Category Archives: Retrato de Pintor

Retrato de pintor (XV)

Javier Pereda (photography: luisjimenezridruejo.com)

Javier Pereda Piquer (photography: luisjimenezridruejo.com)

Javier Pereda Piquer. Una masa imponente. Solo tengo que cerrar los ojos y ponerme en modo: “recuerdos” y veo a Javier avanzando hacia mí, aferrando algún “folder” y blandiéndolo, como si fuera una espada, o un pincel. Por cualquiera de los pasillos de aquel claustro de arcos encristalados, siempre a paso quedo, dragando el suelo, pero airoso como un barco de vela o como su tia-abuela, la cantante Dña. Concha Piquer. Estábamos en la Facultad de Bellas Artes, en la Universidad de Salamanca (España) hace ya un increíble montón de años. Pereda, una masa imponente, en el mejor sentido de las dos palabras. Masa, enorme caudal de cultura y conocimientos e imponente por su volumen de atracción, algo así como un centro grandioso de gravedad. Sin ni siquiera decir una palabra, solo moviendo levemente aquella cabeza grande, “cezanniana”, perfecto retrato de los dos, Paul Cezanne y Javier Pereda. Y, sin embargo, sus pinturas poco tenían que ver. Hubiese sido demasiado, demasiado bonito para ser auténtico.  

Ahora que yo también estoy cojo, con bastón, por las malicias del Parkinson afectándome al ciático, y obligado al paso quedo y una navegación lenta, me doy cuenta de lo que debía ser moverse, masticando dolores, o pintar formatos grandes sin estar sentado, o hacer tantas otras cosas. Pero, sobre todo en su caso, dominar una audiencia. Hablar de arte, esa parte de hacer arte. Algo para lo cual él estaba excepcionalmente dotado. Solo mirándole y escuchándole, en su inevitable transmisión, se aprendía muchísimo. En su caso, veíamos el trasunto de la verdadera academia, la griega. Y una imagen, saliendo de la ducha, con su enorme toalla blanca terciada al hombro, que siempre me recordaba algún legendario senador o filósofo griego, o el dueño y señor de alguna de las seis mil islas.

Javier Pereda Piquer (painting).

Javier Pereda Piquer (painting).

Pero, además y como parte de aquella gran personalidad, Javier pintaba y también su pintura, como él, era atractiva y lo sigue siendo aún; si bien, debo reconocer que no he visto una sola pintura de él desde hace más de treinta años; digo ver, al natural, palpar si se quiere, aunque sí en fotografía, en la que igualmente transmiten. Una excepción: tengo, o tenía, un pequeño cuadro, acrílico sobre papel, de la serie de las playas. Un regalo magnífico, una de las que él llamaba sus “acuarelitas”. Estaba dedicado, una lástima, lo perdí, extraviado en uno de mis últimos “movimientos” americanos. Lo que perdimos con Javier, que murió demasiado pronto, (no sé quien dijo que todos morimos demasiado pronto), fue un total y extraordinario maestro de pintura y artes plásticas. Por alguna razón, me viene a la cabeza una palabra: descomunal.

Ya por entonces, me anunció que podía llegar a ser un buen pintor porque, a pesar de mi tendencia a la pereza pictórica (¡?), eso me decía, “un buen fotógrafo ya lo eres” (sic). Y, rápidamente, me colocaba como la zanahoria del burro, la famosa frase de Picasso: “…que cuando bajen las musas, te encuentren trabajando”. Trataba siempre, machaconamente, de hacerme aplicar las lecciones de mi sistemática fotográfica (intuición sin estudio y rapidez en las decisiones) y llegar a componer el color con el pincel y los dedos untados, evitando el uso de la “paleta” y las pruebas de color, “uno no puede estar equivocado siempre”. No era un maestro de técnicas, era más un gran maestro de ideas y motivación. Como pintor, dominaba el color y por tanto era un pintor rápido; eso le permitía atacar lienzos de grandes tamaños. Su más célebre frase era una respuesta sobre sus dudosas horas de pintura. Debido a sus múltiples tareas de académico (fue catedrático y decano de Bellas Artes), político, hombre de negocios, padre de familia y cien otras cosas que él llamaba “sus labores.” “¿Y tú Javier, cuando pintas? —“Por las mañanas”—. (tomado de Carlos Pascual).

Javier Pereda Piquer (painting).

Javier Pereda Piquer (painting).

Pereda es de los pocos artistas a los que he oído proclamar, en un repleto salón, con voz altisonante: “…la pintura es mentira!! Y quedarse tan tranquilo, como si hubiera soltado una receta de cocina, que también lo hacía. ¡Y, pobre de aquél que osase discutirlo! Le caía encima con todo su peso de sabiduría y facilidad para la diatriba y el convencimiento propio y ajeno. Una delicia. En el retrato de un pintor como Javier Pereda, lo de menos es su propia pintura, su cocina técnica, su forma de componer y justificar su mundo. Que también. En su retrato, lo que más interesa es la impresión personal y su ser humano, la del pintor; lo que probablemente explica y justifica todo. Revisando sus pinturas, cosa que no hacía desde una pila de años atrás (me apenaba mirarlas), me he dado cuenta de lo mucho que me ha influido y como la mayoría de mis problemas pictóricos, aun con el paso de los años, se solucionan poniendo los ojos en sus pinturas. Los americanos usan una palabra que suena muy bien en una circunstancia como esta: “Amazing”—‘Estupendo’, una de mis palabras favoritas en inglés.

Retratar es también ponderar y alabar. Lo que mayormente tengo que agradecer a Javier son, a lo largo de los años, sus descargas de fusilería, a veces perpetradas por compañeros, o compañeras, mejor dotadas. “Anda, enséñale a este señor como se pinta”. O por él mismo, personalmente en su momento y siempre con su pintura y sus textos, contra mis miedos inveterados en la práctica de las artes. “Miedo en esto no se puede tener. O te sale o no te sale”. Es lo mismo que podría decir un torero, quizás con menos peligro físico, o no. ¿Quién sabe? Javier Pereda Piquer, nació y murió en Madrid (1947-2003). Durante tres cursos de la primera promoción de la Facultad de Bellas Artes de Salamanca (España) Javier, Carlos Pascual y yo, vivimos juntos en mi casa de Azafranal, a dos pasos de la Plaza Mayor. Años y recuerdos felices que se fueron con él, pero que nunca se han borrado de mí… ”Vaya por Ud. Maestro!”

Luisma, Maypearl, TX      29 de Abril del 2019

 

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Retrato de Pintor (XIV)

Mi retrato de Van Gogh con sombrero de paja. Abstracción surrealista (!?) Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

Mi retrato de Van Gogh con sombrero de paja. Abstracción surrealista (!?) Foto: Luis Jiménez-Ridruejo

“Si realmente amas la Naturaleza, encontrarás belleza en todas partes” (Vincent Van Gogh)

Hacia tiempo—años—que quería escribir algo sobre Van Gogh y lo iba posponiendo una y otra vez por no saber—eso me parecía—como hincarle el diente. Desde muy pequeño siempre me habían atraído sus dibujos que copiaba muy a menudo. Por supuesto la admiración por su pintura estaba ahí, claro…no haría falta precisarlo; otra cosa era la apreciación por la persona, basada en sus escritos y los de otros sobre él. Un verdadero retrato de pintor debe contener un poco de todo, a favor y en contra. Nunca me había parado mucho a entrometerme en los intríngulis de su vida y su persona, salvo el dichoso corte de la oreja y lo de algún crítico metido a psiquiatra de ocasión, en su tiempo o en el nuestro, tanto da para las obviedades de rigor. Siempre un caso claro de cómo lo personal afecta a lo artístico.

Algo cambió en mí al leer por segunda vez “Cartas a Theo”, su hermano, y reparar en algo más que la cocina pictórica que encerraban. Fui cayendo en la cuenta estética del pintor, al mismo tiempo que él ‘pintaba’ su autobiografía. Hacer un retrato de pintor, en este caso, es tarea ardua. Es competir con la palabra contra un montón de imágenes, retratos del propio Van Gogh, más de cuarenta veces en cuatro años. Falto de dinero para pagar modelos, se pintó a si mismo; la mayoría al espejo, estudios creados durante sus periodos introspectivos, cuando trataba de no mezclarse, de no interactuar con nadie. Pero bueno, por mucha admiración que le tengas al artista—maldito dominio del colorido, sobre todo hacia el final de su vida—esa admiración no siempre va aparejada con la personal.

Autorretrato con sombrero de paja. 1889, Museo Van Gogh. Amsterdam

Autorretrato con sombrero de paja. 1889, Museo Van Gogh. Amsterdam

En las clases de Historia del Arte, Vincent Van Gogh se me quedaba siempre despistado, en su grandeza y en la obviedad de su genio; uno siempre ‘tiraba’ hacia otros, menos conocidos por el ‘gran público’. El gran público siempre ha tenido para mi una apreciación más que dudosa. ‘Grande’ solo por el tamaño de los números, aunque pueda tachárseme de arrogancia—allá cada cual—nunca he apreciado al público en masa. Las masas y sus manipuladores jamás han sido ‘santo de mi devoción’. Ni en Arte…ni en política. Las masas, animadas o inanimadas, solo me he servido de ellas en la fotografía, y no mucho. La respiración de la muchedumbre? Soy un empedernido de la individualidad, lo que no quiere decir que no me sirvan los ejemplos, de escuela o de grupo.

Todo esto sirviendo a mi propio concepto pictórico, trabajado y construido a lo largo de tantos años con las inevitables quemas de etapas. La pelea entre una figuración que no tengo, que no domino, cuando me salgo del blanco y negro y la abstracción evocadora, solo sin intención o por hallazgo. La fotografía me ha ayudado a caminar entre los colores; cuarenta años de fotografía, mi paleta se ha agrandado y magnificado. Hago distinción siempre de las imágenes fotográficas y las pictóricas. Van Gogh me ensenó a hacer esta separación, entre otros, haciéndome cabalgar en la imaginación de su paleta, lo que me confirió una mayor valentía en mis colores, originalmente suaves y descarnados. Van Gogh es una armadura que no pesa, si se sabe leer bien sus escritos y su pintura.

Detalle de Instar #4, acrylic on canvas; Luis Jiménez-Ridruejo

Detalle de Instar #4, acrylic on canvas; Luis Jiménez-Ridruejo

Van Gogh, Matisse y Diebenkorn, un holandés, un francés y un americano para ser la corte de un grande de España, el más grande: Velázquez. Una buena defensa en línea para atravesar la trinchera entre la ‘vieja figuración’ y la—también vieja ya—abstracción, que es mi gallina más ponedora. Los ‘enemigos’ míos—y de los demás—se hacen cruces de tener que enfrentarse y tratar de justificarse para ‘bajarte’ escalones, ante la exhibición de estos tres mosqueteros, de los que me hubiera gustado ser su d’Artagnan, como no! (de soñar también se vive) y hasta se duerme, uno en sus pobres y no muy numerosos laureles. Van Gogh, más vocal que los otros, decía: “ Si escuchas una voz dentro de tí (‘antes del Internet era más fácil escucharla’) que te diga: Tu no puedes pintar! Ese es el momento de ponerte a ello y esa voz se quedará en silencio.”

Aún sabiendo que mi vida siempre estuvo enfocada a la pintura y después a la fotografía (dejando aparte a la escritura, por una vez) he tenido unas épocas de sinrazón en las que he dejado de pintar seriamente, a veces durante años. Para mi mismo un misterio que haya ocurrido así. Nunca he querido estudiar el porqué. Mirándolo desde la distancia del tiempo, a lo Van Gogh (salva sea la parte) he creído ver una cierta cobardía, sin explicaciones. Un creer, o dudar, que no sabría vivir de la pintura. Cuantos artistas, hoy archifamosos, atravesaron alguna vez por estas arenas movedizas. Uno se pregunta siempre el porqué de la trayectoria de Van Gogh que solo pintó dedicadamente y con no mucho ‘suceso’, los dos años últimos de su vida, en esta vida en la que vendió un solo cuadro. Sus verdades del barquero, siempre cuelgan donde yo pueda leerlas cada día…

… “Campo de trigo y cuervos” Van Gogh (1890) El último cuadro que pintó el artista antes de morir…

“Campo de trigo y cuervos” Van Gogh (1890) El último cuadro que pintó el artista antes de morir…

“No es el lenguaje de los pintores sino el de la Naturaleza el que uno debe escuchar.” El Posimpresionismo en América no se separa del Impresionismo más que en la veneración a Van Gogh. Si por ellos fuera tendría imágenes hasta en las iglesias. A pesar de que los protestantes no permiten la imaginería. En el Impresionismo como culto, Van Gogh sería el encargado de impartir las homilías y Monet, el de las lecturas de la Biblia. El Posimpresionismo es como su propio nombre indica: lo que viene después del Impresionismo, o sea: Vincent Van Gogh. Para los americanos ‘de a pie’ no hay tal diferencia. Algunos protestan y me tachan de poner etiquetas. Otro día todo esto lo diré más alto, pero no más claro. Y como rúbrica para hoy, una receta de cocina pictórica del chef holandés: “No hay azul sin amarillo y sin naranja, y si pones azul, entonces debes poner amarillo y naranja también, no es cierto?”

Luisma, Maypearl (TX)   31 de Diciembre del 2016

 

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Las cartas italianas, parte IV y final

photo of the louvre in Paris

— Luigi, Luigi! Que haces?
— Escribo una carta.
— Te pasas el día escribiendo cartas y eso no da de comer! Vas a perder la poca vista que te queda!

…Mi señor Giovanni, perdonad mi atrevimiento al volver a dirigirme a su señoría. Mi nombre es Luigi, de la familia Dorante, a vuestro servicio, asentada en el municipio de Vinci. No me atrevería a dirigirme a vos si no fuera por las crueles circunstancias que me acontecen. De un tiempo a esta parte he venido quedándome casi ciego de los dos ojos y se me hace difícil procurarme mi propio sustento.

Sabed que yo era pintor, artista, estudiante al amparo de nuestro señor el maestro Leonardo, afamado en muchas cortes y que vos recordareis bien pues trabajó para vuesa merced en fausta ocasión, hace ya algún tiempo. Infelizmente, y para mi desgracia, la falta de vista me tiene en un estado de postración económica que se me hace muy difícil sobrellevar, y es por esto por lo que me atrevo a dirigirme a vos.

A la muerte del maestro, mi señor, por motivos familiares que no hacen al caso, recibí alguna de sus pertenencias que me han permitido subsistir hasta este momento. El siglo va entrado, y guerras y hambrunas han ido desapareciendo de nuestros estados. La situación, sin embargo, se me ha vuelto desesperada y tengo dos bocas, a más de la mía, que sustentar. Los dineros se me achican a marchas forzadas y algo me veo abocado a resolver.

Entre las cosas que el maestro me dejó al morir, aparte de algunas pequeñas huertas, se encuentran algunas pinturas y códices llenos de dibujos. Una de esas obras, es un retrato de vuestra muy digna esposa en su juventud, y que Dios conserve muchos años. La pintura es magnífica, es una cabeza y torso con sus manos reposando una sobre otra y todo ello con el fondo de un paisaje que se os hará seguramente familiar. Su estado de conservación es perfecto y por ello os la ofrezco en venta, por un razonable precio que acordaríamos en una próxima visita mía a vuestra honorable casa.

Tengo a un mercader francés, a mis alcances, interesado en la pintura, pero su precio y sus maneras no me convencen. Aunque sé que el cuadro ya fue apreciado, en su día en aquella corte, más prefiero saber de vos y vuestro interés antes de caer en sus manos. No quiero molestaros en demasía, señor, y de no mediar una comunicación vuestra, me propongo visitaros lo antes que me permita el delicado estado de salud en que se encuentra uno de mis hijos. Dios guarde a vuesa merced muchos años y os conceda la felicidad…

(Fin de las “cartas italianas”. Extracto de los borradores de unas cartas encontradas en mis últimas vacaciones, el año pasado en Italia. Me saltaron a los ojos, revolviendo papeles en un viejo baúl. Hacia calor, era la hora de la siesta y estabamos en el ático de una casa de labor, a las afueras de Montecatini Terme, no muy lejos de Florencia)

Luisma, 29 de Diciembre del 2015

[Originally posted on Dust Sweat and Iron in June 2009)

 

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Las cartas italianas, parte III

photo of a poster of The Mona Lisa

— La cena estará lista pronto, ve acabando lo que estás haciendo!
— Ya sé, ya sé! Un poco de paciencia, por favor!

…Luigi, Luigi, no es nadie, es simplemente la esposa de Giovanni Giocondo, un comerciante…Aunque he de reconocer que tiene algo, algo especial, no sé el qué…recuerdo que usé dos modelos para esa pintura; ella misma y un jovencito que me servía y que, desgraciadamente, murió a poco de unas fiebres malignas, lo recuerdo bien. Quizás debería conservar este retrato. Le vendí a su marido otra pintura de ella, de cuerpo entero y este retrato, que estaba a medio hacer, no pareció interesarle. 

Si te gusta de esa manera lo terminaré en honor a ti. Otro tanto, nunca se sabe que ojos estarán interesados en contemplarla. A los franceses seguro que les gustaría, ellos y los españoles divinizan a la mujer. Me dicen que su rey gusta de mis pinturas y quiere verme, aunque yo estoy cansado, muy cansado…Me gustaría no tener que ir y quedarme aquí, en Vinci, con vosotros, con la gente que no me dá problemas. Iré, no queda más remedio, Paris es muy atractivo y tiene una gran colección de pinturas en ese maravilloso palacio real. Es una gran oportunidad de contemplar las cosas de los maestros antiguos, se aprende mucho de ello.

Lo que menos me agrada de la idea es tener que aguantar a ese rey Francisco, ya tuve ocasión de conocerle cuando visitó al duque, nuestro señor; y no me gustan ni su mirada, ni su sonrisa falsa. Me molesta grandemente su ironía hacia nosotros, y estando aquí en nuestro país. Mira como no lo hace con los españoles, que lo derrotaron dos veces y lo tuvieron preso! Pero, te estoy aburriendo con mi verborrea, mi querido Luigi…Y siguió tan buen hablador como siempre…

Ah! Tienes que mostrarme alguno de esos dibujos y pinturas que haces. Tengo entendido, me lo dice tu hermana, que tienes afición y se te da bien. Si alguna vez decides abrazar este difícil oficio, siempre tendrás mi mejor ayuda, mi cariñosa y sin embargo, aguda crítica; con todo lo que hagas y lo que no hagas. Sobre todo, querido, nunca olvides que el oficio y la técnica pictórica son, siempre y en el mayor grado, necesarias, aunque no suficientes. Hay algo que debe primar por encima de todo.

Lo verdaderamente importante es tener algo que decir y decirlo con tu arte. Trasmitir la belleza, toda la que seas capaz, con naturalidad, simplicidad y honestidad. Procurar excitar el gozo de las personas que admiran tu arte. Pinta con justeza y sin desvaríos, rechaza lo espectacular y lo que premia los bajos sentidos y busca siempre lo auténtico, lo verdadero. Recuerda que a la primera y principal persona que debes convencer con tu arte es a ti mismo. Sé tu más feroz crítico y a los otros, escúchalos y siempre haz lo que te plazca. Y ya termino y te dejo en paz, realmente sospecho y creo que te estoy aburriendo y molestando y…Nada mas lejos de mi intención!

Que poco se da cuenta, el maestro, de lo mucho que me place escucharle! 

Luisma, 21 de Diciembre del 2015

 

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron in June 2009]

 

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Las cartas italianas, parte II

Leonardo da Vinci, drawing of young boy and old man

— Luigi! Ese niño! No me gusta ese silencio, vigila a tu hijo!
— Estoy en ello, estoy en ello!

…La he visto, la he visto! Y valía la pena verla, a fe mía! Hoy, con la excusa de entregarle un correo que llegó muy en la tarde, he subido hasta la casa y el criado me ha invitado a esperar a su señor en el salón contiguo a la entrada. Siempre he sentido curiosidad por las cosas de este hombre raro y, sin embargo, atractivo. Encima de la mesa había un montón de rollos y papeles con dibujos, a más de un reloj de arena, de cristal y sin máculas, con un interior increíblemente nítido de arena azul, que solo Dios sabe de donde vendrá! Todo ello, rollos, papeles, reloj, me atraía enormemente pero no osé tocarlo.

De repente, en la alcoba contigua alcancé a ver un pequeño caballete, de los que se utilizan para viaje o para pintar al aire libre de los jardines. Estaba arrinconado y cubierto por un lienzo, aunque se notaba que debajo había un cuadro, no muy grande. Me acerqué con cuidado y allí estaba ponderando si atreverme a tocar el lienzo cuando, al pronto, mi señor Leonardo entró en la estancia y, con sus agradables maneras de siempre, me saludó afectuosamente. Turbado, le alcancé el correo que ya casi había olvidado; me lo agradeció y ni siquiera se paró a romper el sellado, abandonándolo encima de la pila de papeles que cubrían la mesa.

—Gracias, querido Luigi, lo veré después…Que grande estás! Tienes que saludarme a tu madre, fue una de mis mejores modelos, siempre me han gustado las modelos como ella era entonces: núbil, joven, preciosa! Que puedo hacer por ti, mi Luigi? Dijo, observando mi rostro interesado. Sabes que te considero como a un hijo.

—Señor…Maestro! Me gustaría ver, admirar, ese retrato del que me han hablado los chicos, el que tenéis casi terminado, el de la mujer pensativa. Por favor, maestro!

—Esta bien, Luigi…Aunque no me convence demasiado, estoy pensando seriamente en destruirlo, como tantos otros, no consigo darle la vida que quiero, la realidad…Despacio, con su media sonrisa irónica, le quitó el lienzo y…Allí estaba, la vi, aquella mujer, aquel ángel!

—Maestro, no podéis, no debéis destruir esta pintura, es celeste, es terrenal, nunca había visto nada parecido! No puedo dejar de mirarla…Quien es, señor?

Luisma, 14 de Diciembre del 2015

[Originally posted in June 2009 at Dust, Sweat and Iron]

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Las cartas italianas, parte I

cartas_italianas foto de un jardin. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

— Luigi! Luigi! Que haces?
— Ya voy, un poco de paz, estoy escribiendo una carta.

…En el pueblo la humedad de este verano está siendo mayor, mucho más que otros agostos. El tiempo esta loco. Y hace ya años que esto dejó de ser un misterio. Ya nadie habla del cambio de clima. Estos días solo se habla del arte o del oficio de pintar, ese complicado asunto en el que un hijo del lugar destaca, lo suficiente para hacerse un nombre en la corte y que la gente hable de sus obras.

Ayer llegó de nuevo, hacía tiempo que no venía y menos para pasar una larga temporada entre nosotros. Dicen en la ciudad que ha estado enfermo de cuidado y que las fiebres le acompañan. Aunque no está muy claro que puede haber sido, la palidez de su cara es acusada y ya no se mueve con la misma agilidad con que solía. Parece ensimismado y pasa el tiempo observando a los muchachos jóvenes que juegan al calcio en la plaza. Con la espalda encorvada y el mentón hundido entre sus manos, su silencio es acongojante. También, acaricia a los animales, algo que antes no hacía tan ostensiblemente. Aunque siempre lleva consigo las tablillas y los crayones, no pasa tanto tiempo dibujándolo todo, como siempre hizo.

Los dos chicos que le ayudaron a bajar sus cosas de las dos carretas, hablan de un cuadro a medio componer, casi terminado y que él, después de desembalarlo y contemplarlo durante más de una hora, como si no lo conociese o hiciera tiempo que no lo viera, dio en cubrirlo con una sábana de hilo y arrinconarlo lejos de los efectos de la chimenea. A estas alturas, verano entrado, las noches todavía son frías y la casa ha estado vacía más de dos años y tiene humedades retrasadas, por falta de ventilación.

Tengo ansiedad y ganas de ver ese retrato del que me hablan Piero y Nicola. Dicen que es una extraña joven, con un peinado lacio y cuidado como el de otros retratos que he visto de jóvenes de la corte ducal. Probablemente será una señorita de la ciudad, hija de algún prohombre, o una dama joven de posibles. No todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar al maestro. Me come la curiosidad porque según ellos, que lo vieron, la mirada era de ternura e incluso creyeron ver alguna lágrima que brotaba de sus ojos. Quien será?

Luisma, 6 de Diciembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron 21 May 2009]

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Luz de Provenza

…“no creas que solo hay castillos en Castilla”…

…“no creas que solo hay castillos en Castilla”…

Oscuro. Siempre me gustó lo de “como boca de lobo”. Es tan gráfico! Como si uno hubiera visto alguna vez la boca (aunque si las orejas) al dichoso lobo. Era negrura teñida, como siempre; cientos de colores que se convierten al negro. Para llegar a esta oscuridad, hasta allí, había recorrido muchos kilómetros, en auto-stop. Toda Francia de norte a sur. Eran los años sesenta del pasado siglo. Era salir de Paris, con mi mochila, y tratar de detener coches con el dedo; siguiendo puntualmente la ruta de Napoleón en su campaña de Italia y los viajes de Cezanne y Van Gogh buscando la luz de la Provenza. Llegar hasta donde estaba ahora me había costado, exactamente, dos días y trece coches y escuchar las historias de sus conductores. Y todo para esta obscuridad.

La cosa venía de dos veranos atrás, de los cursos para extranjeros de la Universidad de Salamanca, célebre, aunque por otras causas. Había conocido a una chica, francesa, con la que “salí” durante el mes del curso y cruzé, posteriormente, algunas cartas…hasta que nos olvidamos paulatinamente el uno del otro. Dos años más tarde me trasladé a Paris por una temporada. La excusa era pintar y estudiar, la realidad fue: sacar los pies del plato. Tenía veinte años y era tiempo. Recordé a aquella chica y su invitación a conocer su casa en Provenza. “Mi castillo”, como decía ella siempre—“no creas que solo hay castillos en Castilla”— Realmente, nunca creí lo del castillo de Marie. Lo cierto es que tenía una cita con la historia y la luz provenzal, la que había soñado en todas aquellas pinturas de los libros de arte.

En el pueblo no había podido encontrar ni un taxi, ni nadie que me llevase, y además era tarde, una oscura medianoche. Un noctámbulo me había dirigido—no tiene pérdida, amigo, son diez minutos andando—y abundó,—al llegar a dos mojones de piedra, con un cartel de propiedad privada, deje la carretera y continúe por el paseo de árboles hasta llegar al castillo. Me sorprendió que usara esa palabra, “château” en francés, y me dejó pensativo cuando se alejaba y antes de que se me ocurriera pedirle precisiones al respecto. Luego, arranqué a caminar mientras el cansancio del día empezaba a hacer mella.

Van Gogh, Trigal con Cipreses, Metropolitan Museum of Art, New York

Van Gogh, Trigal con Cipreses, Metropolitan Museum of Art, New York

Había marchado mucho más de diez minutos eternos y seguía haciéndolo por el camino flanqueado de árboles, olmos, que parecía no tener fin. Olía a menta de algún arroyo cercano que no podía ver. La noche era oscura, densa, negra y me alarmaron algunos aullidos lejanos. La luna llevaba horas escondida tras unas nubes cerradas y tenebrosas. Al fondo de una campa percibí apenas una construcción blanquecina, grande y espectral. Salí de los árboles para divisar mejor y empecé a andar hacia ella, pisando en blando y sorteando manchas de setos bajos que batían mis piernas. En algún momento creí pisar flores. De pronto la luna apareció y me alumbró petrificado. Delante de mi surgió un castillo, un “chateau” provenzal. Quedé parado, pasmado y un buen rato estupefacto. Era en verdad, el castillo de Marie.

Cuando volví del ensimismamiento, reemprendí la marcha hasta que fui a chocar con una escalera imperial que desembocaba en una terraza balaustrada, típica del chateau francés. No se veía ninguna luz y solo se escuchaba el viento en las copas de los árboles. Las contraventanas estaban cerradas a cal y canto. Bordeé la entrada principal dirigiéndome a lo que debieron ser, en su día, las caballerizas. Todas las puertas aparecían trancadas y solo ví una ventana baja cuyo antepecho escalé para intentar ver el interior. Así pude avistar una diminuta llama azul temblando en la oscuridad; más tarde supe que era simplemente el quemador de una calefacción. Único signo de vida en los alrededores.

Pasaron dos largas horas de pesquisas y figuraciones, hasta que caí dormido en un poyete de piedra, con la mochila por almohada. Rendido por el viaje y la caminata, no supe el tiempo que transcurrió. Una luz fuerte, cegadora, me despertó atontado. Dos mujeres hablaban entre si, con siseos y risas quedas. Oí mi nombre, pero ciego por los faros del coche no pude reconocer a Marie y su madre—este debe ser tu caballero español, no decías que estaba en Paris?—Pues ahora esta aquí, a ver que hacemos…Lo que hicieron, después de despertarme del todo, fue instalarme en una habitación magna, enorme. Un dormitorio con reposteros y cama de baldaquino; todo muy de terciopelos y guarniciones antiguas.

Bajo palio dormí hasta que dieron las mil de la mañana, desperté y pude atisbar, por entre los cortinones, el exterior con su jardín de parterres en el que se notaba perfectamente el rastro injurioso de mis pisotones de acercamiento al castillo. La noche anterior había destrozado flores y plantones. Mi llegada al lugar sería recordada, al menos, por el jardinero. Me sentía como un Sancho Panza aquijotado. Salí al balcón, solo para inundarme de los raudales de luz del mediodía provenzal. Un celaje de nubes tenues, un sol limpio que bañaba tierras, vegetación y casas de labor con aquellas luces que tantas veces había admirado en los cuadros impresionistas.

Cézanne, El Monte Santa Victoria. Vista desde la cantera Bibemus, Baltimore Museum of Art, USA

Cézanne, El Monte Santa Victoria. Vista desde la cantera Bibemus, Baltimore Museum of Art, USA

Aquello si era lo que venía buscando. La noche mas oscura había dado paso a la multiplicidad de colores fabricados por tanta luz magnífica, muchas veces soñada, y que quedó para los restos en mis pupilas y en la ambición de plasmarla en mis pinturas. Y así fue durante unos cuantos días, todo luz. El “chateau” debe seguir allí—quiero suponer. No se lo que habrá sido de Marie, esa es otra historia. Nunca volví, y han pasado casi cincuenta años de unos pocos días en Provenza. Me cuesta recordarlo todo, pero no puedo olvidar toda aquella luz. Nunca podré.

Luisma, 14 de Noviembre del 2015

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron, August 2013]

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Retrato de Pintor ( XIII )

“Helen Frankenthaler, americana, neoyorkina, nacida al final de los años veintes del siglo XX.” Foto de la revista Life , 1957.

“Helen Frankenthaler, americana, neoyorkina, nacida al final de los años veinte del siglo XX.” Foto de la revista Life , 1957.

“No hay reglas. Deja al cuadro que te lleve a donde deba ir”   –H.F.

Nunca he tenido el más mínimo problema con las mujeres que pintan. Todo lo contrario. Artistas todos, mujeres y hombres. Siempre he usado el viejo chiste fácil: los hombres deberían ser llamados “artistos.” Claro que habría que remontarse a la época de los clásicos griegos, para que lo de “artistos” sonara bien. Pero no era un chiste, sino un problema para la pintora, una de las grandes, sobre la que escribo hoy: Helen Frankenthaler, americana, neoyorkina, nacida al final de los años veinte del siglo XX. En un mundo y una época todavía más discriminatoria con la mujer que la actual. Viendo algunas situaciones de faltas, reiteradas, al respeto de lo femenino, uno piensa que en los últimos cien años tampoco han cambiado las cosas tanto.

Frankenthaler, trabajando y ‘lanzando’ su arte en los cincuentas y sesentas pasados y sobre todo haciendo expresionismo abstracto en un momento y un medio dominado por artistas-varones, críticos-varones, que manipulaban un lenguaje centrado en unos “masculinos” atributos, tales como: escala, gesto, y “músculo”… a pesar de todo, consiguió establecer una buena serie de exposiciones de sus obras, en solitario y en los salones de afamadas instituciones. Bien recibidas por la crítica, le hicieron ganar, ampliamente, el respeto de sus pares. No muchas mujeres consiguieron esto en aquellos tiempos.

“…trabajando y ‘lanzando’ su arte en los cincuentas y sesentas pasados…” Great Meadows, 1951. MoMA, NY.

“…trabajando y ‘lanzando’ su arte en los cincuentas y sesentas pasados…” Great Meadows, 1951. MoMA, NY.

Hay algo sobre ella que siempre me ha molestado comentar o escribir y que seguramente fuera en alguna manera determinante. Puede parecer una excusa para su éxito artístico, aunque a mi parecer no lo es en modo alguno. Es demasiado fácil como crítica, toda su obra la avala en sentido contrario. Frankenthaler era una mujer de posibles, de familia acaudalada e influyente, y que recibió una cuantiosa herencia cuando aún estaba estudiando, lo que le permitió recibir clases de los mejores profesores del momento (Tamayo, Feeley, Hoffman). Viajar a Europa con asiduidad y con el tiempo ser ella misma profesora en Harvard, Princeton, Yale y New York University.

A diferencia de otros, sin tanta suerte, Helen nunca tuvo que ‘jugarse la vida’ con la pintura. Para más ‘delito’, en 1958 se casó con Robert Motherwell, uno de los grandes de la pintura americana, con lo que para algunos ‘graciosos’, o envidiosos, pasó a ser para siempre: ‘la mujer de Motherwell, que parece ser también pintora’. Un matrimonio que duró trece años, dentro del transcurso de una vida de ochenta y tres! Frankenthaler trabajó sesenta y cuatro años haciendo pintura, escultura, grabado, enseñanza e ilustración de libros, hasta diseño de decoraciones para montajes del England Ballet. De sus enseñanzas y de sus escritos, obtenemos un perfil humano y artístico que nos dice de ella tanto o más que sus obras.

“…una mujer que pintaba enormes lienzos extendidos en el suelo de su estudio…” Foto por Ernst Haas, de Hommemaker.com.

“…una mujer que pintaba enormes lienzos extendidos en el suelo de su estudio…” Foto por Ernst Haas, de Hommemaker.com.

“El arte tiene un ser por si mismo. Nada que ver con el gusto del momento o lo que se espera de ti. Esa es la formula para el arte muerto o el arte de moda”. Puedo imaginarla, ‘navegando’ por entre los caballetes en sus clases, con movimientos casi de bailarina—adoraba el baile—dejando ‘perlas’ dialécticas semejantes, una mujer que pintaba enormes lienzos extendidos en el suelo de su estudio, influencia de sus visitas a Pollock y que era seguramente más ‘moderna’ que sus jóvenes alumnos. “Tienes que saber como manejar lo accidental, como reconocerlo y controlarlo y hasta como eliminarlo de manera que la entera superficie parezca hecha y ‘nacida’ al mismo tiempo. Cada lienzo es un viaje total en si mismo. Sigo las reglas hasta que de pronto voy en contra de todas ellas.”

No es solo ella, es como si estuviera hablando yo mismo—salvadas las inevitables distancias—y dijera o asumiera todo lo que Frankenthaler escribe. El arte de moda, la pintura que se ‘vende’ en el momento… si quieres seguir esa línea, tienes que invariablemente ‘copiar’ a otra gente, literalmente, porque la inspiración—ella lo dice muy claro—no tiene porque ser una validación de lo que uno mismo hace. En cualquier caso, he reconocido en ella las mismas impresiones de la naturaleza, las mismas que me han atraído, últimamente, aunque con muy diferentes resultados. Frankenthaler huye de la tridimensionalidad en auténtico expresionismo abstracto, con sus campos de color y su pintura de mancha ‘mojada’ (soak-stain), colores lavados que se escapan de los límites del lienzo. Un estilo muy personal.

“…la entera superficie parezca hecha y ‘nacida’ al mismo tiempo.” Nature Abhors a Vacuum, 1973. National Gallery of Art, Washington, D.C.

“…la entera superficie parezca hecha y ‘nacida’ al mismo tiempo.” Nature Abhors a Vacuum, 1973. National Gallery of Art, Washington, D.C.

A partir de los sesentas, cambia al medio acrílico, hace grabados buscando los tratamientos de lavados de color que hace en sus pinturas, transforma elementos de la naturaleza en formas abstractas y color. Y en eso estamos, algunos, celebrando ese espíritu. De ella hay mucho que aprender; aunque los críticos no siempre aplaudieran unánimemente su arte. Algunos lo han visto como corto en substancia, descontrolado en el método, demasiado dulce en el color y demasiado ‘poético’. Los favorables han sido muchos más y más explícitos, hablando de: libertad, espontaneidad, apertura y complejidad de la imagen, íntimamente ligada a la naturaleza y las emociones humanas. Puro genio.

A mi me queda lo aprendido de ella y la imagen de una Helen niña, sonriente, subida en una silla, al borde de una pileta llena de agua y vertiendo esmalte de uñas para ver como el color fluye. “No estoy resentida de ser una mujer-pintor. No lo exploto. Yo pinto.”

Luisma, Maypearl (TX) 13 de Septiembre del 2015

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Retrato de Pintor (I)

 

F. de G. y L. (Autorretrato, 1771-1775)

F. de G. y L. (Autorretrato, 1771-1775)

El paisaje es duro y árido, apenas unos matones de árboles pequeños que no llegan a ser arboleda. Mucho arbusto bajo en las orillas del camino, y olor a tormenta reciente sobre el que domina otro olor, el de los cueros sobados de la diligencia. Es llanura quebrada por zanjas y con aire de ver poca agua. El único pasajero se revuelve inquieto en su asiento, rodeado de cajas y fardos que ocupan el espacio de otros pasajeros que no viajan.

En esta parte de su viaje, el contramaestre le ofreció viajar por casi la mitad del monto si le permitía asentar carga en las plazas libres. Aceptó de buena gana, pues los dineros de un pintor joven son siempre cortos. Aún así se arrepiente cada vez que golpea sus rodillas con alguna caja en los múltiples baches y regatones del camino. La caja de madera, atada con un cinto, que contiene sus artes de dibujo y pintura se bambolea en lo alto de unas mantas de lana trenzada. Sus manos acomodan, a ratos, dos rollos de lienzos que contienen pinturas a medio hacer, una de ellas casi terminada. No quiere que se rocen mucho y menos que se abollen con todo el traqueteo de la marcha.

Quedan solo dos leguas hasta el final de la jornada y la mente se le va a otros momentos, cuando recogía en su estudio capitalino los dos cuadros con los que piensa impresionar al Conde de Sobradiel. Es la visita a la que acude y es el final y el fin de este viaje. Aunque también lo es volver a casa, a una Zaragoza de la que quiere salir pero que siempre le atrae por los recuerdos…el maestro Luzán, los amigos, la familia. El pensamiento vaga pero el traqueteo le vuelve a la realidad. Su realidad, su ambición, está en la capital, Madrid tiene todo lo que le interesa. La posibilidad de trabajar con el maestro Mengs y la corte es un atractivo poderoso.

El cuadro más pequeño es un retrato, a tamaño natural, de una joven condesa heredera que ya empieza a lucir la misma bella estampa que la condesa madre; la joven todavía no tiene el misterio de su progenitora, aunque si unos ojos chispeantes que al pintor le han gustado asaz, a juzgar por la cantidad de bocetos que hizo del rostro de la niña. Francisco quiere llamar la atención del conde y cree que el retrato de su hija adorada lo procurará. Necesita un buen valedor que le ayude a conseguir el contrato para la bóveda de la Basílica del Pilar. Esa obra tiene que ser la que le proyecte en Madrid.

Por si fuera necesario le acompaña un cuadro mayor, grande y muy logrado, una obra casi terminada con la que impresionó al comité del premio del la ciudad de Parma, donde la presentó. A veces, le cuesta acabar sus pinturas, le cansa retocar mucho los lienzos. Esta pensando en modificar sus técnicas hacia algo menos elaborado, menos trabajoso con la química. Las novedades encontradas en su pasada estancia en Italia le pueden ayudar en este propósito y las nuevas maneras de pintura al fresco han sido una revelación para él. También los cartones para tapices, y no hace falta terminarlos tanto.

Siempre ha sido su problema el decidir cuando dar por terminada una pintura. Admira a su maestro que, en un momento dado, levanta el pincel y cuelga el cuadro como quien cuelga una capa después del invierno, y ya no lo toca más. Admirable esa seguridad. La pintura grande, en cuestión, es un magnífico cuadro histórico. Aníbal contemplando Italia; hecho un poco a la manera de esos italianos antiguos que no le agradan y de los que admira, sin embargo, el trabajo y lo perfecto de la composición.

Le hubiera gustado vivir en el siglo anterior, pero lo que en realidad le atrae es la promesa y la ambición de pintar como sueña, en su imaginación, que lo hagan los artistas de siglos venideros. Esos colores y esos tratamientos que lleva ensayando en pinturas y bocetos, y que no enseña a nadie. Su propia aceptación de estas pruebas es contradictoria, como lo es él mismo; unos días le interesan y otros le parecen una pérdida de tiempo. Siempre difícil de contentar, es el peor crítico de si mismo. Herencia de la familia Lucientes. También lo es su valentía. Su valor corre parejo con su ambición.

Ahora, su mirada se pierde en el fondo de la tarde, hacia la oscuridad que viene y hacia la que la diligencia corre. No tanto como su pensamiento que se adelanta a los acontecimientos, fruto de la ansiedad. Ya quisiera estar pintando esa cúpula que se adivina en lontananza. Ya quisiera pintar el palacio de Sobradiel…vivir en Madrid, trabajar con Mengs, conquistar la corte, pintor de cámara del Rey. Ya quisiera…pintar, pintar, pintar.

Luisma, 30 de agosto de 2015

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

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Retrato de pintor (III)

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

R. D., Retrato y Autorretrato (1986). De The Art of Richard Diebenkorn de Jane Livingston, University of California Press, 1997. Foto de Luis Jimenez-Ridruejo

Pasa el día escuchando Mozart. Ese montón de cintas grabadas que se trajo del viaje a Europa. Los dineros se han vuelto cortos y está casi en bancarrota. Pintar ya no es solo un oficio, es una cruda necesidad. Algunas veces siente que ya son muchos tumbos, los que ha dado en la vida, de un lado para otro persiguiendo una carrera de pintor que se muestra esquiva.

A la vuelta de Nueva York, no encuentra acomodo posible y echa de menos sus sueldos seguros de cuando estaba en la milicia. En los Marines. La fotografía aérea, que le permitió tener una visión del terreno, del campo y sus parcelaciones, sus colores y sus contrastes. Inspiración de tantos cuadros soñados y también de una visión abstracta que cada día se le mete más en su pintura. La figuración y la abstracción pelean en su cabeza.

Mientras unas cosas y otras vienen y pasan; de algo hay que comer y de alguna manera hay que pagar los materiales y el alquiler del estudio. Le ha dado muchas vueltas, y una idea de su mujer se le viene encima: un taxi. Trabajar como taxista solucionaría sus problemas; mientras llega una buena, o aceptable, proposición académica entre las varias a las que ha optado. Lo malo de los trabajos eventuales es que, a veces, se convierten en definitivos. Si el montante cubre las necesidades provoca el olvidar algo tan volátil como son los dineros del arte.

Richard Diebenkorn, taxista y pintor. Será posible? La pintura es lo que importa. Ese cuadro de Matisse, “Vista de Notre Dame”, le tiene obsesionado, una y otra vez se enfrenta a él, como lo hizo cuando lo vió en su inicial visita al MoMA en Nueva York. Le gustaría encontrar una solución pictórica para visualizar esos campos y esas parcelas de tonos tan suaves y tan diferentes. De la manera que los vió desde los aviones, en los vuelos de cartografía militar.

En Matisse cree ver una buena solución estética, la apertura de un camino. Ya tiene nombre para una serie completa y soñada: “Ocean Park”. Los títulos vendrán después; o simplemente los numerará, como hizo con otras series anteriores: “Alburquerque”“Urbana”…series de pinturas tituladas y enumeradas, como los lugares donde se crearon y se trabajaron. Ahora California, después, quién sabe?

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

Luis Jimenez-Ridruejo con Ocean Park #22 en el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond. 2011.

De algo si está seguro: nada de lo que ha hecho, hasta ahora, le satisface totalmente. Tantas visitas a los museos, aquí y en Europa, lo único que le producen es frustración de no alcanzar las metas que aprecia en los grandes pintores. Todo lo que quiere es pintar. En realidad, ve la enseñanza como una manera de sustentar esa vida pictórica; de la que siempre ha discutido con sus alumnos y sus compañeros. Esto le ha costado perder amistades y posibilidades en un mundo que no le agrada, la academia.

Mientras tanto, las dudas le corroen, está en la abstracción y hace figuración, que no muestra en publico. Los críticos se dan cuenta, le cuelgan el sambenito de “indeciso” y le acusan de dudar demasiado. Richard no se defiende, sigue en sus trece, hace lo que quiere y busca, investiga, trata, ensaya bajo la sombra continua de la credibilidad del propio trabajo.

Escribe: “Yo no entro en el estudio con la idea de “decir” algo, lo que hago es ponerme frente al lienzo en blanco y poner unas cuantas marcas arbitrarias en él y eso me hace iniciar una especie de diálogo.” Su pasión por la expresividad de la abstracción le viene de las visitas a los museos. A veces, imagina sus cuadros colgados junto a las obras de los grandes maestros. El diálogo es con ellos y consigo mismo.

Aquel viaje a Rusia fue determinante. Moscú, Leningrado. El Hermitage, su pobre iluminación sobre las pinturas, apenas un punto de luz sobre los cuadros que acusa el brillo de los barnices. Todo escaso de ideas museográficas. Grandes errores de exhibición. Cuadros escondidos, un Felipe IV de Velázquez, algún Rembrandt…el Tríptico Marroquí de Matisse dividido entre las dos ciudades. Quién toma esas decisiones? Quién maneja sus recuerdos? Y, después de todo, que importa: su porvenir, su vida, están en juego…Un acomodo, ni grande, ni suntuoso; unos pocos dólares para manutención y poder seguir. Pintar, pintar, pintar…

Luisma, 15 de marzo de 2011

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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