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Arte es arte

Mis chicas en mi Prado. Las echo de menos

Mis chicas en mi Prado. Las echo de menos.

No hace mucho tiempo estuve en la Phillips Collection, en Washington D.C. Un pequeño museo de arte que contiene algunos de mis cuadros admirados de siempre. De esta ciudad, una de mis favoritas de todo el mundo que conozco, tengo que escribir mas largo y sobre todo mas tendido.

No es de ahora, es de siempre. Es algo habitual en mi. Cuando veo buena pintura me dan ganas de pintar, generalmente después de visitas a los grandes museos y nunca viendo reproducciones, por exactas que estas sean. Así mismo, cuando leo cosas buenas me dan ganas de escribir, supongo que en ambos casos es la emoción de la obra bien hecha o la captura de ese intangible llamado: arte. Me gusta pillar arte donde quiera que lo encuentro, a salto de mata, para ello voy siempre escopeta en mano y ojo avizor. Últimamente me cuesta bastante trabajo encontrarlo a buen precio, quien sabe porqué? Seguramente la culpa es mía por relajarme en la búsqueda.

Que cosas pasan! Encontré arte para apreciar, hace unos días, revisando algunos partidos de fútbol de mi Real Madrid; de la pasada temporada, de la 31 victoriosa. Los tengo grabados de un canal futbolístico de la “tele” americana llamado Gol TV, en el cual los disfruto pese a los descocados y a veces estúpidos comentarios de sus locutores. Los pobres basan sus comentarios en extracciones, mal que bien entendidas, de la lectura del AS y el MARCA. El cielo nos valga! Ninguno de estos dos periódicos deportivos tienen cabida en cualquier acepción de arte. Una vez de ciento al viento hay algo semejante a lo artístico en sus contenidos. El arte al que me refería era la calidad del juego del capullo de Guti. Que artista!

Arte en una televisión, en un partido de fútbol? El arte se encuentra y se degusta en cualquier circunstancia propicia. Digo esto, a propósito de que acabo de salir del baño, de la bañera, uno de los muchos sitios en los que leo. Estaba con un libro de Javier Marías, leerle y releerle es casi un placer diario. Sus relatos cortos o sus artículos de periódico, por viejos que sean. Sus novelas son ya otra cosa, la mayoría las he leído una vez y basta, de momento. Comparto con él un madridismo beligerante, aunque no furioso ni cerril, como el de otros. Eso si, leyéndole, siempre tengo la impresión de leer arte y siento lo mismo que ante una buena música o un buen cuadro. También siento envidia cochina, aunque sana.

Siempre estoy tratando de escribir mejor y usando el mejor cebo para pescar, la lectura. Leer mas. Leer mucho y de todo. Si es bueno, dos veces mayor placer.

Luisma, Maypearl (TX)   27 de Abril del 2015

[Originally posted in August 2008 on Dust, Sweat and Iron]

 

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Retrato de pintor (III)

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Pasa el día escuchando Mozart. Ese montón de cintas grabadas que se trajo del viaje a Europa. Los dineros se han vuelto cortos y está casi en bancarrota. Pintar ya no es solo un oficio, es una cruda necesidad. Algunas veces siente que ya son muchos tumbos, los que ha dado en la vida, de un lado para otro persiguiendo una carrera de pintor que se muestra esquiva.

A la vuelta de Nueva York, no encuentra acomodo posible y echa de menos sus sueldos seguros de cuando estaba en la milicia. En los Marines. La fotografía aérea, que le permitió tener una visión del terreno, del campo y sus parcelaciones, sus colores y sus contrastes. Inspiración de tantos cuadros soñados y también de una visión abstracta que cada día se le mete más en su pintura. La figuración y la abstracción pelean en su cabeza.

Mientras unas cosas y otras vienen y pasan; de algo hay que comer y de alguna manera hay que pagar los materiales y el alquiler del estudio. Le ha dado muchas vueltas, y una idea de su mujer se le viene encima: un taxi. Trabajar como taxista solucionaría sus problemas; mientras llega una buena, o aceptable, proposición académica entre las varias a las que ha optado. Lo malo de los trabajos eventuales es que, a veces, se convierten en definitivos. Si el montante cubre las necesidades provoca el olvidar algo tan volátil como son los dineros del arte.

Richard Diebenkorn, taxista y pintor. Será posible? La pintura es lo que importa. Ese cuadro de Matisse, “Vista de Notre Dame”, le tiene obsesionado, una y otra vez se enfrenta a él, como lo hizo cuando lo vió en su inicial visita al MoMA en Nueva York. Le gustaría encontrar una solución pictórica para visualizar esos campos y esas parcelas de tonos tan suaves y tan diferentes. De la manera que los vió desde los aviones, en los vuelos de cartografía militar.

En Matisse cree ver una buena solución estética, la apertura de un camino. Ya tiene nombre para una serie completa y soñada: “Ocean Park”. Los títulos vendrán después; o simplemente los numerará, como hizo con otras series anteriores: “Alburquerque”“Urbana”…series de pinturas tituladas y enumeradas, como los lugares donde se crearon y se trabajaron. Ahora California, después, quién sabe?

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

De algo si está seguro: nada de lo que ha hecho, hasta ahora, le satisface totalmente. Tantas visitas a los museos, aquí y en Europa, lo único que le producen es frustración de no alcanzar las metas que aprecia en los grandes pintores. Todo lo que quiere es pintar. En realidad, ve la enseñanza como una manera de sustentar esa vida pictórica; de la que siempre ha discutido con sus alumnos y sus compañeros. Esto le ha costado perder amistades y posibilidades en un mundo que no le agrada, la academia.

Mientras tanto, las dudas le corroen, está en la abstracción y hace figuración, que no muestra en publico. Los críticos se dan cuenta, le cuelgan el sambenito de “indeciso” y le acusan de dudar demasiado. Richard no se defiende, sigue en sus trece, hace lo que quiere y busca, investiga, trata, ensaya bajo la sombra continua de la credibilidad del propio trabajo.

Escribe: “Yo no entro en el estudio con la idea de “decir” algo, lo que hago es ponerme frente al lienzo en blanco y poner unas cuantas marcas arbitrarias en él y eso me hace iniciar una especie de diálogo.” Su pasión por la expresividad de la abstracción le viene de las visitas a los museos. A veces, imagina sus cuadros colgados junto a las obras de los grandes maestros. El diálogo es con ellos y consigo mismo.

Aquel viaje a Rusia fue determinante. Moscú, Leningrado. El Hermitage, su pobre iluminación sobre las pinturas, apenas un punto de luz sobre los cuadros que acusa el brillo de los barnices. Todo escaso de ideas museográficas. Grandes errores de exhibición. Cuadros escondidos, un Felipe IV de Velázquez, algún Rembrandt…el Tríptico Marroquí de Matisse dividido entre las dos ciudades. Quién toma esas decisiones? Quién maneja sus recuerdos? Y, después de todo, que importa: su porvenir, su vida, están en juego…Un acomodo, ni grande, ni suntuoso; unos pocos dólares para manutención y poder seguir. Pintar, pintar, pintar…

Luisma, 15 de marzo de 2011

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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Interior — Día — Bilbao Guggenheim (2)

 

“The Matter of Time” Richard Serra. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Richard Serra, The Matter of Time. Bilbao Guggenheim. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Entrar en el museo es como entrar en el set de una película en rodaje, un festejo visual de muchísimos grados y ángulos—tantos como rincones tienen sus espacios—e incontables planos más. La luz que penetra desde fuera, avanza lenta y parece tan atónita como mis propios ojos. Me quedo parado mirando un rebote de luz y ella, la luz, se detiene sorprendida también. Hace solo un momento, afuera del Bilbao Guggenheim el celaje era gris y ominoso, nada más ingresar por las puertas, un sol triunfal se ha sumado a la visita. En mi cabeza resuena un órgano barroco, catedralicio, cada nota es un cuchillo de luz, cada rayo solar multiplica su reverberación en la más simple pared y las luces cenitales borbotean, al tropezar en las pocas nubes, dando una magnífica sensación de movimiento a cada objeto, a cada línea, a cada color.

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Me doy cuenta de que he olvidado, o mejor dicho, no tengo presente todo lo que había leído sobre este sitio. Solo me atrevo a dejar que me entre por los ojos, los mantengo abiertos con fuerza, casi sin permitirme el parpadeo. En apenas dos minutos, ahora, ya sé que el lugar se me va a quedar dentro para siempre. Parezco una aguja de marear en un mar de tormenta, miro a cada punto cardinal, sin saber hacia donde avanzar, por donde navegar este museo. Me acerco a mirar algo y después vuelvo al punto donde empecé, como si tuviera miedo de perderlo. Una ‘foto’, cien, mentalmente doy las gracias a no sé quien por haber inventado la fotografía digital. En unos pocos minutos he ‘gastado’ ya lo que hubieran sido tres carretes de celuloide. Bendito siglo! Y benditas tarjetitas en las que caben tantos miles de fotos. Ya no duele ‘tirarlas’ pero me contengo, he sido ‘entrenado’ a solventar mis problemas con pocas ‘poses’. La fotografía ya no es lo cara que llegó a ser, y también es muy agradecida con quien dispara mucho. Intentar hacer arte fotográfico ya es otra cuestión.

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…dejar que me entre por los ojos…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Si Frank Ghery dijo que el edificio estaba diseñado para atrapar luz, el fotógrafo tiene que servirse de ello para ‘eternizar’ esos momentos que se producen contínuamente en su interior. El campo de juego es magnífico y las apuestas inconmensurables. El énfasis de la colección del museo es en la gran escultura, y es claro, quizás por ello las mayores críticas han sido a los grandes espacios interiores. Algunas pinturas de formatos no tan grandes parecen ‘perderse’ en vanos formidables, descomunales. Para mí, todo es cuestión de quien sea el pintor y cual sea la obra que centre nuestra atención. Un Picasso nunca puede perderse en una pared, por desmedida que parezca, y propongo una prueba de fuego, a ver que ocurre: colgar la “Gioconda” en cualquier parte de una de estas paredes, altas como naves góticas, en el grandilocuente atrio de este Guggenheim. Estoy seguro que seguirá calentándome el corazón como si estuviese en el salón de mi casa. Donde por cierto está—en reproducción, claro—solo un poco mayor que el original, para cumplir las normas del Louvre.

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

En la colección encontramos a los ‘sospechosos habituales’, americanos y europeos, y otros no tan habituales, cuyos nombres ‘cantan’ a artistas vascos. Además de otros españoles variados: ‘el mallorquín’, dos o tres de los madrileños, el de Huesca (por goleada), el valenciano neoyorkino ‘crónico’, el otro de Santander, neoyorkino también y el mitad monje y mitad soldado de la fotografía; de este (Ballester) siempre me ha encantado su “palacio real” que es unas meninas sin meninas y sin nadie. Un cuadro fantástico, retrato del aire, el mejor homenaje a Velázquez. Lo dicho, de los sospechosos habituales, a toque de corneta de la central Guggenheim, me voy a quedar con un Richard Serra que acertó al ‘subirse al Museoa’, un buen salto de ser ‘desaparcado’ en Manhattan a ser ‘entronizado’ en Bilbao. Se merece el espacio que le han dado. “The Matter of Time”, lo ví primero a vista de pájaro, una buena manera, lo entendí al pronto y además me trajo el recuerdo infantil del laberinto de las bolitas de acero. No me quedó más que ‘bajar’ a sus espacios interiores. Entre aquellas ‘paredes’ de acero-cortén, tremendamente fotogénicas, dejé colgada parte de mi imaginación, y adquirí, a cambio, ese color ‘marrón-Serra’ que tanto he usado después.

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Jenny Holzer, Installation for Bilbao. (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Y también me quedaré con Jenny Holzer, ‘amiga personal’ e ‘instaladora’ favorita, acerba feminista, áspera pero agradable—que remedio—la ‘reina’ de las luces LED, cuya obra se me aparece en sueños frecuentemente. Por algo será. Nunca olvido su razón para no pintar abstracción: “quería ser una pintora abstracta, pero era un desastre”. ‘Verticales azul’, gracias a ella soy ‘capaz’ de usar ese color azul y así llamo a sus fantásticas luces que parecen instaladas en las fronteras de la abstracción y que a mí me delimitan el paso de la vigilia al sueño, entrando donde adquieren más sentido, en mis sueños.

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

“…el museo no sale de mi. Se viene conmigo…” (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Con pena y resistiéndome salgo del museo, solo me consuela—pasaría mucho más tiempo en él—que el museo no sale de mí. Se viene conmigo, me he llenado los bolsillos y la cámara de unas imágenes y un recuerdo que lo harán imposible de olvidar. Y espero que siga, hasta mi vuelta, en su emplazamiento, sin moverse y ni siquiera balancearse, creyéndose un navío listo para salir a las aguas de la cornisa cantábrica e irse a recorrer esos mundos que seguro lo adoptarían. A quien le amarga un dulce, aunque sea un museo? Estoy seguro de que a cualquier país le gustaría tenerlo.

Luisma, Maypearl (TX)   30 de Marzo del 2015

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Guggenheim en la cornisa cantábrica (1)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…Bilbao es ya el Guggenheim…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Es como una fijación, siempre acabo haciendo lo mismo, con el intervalo de unos cuantos años, me gusta ir de viaje al norte de España. Y una vez en el norte, viajarlo en coche, de cabo a rabo, desde Galicia al País Vasco. Para quedarme unos días de quieto, en el medio está el gusto: Santander o Asturias y de ellas el pueblo pequeño, a ser posible con playa, aunque lo de menos sea el baño, y me da igual verano que invierno. Conducir y caminar la ‘cornisa cantábrica’ es de lo que se trata. Esta definición de la zona que agradezco a los locutores de radio y televisión, al dichoso ‘hombre del tiempo’, que lo repiten todos ellos históricamente, hasta la saciedad, y con familiaridad absoluta como si la cornisa se tratase de la escayola del salón de su casa. Si tuviera que escoger uno de estos lugares, sería en la provincia de Santander que, como rezaban las geografías de mi niñez, es la salida natural de Castilla al mar y quizás por ello también al mundo, en los tiempos en los que al mundo se iba por mar.

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…en lontananza, al término de la calle…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Rodar por la cornisa inevitablemente te lleva a Bilbao. Y así ha sido mi costumbre, aunque por alguna razón era contínuamente sitio de paso. Ahora ya no es tal, ni lo fue hace cuatro años, es otra meta y otra fijación. Bilbao es ya el Guggenheim (y por supuesto: San Mamés, aunque sean amores distintos). Esta jornada, S. (‘Ese Punto’) está conmigo con lo que el placer es doble, como mínimo. Ella viene al museo por primera vez y la dejo que lo descubra en lontananza, al término de la calle repleta de coches, una vista final que se acerca despacio y se adueña de la impresión y la emoción. Una explosión de brillos, apoteosis centelleante del metal al tornasol y que ofrece su esplendor al desembocar la calle al rio Nervión que oficia de foso protector detrás, donde parece un gran navío anclado en puerto. Son los alzados del teatro de la arquitectura actual en un contorno clásico, un contraste arquitectónico que se amplia y se explica cuando llegas a la visión total del edificio. Después de un momento de contener el pálpito, un largo y profundo respiro te permite, por fin, hacerlo libremente y volver al uso de la palabra.

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“—francamente a veces se me olvida que es un museo—“ (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Bilbao Guggenheim es impresionante. Mal que le pese a quien quiera. Nunca entenderé que una obra semejante pueda tener tantos críticos, tantos detractores con tantas motivaciones espurias. Mi visión ha sido crítica pero solo en elementos y detalles que no empañan, en lo absoluto, la grandeza y la brillantez de esta maravilla arquitectónica. Para mí, uno de los hitos del milenio, quizás el más atractivo de todos ellos. Me puedo pasar horas, y lo he hecho, dando vueltas al exterior del museo, levitando, y caer en la cuenta de que cada vuelta, cada retorno a un detalle, a un rincón o una fachada ya vista, es una invitación persistente a disparar la cámara, a generar una nueva mirada, una nueva visión y una serie de emociones encadenadas. Un ‘txirimiri’ de luces y reflejos que llenan los ojos de recuerdos. Andar cerca y hasta tocar, acariciar, los revestimientos de las fachadas del Guggenheim: vidrio, titanio y piedra con ecos de esqueletos de animales marinos, quien sabe de que proveniencia. Y la ensoñación de las mil flores estalladas del ‘guardián’, el ‘Puppy’ de Jeff Koons, acero inoxidable y flores, ejemplo de valentía artística.

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…”  (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

El Guggenheim es un placer por el que vale la pena, una y otra vez, el viaje a Bilbao. Además, las dos veces que lo he visitado, siempre me ha producido como una especie de reacción sorprendente; conforme pasa el tiempo estando cerca del lugar, empiezo a sentir una sensación de alacridad, alegría, entusiasmo y presteza de animo. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esta sería: euforia. Es la misma sensación que me produce estar frente a algunas de mis pinturas favoritas, las que están en la cúpula de mi particular historia del arte, del Parnaso de mi gusto personal. Algo que me obliga a encender mi ánimo y acometer con fuerza renovada lo que en ese momento esté haciendo en pintura y fotografía. Diferente a lo de escribir, en esto el paso del tiempo y el recuerdo sedimentado del sitio me es más objeto de inspiración. Para escribir me ayuda más el recuerdo que la presencia y la visión. Puedo soñar, dormido, con arquitecturas, espacios, texturas de fachadas, brillos y colores propios o reflejados; sensaciones físicas de andar, ver y tocar. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta, no recuerdo haber soñado de tal manera nunca con pinturas o fotografías, solo con sus referencias.

Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

S. con Frank Gehry “…vidrio, titanio y piedra…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Este post—este escrito—no trata de ser algo académico, algo original, ni siquiera rimbombante o artístico. Lo único que intento hacer aquí es, una vez más, reflejar mi gusto y admiración por una arquitectura que me llena. Es una manera de aplaudir a un Frank Gehry que lo ha hecho de fantasía en cada uno de los edificios que le conozco, y aun me falta París; el recién acabado: Fundación Louis Vuitton, del cual solamente he podido admirar lo que muestra su ‘website’. Cada nueva obra que le visito es un tremendo desafío fotográfico para mí. Y para ir a Paris, solo necesito una mínima excusa: respirar allí, por ejemplo. Frank Gehry y París es más que una mera excusa. Es una atracción magnética tremebunda, como en su día lo fue y lo es: Bilbao.

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

“…el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo…” (Foto: Luis Jiménez-Ridruejo)

Ir de vez en cuando al Nervión y disfrutar el Guggenheim, no sea que llegue una vez y el edificio convertido en barco transatlántico se haya deslizado aguas abajo, cornisa cantábrica, salida al mar y al mundo… De esta obra—francamente a veces se me olvida que es un museo—, quedan las fotos del exterior que en parte ilustran este post. De su interior ‘hablaré’ otro día, en otro post, con otra excusa y con otras gráficas. Un inverosímil Richard Serra ya ‘me pide’ cuartelillo y un prodigio de arquitectura interior me ofrece sus luces y sus espacios sorprendentes. Además de aprovechar las posibilidades de mi propia lectura estética, mi fotografía siempre ha intentado ser un homenaje cuando se trata de arquitectura señalada, la de los grandes, la que a mí me hubiera gustado hacer y nunca tuve la valentía de intentar.

Luisma, Maypearl (TX)   14 de Marzo del 2015

 

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Neferyuyu y la reina egipcia

 

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Museo del Louvre, Paris (Foto: Luis Jimenez-Ridruejo)

Donde hicimos esta foto? Si, fue en el museo del Louvre, ese sitio mágico donde todo es posible. Paris siempre vale su famosa misa. Para ti por primera vez, para mi cuarenta años después. No tanto tiempo si pensamos en la edad de la reina egipcia. Aquella fotografía fue, una vez más, un momento suspendido en el tiempo. Algo para recordar.

Se pueden tener recuerdos. Se deben tener. Cuantos mas recuerdos, mejor, señal de una vida mas plena. Y para recordarlos es mejor tener una ayuda. La imagen, esa que dicen vale mas que mil palabras: la fotografía. Aunque solo fuera por eso, por la capacidad de hacer recordar, ya merecería la categoría de arte. Nos hemos pasado, años ha, malgastando tanto tiempo en la fútil discusión de si la fotografía era un arte, o no. El vano intento de los reaccionarios de turno, de los que mantendrían el mundo estático, sin mover el más mínimo dedo y sus atrofiadas neuronas, no ha podido con la fuerza de la fotografía.

La fotografía, el arte de siglo XX, y sus hijos putativos: el cine y la televisión, hermanos bien avenidos que nos darán en este siglo descendientes de la misma imagen genética, nietos digitales y los que vendrán, que todavía no conocemos, por supuesto. Quien pudiera llegar a conocerlos antes de difundirse uno mismo en el éter!

Supongo que de esta misma manera sería como se sentirían algunos artistas-grabadores egipcios cuando veían y comprobaban la acción de ciertos ácidos y químicas sobre las tablillas y los metales. El ver aparecer imágenes previamente imaginadas y la realización de pensar hasta donde aquellas técnicas podían llegar en el futuro. Ellos tendrían sus ambiciones estéticas y adorarían a sus reinas y las bellezas cercanas a su tiempo y proximidad geográfica. Tendrían su Paris y sus colecciones de arte igual que las tenemos ahora y tuvieron su manera de representar y perpetuar su cariño y admiración por ellas.

Igual que nosotros nos maravillamos de aquel arte y aquellas bellezas, comprendiendo aquel mundo de entonces, más o menos. Ya me gustaría tener la facultad de anticipar como verán nuestras cosas, nuestro arte y nuestras admiradas reinas egipcias, la gente que nos siga en mil o dos mil años!

A la vista de la foto que encabeza este escrito no me cuesta prever que, en dos mil años, alguien pudiera pensar que no había gran diferencia entre ellas, igual que yo lo pienso ahora. Para aquellos de cuatro mil años después de nosotros solo tengo un pensamiento y un deseo: que todo cambie tanto como deba cambiar y que siempre haya artistas, cualquiera que sea el medio o la técnica, capaces de representar la belleza y la admiración por ella.

Luisma, 13 de Marzo del 2009

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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El Arsenal y la Fotografía

 

 

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Hacía tiempo que no “salía de fotos”, es decir, salir con la cámara en ristre, a la aventura, buscando exclusivamente hacer fotografías, cualesquiera que se pongan a tiro, fijen mi atención y una cierta ambición artística. No es que no hiciera fotos, hago muchas pero por otros menesteres, colateralmente uso a menudo la cámara con otras motivaciones. Aunque siempre buscando la calidad estética. Hoy, el propósito era una salida (outing) a la antigua; como en los tiempos del siempre recordado Pepe Nuñez Larraz, maestro y amigo, a quien debo el aprender a “ver”. Era sábado y tenía todo el tiempo del mundo hasta la hora de la Sinfónica. Uno tiene muchos vicios, aunque no sean caros. Mis drogas son el fútbol y la música clásica, drogas antiguas.

La luz era buena, fuerte pero tamizada, regalada luz del Pittsburgh otoñal, la mejor luz del año. Había que buscar un tema y esta vez, para variar, el tema me encontró a mi. Sabida es mi afición a los puentes, de los cuales la ciudad tiene varios cientos. Al pronto, me ví aparcando debajo de uno de ellos, al azar, el de la calle 40 en el antiguo barrio industrial de Lawrenceville, junto a las márgenes del rio Allegheny. Un puente alto, altísimo, el George Washington Crossing, cuyo nombre celebra el cruce del rio, en campaña, por el mayor Washington, luego primer presidente del pais. Lo cruzó en barca y estuvo a punto de morir al zozobrar la embarcación. De haber ocurrido así, la historia hubiera cambiado justo al comienzo de todo.

No recordaba haber estado nunca en aquel lugar y pronto supe porqué. Allí, frente a mi, y a pocos metros del gran pilar del puente, estaba la Escuela de Ingeniería Robótica de la Carnegie Mellon University, una de las banderas del moderno Pittsburgh. Había oído de ella, pero no sabía donde estaba. Mi atención se volvió, sin embargo, hacia el pilar mastodóntico por los arcos del viaducto, solo para descubrir un mural moderno, pintado directamente sobre el cemento armado y en refrescantes y claros colores. No tenía ninguna noticia de esta obra pictórica. Desde lo alto del puente no se ve, y desde la calle principal de la zona, tampoco. Hay que entrar por las calles interiores del polígono industrial para llegar hasta el pilar, que esta fundamentado mitad en tierra y mitad en agua.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Traté de encontrar una explicación, algo relativo al mural. Al fin, una mujeruca, que paseaba a su perro, me iluminó.—Mire, yo no sé mucho de esto, dicen que aquí estaba el arsenal de Pittsburgh en la guerra civil—Al acercarme, frente al mural encontré un poste con la misma noticia. De repente, recordé todo sobre la tragedia. El dia 17 de Setiembre se conmemoraba el ciento cincuenta aniversario de las explosiones del arsenal. Todo ello había estado en la televisión y en los periódicos. La cruda realidad es que allí murieron, en el peor dia de la historia de la ciudad, 72 mujeres, algunas de ellas niñas todavia, y 6 hombres. La mayor tragedia, en vidas de civiles, en la guerra de secesión americana.

El Arsenal era un enorme almacén-laboratorio de pólvora y balines donde se manufacturaba, por manos femeninas, una gran parte (mas de cien mil cartuchos diarios) de la munición empleada por el ejército nordista en aquella guerra civil que conformó y asentó los Estados Unidos de Norteamérica. Habia pólvora por todas partes, incluso en los intersticios del empedrado de las calles alrededor del edificio. Y esa fue una de las versiones del motivo de la serie de explosiones que produjeron tan trágico final: las chispas, se dijo, producidas por las duelas metálicas de los carros de munición al rodar sobre las calles adoquinadas.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo

Nunca se sabrá si esta fue la causa de la deflagración. Se barajaron otras explicaciones, incluida la que acusó a un comando sudista infiltrado en las lineas de provocar el atentado. No sé si algo así se pueda considerar atentado o simplemente ataque en tiempos de guerra. Lo único cierto es que en el interin de pocos minutos, tres explosiones volaron aquel polvorin y fábrica de munición, produciendo una horrible carniceria entre aquellas mujeres que se ganaban la vida encartuchando pólvora y bala, a dolar diario de trabajo.

La ciudad lo recuerda como una fecha de luto histórico. A mi me dió, hoy, pasto para un post y para matar el gusanillo fotográfico con una serie de fotos del mural, de las que aquí dejo unas cuantas. Nunca es tarde si la dicha es buena. La cámara no sabe de duelos y sus disparos son poco ruidosos.

Luisma, 22 de Noviembre del 2012

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

 

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Retrato de pintor (XII)

Basquiat:“Si estoy más de una semana sin pintar, me aburro.”

“Si estoy más de una semana sin pintar, me aburro.” (Retrato de Jean-Michel Basquiat)

La primera vez que supe de Basquiat fue en algún momento, ya mediados los ochenta del siglo pasado. Quiero recordar que fue por su colaboración con Andy Warhol en una serie de pinturas conjuntas. Warhol hizo un montón de variaciones del símbolo olímpico de los cinco aros, por los juegos de la ciudad de Los Angeles. Casi todos con los colores primarios originales y Basquiat respondió en aquel diálogo pictórico conjunto con una máscara negra, y rellenos también en negro, en uno y su estilo grafitero en otros. Era su homenaje, natural, a todos los atletas olímpicos negros y a mí me sirvió para establecer contacto visual con la obra del artista neoyorkino. Dos cosas me interesaron rápidamente: el colorismo de su pintura, y el hecho de ser negro, nacido en Brooklyn, creo que fue el primero en la élite del arte moderno. Así mismo, la constatación de algo claro: mi imposibilidad de pintar de esa manera. Ni siquiera lo he intentado nunca, aunque admiro grandemente ese tipo de pintura. Algo para lo que jamás he tenido valentía.

Basquiat empezó haciendo grafiti en New York, en realidad si quieres hacer grafiti, New York es el mejor sitio para empezar y hasta incluso para terminar. Los primeros tiempos de grafitero de Basquiat, en asociación con el “escritor” Al Díaz y bajo el ‘tag’ (‘etiqueta’, firma): SAMO, fueron el principio de su proyección y su forma de darse a conocer. Vendía camisetas pintadas y dibujos tamaño postal por las calles de Manhattan. SAMO era la firma conjunta de los dos grafiteros pero Basquiat siempre tuvo muy claro el porqué de esta actuación, el dónde iba con ello y su incursión en el arte urbano. Tenía que llamar la atención en un lugar—New York—y en un momento específico en el mundo del arte moderno. Se trataba de darse a conocer. Más tarde supimos lo que aquellas siglas querían provocar: SAMO = “same old shit” ( en español: “la misma mierda”), ‘lo de siempre’, es decir: quiero ser revolucionario, pintar lo que me dé la gana, que todo el mundo me adore, clamar en contra del ‘poder establecido’ y el “mainstream” y… ah, por favor, que me paguen por mis cuadros más y más, y más. Lo cortés no quita lo valiente, me gusta su pintura, no su figura. Puedo distinguir su arte pictórico de sus ‘artes’ de triunfador a la moda.

Basquiat: “No soy un artista negro, soy un artista.”

“No soy un artista negro, soy un artista.” ( Warhol/Basquiat, pintura conjunta, 1985)

De Jean-Michel Basquiat había oído hablar y visto reproducciones fotográficas, de sus cuadros, a través de alguno de mis profesores en la facultad de Bellas Artes, corría el año 1984. También, por mis compañeros mejor informados—en el ‘quién es quién y que es lo que está haciendo’—, coincidiendo con su eclosión en el contubernio internacional de la pintura de esa época. Bien es cierto que en aquél entonces yo también había ‘descubierto’ a un pintor americano que me interesó más que ningún otro, y que influenció mi propio quehacer y aún hoy, y siempre, lo sigue haciendo. Me refiero a Richard Diebenkorn, abstracto y expresionista californiano. Un grande ‘poco’ conocido del ‘gran público’. Pero, volvamos a Basquiat…se movió bien en ciertos medios de aquella época, apareciendo en televisión local con: Gray—su grupo de rock—. Curiosamente, su libro de cabecera y su ‘bíblia’ para aprender a dibujar y buscar inspiración estética había sido, desde muy pequeño, una “anatomía de Gray” que le regaló su padre.

Hizo de todo por despuntar y darse a conocer. Intervino en algunas películas de cine independiente y su horizonte cambió dramáticamente cuando una noche presentó muestras de su arte, en un restaurante, a Andy Warhol que quedó sorprendido de su genio y de la forma en que se comportaba. Más tarde colaboraron artísticamente. Su primera exposición de pintura en solitario fue en 1981 y súbitamente empezó a tener un gran éxito. Fue muy bien recibido y ponderado por la crítica. Rápidamente pasó a exponer en Europa. Sus apariciones en público empezaron a ser celebradas y sus “boutades” a salir en periódicos y revistas. Un ejemplo: a menudo, pintaba vestido de carísimos trajes de Armani y hasta aparecía, luego, en público con esos trajes salpicados y manchados de pintura. Su figura era rematada por una especie de radiantes mechones “rasta”, de espesa cabellera negra y por el uso de maquillaje.

Basquiat: “Créase o no, realmente soy capaz de dibujar”

“Créase o no, realmente soy capaz de dibujar” (Jean-Michel Basquiat, sin titulo)

Los ochenta fueron años triunfales para Jean-Michel, pero también fueron al final los de su adición a la heroína, ello empezó a interferir en sus relaciones personales y acabaría por llevarlo a la depresión y la muerte por sobredosis. Era agosto de 1988 y se truncaba una fantástica carrera. Fue en su estudio neoyorkino y solamente tenía veintisiete años. Dos años más tarde, en mi primera visita a New York, dediqué toda una tarde a callejear por ciertas vias y rincones de Brooklyn en busca de obras de famosos grafiteros que se hubieran, al menos temporalmente, salvado de la ‘limpieza’. Estaba en el paraíso y en el mejor momento del grafiti. Encontré cosas magníficas, pero no pude encontrar ninguno de SAMO, cinco años en aquellas paredes parecían siglos. El ocupa puesto en mi imaginación y mi santoral pictórico. Hoy he consultado la valoración actual de las pinturas de Basquiat: entre los diez y los quince millones de dólares por cuadro. La mayoría de su corta obra existente está en colecciones privadas.

 

Luisma, Maypearl (TX)   29 de Enero del 2015

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Atardecer mágico en la ventana trapezoidal

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Es como si el cielo ardiera de arriba abajo, como unas montañas rojizas y anaranjadas colgadas dramáticamente, boca abajo, sobre los edificios azul pizarra recortados sobre un fondo amarillo y verde-pálido que ahora cambia, lentamente, a un gris brillante como de agua profunda de pozo. Las gotas, pocas y en ráfagas que parecen manotazos en los cristales, se tiñen de verde-hoja al terminar de resbalar sobre el plano.

Mientras tanto, los pináculos piramidales de la catedral-oficina se encienden de blanco suave, el irreconocible signo se ilumina de azul néon-crema y con los tres verdes fuertes acompañando los puntos rojos cimeros parece señalar la miríada de rectangulares ventanas amarillas, casi doradas, cegadas a primera impresión por la fuerza de la cúpula brillante a su lado, como una lámpara novecentista de cuentas colocada al revés, igual que las nubes montañosas que van ardiendo de más a menos, asemejando el incendio de un virtual, soñado, bosque de pinos albares.

Es como si el incendio del cielo se fraccionara en franjas radiantes de un rojizo que se va apagando de arriba abajo, como si el diamante luminoso que lo producía se escondiera detrás de un macizo telón colgado del revés, gris oscuro de plano liquido, poco a poco ganado por el verde amarillento del fondo total. Allá arriba, arriba del todo, empieza a vislumbrarse el color noche, que no me atrevo a definir y que al final sé que ganará la partida. Como cada día que se precie de serlo.

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Foto: Luis Jimenez-Ridruejo Ramirez

Se acabó. Fueron unos pocos minutos, o quizá muchos. La música era mágica, Mozart y Pink Floyd sonando al mismo tiempo y no había problema, acuerdo total.

Luisma, Pittsburgh 2008

(Originally posted on Dust, Sweat and Iron)

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Menil y Rothko

“…el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios…”Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Menil Collection, Houston, Texas. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo. “…el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios…”

Corría el otoño de 1989, ya hace un rato, y yo llevaba apenas una semana en América, adonde había llegado en una tarde calimosa y caliente. Días después, todavía estaba en trámites de acostumbrarme al clima de Texas, Houston y su ‘bayou’; aquel asfixiante calor y humedad, acongojante, sobre todo en la noche. Apenas dormía entonces, eran noches de toallas mojadas, frente al televisor, viendo películas que ya conocía y esta vez eran en inglés, intentando aprenderlo mejor y lo antes posible. Acabé acostumbrándome a dormir con el aire acondicionado y los ventiladores de techo. Aquello me hacía estar zumbado durante el día y dormir pequeñas siestas en cualquier sitio. Así estuve durante semanas, luchando con dos problemas típicos: dormir y conducir. Poco a poco me acostumbré a dormir bañado en sudor y a conducir el coche en una ciudad y un país que desconocía.

Era un martes de aquellos días—no sé porque lo recuerdo tan bien— y decidí que era un buen día para visitar mi primer museo de arte en América. Echaba de menos el beneficio balsámico de unas horas mirando, explayándome, agarrándome, sosteniéndome en y a las obras de artistas plásticos que lo eran, o lo habían sido, todo en el mundo del arte. Por primera vez tenía a tiro, a la distancia de unas pocas calles, un museo moderno americano. Uno de los que siempre había soñado visitar y que antes del Internet solo era posible conocer con la ayuda de infrecuentes publicaciones y documentales de televisión. La Capilla de Rothko, un conjunto pictórico que había estudiado por fotografías y que ahora estaba ahí, al otro lado de los ruidos acompasados de una autopista. Un edificio con su aspecto de “bunker” cerrado a cal y canto; apéndice sorprendente de un Museo Menil, cuya arquitectura y colección había puesto a Houston en el arte moderno al mismo nivel de atención mediática que la NASA en lo espacial.

Me equivoqué varias veces de calle, aún llevando un mapa de la ciudad, era la falta de costumbre en transitar por el tejido urbano de una ciudad americana cuyas direcciones de tráfico te mandan a diestra y siniestra hasta que aprendes el concepto de su diseño. Dí con el Museo Menil por el dibujo de su ‘tejado’ y porque de la buena arquitectura siempre emanan efluvios reconocibles que producen emoción. El Menil tiene algo de edificio industrial con sus entradas de luz cenital y el color gris-blancuzco de sus muros. Aparentemente simple, es el reconocible y reconocido proyecto arquitectónico, segunda comisión de Renzo Piano en los E.E.U.U. Aparqué cerca de la capilla, pero me encaminé primero hacia el museo, la Menil Collection, que visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo. Produce al acercarse a sus puertas una inusitada sensación, gracias a su diseño exterior, parece pequeño por fuera y resulta enorme y grandioso una vez que estás en el interior.

Menil Collection. “…visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo.” Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Menil Collection. Houston, Texas. Foto: Luis Jimenez-Ridruejo.  “…visto desde el exterior encaja muy bien con el vecindario, sin romperlo ni contrarrestarlo.”

Recordaré siempre aquella visita primera al Menil por algo sorprendente y que nunca me ha pasado en ningún otro museo del mundo: durante más de una hora, la colección era en exclusiva para mí. Tanguy, Magritte, Man Ray, Duchamp, Matisse, Picasso, Warhol, Pollock, Rothko, Twombly, Rauschemberg… Era el único visitante hasta que una hora después, cuando ya me creía el dueño y señor y empezaba a elucubrar ‘cambios’ en la ‘política’ expositiva, apareció una ruidosa pareja de franceses que deshicieron el encanto. Hasta ese momento Cy Twombly se me había aparecido y me daba una lección magistral sobre sus fantásticos, grises y enormes, “encerados” repletos de iconografía del lenguaje. Los 30,000 libros de la biblioteca que antes estaban en plena ‘grilleria’, hablando todos al mismo tiempo, se habían quedado mudos y me miraban desde sus lugares como pidiéndome excusas por haberse roto el encantamiento. Lamentablemente, en este museo nunca he podido dormir una siesta, los pocos asientos que tiene están en lugares demasiado ostensibles. Una lástima.

Me escapé del Menil y atravesando la calle y los parterres de hierba me planté a la puerta de la Rothko Chapel, listo para enfrentarme con el misterio y la tremenda propuesta del pintor latvio-americano, de la que tantas y tan variadas críticas había leído. La entrada me pareció angosta y lamentable, con el paso a través de la ‘tienda’ de regalos y suvenires disfrazada de oficina de información. La luz que llegaba desde el gran atrio interior daba la sensación de que era tarde y la visita estaba terminando, como si las ‘luces’ se hubieran apagado ya. Afortunadamente no era el caso, era el ambiente de luminosidad tenue creado expresamente para realce y mayor destaque de las pinturas de Rothko y conseguir el efecto de semioscuridad de un oratorio antiguo. Una capilla multiconfesional, porque no hay en ella ningún signo que se alinee con ninguna religión, aunque se haga hincapié en ello.

Interior parcial, Rothko Chapel. Imagen adaptada de Paul McClure en Wondering Fair.

Interior parcial, Rothko Chapel. Houston, Texas. Imagen adaptada de Paul McClure en Wondering Fair.

Los catorce grandes lienzos, densos y oscuros, totalmente oscuros pero sin carecer de color, inmensos en su vibración pictórica, reciben luz cenital que cae sobre las diferentes texturas y matices cárdenos, negros y morados; todo ello impactante, lóbrego y lúgubre. Inevitablemente, para el “gran público” son unas pinturas difíciles de aceptar, admitir o aprobar. Ante ninguna manifestación artística he escuchado jamás mayor criticismo beligerante, ostensiblemente negativo, que dentro y fuera de esta sala. Siseos, chisteos, incluso risas contenidas y nerviosas en el interior y hasta una ‘perla’ de comentario en alta voz: “ Y, donde están las pinturas?” Afuera, al aire libre en el exterior de la capilla, se desatan los comentarios de desaprobación; siempre en forma audible, como para hacerse notar y en contraposición al silencio del interior y a las miradas cómplices de los positivistas. Con Rothko nunca hay medias tintas, ni fuera ni dentro de su pintura.

Visitar la Menil Collection y la Rothko Chapel fue la primera alegría compensatoria de un tan largo viaje, después vendrían muchas más. Siempre es un buen día el de visitar un museo.

 

Luisma, Maypearl (TX) 30 de Diciembre del 2014

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Retrato de Pintor (IV)

Autorretrato de P. R. P.

Autorretrato de P. R. P.

A pesar de la gorra de banderillero y de la capa española, con la que se protege del frio constante y la humedad, nadie parece reconocerle. Quizás los paseantes están más dedicados a defenderse a si mismos de las inclemencias de esta tarde parisina, que a darse cuenta de quien es. No es lo que suele ocurrir; casi siempre le cuesta sudores quitarse de encima a los moscones y los curiosos que le siguen, por no hablar de periodistas con fotógrafos pugnando por una instantánea. Es el precio, caro, de la celebridad.

Hoy—suerte—nadie le para mientes y con despacio puede apoyarse en la barandilla del puente sobre el Sena y abstraerse en sus pensamientos. El precio de la fama, que es mundial, se está convirtiendo en una molestia continua y ya empieza a no tener gracia. Corre la mitad de los años sesenta y a lo peor va a tener que dar la razón al chico español que le abordó hace un rato en el bulevar. Un veinteañero que no sabía como llamarle: Pablo, o Don Pablo. Aprendiz de pintor, le dice algo que lleva pensando algún tiempo: fama y dinero, sí, pero has perdido la libertad, esa de la que tanto hablas.

Ya no sabe si vale la pena. Si todo esto no es un tremendo error, que acabará teniendo que pagar caro. Añora tiempos, ya lejanos, en esta misma ciudad que ha cambiado tanto. Sus primeros años, sus primeros trabajos y luchas. Sus primeros amigos, Apollinaire, Vollard, Breton; y por encima de todos: Gertrude, esa mujer extraña y sin embargo amiga. Le debe tanto! Fue más que una coleccionista de sus cuadros, más que una amiga, una confidente y una critica acerba de su pintura y de su persona. No le pasaba ni una en sus problemas con las mujeres, aunque tampoco le aconsejaba. Stein era feminista y lesbiana, algo que a Picasso se le hacía difícil de manejar.

Sus cuestiones con Gertrude no se limitaban a lo personal, tenían una variante estética que le añadía pimienta a la relación. Durante mucho tiempo ella le estuvo pidiendo un retrato, y al final concedió. Después de un montón de poses, por fin lo terminó. No había vuelto a hacer retrato desde que tenía dieciséis años. Fue un acierto total, Gertrude le mostraba una adoración que nunca le tuvo. Le mandó una misiva que guarda como un tesoro, siempre la ha releído intentando alcanzar toda su intención: “Estaba y todavía lo estoy satisfecha con mi retrato, para mí esa soy yo, y esa es la única reproducción de mí que siempre soy yo, para mí.”

Gertrude Stein…ya se parecerá!

Gertrude Stein…ya se parecerá!

El retrato está en Nueva York, hace tiempo que no lo ve. Recién terminado, algunos tenían una idea diferente de esa pintura, proclamada como una de sus mejores obras. Alguien criticó que no se parecía a ella, y él respondió: “Ya se parecerá.” Todavía ve lo boquiabiertos que quedaron todos ante semejante afirmación. Sus “boutades” eran y son famosas y aquella se llevó la palma. De cualquier forma, nadie pareció darse cuenta de que lo había dicho totalmente en serio. La gente no lo entendió, o no lo quiso entender, y la leyenda se hace cada día más grande.

El fresco sobre el puente se ha vuelto frio húmedo. El sol hace rato que se ha ido, y rápidamente, Paris se torna—una vez más—la Ciudad Luz. Ensimismado en sus pensamientos, Pablo, o Don Pablo, es una sombra más que acelera su paso. Piensa en Gertrude, la echa de menos; es sorprendente que ya hayan pasado veinte años desde que murió. Todavía la tiene presente. Sin ella no hubiera habido Picasso, o hubiera sido diferente. Quizá solo Pablo Ruiz. El apellido se hubiera quedado en su madre, la verdadera Picasso. Doña María, la que le puso los siete nombres: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso.

Sin la colección Stein, sin la publicidad de Gertrude, quizá se hubiese vuelto a España. A pesar de su promesa pública de no volver hasta la instauración de una democracia. Hoy todavía, algunos amigos le bromean, le dicen que más vale que espere sentado. Ese dichoso Franco parece eterno. Su único reproche contínuo a Gertrude fue su apoyo a la causa franquista durante la guerra civil española. Su lucha contra la dictadura sigue terne, desde la guerra. De momento ha decidido, aunque fuera un encargo pagado por el gobierno republicano español, que su “Guernica” no vuelva a España en vida de la dictadura. A ver quien aguanta más!

P.S. La vida se decantó a favor de Franco. Picasso murió dos años antes que el dictador. El “Guernica” está en el Museo Reina Sofía de Madrid. El retrato de Gertrude Stein sigue en el Metropolitan Museum de Nueva York.

Luisma, 30 de Abril del 2011

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[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]