grupito de africanos francófonos, una familia de hindúes, dos altísimos hermanos gemelos nórdicos y un puñado de españoles desperdigados. Además de S. y yo, que soy casi un familiar de ellas; todos con la pretensión de acercarnos lo mas posible, como si fuéramos a decirles algo.

Decir, lo que se dice decir…son ellas las que nos hablan y nos trasmiten, además de su propia belleza, un montón de sensaciones y sugerencias. Nos hablan de la historia de su momento, de tantas cosas que pasaron en su tiempo, aunque este también lo sea, al menos para sus veras efigies. Nos hablan de la calidad del hombre, casi divino, que las conformó…o debería decir creó; y que pervive con ellas, para todos los siglos, y para ludibrio de todas mis visitas. Me regalan y me renuevan, con sus cantos de sirenas estéticos, la pasión por la pintura, la gran pintura, la eterna; que no tiene principio ni fin y pertenece a todas las épocas y todos los estilos que en el mundo hayan sido y serán.

El verdadero propósito de mis continuas visitas; año tras año antes, de cuatro en cuatro cuando no se puede más; es vigilar su crecimiento . Cada vez están más “altas”, en la apreciación del mundo, y cada vez más bellas. Envejecen de tal suerte que no se les nota nada el paso de los siglos. Deberían ser ya unas ancianitas y, sin embargo, están como el primer día. El día que Diego, su progenitor, decidió no emperifollarlas más y las mostró al mundo, para que tuvieran vida y, fundamentalmente, luz propia.

Son “mis niñas”…María Sarmiento, solícita y dispuesta a todo, emprendedora y morena de verde luna, si las hubiere. Margarita, bruja rubita, elegante y flotante, dispuesta a volar con su pomo de esencias, rolando el vertiginoso círculo rojo de la composición. Isabel de Velasco, dura y recta como una flecha, guapa. Bárbola, radiante en su fealdad y bella para siempre. Hasta Nicolasito Pertusato, esa miniatura, cuenta como una de ellas. Quien sabe si, a lo mejor, lo fuese. Cosas más raras se han visto! Mujeres barbadas, donceles femeninos, fenómenos de toda suerte.

Esto es lo que hay, y es mucho. El verdadero prodigio es, aquí, todo el cuadro. Mis niñas, mis “Meninas”. Para definir el aire y la luz hay que hablar de ellas. Para definir el arte de pintar hay que estar frente a ellas. Para el arte de vivir, hoy, una vez más, estuve allí.

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

El Caballero…

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Javier Pérez-Mínguez)

Luis Jiménez-Ridruejo. “El Caballero de la Mano en la Cámara” (Foto: Luis Pérez-Mínguez)

Las jornadas se hacen ya muy duras, cuesta llegar a Toledo en medio de este calor del infierno, tanto que me parece ver esquilmada y seca como nunca esta Castilla, otrora verde y frondosa de pinares inacabables y hoy ganada por la encina de secarral y este sol de justicia, que le dicen. Cae de plano y el sudor malamente me deja abrir los ojos. El caballo me llevará donde le dé la gana, espero que siga el camino, los trigales ya están altos y se podría perder, y yo con él. Que bien me vendría tropezar con un rio, o un simple arroyo cangrejero, me metería en el agua así como estoy vestido, sin parar mientes. Se me quitaría este olor a montuno que llevo ya desde hace días, sin lavarme, sin asearme y sin cambiar la poca ropa que tengo conmigo para mudar.

Todas estas jornadas, desde que salí por la puente romana de Salamanca y enfilé el camino de Alba de Tormes, se me están haciendo largas como días sin pan, y que tampoco me sobra lo de la vitualla. En realidad me corroe la sed y, a veces, me hace hasta alucinar. He terminado todas las provisiones con las que empecé el viaje, mal cálculo, y ahora estoy expuesto a comer y beber lo que encuentro y donde lo encuentro. Castilla es ancha, los pueblos y las ventas se eternizan en llegar. Anoche, cerca de unas casas de labor, se me revolvían las tripas del olor que traía el viento, a farinato puesto a freír, estaba tan cansado que ni siquiera tenia fuerzas para investigar la procedencia. Ahora, el viento me trae olor a tormenta, buena y bienvenida será aunque tenga que buscar refugio por un tiempo. Tampoco es que esté haciendo este viaje a uña de caballo, no podría con este maldito penco que me soltaron en la última posta.

Tengo ganas ya de arribar a Toledo. Espero que mi carta haya llegado hasta mi tío, ferretero y vendedor de carretas, ese que bien sabe de mis penurias como artista incipiente y que me retrata siempre con el mismo soniquete: “Luigi, será ochavo o será botón, lo qué? Haciendo mímica de mi acento salmantino. Estaré con mis primos mientras acuda al taller del maestre Doménico, el griego, un artista pintor al que mi tío ha ayudado muchas veces y que acepta tenerme como aprendiz, por un tiempo, hasta ver si se puede hacer algo de mi. Parece que este Greco, de Toledo, es pintor conocido e influyente en la corte y muchos de sus discípulos han hecho carrera con sus enseñanzas. Soy ya un poco mayor para ser aprendiz, pero bien dicen que de aprender no se termina nunca.

Sigo en la brecha, a lomos de este penco resoplante, solo una jornada me separa de la villa del Tajo, aunque ya la brida y las correas se desbarajustan en mis manos húmedas de sudor caliente. Escupo sin saliva un polvo que hasta se mastica, sudor continuo, y hierro fundido, que es lo que cae de este cielo inclemente. Al fondo de la terrible llanura, acierto a ver unas temblorosas torres de catedrales e iglesias, vacilantes entre los vapores de la calima. Será ya la ciudad? Me dijeron que oiría el tañido de la campana gorda, aún sin ver las casas de la villa. Cuanto daría—hasta lo que no tengo—por ya haber llegado!

No es ilusión, tengo el sabor acre en la boca y ya han pasado dos años de aquello, crueles jornadas que más parecieron camino al infierno, hasta llegar aquí donde ahora tan gustosamente me encuentro. Toledo se me ha metido muy dentro, aunque no todo haya sido de rositas y parabienes. Lo peor se olvida pronto. Lo mejor es el maestro Doménico, que gran pintor y que gran enseñante! Nunca tiene el más mínimo inconveniente en esparcir su arte con todos los discípulos que revoloteamos a su alrededor. Con todas sus rarezas, buen hombre, nadie le intimida. Y es un grande de la pintura, mal que le pese al Rey! Un bledo le importó que su majestad no gustase de una de sus obras. Aquí en Toledo encontró su acomodo y sus valedores, y la fama de su arte se ha extendido por todo el reino, que hasta de otras cortes le llegan los encargos.

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

“…e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez)

Pero yo de lo que os quería hablar era del Caballero de la Mano en el Pecho, una pintura por finiquitar que Doménico tenía desde hacía tiempo al retortero. Una señoría con el alma futura garantizada en el lienzo por la destreza del pintor, pero con los rasgos fisonómicos sin plasmar en la tela. El retrato terminado, a salvo solo de acabar los trazos de la efigie, el soplo del color de la piel y la vida de sus ojos. El maestro se empeñó, fue más una orden que un deseo, en que yo posara para dar celeridad al retrato de aquel caballero que vivía en Madrid y que venía, poco, corto y nunca por Toledo. Ya eran más de dos años que yo le servía de discípulo y no era la primera vez que le hacía de modelo.

Este desconocido es un cristiano

de serio porte y negra vestidura,

donde brilla no más la empuñadura,

de su admirable estoque toledano…

(Manuel Machado)

Aquel hombre callado del cuadro, algo que yo no era, tenía una cierta similitud conmigo. No soy capaz de acordarme de su nombre. Era alguien de la nobleza. Cuando al fin lo terminó, su mirada triste y puesta en el futuro, el maestro lo tildó de introvertido y melancólico, me intimidaba constantemente. Muchas veces me había visto a mi mismo frente al retrato de aquel caballero, momentos hechos horas, con la excusa de aprender pinceladas y delicuescencias pictóricas, soñando despierto en ser aquel alto personaje e imaginar su vida, o una vida mía, en la corte del Escorial.

Y aún lo sigo haciendo, ahora que ya sé que nunca fue posible.

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Agosto del 2014

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Retrato de Pintor (XI)

Andre Derain. Autorretrato c. 1903, Australian National Gallery

Andre Derain. Autorretrato c. 1903, Australian National Gallery

Si algún pintor ha derivado dudosamente en su obra desde un punto alto, álgido de belleza y creatividad, hasta caer en lo grisáceo y perder un colorismo brillante y personalmente muy conseguido, ese sería el caso de André Derain. El fauvista que perdió la “rabia” y con ello su puesto en la cima del Parnaso pictórico, cuando estaba con los más grandes. De hecho, hoy día, el “gran público”—esa amalgama de gentes tan maleable—ya no se acuerda de él.

Y sin embargo, Derain fue y es un grande, un pintor enorme durante un período relativamente corto de su vida artística. Sus mejores cuadros fueron pintados en un lapso de tres años y previamente había tenido otro período de cinco o seis años de buen arte. Después fue decayendo desde un fauvismo acendrado hasta un clasicismo gris y austero, cuasi gótico y muy lejos del colorismo rabioso y brillante de su época anterior. La fiera se domesticó con el estudio de los viejos maestros; una “víctima” de sus viajes a los renacentistas italianos.

Después de la primera Guerra Mundial, a la que fue militarmente movilizado, disfrutó de su mayor aceptación popular; curiosamente cuando más dudosa era su obra. Pintó mucho y discutible de calidad e interés. La aportación magnífica de sus años fauvistas, siempre en grupo, dió paso a exposiciones personales en todo el mundo occidental, Europa y E.E.U.U.; premios como el Carnegie en Pittsburgh (1928), encargos institucionales, diseños para ballets… En aquellos momentos representaba el prestigio de la cultura francesa. Sus obras entraron, por supuesto, en los mejores museos del planeta.

Luis Jimenez-Ridruejo en el MoMA. Visitando a Derain

Luis Jimenez-Ridruejo en el MoMA. Visitando a Derain

Derain estaba en el grupo de los elegidos parisinos desde el principio del siglo XX; se veían continuamente, intercambiaban opiniones, discutían, se influían unos a otros. Días de vino, rosas y hambre de gloria. Matisse, De Vlaminck, Picasso y toda la cohorte de intelectuales que gravitaban alrededor de los artistas plásticos en aquel Paris difícilmente repetible. Era un personaje un poco distante y nadie supo nunca porque se juntó con toda la pléyade; aparecía y desaparecía como por ensalmo, acompañado casi siempre por su mujer, Alice, entonces calmada y rutilante, y que los otros apodaban: la Santísima Virgen. Fernande Olivier, la compañera de Picasso, dejó una vívida descripción de él. “Derain era delgado, elegante, de buen color y de pelo moreno y brillante. Con un chic inglés un poco sorprendente. Sofisticadas chaquetas, corbatas de colores crudos, verdes y rojos. Siempre con la pipa en la boca, flemático, burlón, frio, un polemista”.

Derain fue quien introdujo a Picasso y a su grupo en la apreciación del arte africano, del cual fue un coleccionista pionero. En un viaje a Italia “descubrió” los mosaicos romanos. Se tornó un clasicista y renacentista empedernido. Su pintura cambió al conservadurismo más agudo, tanto que llegó a publicarse un libro con ensayos de varios escritores y artistas conteniendo acerbas críticas y disputas sobre su arte. El título: “En favor y contra Derain”, fue aprovechado para originar una marea de condena a él y al Modernismo. Eran los años treinta del siglo pasado. Un crítico y mediano pintor, Blanche, escribió: “La juventud le ha dejado; lo que queda es un arte altamente cerebral y bastante mecanizado”. A pesar de todo gozaba del reconocimiento oficial, que perdió más tarde por sus escarceos con los nazis.

El flujo de la sociedad hacia la aceptación y glorificación del arte moderno fue aprovechado por Derain para capitalizar su arte y su proyección popular. Lejos quedaban, a mediados del siglo XX, sus primeros pasos, sus primeros paisajes. Su amistad y su estudio compartido con Matisse y De Vlaminck. 1905, el Salón de Otoño. 1908, el Cubismo le entró por los ojos en los meses que pasó con Picasso en Avignon. Después, en los años veinte se fue a vivir al sur de Francia y desarrolló una extensa obra, discreta, mucha escultura y  diseños para la Opera de Paris. En 1937 participó en la retrospectiva del Salón de los Independientes, para entonces casi todos ellos mundialmente famosos. Le llovían los premios y los encargos desde todos los puntos. El sur fue su refugio, aunque viajaba mucho.

Andre Derain, Puente de Charing Cross, Londres, 1906, National Gallery of Art, Washington, D.C.

Andre Derain, Puente de Charing Cross, Londres, 1906, National Gallery of Art, Washington, D.C.

Su vida derivó al término hacia algo frustrante en grado sumo, apenas podía ver. Su muerte, le atropelló un camión en 1954, lo encontró trabajando en decorados y figurines para “El Barbero de Sevilla”. Ello no le impidió dejar un pensamiento definitorio, a modo de epitafio: “La sustancia de la pintura es la luz”. Lo grandioso es que, al final, incluso casi ciego, seguía captando aquella luz, aquella sustancia. André Derain, con sus luces y sus sombras, fue uno de los grandes. Aquellos que aportan algo nuevo, aquellos que marcan una época.

Luisma, Maypearl (TX)   29 de Julio del 2014

“Wake me when it’s over” (Despiértame cuando se acabe)

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. Richard Diebenkorn, Ocean Park #115

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. R. Diebenkorn, Ocean Park #115

Nueva York si que vale una misa. Sigue siendo la capital del mundo, mal que le pese a muchos, y por supuesto es la capital del imperio actual. Me gusta venir y estar un tiempo, no mucho. Ver lo que hay que ver (casi todo) y oír lo que hay que oír (principalmente jazz) y salir corriendo antes de que se ponga espeso, es decir, antes de que el cansancio de su ritmo te gane.

Y a ver es a lo que hay que venir a Nueva York. Hay que abrir bien los ojos porque aquí está todo lo que está pasando y el germen de todo lo que va a pasar. Por eso los diecinueve tiraron las Torres Gemelas, por poner de rodillas a esta ciudad. Cosa harto difícil. El imperio cae y caerá del todo, eso seguro. Será más difícil y más lentamente de lo que creí. No lo verán mis ojos y es una pena porque siempre pensé que iba a ser inmortal y que viviría cien años. No creo que sean suficientes, aunque no hay mal que cien años dure.

Hoy me esta pegando el aire que circula como loco por los valles de Manhattan, mientras camino y voy echando de menos una buena capa española con que cubrir los embates del aire que baja del Bronx. Aunque este airón bien podría arrebatarte la capa como el de cualquier cerro de la sierra de Ávila, en febrero.

Vamos al MoMA. Ir al MoMA es como ir a una buena corrida de toros; no importa quien “toree” en las exposiciones individuales, el éxito de la “corrida” esta garantizado con la visita a la colección general. Mis cuadros de siempre esperan la visita, si no los veo se enfadan y a la siguiente vez ya no me dirían lo mismo. En todo los museos del mundo tengo una serie de amigos que me llaman y me esperan. Hoy, por ejemplo, tengo una cita con las “Señoritas de Aviñon”; estas atractivas señoras están de cumpleaños, ya son centenarias y siguen tan guapas como en 1907. Mientras, D. Pablo duerme el sueño eterno, en vera efigie, en una esquina de mi pizarra de corcho, la de las fotos de la familia, mi especial muro de las lamentaciones.

También me he pasado a ver a D. Richard Diebenkorn, sentado frente a su verde Ocean Park #115 y hasta me he hecho una foto durmiendo a su lado. Le volví a reiterar mi gusto por su pintura y las gracias por su inspiración. Quedé en verlo en cualquier terraza de bar de la eternidad, si nos dejan y si podemos, que no está claro. De refilón crucé unas cuantas miradas con D. André Derain y D. Paul Cézanne, más que nada por no peder la costumbre y porque no dejen de reconocerme en el futuro. En una de las salas me encontré con D. Claude Monet, no quise pararme con él pero le dí recuerdos de Carlitos Pascual, al cual echo también de menos; debería estar por aquí, él o su pintura. Gente con menos méritos están aquí representados.

Con todo esto me dieron las cinco y estaba un poco cansado de la andadura y las visitas. No era yo el único en tal situación. A mi lado se sentó, o mejor dicho se tumbó, un niño de seis o siete años—”Wake me when it’s over”—(Despiértame cuando se acabe) dijo a su madre, con voz dramática de actor sobreactuando y que me recordaba a mi mismo. Lo que no sabia el niño es que un museo no se acaba nunca, nos sobrevive a todos, pintores y curiosos, grandes y chicos, buenos y malos. Al igual que Nueva York no se acaba nunca y esperemos que no, por el bien de los que nos siguen.

Así que me senté otra vez, al estilo mexicano, en el suelo, al lado del Ocean Park #115. Me calé la gorra de béisbol, eso si con el escudo de mi Real Madrid. Tapándome los ojos y con voz dramática, y sobreactuando, le dije a S…—“Despiértame cuando se acabe”—

Luisma, Nueva York, Diciembre del 2,007.-

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

The Collector

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

The Collector in the collection. Guggenheim Museum, New York 2006

I told you I’m a collector, which generally means that one collects paintings, but in my case it’s totally different. I am a starter of collections, though some don’t stay with me as long as others; some I even abandon and resume on a whim. For years I have intermittently collected “Americana”, which the Spanish would call americanadas. A fairly inexpensive collection, because americanadas almost always are not costly things. A collection that includes everything from heart-shaped boxes of chocolates with pictures of Elvis on top, to “slinkies” (colorful springs that walk downstairs ) to the pen vase shaped like the head of Joe Camel. Joe being the Camel of the cigarettes, and many other things that are generally cheap pieces of plastic and are colored accordingly.

My newest collection is cheaper still, so cheap it’s free: A collection entitled “Sunsets from the trapezoidal window.” This collection has lasted a few years, the years I’ve been in my house on Pittsburgh’s Mission Street. In this house I enjoy a strange trapezoidal window, which may already belong to my collection of americanadas, and whose rare form and style contrasts with the rest of the house’s windows. The window in question is oriented on the bias, facing west, and it frames the most amazing and impressive collection of sunsets I’ve enjoyed in my life.

I’ll make an exception here for the sunsets on the far banks of the Tormes river across from the Cathedral of Salamanca. Ah! Old stones, often maligned but always remembered, from a time when everything was so big and myself much smaller. Perhaps another exception: Two jeweled sunsets just outside Florence after summer storms. It is true that in those days my vision was influenced by the quantity of beauty stored or stacked before my eyes on my first visit to that city. It will be difficult to return to it without breaking the aesthetic spell of those days, an enchantment that has never vanished from my imagination.

Here is what you see from the famous trapezoidal window: The neighborhood rooftops, like a Parisian postcard. To the left and framing the sunset on the horizon is the church of San Nosequé (Saint Somebody). Greek Orthodox Catholic, a parish without parishioners but with belfry and bell, which periodically plays unbidden. In the background, like a theatrical backdrop or scenery from an American detective film glints the skyline of downtown Pittsburgh, with its skyscrapers and myriad lights, its illuminated windows that produce a sense of inhabitation. The reality is that all such lit buildings are now, at this hour of sunset, nearly empty offices save for the cleaning people. No matter: These buildings have an intrinsic beauty, empty but full of light.

Above the buildings is a mountain of sky, a space of natural colors changing with the varied cloudscapes, all heaven that’s worthy of the name. The mist of three rivers, the massive influence of vegetation in the area, the mountains which are not seen but are there; indeed, the mountains are unseen because I live in the lap of one, a succession of mountain-valley-mountain, etc … that fantastic view when the plane flies over Pennsylvania, that wrinkled skin! In addition, heat from the city-center asphalt produces all kinds of conditions for varied and unique celestial colors each evening.

And these are sunsets that took some time collecting. Not by photograph or video (though some I have recorded in such ways) but in my own eyes, for the time when my view may perhaps no longer reach them. I will recall this, all of this life. My life in America.

Luisma December 27, 2007

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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El Coleccionista

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Te he dicho que soy coleccionista, lo que en general significaría que colecciono pintura, pero en mi caso es totalmente diferente. Soy un iniciador de colecciones y algunas me duran más que otras, incluso algunas las dejo y las tomo después de periodos aleatorios. Desde hace años, y con tiempos en los que no me dedico a ello, colecciono “americana”, lo que en español diríamos: americanadas. Una colección bastante barata pues las americanadas, casi siempre, son cosas de no mucho precio. Una colección que incluye desde cajas de bombones, con forma de corazón y el retrato de Elvis Presley, hasta “slinkies” el muelle de colores que baja escaleras…pasando por el portalápices con la forma de la cabeza de Joe Camel, el camello de los cigarrillos y muchas otras cosas que generalmente son de plastiquillo y colores dudosos, como corresponde.

Mi más reciente colección es todavía más barata, es gratuita, es una colección que titulo: Atardeceres desde la ventana trapezoidal. Una colección que dura ya unos pocos años, los que llevo en esta casa de Pittsburgh, la de la calle Mission. En la que disfruto, literalmente, de una extraña ventana trapezoidal, que ya podría pertenecer a mi colección de americanadas por si sola y cuya rara forma y estilo contrasta con el resto de las ventanas de la casa. Esta ventana en cuestión esta orientada, al sesgo, a poniente y por ella me llega la más increíble e impresionante colección de atardeceres que haya podido disfrutar en mi vida.

Aquí debería hacer una excepción para recordar los atardeceres de la vega del Tormes frente a la catedral de Salamanca. Ah! las viejas piedras, tantas veces denigradas y tantas veces recordadas, cuando todo era tan grande y yo mucho más pequeño.
Quizá otra excepción: dos atardeceres-joya a las afueras de Florencia después de sendas tormentas de verano. Bien es verdad que mi mirada estaría aquellos días influida por la cantidad de belleza almacenada o apilada ante mis ojos en mi primera visita a aquella ciudad. Me será difícil volver a ella, más que nada para no romper el encantamiento estético de aquellas jornadas, encantamiento que nunca se ha volatilizado de mi imaginación.

Tendría que decir lo que se ve desde la famosa ventana. Los tejados de la vecindad, como si de una vista parisina, del Paris de la France, se tratara. A la izquierda y tapando la caída final del sol a horizonte, la iglesia de San Nosequé, católica ortodoxa griega, una parroquia sin parroquianos, pero con campanario y hasta campana, que a veces toca por si misma. Al fondo, a modo de telón teatral o paisaje de película policíaca americana, la “línea del cielo” (the skyline) de “downtown” Pittsburgh con sus rascacielos y sobre todo sus miríadas de luces, ventanas iluminadas que producen las sensación de sitio habitado. La realidad es que todos esos edificios iluminados, ahora están vacíos porque son oficinas y lo más que puede quedar, a estas horas de la caída del sol, es la gente de la limpieza. No importa, tienen una belleza intrínseca, casas vacías pero llenas de luz.

Y encima de los edificios un montón de cielo, un espacio para los colores naturales que cambia cada día con los más variados celajes, como todo cielo que se precie de serlo. La humedad de los tres ríos, la influencia de la vegetación masiva de la zona, los montes que no se ven pero están ahí; efectivamente, los montes no se ven porque vivo en la falda de uno, una sucesión- monte-valle-monte, etc…fantástica vista de ellos cuando en el avión vuelas sobre Pennsylvania, que arrugada piel! Además, el calor del asfalto del centro de la ciudad produce toda clase de condiciones para hacer variado e irrepetible cada atardecer.

Y esos atardeceres son los que llevo algún tiempo coleccionando. No en fotografía o video (algunos tengo grabados de esas maneras) sino en mis propios ojos, para cuando, quizás mi vista ya no alcance a verlos. Me quedaría el recuerdo de todo esto, toda esta vida. Mi vida en América.

Luisma 27 de Diciembre del 2007

[originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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“Instar”

Pintando Instar # 3 en el estudio (foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Pintando Instar #3 en el estudio (foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

He pasado un período largo, quizá demasiado (por circunstancias de la vida) pintando la serie “Uninhabited garden”, los jardines deshabitados. Conforme iba pasando este nuevo tiempo en Texas, la mente y la pintura me iban pidiendo algo diferente; si bien no puede serlo mucho porque a estas alturas de mi vida, mi estro tiene lo que tiene y da para lo que da. No busquemos muchas complicaciones si no es para mejor.

Me gustaba lo que estaba haciendo, pero después de una década era ya tiempo de crecer, pictóricamente hablando, de quemar otra etapa en busca de quién sabe qué…Y en esto, la pradera, la vegetación y sus pequeños animales invertebrados asaltaron mi imaginación y algunas ideas empezaron a crecer a empujones. Habida cuenta de lo que estaba pasando, un reencuentro con la naturaleza, brotaban las imágenes de metamorfosis, los “instar” que son las fases entre dos períodos de muda, desarrollo y crecimiento, en los “otros” animales.

Luis Jimenez-Ridruejo, Instar #1, acrylic on canvas, 34

Luis Jimenez-Ridruejo, Instar #1, acrylic on canvas, 34″ x 36″

El arte es también invertebrado, o así me da por verlo. Un esqueleto  de imaginación en sucesivas fases de apariencia. Momentos del crecimiento post-embriónico de una idea. Algo similar a la primera noción pero que ya no es igual a si mismo, y pasado el tiempo y la “muda” ya nunca lo será. Todo podrá caber, ancho es el mundo de la representación. Aunque el parecido estará ahí, se abrirá una nueva forma de la imagen, una contrapartida y un equivalente.

Un movimiento, el medio camino de un paso adelante. El lienzo en blanco como punto A y el cuadro terminado, o dado por, como punto B. El “Instar” sería el estadio entre los dos puntos, la transición de idea a realización y el resultado de ello: el reflejo de una metamorfosis, la del propósito artístico y lo que ocurre durante cada lapso del hecho. Todo ese recorrido en una obra singular y en varias seriadas, sin que el orden signifique nada más que un número, un título, una forma de identificación.

Luis Jimenez-Ridruejo,

Luis Jimenez-Ridruejo, “Instar #2″, acrylic on canvas, 34″ x 36”

“Instar” es, también, un retrato, una imagen (del Latín, imago) que se usa para definir la fase entre dos períodos de muda en los invertebrados. La similitud, la semejanza, el parecido. Extraña insistencia cuando cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. En términos de abstracción mejor sería llamarlo: simulacro. Al menos garantiza un sonido inusual. En resumen: con el título de “instar” evoco mi propio período de transición pictórica, la muda a un esqueleto imaginativo mas quitinoso, quizá más asentado en la dureza de la convicción.

Esto es lo que estoy haciendo hoy en pintura: un paso adelante, o así lo quiero ver, hacia un estadio desconocido, pero en desarrollo virtual, de la imagen y la forma. Después de haber transitado por las veredas de unos “jardines deshabitados”, que no doy por agotados, “Instar” es lo que me ocupa y me interesa, aquí y ahora.

Luisma, Maypearl (TX)  1 de Junio del 2014

“Instar”

Pintando Instar # 3 en el estudio (foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Painting Instar # 3 in the studio (photo: Luis Jimenez-Ridruejo)

I have spent a long time, perhaps too much (due to life circumstances), painting the “Uninhabited garden” series. During my recent time in Texas, mind and painting have asked me for something different, even if it may not be much. At this point in my life, my inspiration has what it has and gives what it gives. Don’t expect many unnecessary complexities at this point.

I liked what I was doing, but after a decade it was time to grow, pictorially speaking, to blaze another trail in search of who knows what …. And as the prairie vegetation and small invertebrates of the Texas countryside raided my imagination, some ideas began a pushing growth. From this reunion with nature sprang images of metamorphosis, the Instars that make up each stage between two periods of molting, development and growth.

Luis Jimenez-Ridruejo, Instar #1, acrylic on canvas, 34" x 36"

Luis Jimenez-Ridruejo, Instar #1, acrylic on canvas, 34″ x 36″

Art is also invertebrate, or so it seems to me. It’s a skeleton of imagination beneath successive phases of appearance: Moments of post-embryonic growth of an idea. Each moment is a stage, something similar to the skeletal notion yet not identical to it, and with time and “molting” never will become it. Everything will find a place, as the world of representation is large. Although a common resemblance remains, in each stage a new image and an equivalent counterpart unfolds.

A movement, a half-step forward, with the blank canvas as point A and the finished picture as point B. The “Instar” would be the stage between two points, the transition from idea to realization. The result: a reflection of metamorphosis, of an artistic purpose and the changes during each stage of development. All of this travel within a single work and in an ordered series, but the order is nothing more than a number, a title, a form of identification.

Luis Jimenez-Ridruejo, "Instar #2", acrylic on canvas, 34" x 36"

Luis Jimenez-Ridruejo, “Instar #2″, acrylic on canvas, 34″ x 36”

“Instar” is also a portrait, an image (or imago) that defines the phase between two periods of molting in invertebrates. The analogy, the similarity, the resemblance between stages. Strange, this insistence on a natural analogy when any resemblance to reality is purely coincidental. In terms of abstraction, it would be better to call it a simulacrum. That may not be the best description, but at least it sounds good. In short, with the title of “Instar” I recall my own pictorial period of transition, moving to a more chitinous imaginative skeleton, perhaps more settled in the hardness of its conviction.

This is what I’m doing today in painting: a step forward, or so I see it, towards an unknown stage, the development of potential images and forms. Though the paths of those “uninhabited gardens” are not yet exhausted, “Instar” is what concerns me and holds my interest here and now.

Luisma, Maypearl (TX) June 1, 2014

Las caras de toda la vida

I have a new post up at my personal blog, Dust, Sweat and Iron. The post is not art-related, but the image is one of my etchings. Since this work is a favorite of mine, I am sharing it here.

He colgado un post en mi blog personal, Dust, Sweat and Iron (Polvo, Sudor y Hierro). El post no se refiere a arte pero la imagen es uno de mis grabados. Ya que es una de mis obras favoritas la cuelgo tambien aqui.

Luis Jimenez-Ridruejo, sin título (grabado, punta de acero y ácido)

Luis Jimenez-Ridruejo, sin título (grabado, punta de acero y ácido, 10″ x 10″)

Las caras de toda la vida en Polvo, Sudor y Hierro

Siestas en el museo

 Warhol Museum, Pittsburgh PA. Photo by Luis Jimenez-Ridruejo.

“You don’t need a band to be a rock star.” Warhol Museum, Pittsburgh PA. Photo by Luis Jimenez-Ridruejo.

Nunca he hecho secreto de mi afición a los museos. Toda clase de museos y principalmente los de arte. La pintura es el santo de mi devoción; la escultura siempre me ha interesado menos y, la verdad, nunca he sabido porqué, quizá sea frustración personal con el tema.

Este museo del que te hablo hoy es algo más que de pintura; lo que hizo Andy Warhol fue más que pintar, o grabar, o fotografiar, o las ciento y una actividades artísticas que acometió. Warhol fue un monstruo, uno de esos que nacen una vez cada muchos años, como Miguel Ángel, como Picasso; y digo esto a sabiendas de que alguno va a estar en desacuerdo conmigo. Tanto peor, que diría un francés. Son artistas de los que hacen época, de los que marcan la diferencia y el arte por si mismos. El concepto por encima de la técnica y del oficio, y si todo viene conjunto, mejor que mejor. El paquete completo, que diría un americano. Llevo más de una década en buena relación con este museo, lo visito cada vez que hay una exposición temporal interesante y, fundamentalmente, lo que hago es ir a dormir siestas en alguna de sus salas.

Todo empezó, años ha, con una gran siesta en la sala en que se exhibía una instalación, o perfomance, del propio Warhol. En ella se presentaban unas cuantas docenas de globos plateados, de un material usado en los vuelos espaciales, en los forrados de los módulos de alunizaje. Globos que en forma de nubes, y rellenos de helio, flotaban en el aire y se movían por toda la sala a impulso de las caricias de los visitantes. Una siesta memorable y el descubrimiento de que nadie te molestaba por dormir allí. Museo libre y así lo ha sido durante años. Hace poco volví a darme otra gran siesta, en un banco lateral de una sala en la que se exponían cien cascos-cabezas de Darth Vader, cada una realizada por un artista diferente. Estos tipos de perfomances llevan algunos años en boga y aunque discutibles en su mayoría, algunas dan origen a propuestas muy interesantes.

Este museo de Pittsburgh, siete pisos dedicados enteramente a Warhol, es el más grande del mundo para un solo artista. Guarda y exhibe una gran colección del autor y unos cuantos cientos de cajas datadas, numeradas y perfectamente clasificadas. Contienen papeles, recuerdos, propuestas, dibujos previos comentados, bibelots, fotos personales, proyectos escritos, ideas y todo lo que tenia en sus bolsillos cada día. Y así, caja por caja, durante años, toda clase de detalles personales de su vida, incluido correspondencia con otros artistas y gente famosa. Hoy día, un verdadero tesoro para sus estudiosos y un auténtico catálogo y compendio de sus actividades, del devenir de su tiempo y circunstancias, y sus relaciones con personajes de todo tipo y de todo calado.

En una de las cajas, en cierta ocasión, vi un boceto de uno de sus mas famosos diseños dibujado en un ticket de aparcamiento. Tesoros así hay pocos en el mundo del arte. El museo exhibe el contenido de estas cajas, regularmente y una por una, ofreciendo un fantástico panorama de la vida pasada, según Warhol. El las llamaba Cajas del Tiempo (exactamente, Time Capsules) y tal concepto ha sido siempre enormemente atractivo. A.W. vivió una vida trepidante, incluido un final violento. Tiroteado por una de sus asistentes, nunca se recupero del todo y murió de las complicaciones de una cirugía menor.

Las vibraciones de este museo son, a pesar de todo, buenas, inmejorables, por eso me gusta visitarlo a menudo. Perfectos asientos y perfecto aire acondicionado. Sueños artísticos y unas tardes deliciosas en un edificio singular. Ojalá vivieran todavía los hermanos Marx! De ellos aprendí lo de dormir en los museos.

Luisma, 22 de Septiembre del 2009

[Related: Retrato de Pintor V]

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

Retrato de Fotógrafo (I)

"Niebla", Pepe Núñez Larraz

“Niebla”, Pepe Núñez Larraz (colección privada de Luis Jimenez-Ridruejo)

Para que Pepe fuera Pepe se tenían que haber juntado, o conjuntado, los astros en un momento crucial; como seguramente debió pasar con el poeta Ángel González y algún artista más. A la conjunción astral siempre le he achacado las cosas buenas y no los infortunios. Esta categoría de personas nacen todos los días pero uno raramente se los encuentra. Maestros, en todos los sentidos de la palabra. No sé porqué, cuando pienso en José Núñez Larraz, el inefable Pepe, siempre acabo recordando a Matisse y nunca me he parado a dilucidar la razón de esta asociación. Pepe era aquel tipo mayor (así lo recuerdo yo eternamente, quizá por ser de la edad de mi padre) que todos nosotros, aquella tropa de aprendices de fotógrafo, el Grupo Libre, queríamos como amigo, admirábamos vitalmente y cuya artesanía fotográfica tratábamos de osmotizar.

Su ciencia no admitía tratados ni compendios, era la pura expresión de la experiencia; los miles y miles de fotos “tiradas” en su vida; el ojo adiestrado y listo para “ver” la foto, instantáneamente. Estuviera donde estuviera, él o la fotografía. Yo siempre tuve la sospecha de que Pepe no buscaba las fotos, sino que las fotos le encontraban a él. Nunca ahorró señales con el dedo, ni consejos de hacia donde mirar o apuntar el objetivo. Era un cazador contumaz, empecinado, primero disparaba y luego hablaba—las fotos no esperan—, decía. Todos hacíamos las fotos en los mismos sitios, raramente coincidíamos en una imagen similar. Eso si, todos empezamos haciendo fotografías como las suyas. Simplemente, porque eran buenas.

La cosa empezó a mis veintiún años, cuando llegué de Paris, donde mis conocimientos estéticos se habían desarrollado enormemente, casi desde la nada. Había descubierto la fotografía y a Cartier-Bresson y los otros; de los americanos no tenía ni noticia. A Núñez Larraz ya le conocía desde siempre, era el padre de Aníbal, el “Ani”, amigo de la niñez, compañero del colegio y malogrado poeta y artista plástico. Encontré a Pepe de nuevo, en una exposición de sus fotografías y fui a verlo a su imprenta para pedirle consejo en la compra de un equipo fotográfico, con el cual pretendía iniciarme en tal arte. Allí me instiló el veneno de la fotografía para los restos, haciéndome un retrato a la luz que se filtraba por una vidriera. En aquel simple disparo estaba plasmado todo lo que yo era, había sido y soy ahora. Cuanto lamento haber perdido aquél retrato en alguno de mis avatares vitales. Solo S., mi compañera, ha logrado algo similar con mi retrato actual, también en blanco y negro.

Núñez Larraz me invitó a salir “de fotos” con él y su grupo de amigos artistas, sorprendentemente casi todos de mi edad; supongo que el ser fotógrafo estaba de moda en aquel momento, eran los últimos años sesenta y en España todo eran pasiones nuevas. Salíamos casi todos los domingos y, a veces, otros días antes del trabajo o después, cuando las luces se terciaban interesantes o había algún evento o situación especial, por ejemplo: una buena nevada. Acabamos formando un grupo expositor, sin manifiesto estético, que se llamó: Grupo Libre de Fotografía de Salamanca. Llegamos a tener cierta relevancia nacional, se hicieron muchas y buenas exposiciones. Entre nosotros calaron amistades de por vida, al amparo de aquellas salidas de las que el chorizo y el buen vino también fueron parte. Pepe era el aglutinador del grupo y nuestro valedor en innumerables ocasiones. Como vulgarmente se dice: hizo escuela.

Tratar de definir la fotografía de Núñez Larraz es empresa ardua y complicada, incluso para alguien como yo que conozco toda su obra y he bebido en sus fuentes personalmente. Como casi todos los fotógrafos anteriores a la guerra civil, era un autodidacta pero con un gran bagaje cultural y una gran información de primera mano, en unos tiempos en los que todavía no existía la gran herramienta internética. Tenia una librería e imprenta y por tanto un rápido acceso al conocimiento gráfico.

Definía las fotos en gran manera por su semejanza o influencia pictoricista. Decía: esa foto es un Matisse, o un Tápies, o cualquier pintor que le recordase la composición, coloridos o texturas. Raramente se equivocaba, y aún siendo un fotógrafo inicialmente en blanco y negro, discernía muy bien cuando una foto era para ello y cuando para color.

Tocó todos los palos de la baraja fotográfica; desde su primera instantánea: una carga de caballería en las calles de Barcelona, el día de la proclamación de la República, hasta su última foto que bien pudo ser una de sus muchas visiones de la catedral de Salamanca, y que nadie como él ha sabido retratar mejor. Testimonio, retrato, documental, deportiva, naturaleza, desnudo, abstracción…en todas ellas consiguió magníficos resultados. Recibió innumerables premios, incluyendo el Castilla-León de las Artes. Siempre definió su actividad artística como: fotografía personal, y sus influencias, igualmente, como personales. Al cabo de un tiempo de “estudiar” con él, me di cuenta que Pepe era una especie de hijo natural de Weston y Adams; sobrino de Cartier-Bresson y creo que tenía un hermano gemelo en América: Ernst Haas, del que yo también soy hijo fotográfico.

El  fotógrafo Pepe Núñez Larraz

El fotógrafo Pepe Núñez Larraz

Núñez Larraz podía haber sido, perfectamente, un fotógrafo americano; si no fuera porque en América no había romerías, tascas, ni procesiones de Semana Santa. Ah! y los Toros…Pepe, desgraciadamente, murió hace casi dos décadas y yo perdí entonces el mejor maestro y el mejor amigo.

Luisma, Maypearl (TX)  20 de Abril del 2014