Por primera vez, en mucho tiempo, una noche con un sueño maravilloso, delicioso, fantástico…todos los adjetivos que se le pongan son pocos. Usualmente, la cosa no discurre así, mis sueños son difíciles o frustrantes o terroríficos o incluso simplemente inocuos. Esta vez me cayó el premio “gordo,” me tocó la lotería, me bajaron las nubes para poder subirme en ellas. Que bien!
Una noche de sueños de los de estrellitas, de borreguitos, de pastelerías, de los que te curan, mismo, la acidez de estómago. Hasta incluso, mientras estoy escribiendo esto, silbo una alegre cancioncilla intranscendente; sólo de la felicidad que me produce el recuerdo de esa noche, de ese sueño. La misma sensación que cuando jugaba un buen partido de fútbol, ahora que cada vez se me hace más complicado, que eso ocurra por la edad y por los crecientes detrimentos físicos. Imposible? Para el jugador con imaginación—léase: Guti, el galáctico de plata, los imposibles no existen ni en fútbol, ni en las noches de sueños especiales.
Bueno, vaya…nos vas a contar el sueño, sí o nó? Bien, pues la cosa va de arte, de mi arte. Soñé que estaba conforme con mi pintura y mi fotografía (lo que nunca ha sido así), que me gustaba lo hecho y que era bueno. Y que había pintado mucho, una exposición completa y que todo el mundo decía que era una buena pintura, una buena fotografía; tirios y troyanos, amigos y la “cofradía de la elegancia”, todos.
Aquí no me va a quedar más remedio que explicar lo de la cofradía de la elegancia, es decir la “critica especializada,” más o menos especializada, según se mire. Esos cuya mejor manera de definir laudatoriamente mi pintura, e incluso mi fotografía, ha sido siempre acusarlas de “elegancia,” lo que dicho sea de paso todavía no he podido comprender bien que quiere decir y en que se basa dicha definición.
Esta vez la palabra elegante no se veía por ningún lado, ni afloraba siquiera en las típicas lenguas de doble filo, los envidiosos…no envidiosos de mi (pobre!), los envidiosos por real decreto, los de siempre, que habitan cualquier país y cualquier hemisferio. Los que viven vidas únicamente de espectadores, esos que se dedican a mirar (en blanco y negro, desvaído) como los demás viven sus vidas, en vez de vivir las suyas propias, en colores a tutiplén.
En pocas palabras, fue una noche, un sueño de plenitud, un sueño que era un sueño. Ni siquiera cuando me desperté la sensación fue mala o infeliz por el término de dicha felicidad. El solo recuerdo del sueño era una felicidad en si misma. Firmaría, ahora mismo, tener más sueños como el del otro día, o la otra noche, o tenerlos a menudo, más a menudo. Esta vida, con sus más y sus menos, necesita estas pequeñas inyecciones de optimismo, aunque sean imaginarias.
Luisma, 27 Mayo del 2024
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