Lo último que me faltaba como prescripción médica. Llevo tres semanas entrando y saliendo de toda suerte de hospitales, coleccionando dolencias y sus correspondientes galenos especialistas en cada puñeteria que me atenaza. Colecciono, también, para tomar diariamente, toda clase de píldoras, pastillas, capsulas, y hasta polvos de la “Madre Celestina”, como corresponde a la medicina norteamericana en su más acendrada tradición. La Medicina es una cuestión de dinero, dinero farmacéutico. Nunca hay muchas sorpresas, aunque el martes pasado me recetaron: Silencio (¡?) y sobre todo: No gritar (¡?), sorprendente, para el cuidado de mi corazón de paredes espesas y “atrial fibrilation”, con una arritmia que todavía no sé cómo hincarle el diente. Veremos…
Precisamente—Silencio—es lo que disfruto, aquí y ahora, en este “campo” de Texas, vivir en el campo, la pradera inconmensurable, eterna porque no tiene ni principio ni fin, que diría, sin entenderlo, un predicador de alguna Orden antigua. Me viene a la imaginación algo sobre Ordenes Mendicantes, quien sabe porque me cae a veces el rememorar de palabras que no tienen nada que ver conmigo, o con lo que estoy escribiendo. Malhaya de predicadores! Seguimos con lo del silencio, solo abortado por ruidos de la naturaleza, ruidos pequeños y la mayoría de las veces, dulces. A veces, vienen los ruidos de la carretera próxima, la FM 66 que es nuestra “calle”, de parvo tráfico y denominación a la antigua: FM, Farm to Market (de la granja al mercado) mínimo tráfago de vehículos poco ruidosos, como una comarcal de las nuestras. Un par de camiones, unas cuantas camionetas y un dúo ciclista. Increíblemente, los más pequeños son los más ruidosos y los más grandes camiones de infinitas ruedas y rechamantes metales apenas se escuchan, salvo en aceleraciones extremas, y pocas veces.
Bueno, todo ello con una excepción gloriosa: es el “terremoto”( de ‘terre’ y ‘moto’) de los sábados a mediodía, una nube trepidante de 27 Harley Davidson, contadas a cada paso gracias a su marcha que a veces me trae a la mente lo que sería una columna militar alemana en la guerra mundial –Luisma, has visto muchas películas– y que nunca me pierdo de admirar pues se anuncian a sí mismas, rimbombantes, con el ritmo acompasado de una legión romana en marcha, desde un par de millas antes de su paso. La mesmerizacion me dura desde que se apercibe el trueno inicial hasta que se pierde el eco fantástico, léase: pedorreo, de esos motores y se alejan los brillos rechamantes metálicos que guarnecen sus chaquetones de cuero negro. Hasta incluso me da tiempo a rememorar un viejo sueño: ser el “aquilifer”(Centurión se escapa de mis posibilidades) de una legión romana entrando en la ciudad por el viejo puente romano de Salamanca. Fuera de todo esto, el resto de los ruidos son familiares, el lavaplatos domina sobre los gatos y el perro, pero no sobre la televisión 24/7, es decir: continuamente encendida “sotto voce“, aunque no haya nadie viéndola.
Así que silencio, realmente lo tengo por arrobas y lo de los gritos es otra historia. Yo no grito desde la batalla de las Termópilas, o al menos desde el gol de Iniesta, o los goles del Real Madrid en las finales de las Copas de Europa; trece, que son trece, oiga! Este comentario está dedicado a mis sufridores del Barça, que tanto me quieren y que se tienen que contentar con “manitas”, una por década. Ya en serio, no he conseguido encontrar en los Internets la razón de lo de no gritar, en plan médico, vaya usted a saber! Será por la cosa política? Esto aquí, está para el grito y como soy votante demócrata sería adecuado, pues hace tiempo que no nos comemos una rosca a nivel nacional.
Para cumplir con la prescripción médica tengo que buscar, pero sobre todo encontrar, no solo en los volanderos internets, más que nada en los recovecos de mi cerebro, zonas de aislamiento, de silencio “natural”. Acaparar el silencio y la falta de grito que me da mi pintura actual y fundamentalmente mi fotografía. No me quedara más remedio que aislarme en el estudio y no reparar ni en los ruidos ambientales. Si acaso, la cantinela casi griterío de los patos silvestres volando, ya casi rozando las puntas de la maraña, camino aéreo hacia el lago. El lago, esta porción acotada de la pradera, dentro de la grande, enorme, salpicada de núcleos de población y casas de rancho, pero, en cualquier caso, siempre pradera. Las tierras que me rodean me han contestado a casi todas las preguntas posibles, menos una, dejada siempre a mi imaginación calenturienta, como sería esto en 1491? Un año antes de lo de Colón. ¿Como serían aquí los silencios, antes del arcabuz y el caballo árabe? Y antes de los juramentos en “cristiano”…
De manera que aquí, los silencios se administran como las recetas de cocina. Se admite discutir la comparanza. Lo único que uno tiene que hacer es poner una notita de papel con el “horario” del dia o de la noche; mi casa-estudio se presta estupendamente y S. también, emigra a casa de su madre que está a 17 metros de distancia, en hierba, y donde todavía tiene su habitación de niña. La única “lata” que me dan es de Coca-Cola o de agua de agujeritos. La música es a voluntad, o sea, en caso extremo: cascos…Voy rápido a poner una nota en el refrigerador, que incluya las dichosas Navidades, que ya se anuncian a bombo y platillo…
Luisma, Maypearl (TX) 27 de Noviembre de 2018
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