No mucho tienen que ver refranes y clichés, con los escritos o con el queso azul y la Coca-Cola, ni con Salamanca, pero el caso es que, estoy en Texas y con este post celebro mi 76 cumpleaños (“A cada cerdo le llega su S. Martin”) y mil cosas más. Todo esto va con demasiada prisa y además…para llegar a dónde? Como la próstata me tiene frito, quizás al urinario de la isleta de la Rúa Mayor (nunca supe donde quedaba la Menor), el urinario fue también, si no recuerdo mal, biblioteca municipal de Tebeos, oficina de turismo, sitio cerrado a cal y canto con “puesto de castañas” al refugio de la entrada, y…Dios sabe cuántas cosas más. Por cierto, echo de menos, después de tantos años, la locomotora de las pipas tostadas y los cacahuetes, casi un juguete, en la escalerillas de Pinto, entre la Plaza Mayor y la del Mercado, justo debajo de mi casa. Porque yo, Señor mío, soy más salmantino que Churriguera, que la firmó. Sí, nacido en la Plaza Mayor, numero 5, primero izq. Salamanca, España. Si mi madre hubiera aguantado diez minutos más, yo hubiera nacido en un banco de granito, en los jardines del medio de la Plaza, a la vista del Consistorio. Cada vez que cumplo años, las mientes se me van a mi ciudad de origen.
Aquella Salamanca, de cuarenta mil habitantes, donde nos conocíamos todos, se podía permitir ciertos lujos—no sé con qué dinero. Los antiguos tuvieron a Unamuno de Rector (Magnífico). “A quien madruga, Dios le ayuda”. Los de mi generación, nos tuvimos que contentar con un equipo de futbol de Primera División, magnífico, también. Nuestros antiguos contrataron al “Mesié” Eiffel, el de la Torre en Paris y el puente magnífico y férreo, El Puente de la Salud en Tejares de Salamanca. Nunca lo terminó. A la vera de sus enormes pilares, íbamos de excursión con nuestros hornazos los Lunes de Aguas; o acudíamos, el domingo anterior, niños maravillados, a las campas donde se construía el Barrio Garrido, a presenciar las acrobacias aéreas de un arriesgado aristócrata rumano, Constantino, Príncipe Cantacuzino. Inolvidable. Era la aviación de mi padre, biplano de alas y fuselaje de lona… Solo unos pocos años más tarde, alunizamos. Medio siglo después, la última generación convirtió la cárcel provincial en un Museo, Sala de Exposiciones, etc. Lo que mi cohorte llamábamos un ‘Happening’… y los ayuntamientos: “centro cultural de la villa”. En esa “cárcel” fue mi última exposición fotográfica, colectiva, con los fotógrafos salmantinos. Hace ya, pronto, cuatro años.
Viví en aquella Salamanca, ‘de quieto’, treinta años jóvenes de mi vida, uno y cuatro cursos en Paris y Madrid, respectivamente, antes de levantar el vuelo y venirme a los USA, hasta lo de hoy y por ahora. Aquella vida tenía como centro de la diana, la Plaza Mayor, la estrella de mis idas y mis venidas. Se suponía que mi existencia estaba determinada en la ciudad milenaria y las ‘piedras viejas’. Mi madre, mujer de derechas de toda la vida, quería—así siempre lo expresó—“casarme” con una marquesa, nunca supe el porqué de la descabellada y obsesiva idea. Para mí, el marquesado de Santillana, el único que me hubiera “traído de cabeza”—y no precisamente por lo del casorio—estaba imposible, desde hacía siglos. No es que hiciera mucho por satisfacerla, pero, conocí—estando en edad—a un par de ellas. Una, guapa y merecedora; sabía jugar al Bridge, como mi madre, que le dedicó al jueguito toda su vida. Solo un defecto, “A más años más desengaños”, estaba casada y tenía tres hijos. La otra, futura marquesa, era fea y descabalada de dentadura, entonces; mujer de poca cosa y con la manía de vivir en Roma, y a mí siempre me ha gustado más Paris. “Agua que no has de beber déjala correr”… Así que caséme por lo regular, con una no-aristócrata y tras unos años, un buen día, ‘sin invocar a Dios ni al Diablo’, “bajé al estanco a buscar tabaco y ya no volví”, o algo similar, y amanecí, días más tarde, en Houston, Texas… “A grandes males, grandes remedios”: United States of America…y de las grandes llanuras.
Entonces, cumplía los años de uno en uno, ahora parecería que los quiero cumplir de diez en diez. ¡Qué horror! “La experiencia es la madre de la ciencia”. Toda la vida he sido, como empedernido lector, afecto a los dichos, refranes, sentencias y sobre todo clichés; estos últimos, a pesar de no gustar a más de uno y horrorizar a los escritores de pro. A mí me encantan, sin abusar del pase y del capotazo, para que no se me vaya el toro al corral… Y de vez en cuando volvía a Salamanca… “No me traigas más americanas a casa” era la sentencia favorita de mi madre. “Cada loco con su tema”. Las sentencias son dichos y frases que no admiten discusión, ni parloteo sobre su significado y ocasión. Todo es “random”, una muy eufónica palabra en inglés que significa: fortuito, aleatorio, casual, al azar… se puede usar cualquiera de estas acepciones, la definición es muy exacta, en cualquier caso hasta se puede incluir “sin rumbo”. Los refranes no tienen ‘rumbo’, se dicen con pocas excusas y atienden, generalmente, al contexto de una conversación.
En fotografía, los refranes equivaldrían a los “tiros al aire” de las pistolas. Disparos de cámara que solo agudizan la intención artística del fotógrafo. Después de tantos años, los disparos de cámara ya no pueden ser de prueba, cada tiro tiene que ser siempre “a matar”. ¡Ah! Una regla de oro y un refrán inexcusable: La fotografía, como el burro, debe ser grande…ande, o no ande. Es decir, la ampliación agudiza las virtudes y los defectos de una foto. En todos mis ‘post’ pongo siempre fotografías, por aquello de que “una imagen vale más que mil palabras” y… Loado sea, Don Miguel de Cervantes.
“La mejor palabra es siempre la que queda por decir” y “A buen entendedor pocas palabras”
Luisma, Maypearl TX, 15 de Marzo del 2021 (Feliz Cumpleaños)
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