Yearly Archives: 2015

Las cartas italianas, parte IV y final

photo of the louvre in Paris

— Luigi, Luigi! Que haces?
— Escribo una carta.
— Te pasas el día escribiendo cartas y eso no da de comer! Vas a perder la poca vista que te queda!

…Mi señor Giovanni, perdonad mi atrevimiento al volver a dirigirme a su señoría. Mi nombre es Luigi, de la familia Dorante, a vuestro servicio, asentada en el municipio de Vinci. No me atrevería a dirigirme a vos si no fuera por las crueles circunstancias que me acontecen. De un tiempo a esta parte he venido quedándome casi ciego de los dos ojos y se me hace difícil procurarme mi propio sustento.

Sabed que yo era pintor, artista, estudiante al amparo de nuestro señor el maestro Leonardo, afamado en muchas cortes y que vos recordareis bien pues trabajó para vuesa merced en fausta ocasión, hace ya algún tiempo. Infelizmente, y para mi desgracia, la falta de vista me tiene en un estado de postración económica que se me hace muy difícil sobrellevar, y es por esto por lo que me atrevo a dirigirme a vos.

A la muerte del maestro, mi señor, por motivos familiares que no hacen al caso, recibí alguna de sus pertenencias que me han permitido subsistir hasta este momento. El siglo va entrado, y guerras y hambrunas han ido desapareciendo de nuestros estados. La situación, sin embargo, se me ha vuelto desesperada y tengo dos bocas, a más de la mía, que sustentar. Los dineros se me achican a marchas forzadas y algo me veo abocado a resolver.

Entre las cosas que el maestro me dejó al morir, aparte de algunas pequeñas huertas, se encuentran algunas pinturas y códices llenos de dibujos. Una de esas obras, es un retrato de vuestra muy digna esposa en su juventud, y que Dios conserve muchos años. La pintura es magnífica, es una cabeza y torso con sus manos reposando una sobre otra y todo ello con el fondo de un paisaje que se os hará seguramente familiar. Su estado de conservación es perfecto y por ello os la ofrezco en venta, por un razonable precio que acordaríamos en una próxima visita mía a vuestra honorable casa.

Tengo a un mercader francés, a mis alcances, interesado en la pintura, pero su precio y sus maneras no me convencen. Aunque sé que el cuadro ya fue apreciado, en su día en aquella corte, más prefiero saber de vos y vuestro interés antes de caer en sus manos. No quiero molestaros en demasía, señor, y de no mediar una comunicación vuestra, me propongo visitaros lo antes que me permita el delicado estado de salud en que se encuentra uno de mis hijos. Dios guarde a vuesa merced muchos años y os conceda la felicidad…

(Fin de las “cartas italianas”. Extracto de los borradores de unas cartas encontradas en mis últimas vacaciones, el año pasado en Italia. Me saltaron a los ojos, revolviendo papeles en un viejo baúl. Hacia calor, era la hora de la siesta y estabamos en el ático de una casa de labor, a las afueras de Montecatini Terme, no muy lejos de Florencia)

Luisma, 29 de Diciembre del 2015

[Originally posted on Dust Sweat and Iron in June 2009)

 

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Las cartas italianas, parte III

photo of a poster of The Mona Lisa

— La cena estará lista pronto, ve acabando lo que estás haciendo!
— Ya sé, ya sé! Un poco de paciencia, por favor!

…Luigi, Luigi, no es nadie, es simplemente la esposa de Giovanni Giocondo, un comerciante…Aunque he de reconocer que tiene algo, algo especial, no sé el qué…recuerdo que usé dos modelos para esa pintura; ella misma y un jovencito que me servía y que, desgraciadamente, murió a poco de unas fiebres malignas, lo recuerdo bien. Quizás debería conservar este retrato. Le vendí a su marido otra pintura de ella, de cuerpo entero y este retrato, que estaba a medio hacer, no pareció interesarle. 

Si te gusta de esa manera lo terminaré en honor a ti. Otro tanto, nunca se sabe que ojos estarán interesados en contemplarla. A los franceses seguro que les gustaría, ellos y los españoles divinizan a la mujer. Me dicen que su rey gusta de mis pinturas y quiere verme, aunque yo estoy cansado, muy cansado…Me gustaría no tener que ir y quedarme aquí, en Vinci, con vosotros, con la gente que no me dá problemas. Iré, no queda más remedio, Paris es muy atractivo y tiene una gran colección de pinturas en ese maravilloso palacio real. Es una gran oportunidad de contemplar las cosas de los maestros antiguos, se aprende mucho de ello.

Lo que menos me agrada de la idea es tener que aguantar a ese rey Francisco, ya tuve ocasión de conocerle cuando visitó al duque, nuestro señor; y no me gustan ni su mirada, ni su sonrisa falsa. Me molesta grandemente su ironía hacia nosotros, y estando aquí en nuestro país. Mira como no lo hace con los españoles, que lo derrotaron dos veces y lo tuvieron preso! Pero, te estoy aburriendo con mi verborrea, mi querido Luigi…Y siguió tan buen hablador como siempre…

Ah! Tienes que mostrarme alguno de esos dibujos y pinturas que haces. Tengo entendido, me lo dice tu hermana, que tienes afición y se te da bien. Si alguna vez decides abrazar este difícil oficio, siempre tendrás mi mejor ayuda, mi cariñosa y sin embargo, aguda crítica; con todo lo que hagas y lo que no hagas. Sobre todo, querido, nunca olvides que el oficio y la técnica pictórica son, siempre y en el mayor grado, necesarias, aunque no suficientes. Hay algo que debe primar por encima de todo.

Lo verdaderamente importante es tener algo que decir y decirlo con tu arte. Trasmitir la belleza, toda la que seas capaz, con naturalidad, simplicidad y honestidad. Procurar excitar el gozo de las personas que admiran tu arte. Pinta con justeza y sin desvaríos, rechaza lo espectacular y lo que premia los bajos sentidos y busca siempre lo auténtico, lo verdadero. Recuerda que a la primera y principal persona que debes convencer con tu arte es a ti mismo. Sé tu más feroz crítico y a los otros, escúchalos y siempre haz lo que te plazca. Y ya termino y te dejo en paz, realmente sospecho y creo que te estoy aburriendo y molestando y…Nada mas lejos de mi intención!

Que poco se da cuenta, el maestro, de lo mucho que me place escucharle! 

Luisma, 21 de Diciembre del 2015

 

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron in June 2009]

 

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Las cartas italianas, parte II

Leonardo da Vinci, drawing of young boy and old man

— Luigi! Ese niño! No me gusta ese silencio, vigila a tu hijo!
— Estoy en ello, estoy en ello!

…La he visto, la he visto! Y valía la pena verla, a fe mía! Hoy, con la excusa de entregarle un correo que llegó muy en la tarde, he subido hasta la casa y el criado me ha invitado a esperar a su señor en el salón contiguo a la entrada. Siempre he sentido curiosidad por las cosas de este hombre raro y, sin embargo, atractivo. Encima de la mesa había un montón de rollos y papeles con dibujos, a más de un reloj de arena, de cristal y sin máculas, con un interior increíblemente nítido de arena azul, que solo Dios sabe de donde vendrá! Todo ello, rollos, papeles, reloj, me atraía enormemente pero no osé tocarlo.

De repente, en la alcoba contigua alcancé a ver un pequeño caballete, de los que se utilizan para viaje o para pintar al aire libre de los jardines. Estaba arrinconado y cubierto por un lienzo, aunque se notaba que debajo había un cuadro, no muy grande. Me acerqué con cuidado y allí estaba ponderando si atreverme a tocar el lienzo cuando, al pronto, mi señor Leonardo entró en la estancia y, con sus agradables maneras de siempre, me saludó afectuosamente. Turbado, le alcancé el correo que ya casi había olvidado; me lo agradeció y ni siquiera se paró a romper el sellado, abandonándolo encima de la pila de papeles que cubrían la mesa.

—Gracias, querido Luigi, lo veré después…Que grande estás! Tienes que saludarme a tu madre, fue una de mis mejores modelos, siempre me han gustado las modelos como ella era entonces: núbil, joven, preciosa! Que puedo hacer por ti, mi Luigi? Dijo, observando mi rostro interesado. Sabes que te considero como a un hijo.

—Señor…Maestro! Me gustaría ver, admirar, ese retrato del que me han hablado los chicos, el que tenéis casi terminado, el de la mujer pensativa. Por favor, maestro!

—Esta bien, Luigi…Aunque no me convence demasiado, estoy pensando seriamente en destruirlo, como tantos otros, no consigo darle la vida que quiero, la realidad…Despacio, con su media sonrisa irónica, le quitó el lienzo y…Allí estaba, la vi, aquella mujer, aquel ángel!

—Maestro, no podéis, no debéis destruir esta pintura, es celeste, es terrenal, nunca había visto nada parecido! No puedo dejar de mirarla…Quien es, señor?

Luisma, 14 de Diciembre del 2015

[Originally posted in June 2009 at Dust, Sweat and Iron]

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Las cartas italianas, parte I

cartas_italianas foto de un jardin. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

— Luigi! Luigi! Que haces?
— Ya voy, un poco de paz, estoy escribiendo una carta.

…En el pueblo la humedad de este verano está siendo mayor, mucho más que otros agostos. El tiempo esta loco. Y hace ya años que esto dejó de ser un misterio. Ya nadie habla del cambio de clima. Estos días solo se habla del arte o del oficio de pintar, ese complicado asunto en el que un hijo del lugar destaca, lo suficiente para hacerse un nombre en la corte y que la gente hable de sus obras.

Ayer llegó de nuevo, hacía tiempo que no venía y menos para pasar una larga temporada entre nosotros. Dicen en la ciudad que ha estado enfermo de cuidado y que las fiebres le acompañan. Aunque no está muy claro que puede haber sido, la palidez de su cara es acusada y ya no se mueve con la misma agilidad con que solía. Parece ensimismado y pasa el tiempo observando a los muchachos jóvenes que juegan al calcio en la plaza. Con la espalda encorvada y el mentón hundido entre sus manos, su silencio es acongojante. También, acaricia a los animales, algo que antes no hacía tan ostensiblemente. Aunque siempre lleva consigo las tablillas y los crayones, no pasa tanto tiempo dibujándolo todo, como siempre hizo.

Los dos chicos que le ayudaron a bajar sus cosas de las dos carretas, hablan de un cuadro a medio componer, casi terminado y que él, después de desembalarlo y contemplarlo durante más de una hora, como si no lo conociese o hiciera tiempo que no lo viera, dio en cubrirlo con una sábana de hilo y arrinconarlo lejos de los efectos de la chimenea. A estas alturas, verano entrado, las noches todavía son frías y la casa ha estado vacía más de dos años y tiene humedades retrasadas, por falta de ventilación.

Tengo ansiedad y ganas de ver ese retrato del que me hablan Piero y Nicola. Dicen que es una extraña joven, con un peinado lacio y cuidado como el de otros retratos que he visto de jóvenes de la corte ducal. Probablemente será una señorita de la ciudad, hija de algún prohombre, o una dama joven de posibles. No todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar al maestro. Me come la curiosidad porque según ellos, que lo vieron, la mirada era de ternura e incluso creyeron ver alguna lágrima que brotaba de sus ojos. Quien será?

Luisma, 6 de Diciembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron 21 May 2009]

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Las dunas de Chesterton

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Puede que sea difícil de imaginar, o puede que yo no sea capaz de transmitir las imágenes. Hace años, Julián Marías me dijo: escribe lo que no puedas pintar y pinta, fotografía en otros casos, lo que no puedas escribir. Lo intentaré, porque las impensables escenas que presencio, muchas de ellas conmigo dentro, son el pan de cada día de mis aventuras en este país.

Estoy en Chicago, una de mis ciudades favoritas en el mundo. Llegamos hoy, y ya estoy frente a mi ventana en la habitación del hotel Congress Plaza, con vistas al lago Michigan que, como siempre, más parece un mar, un mar de acero gris azulado. La sangre luminosa de los coches fluye abajo, once pisos más abajo; chorros de glóbulos rojos y blancos entremezclados, desde la avenida Michigan hasta la Lake Shore y las calles cruzadas del Parque del Milenio. Las primeras luces de la noche, desde esta ventana, un espectáculo que siempre tiene la virtud de hipnotizarme; puedo estar mirándolo durante largo tiempo, embobado en cualquier pensamiento o remembranza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Venir hasta aquí, en coche, es ya una manía. Estados Unidos hay que viajarlo en coche, a pesar de las monstruosas distancias. Y cada viaje a Chicago ( unas siete horas, desde Pittsburgh, rodando rápido) es una fuente de nuevas aventuras. Por más que se miren las predicciones de los hombres del tiempo, siempre hay una sorpresa, sobre todo en recorridos largos. Esta vez, con la primavera ya oficialmente entrada, después de dos horas de camino, nos empezó a caer nieve; que siendo de noche era cegadora, mareante, y dificultaba la conducción. Total, que paramos a dormir, y continuar al día siguiente, ya sin prisas, lo que produjo el avatar de turno y la aventura significativa del viaje.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

A la mañana siguiente, sol y viento, enfilamos hacia Chicago. Tras un tiempo de rodaje tranquilo, se estropeó un sensor de temperatura y para cambiarlo tuve que salirme de la autopista, y eso fue en un pueblo con un nombre muy literario: Chesterton, en el estado de Indiana. Después de varios intentos, el asunto nos lo arregló un “currito” con taller personal y aspecto de orondo bien comido, y bien bebido. Mientras esperábamos la reparación, en su sala de espera—oficina—salón de té, reparamos en unas fotos colgadas en la pared de algo que se anunciaba como Parque Nacional de las Dunas de Indiana. El tipo insistió que fuéramos a conocerlas—oiga, solo cuatro millas y son una delicia! Echada ya la tarde a perros y con el sol cayendo, y muy fotográfico, nos fuimos a ellas armados de cámaras y protegidos del frío viento, y—Oh, maravilla! La cosa valía la pena, y mucho!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Pasamos unas buenas dos horas recorriendo el sitio y pisando, fotográficamente, la arena suave de las dunas. Quien iba a pensarlo! A cuatro millas de la dura y pura carretera, unas dunas increíbles, a orillas del lago y tan solo un “tiro de piedra” de Chicago, que se apercibía en lontananza, al otro lado de las aguas. Será un lago, que lo es, pero a mi siempre me ha parecido un mar. Son famosas las historias de tormentas brutales en este lago-mar, hundiendo barcos. Una de estas historias se me quedo grabada, la zozobra y naufragio de un velero, a finales del siglo XIX, que transportaba el abastecimiento de árboles de navidad para Chicago. Nunca ha sido encontrado.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Volviendo a las dunas. Al punto me informé del paraje y su historia. Otra vez la glaciación Wisconsin, la misma que produjo las cataratas del Niágara y la recesión de los glaciares de los grandes lagos; al retirarse produjeron estas dunas que, además, son unas de las pocas, treinta y cinco en todo el mundo, “dunas cantantes” o “silbantes”. Buscando información sobre dunas, aprendí que también existen dunas que “ladran”, tal que si fueran perros. Que cosas!

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Las dunas, pequeñas pero magnificas, eran un coto fotográfico de primerísimo orden. Las arenas de un color caramelo-rojizo, de increíble suavidad a la pisada, al tacto y al ojo, nos rodeaban por todas partes. Contenían, incluso, pequeños estanques de aguas trasparentes y matas de juncos.Una vida reflejada en otra. Los espejos de la naturaleza.

 

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Un verdadero coto de caza. Un ciento de “cartuchos” se nos fueron entre los dos “tiradores” y el símil cazador me trajo el recuerdo de mi nunca olvidado Pepe Núñez Larraz que, aquí, hubiera gozado como un “marrano con paperas”. Así sucedió con Sarah, que sacó y cobró las mejores piezas. Algunas de las fotos de aquella tarde inolvidable son las que ilustran este “posting”. Aunque bien mirado, cualquier tarde con S. es siempre inolvidable.

 

Luis Jimenez-Ridruejo

Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

 

Dunas, agua, viento frío, olor a agua dulce de lago, vallas de madera sosteniendo la integridad del fenómeno…Ni las palabras, ni las imágenes, ni la feérica música de Vaughn Williams, allí en Chesterton (Indiana), quedan esas dunas esperando que alguien visite su delicada existencia. Antes, quizás, de que un mal viento se las lleve.

 

Luisma, 30 de Diciembre del 2015

[Originally Posted in December 2014]

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Luz de Provenza

…“no creas que solo hay castillos en Castilla”…

…“no creas que solo hay castillos en Castilla”…

Oscuro. Siempre me gustó lo de “como boca de lobo”. Es tan gráfico! Como si uno hubiera visto alguna vez la boca (aunque si las orejas) al dichoso lobo. Era negrura teñida, como siempre; cientos de colores que se convierten al negro. Para llegar a esta oscuridad, hasta allí, había recorrido muchos kilómetros, en auto-stop. Toda Francia de norte a sur. Eran los años sesenta del pasado siglo. Era salir de Paris, con mi mochila, y tratar de detener coches con el dedo; siguiendo puntualmente la ruta de Napoleón en su campaña de Italia y los viajes de Cezanne y Van Gogh buscando la luz de la Provenza. Llegar hasta donde estaba ahora me había costado, exactamente, dos días y trece coches y escuchar las historias de sus conductores. Y todo para esta obscuridad.

La cosa venía de dos veranos atrás, de los cursos para extranjeros de la Universidad de Salamanca, célebre, aunque por otras causas. Había conocido a una chica, francesa, con la que “salí” durante el mes del curso y cruzé, posteriormente, algunas cartas…hasta que nos olvidamos paulatinamente el uno del otro. Dos años más tarde me trasladé a Paris por una temporada. La excusa era pintar y estudiar, la realidad fue: sacar los pies del plato. Tenía veinte años y era tiempo. Recordé a aquella chica y su invitación a conocer su casa en Provenza. “Mi castillo”, como decía ella siempre—“no creas que solo hay castillos en Castilla”— Realmente, nunca creí lo del castillo de Marie. Lo cierto es que tenía una cita con la historia y la luz provenzal, la que había soñado en todas aquellas pinturas de los libros de arte.

En el pueblo no había podido encontrar ni un taxi, ni nadie que me llevase, y además era tarde, una oscura medianoche. Un noctámbulo me había dirigido—no tiene pérdida, amigo, son diez minutos andando—y abundó,—al llegar a dos mojones de piedra, con un cartel de propiedad privada, deje la carretera y continúe por el paseo de árboles hasta llegar al castillo. Me sorprendió que usara esa palabra, “château” en francés, y me dejó pensativo cuando se alejaba y antes de que se me ocurriera pedirle precisiones al respecto. Luego, arranqué a caminar mientras el cansancio del día empezaba a hacer mella.

Van Gogh, Trigal con Cipreses, Metropolitan Museum of Art, New York

Van Gogh, Trigal con Cipreses, Metropolitan Museum of Art, New York

Había marchado mucho más de diez minutos eternos y seguía haciéndolo por el camino flanqueado de árboles, olmos, que parecía no tener fin. Olía a menta de algún arroyo cercano que no podía ver. La noche era oscura, densa, negra y me alarmaron algunos aullidos lejanos. La luna llevaba horas escondida tras unas nubes cerradas y tenebrosas. Al fondo de una campa percibí apenas una construcción blanquecina, grande y espectral. Salí de los árboles para divisar mejor y empecé a andar hacia ella, pisando en blando y sorteando manchas de setos bajos que batían mis piernas. En algún momento creí pisar flores. De pronto la luna apareció y me alumbró petrificado. Delante de mi surgió un castillo, un “chateau” provenzal. Quedé parado, pasmado y un buen rato estupefacto. Era en verdad, el castillo de Marie.

Cuando volví del ensimismamiento, reemprendí la marcha hasta que fui a chocar con una escalera imperial que desembocaba en una terraza balaustrada, típica del chateau francés. No se veía ninguna luz y solo se escuchaba el viento en las copas de los árboles. Las contraventanas estaban cerradas a cal y canto. Bordeé la entrada principal dirigiéndome a lo que debieron ser, en su día, las caballerizas. Todas las puertas aparecían trancadas y solo ví una ventana baja cuyo antepecho escalé para intentar ver el interior. Así pude avistar una diminuta llama azul temblando en la oscuridad; más tarde supe que era simplemente el quemador de una calefacción. Único signo de vida en los alrededores.

Pasaron dos largas horas de pesquisas y figuraciones, hasta que caí dormido en un poyete de piedra, con la mochila por almohada. Rendido por el viaje y la caminata, no supe el tiempo que transcurrió. Una luz fuerte, cegadora, me despertó atontado. Dos mujeres hablaban entre si, con siseos y risas quedas. Oí mi nombre, pero ciego por los faros del coche no pude reconocer a Marie y su madre—este debe ser tu caballero español, no decías que estaba en Paris?—Pues ahora esta aquí, a ver que hacemos…Lo que hicieron, después de despertarme del todo, fue instalarme en una habitación magna, enorme. Un dormitorio con reposteros y cama de baldaquino; todo muy de terciopelos y guarniciones antiguas.

Bajo palio dormí hasta que dieron las mil de la mañana, desperté y pude atisbar, por entre los cortinones, el exterior con su jardín de parterres en el que se notaba perfectamente el rastro injurioso de mis pisotones de acercamiento al castillo. La noche anterior había destrozado flores y plantones. Mi llegada al lugar sería recordada, al menos, por el jardinero. Me sentía como un Sancho Panza aquijotado. Salí al balcón, solo para inundarme de los raudales de luz del mediodía provenzal. Un celaje de nubes tenues, un sol limpio que bañaba tierras, vegetación y casas de labor con aquellas luces que tantas veces había admirado en los cuadros impresionistas.

Cézanne, El Monte Santa Victoria. Vista desde la cantera Bibemus, Baltimore Museum of Art, USA

Cézanne, El Monte Santa Victoria. Vista desde la cantera Bibemus, Baltimore Museum of Art, USA

Aquello si era lo que venía buscando. La noche mas oscura había dado paso a la multiplicidad de colores fabricados por tanta luz magnífica, muchas veces soñada, y que quedó para los restos en mis pupilas y en la ambición de plasmarla en mis pinturas. Y así fue durante unos cuantos días, todo luz. El “chateau” debe seguir allí—quiero suponer. No se lo que habrá sido de Marie, esa es otra historia. Nunca volví, y han pasado casi cincuenta años de unos pocos días en Provenza. Me cuesta recordarlo todo, pero no puedo olvidar toda aquella luz. Nunca podré.

Luisma, 14 de Noviembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron, August 2013]

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Retrato de Fotógrafo (?)

“El asunto de mi retrato (debajo) en blanco y negro, es el producto de un día de luz tamizada, en Pittsburgh, PA. Teniendo como fondo las lonas de la valla de un campo de beisbol amateur. No estoy sonriendo, posiblemente no habría razón para ello y parece un retrato antiguo, como aquellos en los que se necesitaba larga exposición. No hay nada más difícil de sostener en buenas condiciones que una sonrisa. Pero, creo que soy yo.”

Luis Jimenez-Ridruejo (foto de S.)

Luis Jimenez-Ridruejo (foto de S.)

Cuando inicié esta serie de ‘post’, la intención era la de publicar con cada uno, en cabecera, un retrato (preferiblemente, autorretrato) del fotógrafo en cuestión. Tarea no muy difícil pues casi todos los fotógrafos famosos, y hasta los menos famosos, nos hemos hecho alguna vez algún autorretrato; bien sea con el llamado, y ya hoy prácticamente periclitado: disparador automático, o con el espejo más a mano, quizás el del cuarto de baño. El caso es que, últimamente, no me he hecho ninguno de estos y tengo ese buen retrato, en blanco y negro, que me hizo S. (léase: ese punto) y que me retrata, valga la redundancia, excepcionalmente bien—o al menos yo así lo creo—. De manera que lo he usado como retrato de cabecera de este post.. Ah! Este retrato es el único acertado, con otro de hace cincuenta años, del maestro Pepe Núñez Larraz, que me hayan hecho en toda mi vida. Plasmándome.

“…no soy totalmente yo, ya se pueden sacar algunas conclusiones.” (Foto de Z. Jimenez-Ridruejo Calleja)

“…no soy totalmente yo, ya se pueden sacar algunas conclusiones.” (Foto de Z. Jimenez-Ridruejo Calleja)

Solo dos retratos buenos, entre tantos en sesenta años, y no digo en setenta porque en mi primera década alguno más hubo. Un ejemplo: el de mis dos añitos, en brazos de mi abuela paterna, la sin par Luftolde. Le quedó muy bien a mi padre y aunque todavía en él no soy totalmente yo, ya se pueden sacar algunas conclusiones. Sobre todo si soy yo mismo el que las hace, pues conozco todas mis aventuras posteriores mejor que nadie. Los rasgos y las señales, las huellas y las cicatrices que esas aventuras han ido dejando en mis facciones, componen el retrato posterior. Por lo demás, durante todas estas décadas pasadas, me he bañado diariamente en líquido revelador y me he peinado con fijador y secativo. Valga esta sobada manera de decir que me he dedicado a la fotografía. Amateur, claro, porque no he vivido de ella.

Sin embargo, el nivel de mis conocimientos y práctica fotográfica son los de un avezado profesional y muchas veces he sido bien premiado o compensado por ello. De la fotografía de los líquidos he pasado, ya hace algunos años, a la digital. Esta me ha permitido su mejor empleo: la capacidad de autocorrección y edición propia y el prescindir, casi al ciento por ciento, del uso del fotómetro. Este ha cedido la palabra a mi ojo, a través de la ventana previa digital, el usufructo de ‘ver’ una fotografía ‘terminada’ antes incluso de dispararla. Los puristas pondrán el grito en el cielo por esta afirmación, pero los puristas como los academicistas y los críticos, la mayoría, nunca han hecho nada que contribuya demasiado a la historia de este arte. El fin justifica los medios.

Puedo decir de mi fotografía y no en plan crítico sino informativo que he domesticado a la cámara digital para que me dé lo que yo quiero. A las pruebas me remito. Véanse simplemente, todas mis fotos, firmadas y utilizadas desde hace más de ocho años en este blog y mi website. Todas ellas no son más que la punta del iceberg, señalan donde estoy y dejan inherente la seguridad del volumen de trabajo que queda por debajo de las aguas, o dentro de mis ordenadores y ‘pinchos’. En mi fotografía actual hay una utilización de mi propia idea del colorido, aceptando los colores que entran por la ‘ventana digital’ y dejando un mínimo de posibilidad al cambio, a la adecuación después del disparo, sin llegar a la manipulación excesiva.

Sigo pensando que la fotografía se ‘ve’ y se ‘hace’ antes de dispararla y el arte es el de los ojos que la selecciona, la estudia y la produce. Por cierto, antes de lo digital era un ‘deporte’ muy caro, hoy permite hacer cientos de ‘poses’ sin tanto costo. ‘Gatillo fácil’ dicen de la cámara digital, no sé si lo seré yo, pues es verdad que no disparo nunca ‘a tontas y a locas’. Calculando por lo bajo habré disparado en mi vida unas ochenta mil fotos, de las cuales conservo más o menos la mitad. Mi actividad fotográfica actual tiene dos vertientes principales, que a veces coinciden. Una, es la de utilizarla para ‘ilustrar’ mis escritos y la otra es una pura investigación estética, en este momento, la de la naturaleza.

“Hay muchos otros caminos que he dejado abandonados…” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo)

“Hay muchos otros caminos que he dejado abandonados…” (PPG Plaza. Pittsburgh (PA) Foto de Luis Jimenez-Ridruejo)

Hay muchos otros caminos que he dejado abandonados por estas dos avenidas, sin razón aparente, aunque a veces repique cualquiera de esas otras campanas. Ya sea solo para no perder la costumbre de cosas ya hechas y vías ya transitadas. Incluyendo los ‘nuevos’ deportes fotográficos, como el estúpido ‘selfi’, con sus sonrisitas forzadas y lamentables. Hace muchos años, muchos, tuve una temporada que me hacía ‘selfis’ prehistóricos, ‘tirándome’ fotos mientras me miraba a mi mismo, enfocándome o desenfocándome en un espejo; algunas hasta con flash, que ya era rizar el rizo. Aquel sarampión se me pasó enseguida y no sé donde quedaron aquellas pruebas de ingenuidad estética.

No cuento las fotos hechas con aquel dispositivo de autodisparo automático, que confería unos segundos para ‘colocarse’ en un paisaje, añadirse a un grupo y/o hacer alguna tontería, ‘saliendo’ en las propias instantáneas. Eso que hoy se hace con cámaras de lentes casi microscópicas, pero que te dan una calidad inmensa. Los dioses clásicos de la fotografía de primeras horas se hubieran hincado de rodillas delante de estas lentes minúsculas y sus ‘tarjetitas’; invocando seguramente: Milagro! O según el caso: Satanás! De esta manera y facilidad se llevan cámaras a todas partes y situaciones, no solo en teléfonos, sino hasta en relojes, gafas, anillos…. Ninguna de estas tengo, solo la cámara del iPad, que vista la calidad que me da, cada día la uso más.

“…pura investigación estética, en este momento, la de la naturaleza.” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo)

“…pura investigación estética, en este momento, la de la naturaleza.” (Foto de Luis Jimenez-Ridruejo)

Tendría las defensas bajas, me han atacado el baluarte de mi clasicismo, “son muchos y poderosos…” como diría D. Quijote. He resistido hasta ahora—ya veremos si lo cumplo, o me pasa como con el móvil—lo del aparecer en las chorradas del Facebook, Instagram y demás; así como nunca he ‘silbado’ en el dichoso Twiter, que me repatea en grado sumo. Hasta el propio nombrecito me carga, será la edad que me vuelve gruñón. De manera que brindo este toro a los imbéciles que me acusarán, seguro, de no estar en la página, de ser ‘amoderno’, palabro que ya he visto reproducido, y me limitaré a señalarles que en fotografía y desde hace cincuenta años he estado y estoy muy por delante, varios capítulos, o ciclos, como los quieran llamar. He hecho casi todo en ello. Mi único dolor es no ser capaz de imaginar como será la fotografía en el próximo siglo.

Algunas ideas, pura imaginación, he tenido al respecto…pero esa es otra historia, que el viento no mueve todavía. Aquí solo dejar un parvo retrato, este por escrito, con cuatro cosas y un par de fotos de entre los miles.

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Octubre del 2015

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Las luces del bosque

“…luces extrañas de trayecto veloz, imposibles de identificar…el titilar de unas luces entre los arboles…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…luces extrañas de trayecto veloz, imposibles de identificar…el titilar de unas luces entre los arboles…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

No era la primera vez que atravesaba el puentecillo de madera que salvaba lo que es, no un rio, no un arroyo, ni siquiera un regatón de lluvias… una pasarela de troncos desbastados tendidos entre los morros de una grieta del terreno, no muy grande, ni muy profunda. Solo lo suficiente para que ese accidente sea impracticable por cualquier tipo de vehículo—bueno!—quizás, con un ‘oruga’ o un tanque militar se podría. Para que necesitaría andar con un tanque por estos vericuetos del rancho? Pensándolo bien, porque necesitaba pasar a la otra parte? La ‘otra parte’, en la que está ‘el gran bosque’, con su pequeño lago al que se accede por dos, también pequeñas, roturas de entrada a la maraña. Dos estrechos caminos desbrozados por el poco paso humano y el leve tránsito animal; que a veces se borran de una estación para otra y hay que imaginar por intuición y acudiendo a las dotes de orientación de cada uno, que no siempre están disponibles.

Por supuesto, he estado en el lago a plena luz del día. Sentado en la orilla, contemplando una pequeña barca, mínima, que nunca se mueve, anclada con una boya de peso. Pensando quien habrá sido el barquero, si lo hubo. Quizá, sólo en la noche, para navegar en la oscuridad. Perderse en el gran bosque del piélago es siempre motivo de pesadillas nocturnas. No quiero ni pensar en andar a oscuras por aquellos andurriales del rancho, ni siquiera con luces, por muy potentes que fueran.

“…me devuelve un colorido cambiante, a veces imposible…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…me devuelve un colorido cambiante, a veces imposible…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

Los ramajes, la barreras de espinares, los múltiples huecos de las raíces de los tortuosos árboles…en la noche, ni hablar! Pero, si en algunas partes del bosque, a veces, no llega la luz del sol!  En ocasiones la cámara de fotos me pide el uso del flash, en pleno mediodía ( ! ), y me devuelve un colorido cambiante, a veces imposible, desde el blanco más impoluto hasta el rojo más sangriento. Muchas de las fotos que he hecho en ese bosque, incluso siendo muy espectaculares, no hacen justicia al entramado de la maraña del espinoso terreno.

Siempre he pensado que esa zona es la puerta a otro mundo, de entidades desconocidas, guardada por jabalíes y serpientes, zorros, armadillos y ejércitos de insectos poderosos; que interpretan sus juegos de guerra particulares y en los que ni me quiero inmiscuir, en lo posible. Esta vez me dí la vuelta sin atravesar el puente, como tantas veces, volviendo a lo abierto de la pradera, caminando rápido hacia la casa. El cielo se estaba poniendo oscuro y no solo porque fueran las seis de la tarde, sino porque amenazaba tormenta, que aquí son rápidas en formarse, de mucho rayo y a menudo de poca agua. Siempre rolando de sur a noreste y sin olor a ozono, ni previo, ni después. Necesitaba llegar cuanto antes al estudio, con sus múltiples grandes ventanales, desde donde ya a seguro, me gusta disfrutar de las tormentas largas de la pradera; mientras pinto, escribo u oigo música.

Desde estos ventanales, que dominan la parte de atrás de la casa y las campas que acaban en el gran bosque, se ven las luces de los días, amaneceres coloridos y luminosos, y las oscuridades de las noches, la suma de todos los colores, el negro que no diferencia terreno, árboles o cielo; blanco a la instantánea luz del relámpago.

“…al que se accede por dos, también pequeñas, roturas de entrada a la maraña.” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…al que se accede por dos, también pequeñas, roturas de entrada a la maraña.” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

Así he visto, varias veces, luces extrañas de trayecto veloz, imposibles de identificar, que desde lo alto del cielo, en vuelo oblicuo, se hunden blandamente en las copas de los árboles y las marañas del bosque. Nunca se mueven en sentido contrario, de abajo hacia arriba, nunca cambian de color, son blancas, lechosas, incorpóreas y conservan su unidad; nunca se escinden en partes, ni producen ruidos. Antes bien, producen silencios de la naturaleza durante los cortos vuelos de ‘aterrizaje’ y no se oye un ruido, ni un pájaro, ni una cigarra. Ni siquiera el viento. Y siempre en la noche oscura.

Muchas veces he pensado en ir a esa zona, a los alcances del gran bosque. Entrar en él y de noche cerrada, negra sombra, ay!…ha sido solo con la imaginación. Tratar de desentrañar el misterio de esas luces, o lo que sean; no creo que lo haga, tengo que reconocer que soy un cobarde, es el miedo único que se puede tener, el de lo desconocido. Aunque soy un cobarde curioso, eso sí. Y sí, me estoy perdiendo algo por cobardía, que si fueran los nunca bien ponderados ‘extraterrestres’—no me lo perdonaría jamás—digo, el no conocerlos sería inexcusable, bochornoso, un auténtico error garrafal, vital.

“…siempre he pensado que esa zona es la puerta a otro mundo, de entidades desconocidas…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

“…siempre he pensado que esa zona es la puerta a otro mundo, de entidades desconocidas…” Foto de Luis Jiménez-Ridruejo

Soy nacido en Castilla y he pateado los bosques gallegos, con y sin tormentas, de día y de noche, en enero y en agosto, y aunque estemos a miles y miles de kilómetros de distancia, alguna noche por el titilar de unas luces entre los árboles, por el ‘resultado’ de alguna foto al ampliarla, he dado en pensar que por este bosque tremendo puede que ande la ‘Santa Compaña’. Y más vale que sea ‘ella’ y no el ‘KuKuxKlán’ que por estas andaduras sureñas, tampoco tendría nada de particular; no solo en Granada todo es posible y no sería la primera vez que he visto el circulo de piedras que señala la quema de una cruz. Ya sé, ya sé, estamos bien entrados en el siglo XXI, pero a pesar de todo…

Luisma, Maypearl (TX)   28 de Septiembre del 2015

 

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Retrato de Pintor ( XIII )

“Helen Frankenthaler, americana, neoyorkina, nacida al final de los años veintes del siglo XX.” Foto de la revista Life , 1957.

“Helen Frankenthaler, americana, neoyorkina, nacida al final de los años veinte del siglo XX.” Foto de la revista Life , 1957.

“No hay reglas. Deja al cuadro que te lleve a donde deba ir”   –H.F.

Nunca he tenido el más mínimo problema con las mujeres que pintan. Todo lo contrario. Artistas todos, mujeres y hombres. Siempre he usado el viejo chiste fácil: los hombres deberían ser llamados “artistos.” Claro que habría que remontarse a la época de los clásicos griegos, para que lo de “artistos” sonara bien. Pero no era un chiste, sino un problema para la pintora, una de las grandes, sobre la que escribo hoy: Helen Frankenthaler, americana, neoyorkina, nacida al final de los años veinte del siglo XX. En un mundo y una época todavía más discriminatoria con la mujer que la actual. Viendo algunas situaciones de faltas, reiteradas, al respeto de lo femenino, uno piensa que en los últimos cien años tampoco han cambiado las cosas tanto.

Frankenthaler, trabajando y ‘lanzando’ su arte en los cincuentas y sesentas pasados y sobre todo haciendo expresionismo abstracto en un momento y un medio dominado por artistas-varones, críticos-varones, que manipulaban un lenguaje centrado en unos “masculinos” atributos, tales como: escala, gesto, y “músculo”… a pesar de todo, consiguió establecer una buena serie de exposiciones de sus obras, en solitario y en los salones de afamadas instituciones. Bien recibidas por la crítica, le hicieron ganar, ampliamente, el respeto de sus pares. No muchas mujeres consiguieron esto en aquellos tiempos.

“…trabajando y ‘lanzando’ su arte en los cincuentas y sesentas pasados…” Great Meadows, 1951. MoMA, NY.

“…trabajando y ‘lanzando’ su arte en los cincuentas y sesentas pasados…” Great Meadows, 1951. MoMA, NY.

Hay algo sobre ella que siempre me ha molestado comentar o escribir y que seguramente fuera en alguna manera determinante. Puede parecer una excusa para su éxito artístico, aunque a mi parecer no lo es en modo alguno. Es demasiado fácil como crítica, toda su obra la avala en sentido contrario. Frankenthaler era una mujer de posibles, de familia acaudalada e influyente, y que recibió una cuantiosa herencia cuando aún estaba estudiando, lo que le permitió recibir clases de los mejores profesores del momento (Tamayo, Feeley, Hoffman). Viajar a Europa con asiduidad y con el tiempo ser ella misma profesora en Harvard, Princeton, Yale y New York University.

A diferencia de otros, sin tanta suerte, Helen nunca tuvo que ‘jugarse la vida’ con la pintura. Para más ‘delito’, en 1958 se casó con Robert Motherwell, uno de los grandes de la pintura americana, con lo que para algunos ‘graciosos’, o envidiosos, pasó a ser para siempre: ‘la mujer de Motherwell, que parece ser también pintora’. Un matrimonio que duró trece años, dentro del transcurso de una vida de ochenta y tres! Frankenthaler trabajó sesenta y cuatro años haciendo pintura, escultura, grabado, enseñanza e ilustración de libros, hasta diseño de decoraciones para montajes del England Ballet. De sus enseñanzas y de sus escritos, obtenemos un perfil humano y artístico que nos dice de ella tanto o más que sus obras.

“…una mujer que pintaba enormes lienzos extendidos en el suelo de su estudio…” Foto por Ernst Haas, de Hommemaker.com.

“…una mujer que pintaba enormes lienzos extendidos en el suelo de su estudio…” Foto por Ernst Haas, de Hommemaker.com.

“El arte tiene un ser por si mismo. Nada que ver con el gusto del momento o lo que se espera de ti. Esa es la formula para el arte muerto o el arte de moda”. Puedo imaginarla, ‘navegando’ por entre los caballetes en sus clases, con movimientos casi de bailarina—adoraba el baile—dejando ‘perlas’ dialécticas semejantes, una mujer que pintaba enormes lienzos extendidos en el suelo de su estudio, influencia de sus visitas a Pollock y que era seguramente más ‘moderna’ que sus jóvenes alumnos. “Tienes que saber como manejar lo accidental, como reconocerlo y controlarlo y hasta como eliminarlo de manera que la entera superficie parezca hecha y ‘nacida’ al mismo tiempo. Cada lienzo es un viaje total en si mismo. Sigo las reglas hasta que de pronto voy en contra de todas ellas.”

No es solo ella, es como si estuviera hablando yo mismo—salvadas las inevitables distancias—y dijera o asumiera todo lo que Frankenthaler escribe. El arte de moda, la pintura que se ‘vende’ en el momento… si quieres seguir esa línea, tienes que invariablemente ‘copiar’ a otra gente, literalmente, porque la inspiración—ella lo dice muy claro—no tiene porque ser una validación de lo que uno mismo hace. En cualquier caso, he reconocido en ella las mismas impresiones de la naturaleza, las mismas que me han atraído, últimamente, aunque con muy diferentes resultados. Frankenthaler huye de la tridimensionalidad en auténtico expresionismo abstracto, con sus campos de color y su pintura de mancha ‘mojada’ (soak-stain), colores lavados que se escapan de los límites del lienzo. Un estilo muy personal.

“…la entera superficie parezca hecha y ‘nacida’ al mismo tiempo.” Nature Abhors a Vacuum, 1973. National Gallery of Art, Washington, D.C.

“…la entera superficie parezca hecha y ‘nacida’ al mismo tiempo.” Nature Abhors a Vacuum, 1973. National Gallery of Art, Washington, D.C.

A partir de los sesentas, cambia al medio acrílico, hace grabados buscando los tratamientos de lavados de color que hace en sus pinturas, transforma elementos de la naturaleza en formas abstractas y color. Y en eso estamos, algunos, celebrando ese espíritu. De ella hay mucho que aprender; aunque los críticos no siempre aplaudieran unánimemente su arte. Algunos lo han visto como corto en substancia, descontrolado en el método, demasiado dulce en el color y demasiado ‘poético’. Los favorables han sido muchos más y más explícitos, hablando de: libertad, espontaneidad, apertura y complejidad de la imagen, íntimamente ligada a la naturaleza y las emociones humanas. Puro genio.

A mi me queda lo aprendido de ella y la imagen de una Helen niña, sonriente, subida en una silla, al borde de una pileta llena de agua y vertiendo esmalte de uñas para ver como el color fluye. “No estoy resentida de ser una mujer-pintor. No lo exploto. Yo pinto.”

Luisma, Maypearl (TX) 13 de Septiembre del 2015

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Retrato de Pintor (I)

 

F. de G. y L. (Autorretrato, 1771-1775)

F. de G. y L. (Autorretrato, 1771-1775)

El paisaje es duro y árido, apenas unos matones de árboles pequeños que no llegan a ser arboleda. Mucho arbusto bajo en las orillas del camino, y olor a tormenta reciente sobre el que domina otro olor, el de los cueros sobados de la diligencia. Es llanura quebrada por zanjas y con aire de ver poca agua. El único pasajero se revuelve inquieto en su asiento, rodeado de cajas y fardos que ocupan el espacio de otros pasajeros que no viajan.

En esta parte de su viaje, el contramaestre le ofreció viajar por casi la mitad del monto si le permitía asentar carga en las plazas libres. Aceptó de buena gana, pues los dineros de un pintor joven son siempre cortos. Aún así se arrepiente cada vez que golpea sus rodillas con alguna caja en los múltiples baches y regatones del camino. La caja de madera, atada con un cinto, que contiene sus artes de dibujo y pintura se bambolea en lo alto de unas mantas de lana trenzada. Sus manos acomodan, a ratos, dos rollos de lienzos que contienen pinturas a medio hacer, una de ellas casi terminada. No quiere que se rocen mucho y menos que se abollen con todo el traqueteo de la marcha.

Quedan solo dos leguas hasta el final de la jornada y la mente se le va a otros momentos, cuando recogía en su estudio capitalino los dos cuadros con los que piensa impresionar al Conde de Sobradiel. Es la visita a la que acude y es el final y el fin de este viaje. Aunque también lo es volver a casa, a una Zaragoza de la que quiere salir pero que siempre le atrae por los recuerdos…el maestro Luzán, los amigos, la familia. El pensamiento vaga pero el traqueteo le vuelve a la realidad. Su realidad, su ambición, está en la capital, Madrid tiene todo lo que le interesa. La posibilidad de trabajar con el maestro Mengs y la corte es un atractivo poderoso.

El cuadro más pequeño es un retrato, a tamaño natural, de una joven condesa heredera que ya empieza a lucir la misma bella estampa que la condesa madre; la joven todavía no tiene el misterio de su progenitora, aunque si unos ojos chispeantes que al pintor le han gustado asaz, a juzgar por la cantidad de bocetos que hizo del rostro de la niña. Francisco quiere llamar la atención del conde y cree que el retrato de su hija adorada lo procurará. Necesita un buen valedor que le ayude a conseguir el contrato para la bóveda de la Basílica del Pilar. Esa obra tiene que ser la que le proyecte en Madrid.

Por si fuera necesario le acompaña un cuadro mayor, grande y muy logrado, una obra casi terminada con la que impresionó al comité del premio del la ciudad de Parma, donde la presentó. A veces, le cuesta acabar sus pinturas, le cansa retocar mucho los lienzos. Esta pensando en modificar sus técnicas hacia algo menos elaborado, menos trabajoso con la química. Las novedades encontradas en su pasada estancia en Italia le pueden ayudar en este propósito y las nuevas maneras de pintura al fresco han sido una revelación para él. También los cartones para tapices, y no hace falta terminarlos tanto.

Siempre ha sido su problema el decidir cuando dar por terminada una pintura. Admira a su maestro que, en un momento dado, levanta el pincel y cuelga el cuadro como quien cuelga una capa después del invierno, y ya no lo toca más. Admirable esa seguridad. La pintura grande, en cuestión, es un magnífico cuadro histórico. Aníbal contemplando Italia; hecho un poco a la manera de esos italianos antiguos que no le agradan y de los que admira, sin embargo, el trabajo y lo perfecto de la composición.

Le hubiera gustado vivir en el siglo anterior, pero lo que en realidad le atrae es la promesa y la ambición de pintar como sueña, en su imaginación, que lo hagan los artistas de siglos venideros. Esos colores y esos tratamientos que lleva ensayando en pinturas y bocetos, y que no enseña a nadie. Su propia aceptación de estas pruebas es contradictoria, como lo es él mismo; unos días le interesan y otros le parecen una pérdida de tiempo. Siempre difícil de contentar, es el peor crítico de si mismo. Herencia de la familia Lucientes. También lo es su valentía. Su valor corre parejo con su ambición.

Ahora, su mirada se pierde en el fondo de la tarde, hacia la oscuridad que viene y hacia la que la diligencia corre. No tanto como su pensamiento que se adelanta a los acontecimientos, fruto de la ansiedad. Ya quisiera estar pintando esa cúpula que se adivina en lontananza. Ya quisiera pintar el palacio de Sobradiel…vivir en Madrid, trabajar con Mengs, conquistar la corte, pintor de cámara del Rey. Ya quisiera…pintar, pintar, pintar.

Luisma, 30 de agosto de 2015

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

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