Category Archives: Art

Guggenheim en la cornisa cantábrica (1)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Es como una fijación, siempre acabo haciendo lo mismo, con el intervalo de unos cuantos años, me gusta ir de viaje al norte de España. Y una vez en el norte, viajarlo en coche, de cabo a rabo, desde Galicia al País Vasco. Para quedarme unos días de quieto, en el medio está el gusto: Santander o Asturias y de ellas el pueblo pequeño, a ser posible con playa, aunque lo de menos sea el baño, y me da igual verano que invierno. Conducir y caminar la ‘cornisa cantábrica’ es de lo que se trata. Esta definición de la zona que agradezco a los locutores de radio y televisión, al dichoso ‘hombre del tiempo’, que lo repiten todos ellos históricamente, hasta la saciedad, y con familiaridad absoluta como si la cornisa se tratase de la escayola del salón de su casa. Si tuviera que escoger uno de estos lugares, sería en la provincia de Santander que, como rezaban las geografías de mi niñez, es la salida natural de Castilla al mar y quizás por ello también al mundo, en los tiempos en los que al mundo se iba por mar.

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Rodar por la cornisa inevitablemente te lleva a Bilbao. Y así ha sido mi costumbre, aunque por alguna razón era contínuamente sitio de paso. Ahora ya no es tal, ni lo fue hace cuatro años, es otra meta y otra fijación. Bilbao es ya el Guggenheim (y por supuesto: San Mamés, aunque sean amores distintos). Esta jornada, S. (‘Ese Punto’) está conmigo con lo que el placer es doble, como mínimo. Ella viene al museo por primera vez y la dejo que lo descubra en lontananza, al término de la calle repleta de coches, una vista final que se acerca despacio y se adueña de la impresión y la emoción. Una explosión de brillos, apoteosis centelleante del metal al tornasol y que ofrece su esplendor al desembocar la calle al rio Nervión que oficia de foso protector detrás, donde parece un gran navío anclado en puerto. Son los alzados del teatro de la arquitectura actual en un contorno clásico, un contraste arquitectónico que se amplia y se explica cuando llegas a la visión total del edificio. Después de un momento de contener el pálpito, un largo y profundo respiro te permite, por fin, hacerlo libremente y volver al uso de la palabra.

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Bilbao Guggenheim es impresionante. Mal que le pese a quien quiera. Nunca entenderé que una obra semejante pueda tener tantos críticos, tantos detractores con tantas motivaciones espurias. Mi visión ha sido crítica pero solo en elementos y detalles que no empañan, en lo absoluto, la grandeza y la brillantez de esta maravilla arquitectónica. Para mí, uno de los hitos del milenio, quizás el más atractivo de todos ellos. Me puedo pasar horas, y lo he hecho, dando vueltas al exterior del museo, levitando, y caer en la cuenta de que cada vuelta, cada retorno a un detalle, a un rincón o una fachada ya vista, es una invitación persistente a disparar la cámara, a generar una nueva mirada, una nueva visión y una serie de emociones encadenadas. Un ‘txirimiri’ de luces y reflejos que llenan los ojos de recuerdos. Andar cerca y hasta tocar, acariciar, los revestimientos de las fachadas del Guggenheim: vidrio, titanio y piedra con ecos de esqueletos de animales marinos, quien sabe de que proveniencia. Y la ensoñación de las mil flores estalladas del ‘guardián’, el ‘Puppy’ de Jeff Koons, acero inoxidable y flores, ejemplo de valentía artística.

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…”  (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Guggenheim es un placer por el que vale la pena, una y otra vez, el viaje a Bilbao. Además, las dos veces que lo he visitado, siempre me ha producido como una especie de reacción sorprendente; conforme pasa el tiempo estando cerca del lugar, empiezo a sentir una sensación de alacridad, alegría, entusiasmo y presteza de animo. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia. Es la misma sensación que me produce estar frente a algunas de mis pinturas favoritas, las que están en la cúpula de mi particular historia del arte, del Parnaso de mi gusto personal. Algo que me obliga a encender mi ánimo y acometer con fuerza renovada lo que en ese momento esté haciendo en pintura y fotografía. Diferente a lo de escribir, en esto el paso del tiempo y el recuerdo sedimentado del sitio me es más objeto de inspiración. Para escribir me ayuda más el recuerdo que la presencia y la visión. Puedo soñar, dormido, con arquitecturas, espacios, texturas de fachadas, brillos y colores propios o reflejados; sensaciones físicas de andar, ver y tocar. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta, no recuerdo haber soñado de tal manera nunca con pinturas o fotografías, solo con sus referencias.

Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. con Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Este post—este escrito—no trata de ser algo académico, algo original, ni siquiera rimbombante o artístico. Lo único que intento hacer aquí es, una vez más, reflejar mi gusto y admiración por una arquitectura que me llena. Es una manera de aplaudir a un Frank Gehry que lo ha hecho de fantasía en cada uno de los edificios que le conozco, y aun me falta París; el recién acabado: Fundación Louis Vuitton, del cual solamente he podido admirar lo que muestra su ‘website’. Cada nueva obra que le visito es un tremendo desafío fotográfico para mí. Y para ir a Paris, solo necesito una mínima excusa: respirar allí, por ejemplo. Frank Gehry y París es más que una mera excusa. Es una atracción magnética tremebunda, como en su día lo fue y lo es: Bilbao.

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Ir de vez en cuando al Nervión y disfrutar el Guggenheim, no sea que llegue una vez y el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo, cornisa cantábrica, salida al mar y al mundo… De esta obra—francamente a veces se me olvida que es un museo—, quedan las fotos del exterior que en parte ilustran este post. De su interior ‘hablaré’ otro día, en otro post, con otra excusa y con otras gráficas. Un inverosímil Richard Serra ya ‘me pide’ cuartelillo y un prodigio de arquitectura interior me ofrece sus luces y sus espacios sorprendentes. Además de aprovechar las posibilidades de mi propia lectura estética, mi fotografía siempre ha intentado ser un homenaje cuando se trata de arquitectura señalada, la de los grandes, la que a mí me hubiera gustado hacer y nunca tuve la valentía de intentar.

Luisma, Maypearl (TX)   14 de Marzo del 2015

 

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Neferyuyu y la reina egipcia

 

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Donde hicimos esta foto? Si, fue en el museo del Louvre, ese sitio mágico donde todo es posible. Paris siempre vale su famosa misa. Para ti por primera vez, para mi cuarenta años después. No tanto tiempo si pensamos en la edad de la reina egipcia. Aquella fotografía fue, una vez más, un momento suspendido en el tiempo. Algo para recordar.

Se pueden tener recuerdos. Se deben tener. Cuantos mas recuerdos, mejor, señal de una vida mas plena. Y para recordarlos es mejor tener una ayuda. La imagen, esa que dicen vale mas que mil palabras: la fotografía. Aunque solo fuera por eso, por la capacidad de hacer recordar, ya merecería la categoría de arte. Nos hemos pasado, años ha, malgastando tanto tiempo en la fútil discusión de si la fotografía era un arte, o no. El vano intento de los reaccionarios de turno, de los que mantendrían el mundo estático, sin mover el más mínimo dedo y sus atrofiadas neuronas, no ha podido con la fuerza de la fotografía.

La fotografía, el arte de siglo XX, y sus hijos putativos: el cine y la televisión, hermanos bien avenidos que nos darán en este siglo descendientes de la misma imagen genética, nietos digitales y los que vendrán, que todavía no conocemos, por supuesto. Quien pudiera llegar a conocerlos antes de difundirse uno mismo en el éter!

Supongo que de esta misma manera sería como se sentirían algunos artistas-grabadores egipcios cuando veían y comprobaban la acción de ciertos ácidos y químicas sobre las tablillas y los metales. El ver aparecer imágenes previamente imaginadas y la realización de pensar hasta donde aquellas técnicas podían llegar en el futuro. Ellos tendrían sus ambiciones estéticas y adorarían a sus reinas y las bellezas cercanas a su tiempo y proximidad geográfica. Tendrían su Paris y sus colecciones de arte igual que las tenemos ahora y tuvieron su manera de representar y perpetuar su cariño y admiración por ellas.

Igual que nosotros nos maravillamos de aquel arte y aquellas bellezas, comprendiendo aquel mundo de entonces, más o menos. Ya me gustaría tener la facultad de anticipar como verán nuestras cosas, nuestro arte y nuestras admiradas reinas egipcias, la gente que nos siga en mil o dos mil años!

A la vista de la foto que encabeza este escrito no me cuesta prever que, en dos mil años, alguien pudiera pensar que no había gran diferencia entre ellas, igual que yo lo pienso ahora. Para aquellos de cuatro mil años después de nosotros solo tengo un pensamiento y un deseo: que todo cambie tanto como deba cambiar y que siempre haya artistas, cualquiera que sea el medio o la técnica, capaces de representar la belleza y la admiración por ella.

Luisma, 13 de Marzo del 2009

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El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

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Retrato de pintor (XII)

Basquiat:“Si estoy más de una semana sin pintar, me aburro.”

“Si estoy más de una semana sin pintar, me aburro.” (Retrato de Jean-Michel Basquiat)

La primera vez que supe de Basquiat fue en algún momento, ya mediados los ochenta del siglo pasado. Quiero recordar que fue por su colaboración con Andy Warhol en una serie de pinturas conjuntas. Warhol hizo un montón de variaciones del símbolo olímpico de los cinco aros, por los juegos de la ciudad de Los Angeles. Casi todos con los colores primarios originales y Basquiat respondió en aquel diálogo pictórico conjunto con una máscara negra, y rellenos también en negro, en uno y su estilo grafitero en otros. Era su homenaje, natural, a todos los atletas olímpicos negros y a mí me sirvió para establecer contacto visual con la obra del artista neoyorkino. Dos cosas me interesaron rápidamente: el colorismo de su pintura, y el hecho de ser negro, nacido en Brooklyn, creo que fue el primero en la élite del arte moderno. Así mismo, la constatación de algo claro: mi imposibilidad de pintar de esa manera. Ni siquiera lo he intentado nunca, aunque admiro grandemente ese tipo de pintura. Algo para lo que jamás he tenido valentía.

Basquiat empezó haciendo grafiti en New York, en realidad si quieres hacer grafiti, New York es el mejor sitio para empezar y hasta incluso para terminar. Los primeros tiempos de grafitero de Basquiat, en asociación con el “escritor” Al Díaz y bajo el ‘tag’ (‘etiqueta’, firma): SAMO, fueron el principio de su proyección y su forma de darse a conocer. Vendía camisetas pintadas y dibujos tamaño postal por las calles de Manhattan. SAMO era la firma conjunta de los dos grafiteros pero Basquiat siempre tuvo muy claro el porqué de esta actuación, el dónde iba con ello y su incursión en el arte urbano. Tenía que llamar la atención en un lugar—New York—y en un momento específico en el mundo del arte moderno. Se trataba de darse a conocer. Más tarde supimos lo que aquellas siglas querían provocar: SAMO = “same old shit” ( en español: “la misma mierda”), ‘lo de siempre’, es decir: quiero ser revolucionario, pintar lo que me dé la gana, que todo el mundo me adore, clamar en contra del ‘poder establecido’ y el “mainstream” y… ah, por favor, que me paguen por mis cuadros más y más, y más. Lo cortés no quita lo valiente, me gusta su pintura, no su figura. Puedo distinguir su arte pictórico de sus ‘artes’ de triunfador a la moda.

Basquiat: “No soy un artista negro, soy un artista.”

“No soy un artista negro, soy un artista.” ( Warhol/Basquiat, pintura conjunta, 1985)

De Jean-Michel Basquiat había oído hablar y visto reproducciones fotográficas, de sus cuadros, a través de alguno de mis profesores en la facultad de Bellas Artes, corría el año 1984. También, por mis compañeros mejor informados—en el ‘quién es quién y que es lo que está haciendo’—, coincidiendo con su eclosión en el contubernio internacional de la pintura de esa época. Bien es cierto que en aquél entonces yo también había ‘descubierto’ a un pintor americano que me interesó más que ningún otro, y que influenció mi propio quehacer y aún hoy, y siempre, lo sigue haciendo. Me refiero a Richard Diebenkorn, abstracto y expresionista californiano. Un grande ‘poco’ conocido del ‘gran público’. Pero, volvamos a Basquiat…se movió bien en ciertos medios de aquella época, apareciendo en televisión local con: Gray—su grupo de rock—. Curiosamente, su libro de cabecera y su ‘bíblia’ para aprender a dibujar y buscar inspiración estética había sido, desde muy pequeño, una “anatomía de Gray” que le regaló su padre.

Hizo de todo por despuntar y darse a conocer. Intervino en algunas películas de cine independiente y su horizonte cambió dramáticamente cuando una noche presentó muestras de su arte, en un restaurante, a Andy Warhol que quedó sorprendido de su genio y de la forma en que se comportaba. Más tarde colaboraron artísticamente. Su primera exposición de pintura en solitario fue en 1981 y súbitamente empezó a tener un gran éxito. Fue muy bien recibido y ponderado por la crítica. Rápidamente pasó a exponer en Europa. Sus apariciones en público empezaron a ser celebradas y sus “boutades” a salir en periódicos y revistas. Un ejemplo: a menudo, pintaba vestido de carísimos trajes de Armani y hasta aparecía, luego, en público con esos trajes salpicados y manchados de pintura. Su figura era rematada por una especie de radiantes mechones “rasta”, de espesa cabellera negra y por el uso de maquillaje.

Basquiat: “Créase o no, realmente soy capaz de dibujar”

“Créase o no, realmente soy capaz de dibujar” (Jean-Michel Basquiat, sin titulo)

Los ochenta fueron años triunfales para Jean-Michel, pero también fueron al final los de su adición a la heroína, ello empezó a interferir en sus relaciones personales y acabaría por llevarlo a la depresión y la muerte por sobredosis. Era agosto de 1988 y se truncaba una fantástica carrera. Fue en su estudio neoyorkino y solamente tenía veintisiete años. Dos años más tarde, en mi primera visita a New York, dediqué toda una tarde a callejear por ciertas vias y rincones de Brooklyn en busca de obras de famosos grafiteros que se hubieran, al menos temporalmente, salvado de la ‘limpieza’. Estaba en el paraíso y en el mejor momento del grafiti. Encontré cosas magníficas, pero no pude encontrar ninguno de SAMO, cinco años en aquellas paredes parecían siglos. El ocupa puesto en mi imaginación y mi santoral pictórico. Hoy he consultado la valoración actual de las pinturas de Basquiat: entre los diez y los quince millones de dólares por cuadro. La mayoría de su corta obra existente está en colecciones privadas.

 

Luisma, Maypearl (TX)   29 de Enero del 2015

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Atardecer mágico en la ventana trapezoidal

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Es como si el cielo ardiera de arriba abajo, como unas montañas rojizas y anaranjadas colgadas dramáticamente, boca abajo, sobre los edificios azul pizarra recortados sobre un fondo amarillo y verde-pálido que ahora cambia, lentamente, a un gris brillante como de agua profunda de pozo. Las gotas, pocas y en ráfagas que parecen manotazos en los cristales, se tiñen de verde-hoja al terminar de resbalar sobre el plano.

Mientras tanto, los pináculos piramidales de la catedral-oficina se encienden de blanco suave, el irreconocible signo se ilumina de azul néon-crema y con los tres verdes fuertes acompañando los puntos rojos cimeros parece señalar la miríada de rectangulares ventanas amarillas, casi doradas, cegadas a primera impresión por la fuerza de la cúpula brillante a su lado, como una lámpara novecentista de cuentas colocada al revés, igual que las nubes montañosas que van ardiendo de más a menos, asemejando el incendio de un virtual, soñado, bosque de pinos albares.

Es como si el incendio del cielo se fraccionara en franjas radiantes de un rojizo que se va apagando de arriba abajo, como si el diamante luminoso que lo producía se escondiera detrás de un macizo telón colgado del revés, gris oscuro de plano liquido, poco a poco ganado por el verde amarillento del fondo total. Allá arriba, arriba del todo, empieza a vislumbrarse el color noche, que no me atrevo a definir y que al final sé que ganará la partida. Como cada día que se precie de serlo.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Se acabó. Fueron unos pocos minutos, o quizá muchos. La música era mágica, Mozart y Pink Floyd sonando al mismo tiempo y no había problema, acuerdo total.

Luisma, Pittsburgh 2008

(Originally posted on Dust, Sweat and Iron)

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Menil y Rothko

“…el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios…”Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Menil Collection, Houston, Texas. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo. “…el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios…”

Corría el otoño de 1989, ya hace un rato, y yo llevaba apenas una semana en América, adonde había llegado en una tarde calimosa y caliente. Días después, todavía estaba en trámites de acostumbrarme al clima de Texas, Houston y su ‘bayou’; aquel asfixiante calor y humedad, acongojante, sobre todo en la noche. Apenas dormía entonces, eran noches de toallas mojadas, frente al televisor, viendo películas que ya conocía y esta vez eran en inglés, intentando aprenderlo mejor y lo antes posible. Acabé acostumbrándome a dormir con el aire acondicionado y los ventiladores de techo. Aquello me hacía estar zumbado durante el día y dormir pequeñas siestas en cualquier sitio. Así estuve durante semanas, luchando con dos problemas típicos: dormir y conducir. Poco a poco me acostumbré a dormir bañado en sudor y a conducir el coche en una ciudad y un país que desconocía.

Era un martes de aquellos días—no sé porque lo recuerdo tan bien— y decidí que era un buen día para visitar mi primer museo de arte en América. Echaba de menos el beneficio balsámico de unas horas mirando, explayándome, agarrándome, sosteniéndome en y a las obras de artistas plásticos que lo eran, o lo habían sido, todo en el mundo del arte. Por primera vez tenía a tiro, a la distancia de unas pocas calles, un museo moderno americano. Uno de los que siempre había soñado visitar y que antes del Internet solo era posible conocer con la ayuda de infrecuentes publicaciones y documentales de televisión. La Capilla de Rothko, un conjunto pictórico que había estudiado por fotografías y que ahora estaba ahí, al otro lado de los ruidos acompasados de una autopista. Un edificio con su aspecto de “bunker” cerrado a cal y canto; apéndice sorprendente de un Museo Menil, cuya arquitectura y colección había puesto a Houston en el arte moderno al mismo nivel de atención mediática que la NASA en lo espacial.

Me equivoqué varias veces de calle, aún llevando un mapa de la ciudad, era la falta de costumbre en transitar por el tejido urbano de una ciudad americana cuyas direcciones de tráfico te mandan a diestra y siniestra hasta que aprendes el concepto de su diseño. Dí con el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios reconocibles que producen emoción. El Menil tiene algo de edificio industrial con sus entradas de luz cenital y el color gris-blancuzco de sus muros. Aparentemente simple, es el reconocible y reconocido proyecto arquitectónico, segunda comisión de Renzo Piano en los E.E.U.U. Aparqué cerca de la capilla, pero me encaminé primero hacia el museo, la Menil Collection, que visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo. Produce al acercarse a sus puertas una inusitada sensación, gracias a su diseño exterior, parece pequeño por fuera y resulta enorme y grandioso una vez que estás en el interior.

Menil Collection. “…visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo.” Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Menil Collection. Houston, Texas. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.  “…visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo.”

Recordaré siempre aquella visita primera al Menil por algo sorprendente y que nunca me ha pasado en ningún otro museo del mundo: durante más de una hora, la colección era en exclusiva para mí. Tanguy, Magritte, Man Ray, Duchamp, Matisse, Picasso, Warhol, Pollock, Rothko, Twombly, Rauschemberg… Era el único visitante hasta que una hora después, cuando ya me creía el dueño y señor y empezaba a elucubrar ‘cambios’ en la ‘política’ expositiva, apareció una ruidosa pareja de franceses que deshicieron el encanto. Hasta ese momento Cy Twombly se me había aparecido y me daba una lección magistral sobre sus fantásticos, grises y enormes, “encerados” repletos de iconografía del lenguaje. Los 30,000 libros de la biblioteca que antes estaban en plena ‘grilleria’, hablando todos al mismo tiempo, se habían quedado mudos y me miraban desde sus lugares como pidiéndome excusas por haberse roto el encantamiento. Lamentablemente, en este museo nunca he podido dormir una siesta, los pocos asientos que tiene están en lugares demasiado ostensibles. Una lástima.

Me escapé del Menil y atravesando la calle y los parterres de hierba me planté a la puerta de la Rothko Chapel, listo para enfrentarme con el misterio y la tremenda propuesta del pintor latvio-americano, de la que tantas y tan variadas críticas había leído. La entrada me pareció angosta y lamentable, con el paso a través de la ‘tienda’ de regalos y suvenires disfrazada de oficina de información. La luz que llegaba desde el gran atrio interior daba la sensación de que era tarde y la visita estaba terminando, como si las ‘luces’ se hubieran apagado ya. Afortunadamente no era el caso, era el ambiente de luminosidad tenue creado expresamente para realce y mayor destaque de las pinturas de Rothko y conseguir el efecto de semioscuridad de un oratorio antiguo. Una capilla multiconfesional, porque no hay en ella ningún signo que se alinee con ninguna religión, aunque se haga hincapié en ello.

Interior parcial, Rothko Chapel. Imagen adaptada de Paul McClure en Wondering Fair.

Interior parcial, Rothko Chapel. Houston, Texas. Imagen adaptada de Paul McClure en Wondering Fair.

Los catorce grandes lienzos, densos y oscuros, totalmente oscuros pero sin carecer de color, inmensos en su vibración pictórica, reciben luz cenital que cae sobre las diferentes texturas y matices cárdenos, negros y morados; todo ello impactante, lóbrego y lúgubre. Inevitablemente, para el “gran público” son unas pinturas difíciles de aceptar, admitir o aprobar. Ante ninguna manifestación artística he escuchado jamás mayor criticismo beligerante, ostensiblemente negativo, que dentro y fuera de esta sala. Siseos, chisteos, incluso risas contenidas y nerviosas en el interior y hasta una ‘perla’ de comentario en alta voz: “ Y, donde están las pinturas?” Afuera, al aire libre en el exterior de la capilla, se desatan los comentarios de desaprobación; siempre en forma audible, como para hacerse notar y en contraposición al silencio del interior y a las miradas cómplices de los positivistas. Con Rothko nunca hay medias tintas, ni fuera ni dentro de su pintura.

Visitar la Menil Collection y la Rothko Chapel fue la primera alegría compensatoria de un tan largo viaje, después vendrían muchas más. Siempre es un buen día el de visitar un museo.

 

Luisma, Maypearl (TX) 30 de Diciembre del 2014

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Retrato de Pintor (IV)

Autorretrato de P. R. P.

Autorretrato de P. R. P.

A pesar de la gorra de banderillero y de la capa española, con la que se protege del frio constante y la humedad, nadie parece reconocerle. Quizás los paseantes están más dedicados a defenderse a si mismos de las inclemencias de esta tarde parisina, que a darse cuenta de quien es. No es lo que suele ocurrir; casi siempre le cuesta sudores quitarse de encima a los moscones y los curiosos que le siguen, por no hablar de periodistas con fotógrafos pugnando por una instantánea. Es el precio, caro, de la celebridad.

Hoy—suerte—nadie le para mientes y con despacio puede apoyarse en la barandilla del puente sobre el Sena y abstraerse en sus pensamientos. El precio de la fama, que es mundial, se está convirtiendo en una molestia continua y ya empieza a no tener gracia. Corre la mitad de los años sesenta y a lo peor va a tener que dar la razón al chico español que le abordó hace un rato en el bulevar. Un veinteañero que no sabía como llamarle: Pablo, o Don Pablo. Aprendiz de pintor, le dice algo que lleva pensando algún tiempo: fama y dinero, sí, pero has perdido la libertad, esa de la que tanto hablas.

Ya no sabe si vale la pena. Si todo esto no es un tremendo error, que acabará teniendo que pagar caro. Añora tiempos, ya lejanos, en esta misma ciudad que ha cambiado tanto. Sus primeros años, sus primeros trabajos y luchas. Sus primeros amigos, Apollinaire, Vollard, Breton; y por encima de todos: Gertrude, esa mujer extraña y sin embargo amiga. Le debe tanto! Fue más que una coleccionista de sus cuadros, más que una amiga, una confidente y una critica acerba de su pintura y de su persona. No le pasaba ni una en sus problemas con las mujeres, aunque tampoco le aconsejaba. Stein era feminista y lesbiana, algo que a Picasso se le hacía difícil de manejar.

Sus cuestiones con Gertrude no se limitaban a lo personal, tenían una variante estética que le añadía pimienta a la relación. Durante mucho tiempo ella le estuvo pidiendo un retrato, y al final concedió. Después de un montón de poses, por fin lo terminó. No había vuelto a hacer retrato desde que tenía dieciséis años. Fue un acierto total, Gertrude le mostraba una adoración que nunca le tuvo. Le mandó una misiva que guarda como un tesoro, siempre la ha releído intentando alcanzar toda su intención: “Estaba y todavía lo estoy satisfecha con mi retrato, para mí esa soy yo, y esa es la única reproducción de mí que siempre soy yo, para mí.”

Gertrude Stein…ya se parecerá!

Gertrude Stein…ya se parecerá!

El retrato está en Nueva York, hace tiempo que no lo ve. Recién terminado, algunos tenían una idea diferente de esa pintura, proclamada como una de sus mejores obras. Alguien criticó que no se parecía a ella, y él respondió: “Ya se parecerá.” Todavía ve lo boquiabiertos que quedaron todos ante semejante afirmación. Sus “boutades” eran y son famosas y aquella se llevó la palma. De cualquier forma, nadie pareció darse cuenta de que lo había dicho totalmente en serio. La gente no lo entendió, o no lo quiso entender, y la leyenda se hace cada día más grande.

El fresco sobre el puente se ha vuelto frio húmedo. El sol hace rato que se ha ido, y rápidamente, Paris se torna—una vez más—la Ciudad Luz. Ensimismado en sus pensamientos, Pablo, o Don Pablo, es una sombra más que acelera su paso. Piensa en Gertrude, la echa de menos; es sorprendente que ya hayan pasado veinte años desde que murió. Todavía la tiene presente. Sin ella no hubiera habido Picasso, o hubiera sido diferente. Quizá solo Pablo Ruiz. El apellido se hubiera quedado en su madre, la verdadera Picasso. Doña María, la que le puso los siete nombres: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso.

Sin la colección Stein, sin la publicidad de Gertrude, quizá se hubiese vuelto a España. A pesar de su promesa pública de no volver hasta la instauración de una democracia. Hoy todavía, algunos amigos le bromean, le dicen que más vale que espere sentado. Ese dichoso Franco parece eterno. Su único reproche contínuo a Gertrude fue su apoyo a la causa franquista durante la guerra civil española. Su lucha contra la dictadura sigue terne, desde la guerra. De momento ha decidido, aunque fuera un encargo pagado por el gobierno republicano español, que su “Guernica” no vuelva a España en vida de la dictadura. A ver quien aguanta más!

P.S. La vida se decantó a favor de Franco. Picasso murió dos años antes que el dictador. El “Guernica” está en el Museo Reina Sofía de Madrid. El retrato de Gertrude Stein sigue en el Metropolitan Museum de Nueva York.

Luisma, 30 de Abril del 2011

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[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

La connivencia

“Mirar esa luz esperando a la de la memoria…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

“Mirar esa luz esperando a la de la memoria…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

La connivencia no es solo cosa de dos, o más, también puede ser propia, individual, reflexiva. Todo consiste en que mis neuronas se confabulen unas con otras; eso si, sin salirse de madre, caer por la pendiente y arrastrarse por el talud, como un tren descarrilado. Disimulos, transgresiones, descuidos, errores de o sin bulto, a los que uno mismo les cuelga el marchamo de la liviandad y la ignorancia menos culpable. Las neuronas, como las palabras, trabajan para ti—salvo error u omisión—casi siempre.

De madrugada, para variar, estoy mirando esperanzado esa luz que empieza a cernirse empujada por la mirada que va una y otra vez desde el sentajo, incomodo asiento (lo es, con el propósito de hacerme evitar el exceso de contemplación) a siete metros, más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme, tocarlo, e inmediatamente me rechaza a la posición original. El cuadro solo tiene unas pocas sesiones y ya empieza a reclamarme, a minar mi resistencia y hacerme buscar excusas para obligarme a justificar mi necedad y mi lentitud. Pero desde el tajo la miro. Mirar esa luz esperando a la de la memoria…

“…más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme…” Luis Jiménez-Ridruejo, Instar #4, en curso (acrílico sobre lienzo).

“…más o menos, del lienzo ya con mancha y que me pide acercarme…” Luis Jiménez-Ridruejo, Instar #4, en curso (acrílico sobre lienzo).

Cuando la luz atraviesa campos opalescentes, cuando tropieza con obstáculos que no pretenden serlo, cuando se mezcla con todos los rincones del aire y, entonces, puede detenerse donde le cuadra. Cuando absorbe o se esconde en todas las motas flotantes, dándoles cuerpo y sentido. Velázquez y Newton lo definieron antes que nadie: corpúsculos de luz. Materia luminosa esperando que el ojo resbale de una a otra belleza insinuadas, hasta otro brillo y antes de que la luz se aleje—ya nunca puede perderse—al encuentro con el pasado. Cuando aquel aire, ya quizá de un diferente color, vuelve después de haber rozado y construido nuevos campos de luz, nuevas situaciones reveladas, cien mil puntos que antes no estaban, o estaban siendo, allá a lo lejos, en connivencia con la luz de la memoria. Ah! Esos lejanos contubernios donde viven las ideas.

Cuando todas esas dimensiones, atravesadas y acariciadas, vuelven al plano que palpo y froto con mis manos, quizá para sentir el correr por los nervios de algo etéreo que solo veo, o que solo imagino. Entonces es cuando aparece la pintura o su trasunto reflejado que es la fotografía. Y sí, en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música; esa que nadie, sino yo, será capaz de saber donde está en el cuadro. Mi música—no la de los demás—pues cada uno pondrá la suya, donde discurra su imagen, donde esté su idea. Pero no debo cavilar en que pensaran los otros. Yo sigo hundiendo los dedos y los ojos en cada rincón que en el lienzo se aprisiona e intentando saber como y porqué se esta produciendo todo aquello; dominar, aunque sea imposible tarea, hacia donde va el maldito baile de mis neuronas. Y todo por esperar a la memoria, que es la gran dictadora y la verdadera dueña del cuadro. La pintura es mirar luz y esperar a la memoria.

:“…en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

:“…en algún punto de este viaje se ha quedado prendida, asida, colgante, la música…” Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Epílogo, que más debería haber sido un preámbulo o un circunloquio o digresión y que solo viene a cuento del espectáculo que “estamos” dando en el concierto de las naciones.

Connivencia: disimulo o tolerancia ante las faltas, transgresiones e incluso delitos de otros, especialmente de un superior que tendría poder y autoridad para frenarlos. Viene del latín: ‘conniventia’, se deriva del verbo ‘connivere’ que propiamente y en origen quiere decir: “cerrarse los ojos”, dormirse, descuidarse, “hacer la vista gorda”, estar de acuerdo disimuladamente. Perfecta definición de lo que ocurre en esa especie de ‘patio de monipodio’, la piel de toro, donde se juntan Rinconetes y Cortadillos a sacar tajada del arte, de la política, de la religión, y de todo aquello en lo que haya un euro que afeitar…todos ordeñando a la pobre y escurrida cabra, en connivencia con popes, alcaides, prestamistas, chamanes con tal arte que…bueno, ya está bien!

Termino antes de que descarrile del todo. Yo solo quería escribir sobre la luz en el cuadro y la mente se me fue, como tantas veces, al otro lado del ‘estanque’. Surgió la palabreja: connivencia, y aquellos polvos trajeron estos lodos.

Luisma, Maypearl (TX) 30 de Noviembre del 2014

 

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La “otra” casa

Luis Jimenez-Ridruejo, foto contraluz, ventana, lampara, barandilla

 

Llevo quince días intentando escribir este, u otro post, “y que si quieres arroz, Catalina” (¿!)—que, por cierto, nunca he sabido quien fue la tal señora— no hay manera de pergeñar nada, el síndrome de la hoja en blanco me atenaza. Hasta hoy no me he puesto a ello y es que me llevaban los diablos, o las brujas; ya se empieza a notar la cercanía del dichoso Halloween. La primera semana de la intentona me fui de viaje y como Texas es tan grande me pulí sus días al volante y visitando a la gente que tenía que ver. De vuelta me pasé el fin del periplo con las patas por alto y la mente cerrada por descanso del personal.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de tres bandas do plastico, sofa

La siguiente semana, la que acaba de terminar, y después de un intermedio pictórico, tres cuartos de lo mismo: me surgió otro viaje inesperado, al bote pronto, a hora y media de camino. Pasé cinco días enteros encerrado en una casa grande, de un familiar; supervisando y vigilando las obras de reparación de techos, cielos rasos que se habían manchado y desprendido por filtraciones de tejados dañados por tormentas, casi de la categoría de tornados. Reparación y su pintura consiguiente. Un obrón.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de sofa, espejo, cuadro

Fue vivir, de repente, en un mundo cubierto de plásticos de transparente opacidad que envolvían opresivas atmosferas de húmedo rocio. Proveniente del lavado de techos por dispersión con un compresor de pulverización, usado luego para arrojar texturas y pintura final. Me atraía observar, en vivo y en directo, como y con que mañas se las componían los pintores americanos para salvaguardar, de salpicaduras y pintura fresca, muebles, chismes, bártulos y cachivaches de una casa totalmente montada. Recordaba con horror los fandangos que se organizaban en mi pasado español, en situaciones similares. El resultado fue que muebles, accesorios, decoraciones, incluso uno de mis cuadros que está colgado en esa casa, sin moverse desaparecieron como por ensalmo. Un ser y no ser en un nuevo escenario, un estar y no estar, telones con accesibilidad, como si la realidad fuéramos nosotros y la casa hubiera transcendido a otra dimensión.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de chimenea, dos focos tapados

Aquí hubiera tenido que escribir de duro y pelado, echar mano de todos los ingenios para transmitir la imagen de aquello. O, en su defecto, acudir al viejo, pero siempre presente, dicho del filósofo Julián Marías. Para mí, desde la noche que me lo dijo en Houston (TX), hace ya tantos años, es un verdadero axioma (proposición clara y evidente, que no necesita demostración): “Escribe lo que no puedas pintar y pinta lo que no puedas escribir.” Este caso no pedía pintura, pintura era lo que sobraba en aquella casa. Así que eché mano de la fotografía y traté de plasmar un montón de sensaciones, aquellos colores insólitos, aquellas luces inesperadas, habitaciones como pozos insondables, y encontrar un significado gráfico para una situación en cierto modo de encantamiento o conjuro.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de cenital, entrada, escalera pintor

La “otra” casa. Un embrujo que, al parecer, solo veía yo. Un reto. De manera que las fotografías tuvieron que hablar por mí mismo. Y, al pronto, surgieron escaleras que parecían no ir a ninguna parte, “monstruos” que transitaban entre la luz y las sombras, metales coloridos que se disolvían tras los reflejos, sensaciones de otras épocas y otros lugares, remembranzas del “puré de guisantes” londinense. Hasta los sonidos eran provocadores. El motorcillo de aire comprimido del pulverizador hacía de las suyas…Pff—pff —pff…ho—ho—ho…ilustración sonora que traía ecos de película de misterio. Brotaban humedades polivinílicas que eran el trasunto del volandero polvo líquido que impregnaba los plásticos protectores. Se manifestaban inexplicables formas antes ocultas, vibraciones de casa embrujada.

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de ariete azul entre dos puertas

Estuve un tiempo suspendido en el trasiego de estos pensamientos, ya ni siquiera hacía fotos, solo elucubraba y mi cerebro proyectaba hacia dentro de mí mismo un cuestionario deslavazado de preguntas—algunas, realmente incoherentes—, que es lo típico que sucede cuando me “pierdo” en situaciones estéticas, cuando me ausento de la realidad por embelesamiento. Las más de las veces, preguntas paradójicas y enigmáticas. Entonces necesito el “clic”, la rotura que me devuelva al mundo. Que hago yo aquí? Que es todo esto que me rodea? Y sobre todo: donde estoy?

Luis Jimenez-Ridruejo, foto de baño cubierto plasticos

Por suerte, en ese momento, cuando empezaba a “patinarme la neurona”, más de lo usual, se hizo el prodigio. Allí, oculta en el fondo de aquel espacio, repentinamente y por aparente generación espontánea (es decir, por control remoto, accionado por S. desde el garaje) se encendió la monumental pantalla de televisión, presidiendo y dominando el lugar que parecía transmutado. Los plásticos no dejaban ver la imagen pero no podían con el sonido, los clarines de la cruda realidad. En un instante, todo volvió a ser lo de siempre, la casa grande de M. y B., en un vecindario preciado al norte de Dallas, Texas, E.E.U.U. Al menos, de la ensoñación y la elucubración de la “otra” casa, han quedado las fotografías y este escrito, que se hacía de rogar.

Luisma, Maypearl (TX) 27 de Octubre del 2014

(Fotografía: Luis Jiménez-Ridruejo)

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Juan Muñoz en el Hirshhorn

Patio interior y entrada al Hirshhorn Museum. Washington D.C. (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Patio interior y entrada al Hirshhorn Museum. Washington D.C. (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

A lo largo de estos años, ya muchos, que llevo en este país y las múltiples visitas a su capital, siempre he tenido una sensación—aunque no puedo explicarla muy bien—, y es que Washington me recuerda a Viena; yo le llamo la Viena americana. Ciertos puentes y sus barandillas de hierro, las arboledas de algunos parques, las mansiones de una época determinada, imperial; alguna piedra de sillar, la orientación del recorrido del sol, momentos de luz sobre paredes estucadas de colores; sonidos y silencios. Son similitudes en detalles, quizás Viena inspiró y favoreció la influencia desde el punto de vista de un Jefferson o un Franklin. En conjunto, siempre algo me retrotrae a esa idea. Y Washington D.C., cuyos monumentos son algunos de los más popularizados y visitados en el mundo, guarda una colección de museos, sobre todo los de arte de los siglos XIX a lo de hoy, difícil de igualar. No en vano es uno de los grandes escaparates del imperio.

Confieso que, hace veinticinco años, la primera vez que visité la capital, no tenía mucho conocimiento del “Hirshhorn Museum and the Sculpture Garden” (este es su nombre completo) y me pasó casi totalmente desapercibido en mi primera visita al National Mall, que es como una monstruosa plaza rodeada de un semillero de sitios muy visitables. Entre museos Smithsonians y Memoriales de Guerras y Presidentes, con el propio edificio del Congreso que lo corona, un día no da para verlo todo y estamos hablando de exteriores, sin entrar en ningún sitio. Los americanos lo intentan en coches y autobuses. Siempre que he tratado de enseñárselo a algún visitante europeo, a pie y a matacaballo; hemos acabado rendidos, echando el bofe en alguno de los muchos bancos de los vastos jardines de la zona. Verlo todo en un día, imposible. Escribir de todo ello en una sola sentada, otro imposible.

Luis Jiménez-Ridruejo “parlamentando” con “The Last Conversation Piece”. (Foto: S.)

Luis Jiménez-Ridruejo “parlamentando” con “The Last Conversation Piece”. (Foto: S.)

Aquella primera vez, sin embargo, ya me quedé con el toque, al pasar de largo por el Hirshhorn, de la buena pinta del edificio y me comprometí mentalmente para no fallarlo en una subsiguiente visita. Esa visita se hizo esperar unos cuatro o cinco años. El hombre propone y la vida dispone. Aun así, se me había quedado grabado el impacto de aquel edificio singular, que me parecía como una suerte de astronave nodriza de alguna galaxia desconocida. Después supe que el arquitecto había sido Gordon Bunshaft, del que ya conocía uno de mis rascacielos más admirados de Nueva York: el One Chase Manhattan Plaza, sesenta pisos y una sinfonía de la recta. En cuanto fue posible me propuse visitar este museo, que pronto hizo trio con mis otros dos favoritos de la “Corte”: La Phillips Collection, el primer museo de arte moderno del país; y el Corcoran, la mayor colección de arte americano del mundo.

Nunca he vuelto a fallar mi visita al Hirshhorn, cada vez que caigo por Washington. Y han sido muchas. Como siempre ocurre en mis pinacotecas (una de mis palabras favoritas en cualquier idioma), tengo una serie de artistas que “necesito” visitar, es gente con la que hablo desde hace años, paso tiempo en su compañía, me confieso, hago preguntas de todo tipo. Algunos viven al mismo tiempo en diferentes museos, diferentes obras. Otros ya saben que voy a ir a verlos porque ando en tratos pictóricos habituales con ellos, a menudo, diariamente. Casi siempre se trata de pintores y, raramente, la visita principal es para algún escultor. Es cosa sabida mi relación sesgada con la escultura y siempre he reconocido que es una asignatura verdaderamente pendiente. Creo que me iré para el otro lado sin saber cual ha sido mi auténtico problema con el tema. La escultura me gusta, pero no toda ella, muy poca me toca la fibra sensible. En el Hirshhorn está bien representado un “amigo” que visitar para los restos, un escultor que sí me conmueve y lo hace siempre, un español, Juan Muñoz.

S. “haciendo amigos” en el jardín del Hirshhorn. (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. “haciendo amigos” en el jardín del Hirshhorn. (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Confesión tras confesión: hasta mi primera visita al Hirshhorn capitalino, nunca había visto una obra, físicamente, al natural, de Juan Muñoz. Solo fotografías y ni siquiera sabía que estaba allí, en el jardín de la escultura. Tiene a su disposición una entera sección, una pradera en donde están, moran, discuten y se “mueven” las cinco figuras de su grupo escultórico, una maravilla en un espacio con cierto aire a escenario de un claustro conventual. De manera que me topé con su: “The Last Conversation Piece” por sorpresa y desde aquel día visito a sus “personajes”, en ausencia de Juan, que no se encuentra y por el cual les pregunto cuando voy. Siempre me contestan lo mismo: “anda contando historias, no se dónde y a no sé quién”.

“Mirándolo bien: es imposible que se tumben. En que estaría yo pensando?”

“Mirándolo bien: es imposible que se tumben. En que estaría yo pensando?”

El Hirshhorn, museo con grandes contrastes y una colección permanente magnifica es como una especie de retrato de la realidad americana, otro día “entraremos” en el edificio, hoy solo el jardín. Este lugar y esta escultura de Juan Muñoz, que se me antoja tan “goyesca”, tienen la virtud de darme siempre en que pensar; es una obra muy narrativa que excita la imaginación y la interacción. Alguna vez he de ir de noche, amparado en la total oscuridad que presumo, a ver si siguen discutiendo, o si por el contrario se tumban en la hierba y duermen para estar frescos al día siguiente y reanudar la que siempre será su última conversación. Mirándolo bien: es imposible que se tumben. En que estaría yo pensando?

Luisma, Maypearl (TX)   29 de Septiembre del 2014