Monthly Archives: July 2014

Retrato de Pintor (XI)

Andre Derain. Autorretrato c. 1903, Australian National Gallery

Andre Derain. Autorretrato c. 1903, Australian National Gallery

Si algún pintor ha derivado dudosamente en su obra desde un punto alto, álgido de belleza y creatividad, hasta caer en lo grisáceo y perder un colorismo brillante y personalmente muy conseguido, ese sería el caso de André Derain. El fauvista que perdió la “rabia” y con ello su puesto en la cima del Parnaso pictórico, cuando estaba con los más grandes. De hecho, hoy día, el “gran público”—esa amalgama de gentes tan maleable—ya no se acuerda de él.

Y sin embargo, Derain fue y es un grande, un pintor enorme durante un período relativamente corto de su vida artística. Sus mejores cuadros fueron pintados en un lapso de tres años y previamente había tenido otro período de cinco o seis años de buen arte. Después fue decayendo desde un fauvismo acendrado hasta un clasicismo gris y austero, cuasi gótico y muy lejos del colorismo rabioso y brillante de su época anterior. La fiera se domesticó con el estudio de los viejos maestros; una “víctima” de sus viajes a los renacentistas italianos.

Después de la primera Guerra Mundial, a la que fue militarmente movilizado, disfrutó de su mayor aceptación popular; curiosamente cuando más dudosa era su obra. Pintó mucho y discutible de calidad e interés. La aportación magnífica de sus años fauvistas, siempre en grupo, dió paso a exposiciones personales en todo el mundo occidental, Europa y E.E.U.U.; premios como el Carnegie en Pittsburgh (1928), encargos institucionales, diseños para ballets… En aquellos momentos representaba el prestigio de la cultura francesa. Sus obras entraron, por supuesto, en los mejores museos del planeta.

Luis Jimenez-Ridruejo en el MoMA. Visitando a Derain

Luis Jimenez-Ridruejo en el MoMA. Visitando a Derain

Derain estaba en el grupo de los elegidos parisinos desde el principio del siglo XX; se veían continuamente, intercambiaban opiniones, discutían, se influían unos a otros. Días de vino, rosas y hambre de gloria. Matisse, De Vlaminck, Picasso y toda la cohorte de intelectuales que gravitaban alrededor de los artistas plásticos en aquel Paris difícilmente repetible. Era un personaje un poco distante y nadie supo nunca porque se juntó con toda la pléyade; aparecía y desaparecía como por ensalmo, acompañado casi siempre por su mujer, Alice, entonces calmada y rutilante, y que los otros apodaban: la Santísima Virgen. Fernande Olivier, la compañera de Picasso, dejó una vívida descripción de él. “Derain era delgado, elegante, de buen color y de pelo moreno y brillante. Con un chic inglés un poco sorprendente. Sofisticadas chaquetas, corbatas de colores crudos, verdes y rojos. Siempre con la pipa en la boca, flemático, burlón, frio, un polemista”.

Derain fue quien introdujo a Picasso y a su grupo en la apreciación del arte africano, del cual fue un coleccionista pionero. En un viaje a Italia “descubrió” los mosaicos romanos. Se tornó un clasicista y renacentista empedernido. Su pintura cambió al conservadurismo más agudo, tanto que llegó a publicarse un libro con ensayos de varios escritores y artistas conteniendo acerbas críticas y disputas sobre su arte. El título: “En favor y contra Derain”, fue aprovechado para originar una marea de condena a él y al Modernismo. Eran los años treinta del siglo pasado. Un crítico y mediano pintor, Blanche, escribió: “La juventud le ha dejado; lo que queda es un arte altamente cerebral y bastante mecanizado”. A pesar de todo gozaba del reconocimiento oficial, que perdió más tarde por sus escarceos con los nazis.

El flujo de la sociedad hacia la aceptación y glorificación del arte moderno fue aprovechado por Derain para capitalizar su arte y su proyección popular. Lejos quedaban, a mediados del siglo XX, sus primeros pasos, sus primeros paisajes. Su amistad y su estudio compartido con Matisse y De Vlaminck. 1905, el Salón de Otoño. 1908, el Cubismo le entró por los ojos en los meses que pasó con Picasso en Avignon. Después, en los años veinte se fue a vivir al sur de Francia y desarrolló una extensa obra, discreta, mucha escultura y  diseños para la Opera de Paris. En 1937 participó en la retrospectiva del Salón de los Independientes, para entonces casi todos ellos mundialmente famosos. Le llovían los premios y los encargos desde todos los puntos. El sur fue su refugio, aunque viajaba mucho.

Andre Derain, Puente de Charing Cross, Londres, 1906, National Gallery of Art, Washington, D.C.

Andre Derain, Puente de Charing Cross, Londres, 1906, National Gallery of Art, Washington, D.C.

Su vida derivó al término hacia algo frustrante en grado sumo, apenas podía ver. Su muerte, le atropelló un camión en 1954, lo encontró trabajando en decorados y figurines para “El Barbero de Sevilla”. Ello no le impidió dejar un pensamiento definitorio, a modo de epitafio: “La sustancia de la pintura es la luz”. Lo grandioso es que, al final, incluso casi ciego, seguía captando aquella luz, aquella sustancia. André Derain, con sus luces y sus sombras, fue uno de los grandes. Aquellos que aportan algo nuevo, aquellos que marcan una época.

Luisma, Maypearl (TX)   29 de Julio del 2014

“Wake me when it’s over” (Despiértame cuando se acabe)

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. Richard Diebenkorn, Ocean Park #115

Luis Jimenez-Ridruejo, MoMA 2008. R. Diebenkorn, Ocean Park #115

Nueva York si que vale una misa. Sigue siendo la capital del mundo, mal que le pese a muchos, y por supuesto es la capital del imperio actual. Me gusta venir y estar un tiempo, no mucho. Ver lo que hay que ver (casi todo) y oír lo que hay que oír (principalmente jazz) y salir corriendo antes de que se ponga espeso, es decir, antes de que el cansancio de su ritmo te gane.

Y a ver es a lo que hay que venir a Nueva York. Hay que abrir bien los ojos porque aquí está todo lo que está pasando y el germen de todo lo que va a pasar. Por eso los diecinueve tiraron las Torres Gemelas, por poner de rodillas a esta ciudad. Cosa harto difícil. El imperio cae y caerá del todo, eso seguro. Será más difícil y más lentamente de lo que creí. No lo verán mis ojos y es una pena porque siempre pensé que iba a ser inmortal y que viviría cien años. No creo que sean suficientes, aunque no hay mal que cien años dure.

Hoy me esta pegando el aire que circula como loco por los valles de Manhattan, mientras camino y voy echando de menos una buena capa española con que cubrir los embates del aire que baja del Bronx. Aunque este airón bien podría arrebatarte la capa como el de cualquier cerro de la sierra de Ávila, en febrero.

Vamos al MoMA. Ir al MoMA es como ir a una buena corrida de toros; no importa quien “toree” en las exposiciones individuales, el éxito de la “corrida” esta garantizado con la visita a la colección general. Mis cuadros de siempre esperan la visita, si no los veo se enfadan y a la siguiente vez ya no me dirían lo mismo. En todo los museos del mundo tengo una serie de amigos que me llaman y me esperan. Hoy, por ejemplo, tengo una cita con las “Señoritas de Aviñon”; estas atractivas señoras están de cumpleaños, ya son centenarias y siguen tan guapas como en 1907. Mientras, D. Pablo duerme el sueño eterno, en vera efigie, en una esquina de mi pizarra de corcho, la de las fotos de la familia, mi especial muro de las lamentaciones.

También me he pasado a ver a D. Richard Diebenkorn, sentado frente a su verde Ocean Park #115 y hasta me he hecho una foto durmiendo a su lado. Le volví a reiterar mi gusto por su pintura y las gracias por su inspiración. Quedé en verlo en cualquier terraza de bar de la eternidad, si nos dejan y si podemos, que no está claro. De refilón crucé unas cuantas miradas con D. André Derain y D. Paul Cézanne, más que nada por no peder la costumbre y porque no dejen de reconocerme en el futuro. En una de las salas me encontré con D. Claude Monet, no quise pararme con él pero le dí recuerdos de Carlitos Pascual, al cual echo también de menos; debería estar por aquí, él o su pintura. Gente con menos méritos están aquí representados.

Con todo esto me dieron las cinco y estaba un poco cansado de la andadura y las visitas. No era yo el único en tal situación. A mi lado se sentó, o mejor dicho se tumbó, un niño de seis o siete años—”Wake me when it’s over”—(Despiértame cuando se acabe) dijo a su madre, con voz dramática de actor sobreactuando y que me recordaba a mi mismo. Lo que no sabia el niño es que un museo no se acaba nunca, nos sobrevive a todos, pintores y curiosos, grandes y chicos, buenos y malos. Al igual que Nueva York no se acaba nunca y esperemos que no, por el bien de los que nos siguen.

Así que me senté otra vez, al estilo mexicano, en el suelo, al lado del Ocean Park #115. Me calé la gorra de béisbol, eso si con el escudo de mi Real Madrid. Tapándome los ojos y con voz dramática, y sobreactuando, le dije a S…—“Despiértame cuando se acabe”—

Luisma, Nueva York, Diciembre del 2,007.-

[Originally posted on Dust, Sweat and Iron]

The Collector

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

The Collector in the collection. Guggenheim Museum, New York 2006

I told you I’m a collector, which generally means that one collects paintings, but in my case it’s totally different. I am a starter of collections, though some don’t stay with me as long as others; some I even abandon and resume on a whim. For years I have intermittently collected “Americana”, which the Spanish would call americanadas. A fairly inexpensive collection, because americanadas almost always are not costly things. A collection that includes everything from heart-shaped boxes of chocolates with pictures of Elvis on top, to “slinkies” (colorful springs that walk downstairs ) to the pen vase shaped like the head of Joe Camel. Joe being the Camel of the cigarettes, and many other things that are generally cheap pieces of plastic and are colored accordingly.

My newest collection is cheaper still, so cheap it’s free: A collection entitled “Sunsets from the trapezoidal window.” This collection has lasted a few years, the years I’ve been in my house on Pittsburgh’s Mission Street. In this house I enjoy a strange trapezoidal window, which may already belong to my collection of americanadas, and whose rare form and style contrasts with the rest of the house’s windows. The window in question is oriented on the bias, facing west, and it frames the most amazing and impressive collection of sunsets I’ve enjoyed in my life.

I’ll make an exception here for the sunsets on the far banks of the Tormes river across from the Cathedral of Salamanca. Ah! Old stones, often maligned but always remembered, from a time when everything was so big and myself much smaller. Perhaps another exception: Two jeweled sunsets just outside Florence after summer storms. It is true that in those days my vision was influenced by the quantity of beauty stored or stacked before my eyes on my first visit to that city. It will be difficult to return to it without breaking the aesthetic spell of those days, an enchantment that has never vanished from my imagination.

Here is what you see from the famous trapezoidal window: The neighborhood rooftops, like a Parisian postcard. To the left and framing the sunset on the horizon is the church of San Nosequé (Saint Somebody). Greek Orthodox Catholic, a parish without parishioners but with belfry and bell, which periodically plays unbidden. In the background, like a theatrical backdrop or scenery from an American detective film glints the skyline of downtown Pittsburgh, with its skyscrapers and myriad lights, its illuminated windows that produce a sense of inhabitation. The reality is that all such lit buildings are now, at this hour of sunset, nearly empty offices save for the cleaning people. No matter: These buildings have an intrinsic beauty, empty but full of light.

Above the buildings is a mountain of sky, a space of natural colors changing with the varied cloudscapes, all heaven that’s worthy of the name. The mist of three rivers, the massive influence of vegetation in the area, the mountains which are not seen but are there; indeed, the mountains are unseen because I live in the lap of one, a succession of mountain-valley-mountain, etc … that fantastic view when the plane flies over Pennsylvania, that wrinkled skin! In addition, heat from the city-center asphalt produces all kinds of conditions for varied and unique celestial colors each evening.

And these are sunsets that took some time collecting. Not by photograph or video (though some I have recorded in such ways) but in my own eyes, for the time when my view may perhaps no longer reach them. I will recall this, all of this life. My life in America.

Luisma December 27, 2007

[Originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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El Coleccionista

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Luis Jimenez-Ridruejo: El coleccionista en la colección. Museo Guggenheim, Nueva York 2006

Te he dicho que soy coleccionista, lo que en general significaría que colecciono pintura, pero en mi caso es totalmente diferente. Soy un iniciador de colecciones y algunas me duran más que otras, incluso algunas las dejo y las tomo después de periodos aleatorios. Desde hace años, y con tiempos en los que no me dedico a ello, colecciono “americana”, lo que en español diríamos: americanadas. Una colección bastante barata pues las americanadas, casi siempre, son cosas de no mucho precio. Una colección que incluye desde cajas de bombones, con forma de corazón y el retrato de Elvis Presley, hasta “slinkies” el muelle de colores que baja escaleras…pasando por el portalápices con la forma de la cabeza de Joe Camel, el camello de los cigarrillos y muchas otras cosas que generalmente son de plastiquillo y colores dudosos, como corresponde.

Mi más reciente colección es todavía más barata, es gratuita, es una colección que titulo: Atardeceres desde la ventana trapezoidal. Una colección que dura ya unos pocos años, los que llevo en esta casa de Pittsburgh, la de la calle Mission. En la que disfruto, literalmente, de una extraña ventana trapezoidal, que ya podría pertenecer a mi colección de americanadas por si sola y cuya rara forma y estilo contrasta con el resto de las ventanas de la casa. Esta ventana en cuestión esta orientada, al sesgo, a poniente y por ella me llega la más increíble e impresionante colección de atardeceres que haya podido disfrutar en mi vida.

Aquí debería hacer una excepción para recordar los atardeceres de la vega del Tormes frente a la catedral de Salamanca. Ah! las viejas piedras, tantas veces denigradas y tantas veces recordadas, cuando todo era tan grande y yo mucho más pequeño.
Quizá otra excepción: dos atardeceres-joya a las afueras de Florencia después de sendas tormentas de verano. Bien es verdad que mi mirada estaría aquellos días influida por la cantidad de belleza almacenada o apilada ante mis ojos en mi primera visita a aquella ciudad. Me será difícil volver a ella, más que nada para no romper el encantamiento estético de aquellas jornadas, encantamiento que nunca se ha volatilizado de mi imaginación.

Tendría que decir lo que se ve desde la famosa ventana. Los tejados de la vecindad, como si de una vista parisina, del Paris de la France, se tratara. A la izquierda y tapando la caída final del sol a horizonte, la iglesia de San Nosequé, católica ortodoxa griega, una parroquia sin parroquianos, pero con campanario y hasta campana, que a veces toca por si misma. Al fondo, a modo de telón teatral o paisaje de película policíaca americana, la “línea del cielo” (the skyline) de “downtown” Pittsburgh con sus rascacielos y sobre todo sus miríadas de luces, ventanas iluminadas que producen las sensación de sitio habitado. La realidad es que todos esos edificios iluminados, ahora están vacíos porque son oficinas y lo más que puede quedar, a estas horas de la caída del sol, es la gente de la limpieza. No importa, tienen una belleza intrínseca, casas vacías pero llenas de luz.

Y encima de los edificios un montón de cielo, un espacio para los colores naturales que cambia cada día con los más variados celajes, como todo cielo que se precie de serlo. La humedad de los tres ríos, la influencia de la vegetación masiva de la zona, los montes que no se ven pero están ahí; efectivamente, los montes no se ven porque vivo en la falda de uno, una sucesión- monte-valle-monte, etc…fantástica vista de ellos cuando en el avión vuelas sobre Pennsylvania, que arrugada piel! Además, el calor del asfalto del centro de la ciudad produce toda clase de condiciones para hacer variado e irrepetible cada atardecer.

Y esos atardeceres son los que llevo algún tiempo coleccionando. No en fotografía o video (algunos tengo grabados de esas maneras) sino en mis propios ojos, para cuando, quizás mi vista ya no alcance a verlos. Me quedaría el recuerdo de todo esto, toda esta vida. Mi vida en América.

Luisma 27 de Diciembre del 2007

[originally posted at Dust, Sweat and Iron]

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