“El niño de la bola” y “El niño de la foto” (con patito de peluche y abuela). Ver post en Enero del 2013. Son dos de las pocas fotos que me gustan, de las de mi infancia.
Han sido, o van a ser, setenta y cuatro años. “Toda una vida.” Con mi afición a proclamar clichés, este se veía venir y desde bastante lejos. Toda una vida con la pelotita en la mano, que a saber lo que eso quiere significar. Le he dado muchas vueltas y lo único que se me ocurre es hacer chistes con ello. Así que he hecho un par de chistes fotográficos y…en paz. De esa foto del “niño de la bola” tengo que acusarme de no saber nada de ella, yo que presumo de saber de toda foto significativa que he hecho o me han hecho. Esta sé dónde fue hecha y puedo adivinar hasta el porqué. En aquel momento yo era el buque insignia de la familia, había salido guapo y fotogénico, con unos ojazos azules y una aureola angelical, bajado del cielo a pedradas, aunque la sonrisa falsa, como la falsa moneda, auguraba algún que otro problema en el futuro, o alguna simpleza de mal actor. Fotografía típica de estilo de la época, es debida seguramente a Riviera o a Rincón, fotógrafos, en Salamanca (España).
Quizás la pérdida de esa sonrisa, quizás el no prever hasta donde iba a llegar, quizás una mueca en el tiempo y en el espacio. Había una promesa de pantalones cortos “forever”, y una determinación temprana de llamar la atención, con la pelotita, con botones, con escudos del Real Madrid o con lo que fuese. La pose de mal actor, sobreactuando desde el principio. Siempre ha sido así. Quizás con la edad me he corregido un poco, no mucho. Ya entonces no me gustaba el halago, ni toma, ni daca; aunque nunca me ha costado el reconocimiento y la admiración de la obra bien hecha y del punto cimero de la cultura de cualquier gente, cuando lo veo lo reconozco y lo admiro.
De muy temprano la fotografía ya empezaba a atraerme con la particularidad de que en ella siempre ví una posible excelencia propia, no así con los estudios, la música, y tantas otras cosas. El asunto del futbol es diferente, era el sueño imposible, tenía todas las condiciones menos la física. Solo en mis años sesentas, increíblemente, jugué al máximo de mis posibilidades, y lo hice bien cuando ya no había remedio. Guti puede dormir tranquilo, le hubiera quitado el sitio, fácil. Ni en el tenis, ni en el balonmano, siempre cuestión de pelotas, pude hacer nada válido. Así que lo de la bola en la mano tiene su explicación: el dichoso sueño imposible. Por lo visto, escribir y hablar me lo concedieron por añadidura, venía en el paquete, nunca tuve que hacer nada por ello. (¡Gracias a quien sea, o a quien fuere!) Y así, en un flash centelleante hemos llegado al otro “niño de la bola,” el actual. (Cliché sigue…) “En un abrir y cerrar de ojos” se ha pasado toda esa vida de la que tanto hablamos. Para unos más corta, para otros más larga, todo depende del aprovechamiento. De niño a niño se puede hacer una letanía de circunstancias. Cuestión de luces y sombras, la fotografía fabrica la película. No voy entrar en detalles, “agua pasada no mueve molino” (¡y dale!).
Como diría Ángel González, el poeta, que vivía también por estos andurriales, lo único que ya quiero es estirarla, (la vida, claro) como un chicle (el cliché del chicle), al fin y al cabo, estoy en América. Parafraseando a Z.: “son las consecuencias de una madurez mucho menos satisfactoria” que la juventud del niño de la bola. Toda la película está ahí, para quien la sepa ver sin necesidad del smartphone, es la distancia recorrida entre los dos retratos del niño. Ser un artista es: “ver lo que otros no pueden” (Patti Smith dixit) y eso es un compromiso de por vida, y una trampa saducea para evitar que te hagas rico, o que robes demasiado. Y ahí es donde entra lo de la decencia infinita, un estigma con el que se nace. Si bien, como dice el reputado filosofo chino Z.: “que nos quiten lo bailao!”
Amén. ¡Y que siga la fiesta, que no decaiga!
Luisma, Maypearl, TX 15 de Marzo del 2019 Feliz Cumpleaños (¡?)
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